MATE

Bajé la mirada, pensando en sus palabras. Sabía que Emma era fuerte, lo había visto en la forma en que enfrentaba las cosas, incluso cuando tenía miedo. Pero esto... esto era diferente. La Luna Roja no era algo que pudiera suavizarse o explicarse con lógica.

—Ella ya me vio transformarme, Luke —dije finalmente, mi voz más baja ahora—. Y eso la aterrorizó. No me lo dijo directamente, pero lo vi en sus ojos. Si no puede manejar eso, ¿cómo crees que va a reaccionar ante esto?

Luke se acercó, poniendo una mano en mi hombro.

—Mira, sé que esto es complicado, pero cuanto más tiempo esperes, más difícil será. Si no le hablas de esto ahora, cuando la Luna Roja llegue, va a sentirse traicionada. No solo por lo que suceda, sino porque no le diste la oportunidad de prepararse.

Sus palabras me golpearon como un golpe directo al pecho. Sabía que tenía razón, pero todavía no tenía idea de cómo abordar el tema. La simple idea de perderla por algo que estaba fuera de mi control me aterrorizaba más de lo que quería admitir.

—Lo haré —dije finalmente, aunque mi voz carecía de la convicción que esperaba—. Pero no ahora. Tengo que encontrar el momento adecuado.

Luke asintió, aunque su expresión dejaba claro que no estaba completamente convencido.

—Hazlo pronto, Andrew. La Luna Roja no espera a nadie, y tampoco lo harán tus instintos.

Lo vi alejarse, dejándome solo con mis pensamientos. La verdad era que no solo tenía miedo de cómo reaccionaría Emma, sino de lo que podría hacerle. Esa noche, el lobo tomaba el control, y aunque sabía que nunca le haría daño intencionalmente, el miedo a perder el control era demasiado real.

Pero Luke tenía razón. Emma merecía saberlo. Solo esperaba encontrar las palabras antes de que fuera demasiado tarde.

El camino hacia la cabaña de Emma nunca había parecido tan largo, y eso que conocía cada piedra y cada rama como la palma de mi mano. Estaba lleno de pensamientos, tratando de planear exactamente qué decir.

¿Por dónde empezaría?

¿Cómo le explicaría algo que ni siquiera los lobos más viejos podían entender completamente?

El aire estaba fresco, y el suave susurro del viento entre los árboles parecía burlarse de mí. Por lo menos, sabía que ella estaba en casa. Su olor, dulce y único, se percibía incluso desde una distancia considerable.

Cuando finalmente la vi, mi pecho se apretó con una mezcla de alivio y nerviosismo.

Estaba parada frente a su puerta, con varias bolsas de compras en las manos y un ceño ligeramente fruncido mientras buscaba algo en sus bolsillos. Me acerqué sin pensarlo demasiado, mis pasos crujieron ligeramente en el suelo cubierto de hojas.

—Déjame ayudarte —dije, casi en un susurro, tomando las bolsas antes de que pudiera protestar.

Ella levantó la vista, sus ojos reflejaban una mezcla de sorpresa y agradecimiento.

—Gracias, Andrew. No sabía que estarías aquí.

—No podía quedarme lejos —respondí sin pensarlo, y para suavizar la intensidad de mis palabras, dejé un beso suave en su sien.

Ya era algo casi instintivo, una manera de calmarme y, de alguna forma, reafirmar lo que ella significaba para mí.

Su expresión fue curiosa, como si no supiera si debía sentirse cómoda o nerviosa, pero no dijo nada mientras seguía buscando sus llaves. Me quedé allí, sosteniendo las bolsas como si fueran plumas, observándola.

Cuando finalmente logró abrir la puerta, me adelanté para dejar las bolsas en la cocina. No había mucho espacio en la pequeña mesa, pero me las arreglé. Ella comenzó a desempacar casi de inmediato, metiendo las cosas en la nevera y los estantes con una rapidez casi mecánica. Yo, en cambio, la observaba en silencio.

Habían pasado unos días desde que estuve aquí por última vez, pero en ese tiempo no dejé de pensar en ella ni un segundo. Cada vez que estaba cerca, sentía como si algo dentro de mí cobrara vida, algo que no podía explicar del todo.

Respiré hondo, tratando de encontrar el momento adecuado para hablar, pero mi cuerpo tenía otros planes. Antes de darme cuenta, estaba detrás de ella, colocando mis manos suavemente en sus caderas y atrayéndola hacia mí.

—¿Qué haces? —preguntó con una risa nerviosa, mirando hacia atrás por encima de su hombro.

—Nada, solo... —Suspiré, inclinando mi cabeza ligeramente hasta que mi nariz rozó su cabello—. Solo te extrañé.

No podía evitarlo. Era una necesidad física y emocional estar cerca de ella, sentir su calor, su olor. Pero sabía que no podía seguir evitando el tema. Tenía que hablar, y pronto.

—Andrew —dijo después de unos segundos de silencio, girándose para mirarme de frente—, ¿qué te pasa? Estás actuando extraño.

No era extraño, al menos no para mí, pero entendía que para ella podía parecerlo. Solté un suspiro y di un paso atrás, dándole algo de espacio.

—Emma, hay algo que necesito hablar contigo. Algo serio.

Vi cómo su expresión cambiaba. Sus cejas se fruncieron ligeramente, y aunque no dijo nada, su lenguaje corporal lo decía todo. Estaba preocupada.

—¿De qué se trata? —preguntó con cautela, cruzando los brazos como si intentara protegerse de lo que fuera que estaba a punto de decir.

Me pasé una mano por el cabello, intentando organizar mis pensamientos.

—Es sobre nosotros... sobre lo que significa ser un hombre lobo, y sobre algo que se avecina.

Sus labios se entreabrieron, pero no emitió ningún sonido. Su mirada buscaba algo en la mía, alguna señal de que esto no era tan grave como sonaba, pero no podía darle esa seguridad.

—¿Qué pasa, Andrew? —preguntó finalmente, su voz más baja, casi temerosa.

Di un paso hacia ella, pero no la toqué. Sabía que lo que iba a decir podía ser abrumador, y no quería presionarla más de lo necesario.

—Hay algo que sucede con nosotros, los lobos, cuando encontramos a nuestra mate. Es hermoso, pero también... complicado.

Su silencio era casi ensordecedor. Me miraba como si intentara leerme, entender lo que estaba a punto de decir antes de que las palabras salieran de mi boca.

—Emma, hay un evento que sucede cada año —continué, eligiendo mis palabras con cuidado—. Lo llamamos la Luna Roja. Es un momento en el que... perdemos el control.

Su ceño se frunció aún más, pero no interrumpió.

—La Luna Roja intensifica todos nuestros instintos, especialmente hacia nuestras mates. Es como... un celo, pero mucho más fuerte. Es imposible de controlar.

Me detuve, dándole tiempo para procesar. Ella parpadeó, claramente tratando de encontrar una forma de responder, pero antes de que pudiera, continué.

—Quiero que entiendas que nunca te haría daño. Pero necesito que sepas lo que significa esto. Lo que significa ser mi mate.