Camila tiene una regla: no mezclar negocios con emociones. Pero Gael no es fácil de ignorar. Es arrogante, brillante y está decidido a ganarle. En los proyectos, en las reuniones… y también en el juego de miradas que ninguno de los dos admite estar jugando.
Lo que empezó como una guerra silenciosa de egos pronto se convierte en una batalla más peligrosa: la de resistirse a lo prohibido.
¿Hasta dónde están dispuestos a llegar por ser los mejores… sin perderse el uno al otro?
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Una cita con Anika
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Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞
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—¿Tienes planes para almorzar, Gael? —preguntó Anika, con ese tono casualmente irritante que ya me tenía harta.
Estábamos en plena reunión de planificación, todos concentrados, y ella suelta eso justo cuando yo estaba bebiendo agua.
Casi me atraganto. En serio, estuve a una tos seca de quedar en ridículo.
—Pensaba quedarme aquí. Avanzar con lo del eslogan —dijo Gael, sin mirarla.
—Ay, no seas tan serio. Podemos almorzar mientras charlamos del proyecto. Tengo ideas que te van a encantar —respondió ella, balanceando una carpeta sobre el hombro como si fuera un bolso Chanel.
La escena era ridícula. Pero la odiaba más por lo efectiva que era.
—Muéstramelas aquí, Anika —dijo Gael, cortante.
—Pero no es lo mismo. Con buena comida todo fluye mejor —insistió, demasiado sonriente—. Vamos, yo invito.
Y ahí me metí.
Porque el silencio se volvió denso y porque tengo un umbral bajo de tolerancia para las pelirojas con segundas intenciones.
—De hecho, Gael y yo ya teníamos planes para almorzar. Íbamos a revisar las referencias visuales del segundo brief, ¿no?
Lo miré. Como si pudiera telepáticamente ordenarle que siguiera la mentira o sufriría las consecuencias con Anika.
—Ah… sí. Claro. Lo hablamos ayer —dijo él, desconcertado, pero con la decencia de no dejarme colgada.
Anika parpadeó y por un segundo, solo uno, su sonrisa vaciló.
Después volvió a colocarla como si viniera de fábrica.
—Bueno, lo dejamos para otro día. Igual tengo seis meses para robarte un almuerzo —dijo, como si me estuviera avisando que esto recién empezaba.
Y yo pensé: seis meses y una oportunidad antes de que alguien termine con una carpeta incrustada en la cara.
Pero, claro, sonreí.
Cuando salimos al patio con nuestras bandejas, él no tardó en reírse.
—¿Quieres contarme qué fue eso?
—¿Qué cosa?
—Tu impulso de salvarme de un almuerzo con la peliroja encantadora.
—Fue por el bien del proyecto. No seas egocéntrico.
—Y el tono pasivo-agresivo, ¿también lo metemos en el brief?
—Gael, no te hagas el gracioso.
—¿Te molesta Anika?
—¿Por qué me molestaría?
—Porque se nota.
—No se nota nada.
—Casi le quitas la carpeta de las manos y se la estampás en la cara.
—Estoy en mis días, ¿ok?
—No me vengas con eso, linda. Si estuvieras en tus días, no habrías dormido sin ropa conmigo hace dos noches. Además fue hace una semana.
Lo miré con la ceja levantada. Él sonrió.
—¿Guardas registros?
—Creo que es importante tenerlo en cuenta, para no molestarte…y por mi bien—añadió con descaro.
Y yo, a pesar de mí misma, me reí. Porque Gael Moretti era experto en eso: en meter la pata y después sacarte una carcajada como si nada.
—Solo quiero que el proyecto funcione sin dramas, sin problemas.
—Entonces no los provoques —me devolvió, serio.
Touché.
Me mordí el labio. Tenía razón.
Yo misma estaba provocando el conflicto que después no quería enfrentar.
Volví al almuerzo, lo ignoré lo más que pude, y traté de mantenerme profesional. Lo cual duró hasta que, mientras caminábamos por el pasillo, él me alcanzó.
—¿Estás enojada conmigo o estás actuando como si no me conocieras porque tienes un tema no resuelto con Anika? —me preguntó Gael al salir del almuerzo, mientras me alcanzaba en el pasillo.
—No estoy enojada. Solo estoy trabajando. Tu también deberías hacerlo.
—Entonces no te importa si salgo a cenar con ella, para esa cosa que pidió Spark ¿no?
Me detuve. Lo miré. Le sonreí como quien está a punto de cometer un crimen.
—No me importa si te casas con ella y tienen mellizos llamados Gaelito Jr. y Anikita. Haz lo que quieras.
Y seguí caminando, con el ego inflamado como globo de cumpleaños.
Pero por dentro…
Estaba que ardía.
Y lo odiaba por hacerme sentir así.
En la oficina, traté de concentrarme. Abrí el Excel. Lo cerré. Abrí el mail. Lo ignoré.
No podía dejar de pensar en lo de anoche. En sus manos en mi cintura. En cómo me miraba como si no le importara el mundo. En cómo me hacía reír cuando ya estaba a punto de llorar del estrés. En cómo terminamos besándonos en la cocina después de discutir por quién lavaba los platos.
Y ahora quería ir a cenar con la versión pelirroja de la diplomacia corporativa.
Perfecto.
Entonces Anika apareció, justo cuando mi café estaba por salvarme la tarde.
—¡Uy, justo te buscaba! —dijo con entusiasmo falso.
Me giré, con la mejor de mis sonrisas laborales.
—¿Sí?
—Quería revisar unos ajustes en la parte visual del pitch. Gael me dijo que tú manejás mejor eso.
—¿Moretti dijo eso?
—Sí. Dijo que eras brillante. Aunque también mencionó que eres un poco… intensa.
La miré fijo. Muy fijo.
—¿Intensa?
—No en mal sentido. Tipo apasionada. Entregada y que últimamente estás un poco más… sensible.
Mi cerebro hizo cortocircuito.
—¿Sensible?
—Sí, pero tranqui. Me pasa lo mismo cuando tengo historia con alguien en el trabajo —dijo, como quien no está tirando una bomba.
Me quedé muda. Ella sonrió y se fue, con sus tacones de pasarela y su aroma a Chanel.
Volví a mi escritorio en silencio, pero con el cerebro cocinando ideas peligrosas. ¿Qué historia le contó Gael? ¿Por qué le dice a ella que estoy sensible? ¿Por qué... me siento así?
Me recosté contra el respaldo de la silla. Cerré los ojos.
Y lo supe.
Estoy empezando a sentir cosas que no quiero sentir.
Eso... es un problema.
La jornada se me hizo eterna.
Gael no volvió a buscarme en todo el día. No hubo mensajito, ni guiño, ni papelito estúpido con caritas dibujadas como suele dejarme cuando sabe que estoy molesta. Nada. Ni siquiera pasó por mi escritorio con una de esas sonrisas medio culpables y su "¿me perdonas si te invito a cenar?"
Fue como si lo hubieran abducido o como si él supiera perfectamente que me hervía la sangre y prefirió no meterse en el fuego.
Cobarde.
Cuando por fin llegué a casa, tiré las llaves en la mesita, me saqué los zapatos como si fueran grilletes y abrí una botella de vino como si fuera la solución a todos mis problemas emocionales.
No lo es. Pero me ayuda.
A este paso terminaré en Alcohólicos anónimos.
Luego, me puse la pijama, con una mascarilla de pepino mal puesta y la copa en la mano, cuando sonó el timbre.
Miré la hora. Casi las once.
Me acerqué a la puerta y espié por la mirilla.
Gael.
Porque claro. Justo cuando me había rendido a la botella de vino y a mi pijama más anti-sexy.
Abrí la puerta apenas lo justo para que me viera la cara y no el look de "mujer aburrida sin planes, ni amigos de viernes por la noche".
—¿Se te perdió algo?
—¿Podemos hablar?
—¿No estás cenando con Anika?
Suspiró, cansado, luego se pasó una mano por su cuello.
—Spark nos pidió una reunión fuera de horario para hablar de la campaña ya que trabajábamos con la competencia. Nada más. Lo dejé claro desde el principio.
—Ajá. Y de paso le cuentas que estoy sensible. Muy profesional lo tuyo.
—Cami…
—No tienes que explicarme nada. Somos compañeros de trabajo. Lo que hagas después del horario laboral, me da igual.
—¿Estás celosa?
—¡No!
—¿Segura?
—Cien por ciento.
Otro silencio. Más incómodo que abrir el historial de Google frente a tu madre.
—Camila, mirame —dijo, con la voz más suave.
No lo hice.
Porque si lo miraba, iba a aflojar y no quería aflojar.
Cruce los brazos y levante una ceja.
—No vine a pelear. Solo quería saber si... estamos bien.
—Claro que sí. Somos compañeros de trabajo, vecinos que de vez en cuando comparten vino y casualmente terminan desnudos. Todo sanísimo.
—Estás siendo injusta.
—Y tu eres un experto en fingir que todo está bajo control.
Él se acercó un paso.
—No me interesa Anika. La cena fue una estrategia clave de Spark para sacar ventaja. No fue una cita, fue una reunión por pedido del cliente. Fin de la historia. —dijo con el semblante serio.—No te enojes por cosas que no son.
—¿Y cómo sabes lo que son o no, Gael?
—Porque si realmente piensas que hay algo entre Anika y yo, entonces no me conoces nada.
No respondí.
—Camila, si tú no lo entiendes, está bien. Pero no pongas palabras en mi boca ni sentimientos que no tengo.
Nos quedamos en silencio.
Su respiración se mezclaba con la mía.
Estaba tan cerca que podía contarle las pestañas.
Y aun así, no me moví.
No iba a dejárselo tan fácil.
—Bueno —dije finalmente—. Si eso era todo...
Cerré la puerta en cámara lenta. Pero antes de que se cerrara por completo, él metió el pie.
—¿Te molesto si me quedo a dormir?
Lo miré de arriba abajo.
Chaqueta arrugada. Cara de perro mojado. Ojos intensos.
—¿No tienes cama en tu departamento?
Y entonces, bajito, casi como si le costara decirlo:
—Me cuesta dormir si no tengo tu rodilla clavada en las costillas.
Ahí me reí. Porque era un idiota. Pero un idiota que sabía desarmarme.
Abrí la puerta del todo.
—Pasa antes de que me arrepienta.
Él entró. Tenía una cubeta de helado en la mano.
—¿Trajiste helado?
—Y excusas. Algunas con argumento, otras solo con carita triste.
—Eres incorregible.
—Y tú estás loca por mí, aunque no lo aceptes.
—Callate y sirve el helado.
x ahora muy lenta y pesada
Eso si fue incómodo