La historia de los Moretti es una de pasión, drama y romance. Alessandro Moretti, el patriarca de la familia, siempre ha sido conocido por su carisma y su capacidad para atraer a las mujeres. Sin embargo, su verdadero karma no fue encontrar a una fiera indomable, sino tener dos hijos que heredaron sus genes promiscuos y su belleza innata.
Emilio Moretti, el hijo mayor de Alessandro, es el actual CEO de la compañía automotriz Moretti. A pesar de su éxito y su atractivo, Emilio ha estado huyendo de las relaciones estables y los compromisos serios con mujeres. Al igual que su padre, disfruta de aprovechar cada oportunidad que se le presenta de disfrutar de una guapa mujer.
Pero todo cambia cuando conoce a una colombiana llamada Susana. Susana es una mujer indiferente, rebelde e ingobernable que atrapa a Emilio con su personalidad única. A pesar de sus intentos de resistir, Emilio se encuentra cada vez más atraído por Susana y su forma de ser.
¿Podrá Emilio atrapar a la bella caleña?.
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Date prisa...
Susana estaba que hervía de ira. Caminaba con pasos firmes, casi furiosos, por los amplios jardines del hotel, murmurando entre dientes:
—¿Quién carajos se cree ese tipo para hablarme así?
Apretaba las manos con fuerza, como si pudiera exprimir la rabia que le quemaba por dentro. No entendía por qué Emilio la desautorizaba, la regañaba como si fuera una niña caprichosa. ¿Acaso no era ella parte fundamental del proyecto?
Luego de dar vueltas sin rumbo durante varios minutos, se detuvo frente a un hermoso mirador rodeado de bugambilias y bancas de piedra. Desde allí, la vista de las colinas de la Toscana parecía sacada de una postal. Respiró profundo, se sentó, y trató de calmar el volcán que tenía en el pecho.
Mientras tanto, Emilio había decidido refugiarse en el bar del hotel. El sabor amargo de la discusión con Susana le seguía repitiendo en la cabeza como un eco.
Se sentó en la barra con expresión sombría. El bartender, al reconocerlo, se le acercó de inmediato.
—¿Qué va a tomar, señor Moretti?
—Un whisky. Doble. Y sin hielo.
Mientras el trago era servido, Emilio hablaba consigo mismo en silencio, enredado en pensamientos que no quería tener.
"Ella tiene razón... ¿a mí qué diablos me importa si acepta o no una invitación de ese imbécil de Asdrúbal?", pensó mientras giraba el vaso entre sus dedos.
"Lo único que debería importarme es que logremos la alianza. Qué más da si lo convence ella o yo."
Pero no era así.
"No quiero imaginarla bailando con él... dejándose tocar las manos, la cintura... o peor aún, riéndose con esa sonrisa encantadora que me desarma. Y si la besa... o intenta llevársela a la cama..."
Golpeó el vaso contra la barra.
—Maldita sea. —Alzó la mano y le hizo una seña al barman—. Deme otro trago. Doble.
A unos metros, sentada en una elegante mesa esquinera, una mujer rubia lo observaba con interés. Alta, esbelta, con aires de sofisticación y un vestido de seda negra que abrazaba su figura, Vanessa Bellini decidió acercarse con la seguridad de una mujer que sabía exactamente lo que quería.
—Hola, ¿estás bien? —preguntó con voz suave pero segura, colocándose a su lado.
Emilio la miró con ese aire frío y distante que lo caracterizaba.
—¿Nos conocemos?
—Sí, al menos yo sí te conozco. Pero tú no me recuerdas. Soy Vanessa Bellini.
Él entrecerró los ojos, y luego una chispa de reconocimiento lo cruzó.
—La niña de rizos dorados… —musitó, sorprendido.
—La misma —dijo ella, sonriendo coquetamente—. Me alegra mucho ver un rostro conocido por aquí. Pero dime, ¿qué te tiene tan enojado? ¿Acaso perdiste un buen negocio?
Emilio suspiró. Le dio otro sorbo al whisky antes de responder.
—No. Tengo la cabeza enredada… y no sé cómo desenredarla.
—¿Y ese enredo tiene nombre de mujer? —preguntó ella con picardía, sentándose con naturalidad a su lado y haciendo una seña al mesero para pedir un martini.
—Sí —respondió él, sin rodeos, con el vaso ya medio vacío entre sus dedos.
Vanessa soltó una carcajada suave.
—Esto es de no creer. ¿El escurridizo Moretti, el que cambia de mujer cada fin de semana… está prendado de una?
Emilio soltó un suspiro pesado. Sabía que no tenía caso negarlo.
—Eso es lo que no sé, Vanessa. Ella es… linda, inteligente, audaz. Tiene una mirada retadora, un cuerpo de diosa… y una boca irreverente que honestamente muero por probar. Pero al mismo tiempo, la veo como una mujer ambiciosa, capaz de usar su belleza para escalar. Como si solo estuviera esperando encontrar al imbécil correcto para subir al siguiente peldaño.
Vanessa alzó una ceja y rió mientras bebía de su copa.
—¿Y tú quieres ser ese imbécil?
Emilio la miró con media sonrisa, resignado.
—En este momento... no sé qué quiero. Ella es peligrosa. Pero me atrae como ninguna otra. Y eso me está enloqueciendo.
Vanessa apoyó un codo en la barra, lo miró de frente y dijo con voz sugerente:
—Entonces no te quedes con las ganas. ¿Qué temes perder? Me extraña que un hombre como tú, que ha tenido a la mujer que ha querido y cuando ha querido, se esté amedrentando ahora por una indomable.
El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier respuesta. Emilio sabía que, más allá del deseo, algo más profundo lo estaba arrastrando hacia Susana Montero. Y esa sensación era nueva… y peligrosa.
Para evitar cruzarse de nuevo con Susana y no saber cómo actuar después de su arrebato, Emilio pasó la mañana en compañía de Vanessa Bellini, la hija de un reconocido empresario italiano con quien solía jugar de niño en las tardes soleadas. Vanessa era encantadora, culta, con una sonrisa que podía abrir puertas y miradas que sabían medir cada movimiento.
En otro momento de su vida, Emilio habría intentado seducir a la guapa italiana sin pensarlo dos veces. Pero ese ya no era el mismo hombre. Su cabeza, y lo peor, su corazón, estaban ocupados por una sola mujer: Susana Montero. Una caleña de risa desordenada y carácter fiero que lo tenía enredado como nunca antes... y eso que ni siquiera un beso le había dado. Sin embargo, parecía ya tener el control absoluto de su voluntad.
Mientras tanto, Susana, luego de calmarse con un largo paseo por los jardines, regresó a la habitación murmurando para sí misma mientras giraba la llave:
—Ojalá el engreído no me diga nada más, porque juro que estoy a punto de perder la paciencia…
Para su fortuna, la habitación estaba vacía. Emilio no había regresado. Soltó un suspiro y aprovechó la tranquilidad para sentarse frente al portátil y avanzar con el trabajo que traían. No solo era la propuesta para Balestra lo que los había llevado a la Toscana; la semana estaría llena de reuniones, diseño de piezas gráficas, revisión de prototipos y ensayos de presentación.
Concentrada, el tiempo se le fue volando. Cuando por fin se detuvo a mirar el reloj eran las 4 de la tarde. Justo en ese momento tocaron a la puerta.
Un hombre alto, vestido de negro, con la típica expresión seria de un guardaespaldas, le entregó un paquete cuidadosamente envuelto.
—Entrega para la señorita Montero —dijo con voz neutra, y tras su afirmación, desapareció por el pasillo.
Intrigada, Susana abrió la caja. Dentro descansaba un vestido negro corte sirena, ceñido al cuerpo, elegante, sensual, acompañado de un par de tacones de diseñador a juego. Junto a ellos, una nota escrita con trazo firme:
Licenciada Montero,
Iremos a una gala muy importante y usted será mi invitada de honor.
Le envío esto para que esté acorde a la ocasión. No se preocupe, es un regalo, no se sienta comprometida por ello.
Estoy seguro de que le quedará perfecto.
—Asdrúbal Balestra.
Susana se quedó unos segundos mirando el vestido. Era un sueño de alta costura, claramente costoso. Solo la etiqueta hablaba de una cifra que superaba varios de sus sueldos juntos. Acarició la tela con reverencia y murmuró con una mezcla de asombro y cautela:
—¿Será que el engreído tiene razón...? ¿Estaré entrando en terreno peligroso?
Suspiró. Luego, con decisión, se dijo a sí misma:
—Todo sea por el proyecto...
Emilio, por su parte, seguía en el bar, intercambiando anécdotas y recuerdos con Vanessa. La mujer no solo era guapa, también era inteligente y una empresaria prometedora que deseaba hacer alianzas con la familia Moretti. Sin embargo, Emilio apenas prestaba atención a sus palabras. Una sola imagen lo ocupaba: la sonrisa de Susana.
Una llamada interrumpió su momento. Al ver el nombre en pantalla, respondió de inmediato:
—Hola, viejo. ¿Qué hay?
—Hola, viejo —dijo Abdiel desde el otro lado de la línea—. Cuéntame, ¿qué tal estuvo el viaje con la parlanchina? ¿Y la reunión con el viejo Balestra?
—El viaje fue... exótico —respondió con sarcasmo—. Pero no tengo tiempo ahora para darte detalles. En cuanto a Balestra, no vino el abuelo. Mandó al imbécil de Asdrúbal, y el infeliz me rechazó la propuesta. Lo peor es que invitó a Susana a una fiesta. Seguro quiere ligársela.
—Y tú estás como bestia desaforada, me imagino —bromeó Abdiel—. Emilio, ¿por qué no aceptas de una vez que esa colombiana te mueve el tapete y se lo confiesas?
Hubo un silencio. Emilio apretó la mandíbula.
—Porque no es tan fácil. Ella me detesta. He sido un patán con ella.
—Entonces empieza a hacer las cosas bien, idiota. ¿Qué pasó con el seductor Emilio Moretti, el que no dejaba escapar a ninguna? Desempolva tus trucos y ve por esa caleña parlanchina… antes de que se te adelanten Asdrúbal o Salvatore.
Las palabras de su amigo retumbaron en su cabeza como un despertador. Miró su reloj. Faltaban cinco minutos para las siete.
—¡Maldición! —exclamó y se levantó de golpe—. ¡Gracias, Abdiel!
Corrió por los pasillos del hotel, subió por las escaleras para ganar tiempo. Cuando llegó a la habitación, jadeando, lo único que encontró fue el eco de su ausencia. En el aire aún flotaba el aroma del perfume de Susana.
Sobre la mesita de noche encontró la caja vacía y junto a ella, la nota de Asdrúbal. La leyó rápidamente, apretó el papel entre sus manos y masculló entre dientes:
—Maldito imbécil... Estás en plan de cazador. Pero Susi no es para ti.
Se pasó las manos por el rostro, furioso consigo mismo. La había dejado ir.
Emilio tomó el teléfono de la habitación y marcó a recepción.
—¿La señorita Susana Montero? —preguntó, con voz tensa—. ¿Sabe si ya salió?
—Sí, señor Moretti. Hace apenas unos minutos se retiró con el señor Asdrúbal Balestra —respondió la recepcionista con cortesía.
Cortó la llamada sin decir más y, de inmediato, marcó desde su móvil.
—Te tengo una tarea —dijo con voz firme—. Averigua a qué evento y a qué parte de la Toscana irá Asdrúbal Balestra. Quiero la información en menos de cinco minutos.
Sin perder tiempo, Emilio entró al baño. Tomó la ducha más rápida de su vida, se cambió a toda prisa, se peinó con precisión, se aplicó su característico perfume masculino francés, tomó las llaves de la habitación y salió con determinación.
Mientras bajaba al estacionamiento del hotel, donde ya lo esperaba su lujoso Aston Martin traído por uno de los encargados, un mensaje vibró en su móvil. Era la dirección exacta de la gala a la que había asistido Susana con Asdrúbal.
Escribió de inmediato:
—Consígueme una invitación para ese evento. Espérame en la entrada.
Encendió el motor y salió a toda velocidad rumbo al lugar...
interesa el empresario arrogante, Emilio va a dar todo en esa fiesta que espero y sea ya rl inicio de una nueva relación /Kiss//Pray/