Jay y Gio llevan juntos tanto tiempo que ya podrían escribir un manual de matrimonio... o al menos una lista de reglas para sobrevivirlo. Casados desde hace años, su vida es una montaña rusa de momentos caóticos, peleas absurdas y risas interminables. Como alfa dominante, Gio es paciente, aunque eso no significa que siempre tenga el control y es un alfa que disfruta de alterar la paz de su pareja. Jay, por otro lado, es un omega dominante con un espíritu indomable: terco, impulsivo y con una energía que desafía cualquier intento de orden.
Su matrimonio no es perfecto, pero es suyo, y aunque a veces parezca que están al borde del desastre, siempre encuentran la forma de volver a elegirse
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###***Capitulo 17: ¡Era solo uno, Idiota!*
Apenas Jay logró despegarse de Gio —con muchísimo esfuerzo, porque cada vez que se alejaba, Gio encontraba la manera de jalarlo de nuevo para robarle un beso—, se centró como pudo en terminar de servir el desayuno. Todavía sentía las piernas temblorosas y un calor insoportable bajo la piel, el dulce aroma de sus feromonas impregnando el ambiente. Hacía intentos pobres por controlarse, pero Gio, feliz como lombriz, no ayudaba en nada.
—Sirve el café, anda —le pidió Jay, intentando recuperar algo de dignidad.
—Sí, sí… lo que mi esposo diga —bromeó Gio, que seguía en bata, despeinado, pero ahora con la piel reluciente como si lo hubieran metido a un spa de lujo.
Jay iba a responderle algo, pero no tuvo oportunidad.
Desde el pasillo, se escucharon pasos lentos y pesados. Apenas segundos después, Elia apareció en la cocina, atándose la bata de satén sobre su pijama. Su cabello pelirrojo estaba ligeramente revuelto, y su expresión adormilada se iluminó apenas olió el desayuno.
—Buenos días, chicos… —saludó con voz ronca. Pero se detuvo en seco al posar los ojos sobre su hijo—. ¿Pero qué…?
Chris apareció detrás, igualmente somnoliento, frotándose los ojos.
Elia lo miró de arriba abajo, parpadeando como si intentara entender qué estaba viendo. Luego soltó una carcajada suave.
—¿Y este hombre tan guapo? ¿Dónde está mi hijo y qué hicieron con él? —dijo, sin disimular la sorpresa—. ¿Por qué tienes la piel como si te hubieran exfoliado hasta el alma?
Chris asintió detrás de él, observando a Gio con cierta burla.
—Hasta pareces más joven. Qué milagro, Gio. ¿Por fin decidiste bañarte?
Jay soltó una risita breve, sabía perfectamente que sí, había dejado a Gio como nuevo.
—Jay me hizo un tratamiento —confesó Gio, inflando el pecho con orgullo—. Me dejó brillante.
—Ya veo… —murmuró Elia, acercándose a la mesa. Pero su mirada, que al principio era divertida, pronto se afiló un poco. Primero a Gio. Luego a Jay. Luego… a los labios de ambos.
El silencio se hizo incómodo durante dos segundos.
Porque ahí estaban, los dos, con la boca aún roja e hinchada, brillando como si se hubieran estado besando durante horas (lo cual era parcialmente cierto).
Y por si fuera poco… el aroma en la cocina seguía siendo denso, cargado del dulzor envolvente de Jay. Un aroma tan fuerte y agradable que incluso Chris levantó una ceja, aunque fingió revisar su taza de café para no hacerlo obvio.
Elia entrecerró los ojos, ladeando la cabeza con diversión mal disimulada.
—Ajá… ¿y el tratamiento incluía dejarlo sin labios? —preguntó, burlona, mirando a Jay como si supiera exactamente lo que había pasado.
Jay, que ya estaba colorado de antes, deseó poder meterse dentro del horno y desaparecer. Apresuró el paso para dejar los platos en la mesa y fingir que no oía nada.
—Que aprovechen… —murmuró con la voz baja, ocupándose de llevar los cubiertos.
Gio solo sonrió como si nada, descarado.
—Fue un paquete completo. —añadió, mientras llevaba la ultima taza de café a la mesa con toda la frescura del mundo.
Chris dejó escapar una risa nasal, sentándose a la mesa.
Jay rodó los ojos y se hundió en su asiento, fingiendo que nada de lo que decían iba con él. Tomó una taza de café y la llevó a sus labios, esperando que el calor de la bebida hiciera algo para disipar el rubor de su rostro.
Gio, en cambio, seguía con su actitud despreocupada, como si todo esto le divirtiera. Se acomodó en su silla con la seguridad de quien no tiene nada que esconder y pinchó un trozo de fruta con su tenedor para llevarselo a la boca.
El desayuno transcurría entre bocados tranquilos y miradas cómplices. Jay intentaba mantener la compostura, pero cada vez que creía haberlo logrado, sentía la mano de Gio deslizándose por su muslo bajo la mesa, o los ojos de Elia fijándose en él con una sonrisita burlona como si estuviera leyendo todos sus pensamientos.
—Bueno —comenzó Elia mientras cortaba su tostada con total tranquilidad—, después de desayunar, Chris y yo nos vamos a la peluquería. Tengo cita para que me arreglen el cabello y él, bueno… —hizo un gesto con la cabeza hacia su esposo— también necesita un retoque.
Chris bufó, aunque no lo desmintió.
—Y luego pasamos por los trajes a la tintorería —añadió Chris, dejando la cuchara en su plato—. Así que nos vamos a tardar un par de horas.
Elia sonrió, satisfecho, como si acabara de lanzar una bomba sobre la mesa.
—Van a tener la casa para ustedes solos. Completamente solos.
Jay, que justo estaba bebiendo agua, tosió disimuladamente.
Y Gio… Gio sonrió como si acabara de recibir el mejor regalo del universo. Se recargó en su silla con descaro, mirando a Jay con malicia pura, esa sonrisa torcida que siempre traía problemas.
—Qué pena... ¿qué haremos con tanto tiempo libre, amor? —preguntó en voz baja, solo para que Jay lo oyera, pero lo suficientemente alto para que Elia captara la indirecta.
—Gio... —susurró Jay en advertencia.
Pero Gio estaba desatado.
—Yo digo que sigamos el tratamiento completo. —Ahora le guiñaba el ojo a Jay, como si ya estuviera planeando encerrarlo en la habitación.
Elia soltó una carcajada y negó con la cabeza, encantado.
—Ay, por favor, Jay… déjate querer. Si lo tienes así de radiante, tienes que mantenerlo. Mira que no todos los días vemos a Gio con piel de bebé.
—Tampoco exageres.—rió Gio, pero encantado del elogio.
Chris, que hasta ahora se había mantenido medio al margen, intervino con su tono neutral de siempre, aunque con un brillo de burla en los ojos.
—Solo procuren ventilar la casa después. No queremos regresar y morir intoxicados.
Jay quería morir. De verdad.
—Prometido, papá. Todo bajo control.
—Ajá... claro —murmuró Chris, sin creérselo.
Cuando terminaron de desayunar y los padres se retiraron a prepararse para salir, Jay intentó limpiar la mesa rápido, pero Gio lo arrinconó contra la mesa.
—Solos, eh… ¿qué haremos contigo? —preguntó, murmurando contra su cuello.
Jay se removió, sin poder evitar sonreír aunque trataba de disimular.
—Te comportas como si no tuvieras autocontrol.
—¿Yo? ¿Autocontrol? No sé qué es eso desde que me casé contigo.
Jay giró para encararlo, sintiendo otra vez ese calor creciendo en su pecho solo por la manera en que Gio lo miraba. Tan hambriento. Tan enamorado. Tan... Gio.
—Hoy no vamos a hacer nada, debo llegar entero al cumpleaños de mi papá—advirtió Jay, sabía cómo terminaban estas cosas. Había cedido antes y siempre se arrepentía… después. Pero esta vez no. No iba a ceder. No cuando ya estaba al límite de su paciencia.
Gio sonrió, pegando su frente a la de él.
—Solo un ratito.
Pero ambos sabían que "un ratito" con Gio nunca era solo un ratito.
Jay suspiró, dándole un empujón leve en el pecho para separarlo.
—No.
—Sí.
—No.
—Solo un ratito, amor. —Gio sonrió con dulzura exagerada, abrazándolo por la cintura—. No quiero nada complicado. Solo unos besitos.
Jay lo miró con escepticismo.
—¿"Solo unos besitos"?
—Ajá. Unos besitos y ya. —Gio alzó tres dedos como si estuviera haciendo un juramento sagrado—. Te lo prometo, mi vida, mi cielo, mi universo entero.
Jay le sostuvo la mirada con severidad.
—Gio, escúchame bien. No vamos a hacer absolutamente nada. Ni besitos, ni abrazos, ni un solo roce más de la cuenta. Nada.
Gio parpadeó un par de veces, sorprendido por el tono tajante, pero luego sonrió con picardía.
—¿Y si solo nos acostamos juntos a ver una película?
—No.
—¿Ni siquiera abrazados?
—No.
—¿Si prometo quedarme quieto?
Jay le dio una mirada fulminante.
—Eso es mentira y lo sabes.
Gio soltó una risita, pero Jay no estaba bromeando.
—Mira, Gio, hoy es el cumpleaños de mi papá. No pienso permitir que lleguemos tarde. No quiero excusas, no quiero prisas de último minuto, no quiero que tu mamá me mire con esa sonrisita de “ya sé lo que hicieron”.
—Pero si a mi mamá le encanta verte sonrojado.
—¡Gio!
El sonido de pasos en el pasillo interrumpió la conversación.
Elia y Chris aparecieron, ya listos para salir, revisando sus cosas con calma.
—Nos vamos. —anunció Elia, ajustándose la chaqueta—. Intenten no incendiar la casa en nuestra ausencia.
Chris, con su expresión serena de siempre, añadió:
—Y ventilen la casa.
Jay sintió que el calor le quemaba la cara.
—¡No vamos a hacer nada!
Elia soltó una risa y se encogió de hombros, claramente sin creérselo.
—Ajá… como digas, Jay.
Gio solo sonrió con descaro.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, Jay le lanzó una mirada afilada a su esposo.
—Ni lo intentes. Mejor limpia la mesa.
Gio resopló, cruzándose de brazos como un niño regañado.
—Que cruel.
Gio suspiró dramáticamente, como si cargar los platos fuera el peor castigo del mundo. Jay, sin embargo, no le prestó atención. Se concentró en limpiar la mesa con rapidez, decidido a no ceder ni un milímetro.
Pero Gio no iba a rendirse tan fácil.
—Mi amor… —murmuró con voz melosa, acercándose a su espalda.
Jay ni se inmutó.
—No.
Gio sonrió de lado.
—Ni siquiera he dicho nada.
—No hace falta. —Jay giró la cabeza apenas para lanzarle una mirada afilada—. Conozco esa voz.
Gio apoyó el mentón en su hombro y deslizó los brazos alrededor de su cintura con lentitud, pegándose a su espalda.
—Solo pensaba que podríamos… ya sabes, relajarnos un poquito antes de salir.
—No. — Golpeo las manos de Gio y se alejó de él.
Gio dejó escapar un largo suspiro y se cruzó de brazos, observando a Jay con fingida decepción.
—Eres más difícil que una pared de concreto…
Jay lo ignoró y siguió recogiendo la mesa con eficiencia, como si su vida dependiera de ello. Sabía que si le daba el más mínimo espacio a Gio, él lo aprovecharía sin piedad. Lo conocía demasiado bien.
Pero Gio no era de los que se rendían fácilmente.
—Escucha, amor… —murmuró, acercándose con pasos silenciosos, como un depredador acechando a su presa—. ¿De verdad no quieres consentirme ni un poquito? Prometo ser bueno.
Jay resopló.
—No sabes lo que significa la palabra "bueno".
Gio rió suavemente y apoyó las manos en la mesa, atrapándolo entre sus brazos. Jay intentó esquivarlo, pero Gio era más rápido, inclinándose sobre él, con la sonrisa más dulce y ladina del mundo.
—Solo quiero unos minutos de cariño… ¿Es mucho pedir?
—Sí. —Jay se giró, con expresión de hierro—. Es demasiado.
—¿Ni aunque te haga un masaje?
—No.
—¿Ni aunque te prepare un té relajante?
—No. —Jay le sostuvo la mirada con firmeza. Gio ladeó la cabeza, evaluando su siguiente movimiento, se mordió el labio, con los ojos brillando de travesura, como un niño a punto de hacer una travesura y susurró con voz ronca:
—¿Y si me quito la bata…?
Jay apretó los ojos con frustración y tomó aire profundamente antes de responder con firmeza:
—Gio, si sigues con esto, voy a encerrarme en la habitación y dejarte hablando solo.
—Oh, por favor, Jay. Con los besos de esta mañana yo me quedé con ganas. —Gio deslizó los dedos por la cintura de Jay con una caricia ligera, y cuando sintió el escalofrío recorrer su espalda, supo que estaba ganando terreno—. No me digas que no los disfrutaste…
Jay sintió que la temperatura de la cocina subía al instante. Se giró para encararlo, pero su error fue mirarlo directamente a los ojos: Gio lo observaba con esa mezcla de amor y deseo, con la boca entreabierta y la respiración apenas contenida. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
—Gio…
—Solo un ratito…
—Dices lo mismo todas las veces.
—Y no te quejas… —Gio le tomó la mano con delicadeza, trazando círculos con el pulgar sobre su piel—. Vamos, mi amor… un beso y ya.
Jay frunció el ceño, pero Gio sabía que la dureza en su mirada estaba empezando a desmoronarse. Lo sentía en la forma en que Jay tragaba saliva, en cómo su respiración se volvía más profunda.
—Eres insoportable.
—Y tú me amas. —Gio sonrió con picardía y se inclinó apenas, rozando sus labios con los de Jay en un gesto suave pero intencionado.
Jay cerró los ojos por un segundo, peleando con su propio autocontrol. Pero entonces sintió la lengua de Gio acariciar su labio inferior, la calidez de su cuerpo acercándose más, y supo que estaba perdido.
—Solo… un beso. —murmuró, ya cediendo.
—Lo que tú digas, amor. —Gio sonrió contra su boca antes de profundizar el beso con un gemido satisfecho.
Y sí… los dos sabían que "solo un beso" jamás sería suficiente.
Jay sintió el aire escapársele del pecho cuando Gio lo alzó sin esfuerzo y lo sentó sobre la mesa, metiéndose entre sus piernas con una sonrisa descarada.
—¡¿Qué demonios haces, Gio?! —espetó, con los ojos encendidos de furia.
Gio lo miró con la misma calma de siempre, como si no tuviera a su esposo a punto de arrancarle la cabeza.
—Nada malo, solo quiero estar más cerca de ti.
Jay lo fulminó con la mirada.
—Te dije que no.
—Y yo solo quiero un ratito.
—¡Era solo un beso! ¡Uno! —Jay lo tomó del cuello de la bata con fuerza, jalándolo tan cerca que sus narices casi se rozaron—. ¡Tienes un problema, Gio! ¡No puedes controlarte ni un puto segundo!
Gio soltó una risita ronca, inclinándose más, con las manos firmes en su cintura.
—Dime que no te gusta.
—¡Me importa una mierda lo que me guste o no! —bramó Jay, la respiración acelerada, el ceño fruncido—. ¡No vamos a hacer nada!
—Mmm… —Gio ladeó la cabeza, disfrutando ver a su esposo así de molesto, con las mejillas encendidas, con los labios hinchados de tanto morderse para no ceder—. Te ves precioso cuando te enojas.
Jay sintió un chispazo de ira pura en la columna.
—¡Hijo de pu—!
No terminó la frase. Aprovechó la cercanía y le clavó los dientes en el hombro con violencia, un mordisco fuerte, decidido, que lo hizo soltar un jadeo entrecortado.
Y en cuanto sintió el cuerpo de Gio tensarse, aprovechó para empujarlo con todas sus fuerzas e intentar escabullirse, gateando sobre la mesa para alejarse.
Pero Gio reaccionó rápido.
Sus manos lo atraparon antes de que pudiera saltar al otro lado y, con un movimiento fluido y brutal, lo jaló de vuelta, empujándolo contra la superficie fría de la mesa.
Jay gruñó, forcejeando, pero la respiración se le cortó cuando sintió el cuerpo de Gio aplastándolo, su pecho pegado a su espalda, su aliento caliente en la nuca.
Y algo más.
Algo duro.
Algo que presionaba contra sus muslos con insistencia.
—Mierda… —Jay sintió que el calor le subía por el rostro hasta las orejas.
Gio soltó una risa grave y ronca contra su cuello, sosteniéndolo con una mano firme en la cintura.
—Mira lo que provocas, amor… —susurró, deslizando la nariz por su piel, dejándole un beso lento detrás de la oreja.
Jay apretó los dientes, el cuerpo tenso bajo él.
—¡Eres un maldito animal, Gio!
—Ajá… —murmuró Gio, deslizando las manos por sus costados, sintiendo cómo temblaba bajo su tacto—. Y tú me haces perder la cabeza.
Jay trató de moverse, pero Gio lo sostuvo con más fuerza, acomodándose mejor contra él, asegurándose de que sintiera cada centímetro de su erección presionando contra sus muslos.
—Dime que no lo quieres.
—No lo quiero.
—Mientes.
—Vete al infierno.
—Te llevo conmigo.
Jay sintió el estómago temblarle.
Mierda.
Mierda, mierda, mierda.
Odiaba perder. Pero con Gio… siempre terminaba haciéndolo.