En una ciudad donde las apariencias son engañosas, Helena era la mujer perfecta: empresaria y una fiscal exitosa, amiga leal y esposa ejemplar. Pero su trágica muerte despierta un torbellino de secretos ocultos y traiciones. Cuando la policía inicia la investigación, se revela que Helena no era quien decía ser. Bajo su sonrisa impecable, ocultaba amores prohibidos, enemistades en cada esquina y un oscuro plan para desmantelar la empresa familiar de su esposo,o eso parecía.
A medida que el círculo de sospechosos y los investigadores comienzan a armar piezas clave en un juego de intrigas donde las lealtades son puestas a prueba
En un mundo donde nadie dice toda la verdad y todos tienen algo que ocultar, todo lo que parecía una investigación de un asesinato termina desatando una ola de secretos bien guardado que va descubriendo poco a poco.Descubrir quién mató a Helena podría ser más difícil de lo que pensaban.
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Capítulo 6: La Hidra
El caos reinaba en la comisaría cuando Montero llegó. Un equipo forense trabajaba en la celda de Fernando Quintero mientras los oficiales corrían de un lado a otro, tratando de entender cómo un recluso de tal perfil había muerto bajo su vigilancia.
—La prensa ya está afuera —informó Ortiz, interceptando a Montero en el pasillo—. El comisario está dando una declaración preliminar sobre un "aparente suicidio".
—Necesito ver el cuerpo y las grabaciones —exigió Montero, ignorando el tumulto—. Y quiero hablar con el guardia que abandonó su puesto.
La celda era pequeña y austera. El cuerpo de Fernando yacía cubierto por una sábana, pero Montero pudo ver las marcas en su cuello cuando el médico forense lo descubrió brevemente.
—A primera vista, parece asfixia por ahorcamiento —explicó el forense—. Utilizó las sábanas atadas a los barrotes superiores. Clásico suicidio carcelario.
—¿Notó algo inusual? —preguntó Montero, examinando cuidadosamente la escena.
El médico dudó un instante.
—Hay algo... —admitió finalmente—. Las marcas en el cuello son consistentes con ahorcamiento, pero hay también una pequeña punción detrás de la oreja izquierda. Podría no ser nada, pero...
—O podría ser todo —completó Montero—. Quiero un análisis toxicológico completo, prioridad máxima.
Las grabaciones de seguridad confirmaron las sospechas de Montero. Exactamente a las 3:47 AM, la cámara que enfocaba la celda de Fernando se apagó durante dos minutos precisos. Cuando volvió a funcionar, Fernando ya colgaba inerte de los barrotes.
—Esto fue profesional —murmuró Montero—. Sincronizado al segundo.
El guardia, un hombre de mediana edad llamado Martínez, parecía genuinamente confundido.
—Recibí una llamada de central diciendo que había un problema en la entrada este —explicó nerviosamente—. Cuando regresé, ya estaba... ya estaba muerto.
—¿Quién hizo esa llamada? —preguntó Montero.
—No lo sé, señor. La voz me resultó familiar, creí que era Gómez de central, pero él niega haberme llamado.
Montero asintió gravemente. Mientras salía de la sala de interrogatorios, tomó una decisión.
—Ortiz, no confío en nadie en este momento. Vamos a la biblioteca municipal, ahora.
—¿La biblioteca? —preguntó Ortiz, desconcertado.
—Roberto mencionó un USB escondido en un ejemplar de "Crimen y castigo". Si La Hidra eliminó a Fernando, pronto irán tras esa información.
La biblioteca era un edificio antiguo en el centro de la ciudad. A esa hora de la mañana, apenas había visitantes. Montero y Ortiz se dirigieron directamente a la sección de literatura rusa.
Encontraron el libro sin dificultad: una edición gastada de "Crimen y castigo" de Dostoievski.
Montero hojeó el volumen, buscando alguna alteración. En la página 247, encontró lo que buscaba: un pequeño corte en el lomo interior donde se ocultaba una diminuta memoria USB.
—Bingo —susurró, guardándola en su bolsillo—. Salgamos de aquí.
Justo cuando se disponían a marcharse, Montero notó a un hombre con gabardina que fingía leer un periódico cerca de la entrada. Sus ojos seguían cada movimiento de los policías.
—Tenemos compañía —murmuró a Ortiz—. Salida trasera.
Mientras se dirigían hacia la puerta de servicio, el hombre de la gabardina hizo una seña sutil. Dos individuos más aparecieron bloqueando diferentes salidas.
—Estamos rodeados —observó Ortiz, llevando discretamente la mano a su arma.
—No aquí —advirtió Montero—. Hay civiles.
Utilizando las estanterías como cobertura, avanzaron hacia los despachos de los bibliotecarios. Una mujer mayor los miró sorprendida cuando Montero mostró su placa.
—Policía. Necesitamos usar su salida de emergencia.
La mujer asintió y les indicó una puerta disimulada detrás de un archivador. Conducía a un callejón estrecho.
—Llama a refuerzos —ordenó Montero mientras salían al exterior—. Yo iré al apartamento de Helena. Allí podremos revisar esto con seguridad.
—¿Por qué allí?
—Es el último lugar donde buscarían. Oficialmente está precintado como escena del crimen y bajo vigilancia policial.
Montero usó rutas secundarias para asegurarse de no ser seguido. El edificio donde había vivido Helena Valverde parecía tranquilo. El agente de guardia saludó a Montero y le permitió el acceso.
El apartamento mantenía el aspecto impersonal que Montero recordaba. Se dirigió al estudio y encendió el ordenador portátil que habían dejado los técnicos forenses para revisar pruebas En el lugar
La memoria USB estaba protegida con contraseña. Tras varios intentos fallidos, recordó las palabras de la llamada anónima: "donde todo comenzó". Probó con "Quintero" y el dispositivo se desbloqueó.
El contenido era abrumador: documentos, fotografías, grabaciones de audio. Elena había recopilado meticulosamente evidencia durante años. No solo implicaba a Fernando y Ernesto, sino a media docena de altos funcionarios gubernamentales, jueces y empresarios prominentes.
Pero lo más impactante era un archivo titulado "Génesis". Contenía fotografías antiguas de una reunión en una finca rural. En ellas, un joven Fernando Quintero estrechaba la mano de un hombre cuyo rostro resultaba inquietantemente familiar para Montero.
—No puede ser... —murmuró, ampliando la imagen—. Es Carlos Solano.
Carlos Solano, actual Ministro del Interior y candidato presidencial favorito para las próximas elecciones. El hombre que controlaba todas las fuerzas policiales del país.
Un documento adjunto explicaba la conexión: Solano había sido el mentor de Fernando en sus inicios. Juntos habían creado La Hidra, una red de corrupción que se había infiltrado en todas las instituciones del Estado. Fernando era simplemente la cara visible, mientras Solano operaba desde las sombras.
Montero comprendió la magnitud de lo que enfrentaba. No era solo un caso de asesinato; estaba ante una conspiración que alcanzaba los más altos niveles del poder.
Su teléfono vibró. Era un mensaje de Ortiz: "Intentaron interceptarme. Estoy a salvo. No uses canales oficiales. Nos vemos en el punto B."
El punto B era un código entre ellos para un pequeño café alejado del centro donde solían reunirse fuera de servicio. Montero copió rápidamente todos los archivos del USB a un dispositivo personal y lo ocultó en un compartimento secreto de su reloj, un regalo de su padre que ahora resultaba providencial.
Antes de salir del apartamento, llamó al hospital para comprobar el estado de Roberto Valverde. La enfermera le informó que había sido trasladado para pruebas adicionales, pero algo en su tono alertó a Montero.
—¿Quién autorizó ese traslado? —preguntó, sintiendo un nudo en el estómago.
—El Dr. García, hace unos veinte minutos —respondió ella—. Dijo que era urgente.
—Comuníqueme con el Dr. García inmediatamente.
Hubo una pausa antes de que la voz del médico sonara al otro lado.
—¿Inspector Montero? No he autorizado ningún traslado para Roberto Valverde.
Montero sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies.
—Envíe seguridad a su habitación ahora mismo y bloquee todas las salidas del hospital. Valverde ha sido secuestrado.
Cuando llegó al café, Ortiz ya lo esperaba en una mesa discreta al fondo. Su expresión sombría confirmó que las noticias no eran buenas.
—Han desaparecido todas las pruebas de la comisaría —informó en voz baja—. El disco duro donde almacenábamos las copias de seguridad ha sido formateado. Los documentos físicos, robados. Es como si el caso nunca hubiera existido.
—Y Roberto ha sido secuestrado del hospital —añadió Montero—. Están borrando todo.
Le mostró a Ortiz las fotografías de Carlos Solano y le explicó la verdadera naturaleza de La Hidra.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Ortiz—. No podemos confiar en nadie dentro del sistema.
Montero reflexionó un momento antes de responder.
—Aún hay alguien que puede ayudarnos. La persona que me llamó anónimamente conocía a Elena. Dijo algo sobre el álbum familiar de los Quintero.
—¿Crees que se refería a un álbum real?
—Vale la pena averiguarlo. Los padres de Elena y Fernando vivían en una casa en las afueras. Está abandonada desde que murieron, pero sigue perteneciendo a la familia.
Mientras salían del café, Montero notó un coche negro estacionado al otro lado de la calle. No podía distinguir al conductor, pero sintió su mirada sobre ellos.
La caza apenas comenzaba, y ahora ellos eran las presas.