Cheryl solía ser una chica común, adicta a las novelas románticas y a una vida sin sobresaltos… hasta que murió. Ahora ha despertado en el cuerpo de la mujer más odiada de su historia favorita. Pero ella no piensa repetir el final.
Entre seducción, traición y poder, Cheryl jugará con las reglas del imperio para cambiar su destino. Porque esta vez, la villana no está dispuesta a caer.
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Regreso a casa
El sol comenzaba a descender cuando el cuerpo maltrecho de Rhazir cruzó la última duna. Su respiración era pesada, sus piernas temblaban y sus labios estaban secos. A cada paso, el calor del desierto parecía querer devorarlo vivo. Pero allí estaba… tras semanas de huida, dolor y silencio, la silueta del Imperio del Desierto emergía frente a sus ojos. Y no era una ilusión. Una ráfaga de viento levantó la arena, dejando entrever lo imposible: más allá de las grandes murallas de piedra rojiza, se extendía un basto imperio que brillaba bajo el sol como un oasis de ensueño. Cúpulas doradas, torres altas, vegetación, cascadas cayendo entre estructuras talladas en roca y mármol... el corazón del desierto latía con fuerza. Rhazir cayó de rodillas. Estaba tan cerca… tan cerca de casa. Los guardianes de las murallas lo avistaron desde las torres. En cuestión de segundos, un escuadrón descendió por los portones con lanzas alzadas, listos para detener a lo que parecía ser un forastero moribundo.
—¡Detente! ¡No des un paso más! —gritó uno de los capitanes.
El joven alzó el rostro, y por un momento, sus ojos se cruzaron con los del general que lideraba la patrulla. El hombre abrió los ojos con asombro.
—Por los dioses... —murmuró, retrocediendo un paso—. ¡Es… es el príncipe heredero Rhazir!
Sin esperar confirmación, el general se arrodilló de inmediato, y los demás lo imitaron con torpeza y reverencia.
—¡Perdónanos, alteza! ¡No sabíamos…!
Rhazir cayó en los brazos del general, que se apresuró a levantarlo y darle la orden a sus hombres de escoltarlo hasta la ciudad. Las puertas se abrieron como si el mismísimo sol las hubiese hecho ceder. Y dentro... era otro mundo. El Imperio del Desierto, Saevia, estaba más vivo que nunca. El sonido de fuentes cristalinas, risas infantiles y el aroma de las especias flotaban en el aire. Las calles de piedra blanca reflejaban la luz como si fueran hechas de perlas, y entre los jardines crecían árboles frutales imposibles de encontrar en tierras áridas. Un paraíso oculto a ojos del mundo. El general llevó al príncipe directamente al Templo de Sanación, donde los mejores curanderos ya se preparaban.
Mientras tanto, en el Gran Palacio, un soldado ingresó con premura en el salón principal. La sala del trono resplandecía bajo los cristales carmesíes del techo, y en el trono, con postura imponente, la reina Zareen escuchaba los reportes de la corte. Su cabello ya mostraba algunas canas, pero sus ojos tenían la misma fuerza de los años en que lideró campañas para defender su imperio. Su porte, digno y majestuoso, no admitía duda: era una reina temida y amada. El soldado se arrodilló.
—Su majestad… el príncipe heredero ha regresado.
Zareen se puso de pie con una sacudida. La corona de rubíes brilló al moverse. Bajó los escalones con prisa poco digna, tomó al soldado por los hombros y lo miró directo a los ojos.
—¿Dónde está mi hijo?
El soldado sonrió.
—Está bien, majestad. Llegó deshidratado, pero está con los sanadores. Se salvó por muy poco.
La reina soltó un suspiro entrecortado, y sin más palabras, se giró y partió al templo a toda prisa. Allí, entre incienso y cánticos suaves, el cuerpo de Rhazir descansaba sobre una cama de mármol rodeada de seda. Un hombre mayor, de túnica verde y mirada serena, se acercó para recibirla.
—Majestad —inclinó la cabeza con respeto.
—¿Qué le pasó? —preguntó Zareen, apenas controlando las lágrimas—. ¿Cómo pudo llegar tan lejos sin morir en el intento?
El sanador tomó aire.
—El camino fue cruel… pero alguien con un maná de sanación extremadamente poderoso lo tocó. Esa energía aún lo protege. Sin ella, su hijo no habría llegado vivo a casa.
La reina llevó las manos a la boca. Lágrimas silenciosas rodaban por sus mejillas.
—Que los dioses bendigan las manos de esa persona... —susurró, con devoción.
Se acercó a la camilla, acarició el rostro de su hijo con ternura y besó su frente.
—Mi pequeño sol… has regresado a casa.
El sanador sonrió.
—Déjelo descansar. Su cuerpo necesita unas horas más para estabilizarse. Luego podrá hablar con él.
Zareen asintió, se incorporó y secó su rostro.
—Cuando despierte, llévenlo al salón de jade. Quiero agradecer personalmente a quien le salvó la vida. Que preparen la recepción. Hoy… el imperio celebra el regreso de su príncipe.
Y con el corazón aún tembloroso, la reina abandonó el templo para anunciarle al palacio la noticia que haría vibrar los muros: el heredero del desierto estaba vivo. La noticia se esparció como fuego en un campo seco. Desde las cocinas hasta las cámaras del consejo, el regreso del príncipe heredero Rhazir corrió de boca en boca, con susurros cada vez más emocionados, asombrados… o furiosos. En el ala oriental del palacio, donde el mármol era rosa pálido y las fuentes entonaban melodías suaves, el harén imperial despertó de su letargo. Ya no existía emperador.
El gran Emperador Qadim había muerto hacía tres lunas, dejando un vacío que solo podía ser llenado por su heredero legítimo. Pero como dictaban las leyes antiguas, hasta que el heredero no tomase su lugar en el trono de jade, quien debía gobernar era la esposa principal del emperador, la única con el título de Reina Soberana. No emperatriz, pues ese título solo vivía a la sombra de su esposo. Cinco mujeres habitaban aún el harén, todas antiguas favoritas del emperador, todas con intereses cruzados. En una de las salas de descanso, adornada con cortinas de seda y cojines bordados, las concubinas escucharon la noticia de labios de una doncella que no pudo contener su emoción.
—¡El príncipe Rhazir ha vuelto! Está vivo… llegó al imperio por sí mismo, aunque muy débil. La Reina Zareen está con él.
Un silencio pesado cayó. Tres de las mujeres se miraron entre sí, y una de ellas —una dama de ojos verdes y piel de ébano— dejó escapar una pequeña sonrisa.
—Entonces... hay esperanza. —dijo con dulzura—. Siempre fue el más justo, el más sabio. El emperador habría querido que él lo sucediera.
—Además —añadió otra con un suspiro—, nosotras solo tuvimos hijas. Nuestro linaje no podría aspirar al trono. Que Rhazir lo tenga, me parece justo.
Pero no todas compartían el entusiasmo. Las otras dos, vestidas con joyas opulentas y peinados altos, cruzaron los brazos con desdén.
—¿Justo? —bufó la mayor de ellas, madre del segundo príncipe—. Rhazir ha estado desaparecido por meses, ¡quién sabe en qué pantano estuvo revolcándose! El imperio ha sobrevivido sin él, y bien podría seguir así.
—Mi hijo estaba listo para ascender —agregó la más joven, madre del tercer príncipe, sus uñas afiladas brillando a la luz—. Y lo habría hecho si no fuera por esa noticia maldita.
Los rostros se endurecieron. Las sonrisas desaparecieron. El harén, siempre adornado con perfumes y falsas risas, se volvió una jaula de serpientes.
Mientras tanto, en el ala de los príncipes, el eco de la noticia alcanzó los muros de piedra.
Allí solo permanecía el segundo príncipe, un joven de mirada orgullosa y temperamento impulsivo. Al oír el regreso de su hermano mayor, apretó la copa entre sus dedos hasta que se hizo trizas contra el suelo.
—¿Está vivo…? —murmuró entre dientes—. No puede ser…
Rhazir había sido siempre la sombra que oscurecía su luz, el hermano perfecto, noble, invencible. Durante su ausencia, el segundo príncipe ya se había visualizado con la corona, sentado en el trono, con toda la corte a sus pies. Ahora... todo se desmoronaba. Lejos de allí, en una de las tantas tabernas de la ciudad, entre música ruidosa, vino y risas vulgares, un hombre joven con mirada indolente alzó su copa de cristal. Su túnica estaba mal abrochada, su barba sin arreglar, y su sonrisa tenía algo de... ironía. El tercer príncipe.
—Brindemos —dijo, inclinándose hacia una bailarina que reía en su regazo—. Por el regreso de mi perfecto hermano. A ver si ahora mamá y el consejo dejan de molestarme con eso del trono.
La copa tintineó. Bebió de un solo trago y luego volvió a reír.
—Qué alivio… de verdad pensé que tendría que gobernar este maldito imperio.
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Nota:
La razón de por que ahora lo llamo Rhazir es por que al principio de la novela mencionamos que el era un príncipe y futuro heredero, pero cuando fue capturado el nunca revelo su identidad, por ende Aery no sabia su verdadero nombre, así que lo llamaba Rael.
Esta novela está muy buena
Gracias por el capítulo 🤩🫶🏻
De ahí en fuera ese imperio debía desaparecer ya que así es la vida real cuando atacas no hay compasión
Gracias por los capítulos, espero más 🤩 muy buena esta esta novela
Ahora veremos como le irá a aery en el imperio de rhazir
Gracias por la actualización
Que bueno que volviste 😊 es una gran historia 💪🏻y ahora está mucho más interesante 🫶🏻😬
dudo que muera pronto, porque su bombón la rescatará tal cual una princesa en aprietos.