Mariza, una mujer con una extraña profesión, y que no cree en el amor, se convierte en la falsa prometida de William, un empresario dispuesto a engañar a su familia con tal de no casarse.
Por cosas del destino, sus vidas logran cruzarse y William al saber que ella es una estafadora profesional, la contrata para así poder evitar el matrimonio.
Lo que ninguno de los dos se espero es que esa decisión los llevaría a unir sus vidas para siempre.
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capítulo 18
El sol apenas asomaba por las gruesas cortinas, filtrando la luz justa para incomodar. Mariza entreabrió los ojos y frunció el ceño. Le dolía la cabeza, la garganta estaba seca y su cuerpo… su cuerpo se sentía extrañamente sensible.
Movió la mano y sintió piel. Caliente. Masculina.
Parpadeó, bajó la mirada y la realidad la golpeó como una cachetada. Estaba completamente desnuda.
—No… no, no, no… —susurró, cerrando los ojos con fuerza.
Volvió a mirar, esperando que fuera una pesadilla etílica, pero ahí estaba William. Dormido, respirando pausadamente, con las sábanas apenas cubriendo su cadera. Su rostro se veía tranquilo, sereno… demasiado atractivo para la estabilidad emocional de Mariza.
—¡Maldición! —exclamó en voz muy baja, sentándose con cuidado y buscando con desesperación sus prendas.
Se recogió el cabello en un moño improvisado y se dirigió al baño. Una ducha, pensó. Tal vez si me baño, me reconfiguro como ser humano.
El agua tibia no solo arrastró el sudor y el rímel corrido, sino también una creciente culpa. Mientras el vapor empañaba el espejo, se miró fijamente y murmuró:
—¿Qué parte de “no duermes con tus clientes” no entiendes, Mariza?
Sus dedos se apretaron contra el lavamanos. Sabía que no había nada oficial entre ellos. Que lo suyo con William era un compromiso falso, una fachada. Y, sin embargo, la noche anterior había sido muy real. Demasiado real. Tanto así que todo su cuerpo tenía marcas de besos, y de las manos de William.
Se vistió con rapidez, salió del baño en puntillas y, al ver que William seguía profundamente dormido, respiró aliviada. Tomó su bolso y abrió la puerta con extremo cuidado para no hacer ruido.
Dio apenas tres pasos por el pasillo cuando se topó de frente con Maia.
—¡Ah! —ambas se sobresaltaron.
Maia, con una taza en mano, la miró de arriba abajo. El cabello húmedo, el rostro algo desencajado, la ropa arrugada… Mariza lo dijo todo sin decir una palabra.
—Buenos días —saludó Maia, sonriendo de lado—. ¿Noche intensa?
—Ah… más o menos. Solo… fue un día muy largo —balbuceó Mariza, bajando la mirada.
—Lo noté. Anoche bajé por agua y los vi entrando… tú riendo como loca y William haciendo no sé qué clase de baile extraño.
Mariza se tapó la cara con la mano.
—¿Nos viste?
—Tranquila, no estaban desnudos ni nada —añadió Maia divertida—, pero sí los más borrachos que he visto en mi vida. No sabía que mi hermano sabía hacer muecas.
—Yo tampoco —murmuró Mariza, forzando una sonrisa.
Maia se inclinó ligeramente hacia ella, como quien comparte un secreto.
—Mira, solo voy a decir esto una vez. William no es el tipo fácil. Ni en lo emocional, ni en lo físico. Si lograste sacarle una sonrisa y hacerlo actuar como un idiota enamorado… no sé si deberías huir o quedarte.
Mariza tragó saliva.
—Tengo asuntos importantes que atender. No estoy huyendo, Maia.
Ella sonrió con picardía y, dejándola pasar, le recordó:
—Bien, ve tranquila. Recuerda que esta tarde debemos ir con la modista para ajustar tu vestido.
Mariza asintió y, prácticamente corriendo, bajó las escaleras y se marchó antes de que alguien más la viera.
, no podías ser tan wey, como vas y besas a esa cucaracha mal habida