La historia de Zander y Yoriko continúa en esta segunda parte llena de misterios, acción y mucho romance
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Capítulo XVII
Por fin el día había llegado. Era la única oportunidad que tenían para completar la tarea. El sol empezaba a asomar en el horizonte, pintando el cielo con matices de naranja y rosa. Zander y Kendo ya estaban preparados para actuar. Se los notaba bastante nerviosos a ambos, no había vuelta atrás.
- ¿Estás listo? - Zander preguntó, con un tono de voz firme, tratando de disimular su propia tensión.
- Creo que sí. - Kendo respondió, su voz temblaba ligeramente.
- Te necesito concentrado y atento. - Zander insistió.
- Lo estoy, lo estoy. - Kendo aseguró, tratando de contener los nervios.
- Muy bien, andando. - Zander dijo, y ambos emprendieron el viaje hacia el sitio que habían pactado.
El nerviosismo se notaba en el ambiente. Intentaban disimularlo, pero no se les hacía nada fácil. Cada paso que daban, cada respiración, era un testimonio de su inquietud.
- ¿Y si sale mal? - Kendo preguntó, con un tono de voz tembloroso.
- No llames a la mala suerte. Todo saldrá bien. - Zander respondió, tratando de mantener la calma.
Ya estaban en el lugar. Solo debían posicionarse cada cual en su sitio y esperar. Zander se puso a vigilar y mandó a Kendo a esperar en la ruta que usarían para el escape. El plan era simple, pero el riesgo era inmenso.
La mañana se convertía en un escenario tenso, lleno de incertidumbre. Cada segundo parecía una eternidad.
Habían pasado un par de horas con una quietud aterradora, la famosa calma previa a la tormenta. Esperar tanto era bastante frustrante y estaban empezando a aparecer las dudas, los miedos y todos esos sentimientos que lo complican todo. Zander comenzó a sentir una inquietud creciente, como si una manada de mariposas le volaran en el estómago. ¿Habían calculado mal el tiempo? ¿Estaban en el lugar correcto? ¿Habían perdido la oportunidad?
Ya cerca del mediodía, en lo lejos del camino, se empezaron a divisar los primeros carros de la caravana. ¡Había llegado la hora! Solo restaba divisar el correcto y lanzarse a por la mercancía. Los carros iban pasando de a uno y nada, no había señales del cofre en ningún lado. ¿Acaso ellos se habían dado cuenta de que podían asaltarlos? Si era así, cambiaron de cofre o lo ocultaron muy bien. La incertidumbre se apoderó de Zander. ¿Habían fracasado antes de iniciar la acción?
El silencio se volvió aún más tenso. La espera, antes un momento de preparación, ahora se convertía en un tormento. Cada carro que pasaba aumentaba la presión, la angustia y la duda. Zander tenía que mantener la calma, tenía que pensar con claridad. No podía permitir que el miedo lo consumiera.
Todas las dudas fueron despejadas cuando en la mitad del convoy se vio el cofre. Era un cofre extraordinario, de madera noble tallada con detalles exquisitos. Su superficie brillaba con un acabado pulido que reflejaba la luz del sol. No era muy grande, pero era imposible ignorarlo. Estaba adornado con incrustaciones de oro y piedras preciosas, que le daban un aire de lujo y exclusividad. ¿Cuánta confianza tenían que ni siquiera estaba bien cubierto? Se encontraba sobre un carro de madera robusta, con una tela fina de seda roja cubriéndolo de forma ligeramente despreocupada.
Era ahora o nunca. Zander se metió en el camino vestido de mendigo, para pasar desapercibido. Su ropa sucia y desgastada lo hacía parecer un humilde plebeyo, un espectáculo común en esas rutas comerciales. Por el momento, todo estaba saliendo a la perfección. Los chinos lo ignoraron completamente, parecía que sería súper sencillo de completar. Alcanzó a llegar hasta el carro que contenía el cofre.
Era indescriptible. ¿Cómo una caja tan pequeña podía ser tan lujosa? Cubierta de grabados en una lengua desconocida para él. Se olvidó un poco de que debía salir inmediatamente de allí. La curiosidad le había ganado. No pudo evitar abrir el cofre. Necesitaba ver qué era tan importante para Van. Al hacerlo, se encontró con una manzana. Sí, una manzana, pero esta no era igual a las demás. Ésta era una fruta de color dorado, tenía un aspecto poco apetecible, es más, parecía ser una pieza de oro sólido. Debía tomarla y largarse de allí. Volvió en sí y, sin saber el valor real del objeto, lo tomó con cofre y todo para correr hacia donde estaba esperando Kendo.
Pero no contaba con que uno de los custodios se había dado cuenta de su presencia y rápidamente se movió para atraparlo.
- ¡Oye! ¿Qué estás haciendo ahí?-
Zander se sobresaltó, se asustó al ser descubierto, pero ya era tarde para huir de él. El custodio, se abalanzó sobre el con una furia descomunal e intentó sujetarlo, al ver cómo se venía sin intenciones de parar, Zander en un acto instintivo, sacó su puñal y lo introdujo violentamente en el pecho del desafortunado sujeto. Obviamente antes de perecer, dió la voz de alerta e inmediatamente alertó a los demás guardias que acudieron al llamado.
Al ver que se acercaban los hombres y que era una batalla que no podria ganar, Zander se echó a correr. Corrió lo más rápido que pudo mientras le iban disparando, que situación tan caótica, tenía que perderlos si o si. Era bastante difícil hacerlo, más con un objeto tan valioso como lo era ese cofre. Corrió sin parar, hasta no escuchar más a sus perseguidores, avanzó hasta donde se encontraba Kendo, muy lejos de la acción, ¡Lo habían logrado!.
Antes de llegar con su joven compañero, sintió como de golpe todas las fuerzas y energías que tenía se desvanecieron. Simplemente se desplomó en el suelo. Kendo se apresuró a socorrerlo, al verlo más de cerca, se dio cuenta de que había recibido un disparo. La adrenalina había causado que no se diera cuenta hasta que el efecto pasó.
El dolor se apoderó de Zander como una ola de fuego. Su respiración se volvió agitada, su visión se empañó y sus miembros comenzaron a entumecerse. El cuerpo de Zander temblaba inconscientemente, como si estuviera en medio de un terremoto.
Kendo se arrodilló junto a él, sus ojos se llenaron de pánico. La sangre manchaba la ropa de Zander, formando un charco oscuro en la tierra.
- ¡Zander! ¡Zander! - Kendo gritó, su voz temblaba de miedo y desesperación.
- Kendo... - Zander susurró, sus palabras eran entrecortadas y débiles. - Tenemos que irnos... -
Kendo se dio cuenta de que no podía dejar a Zander ahí. Tenía que sacarlo de ese lugar lo más rápido posible. Tomó a Zander en sus brazos, a pesar de su peso y su dolor, lo levantó con todas sus fuerzas.
Kendo corrió con Zander en brazos, la sangre manchaba su ropa, pero no se detuvo. Sabía que tenían que llegar a un lugar seguro, a un lugar donde pudieran curar a Zander.
- ¡Tranquilo amigo! No es nada, te pondrás bien-
-No te preocupes Kendo, parece que me llegó la hora-
- No digas eso, te recuperarás ya vas a ver-
- No puedes hacer nada amigo mío, solo quiero que me hagas dos favores-
- Lo que quieras, solo pidemelo-
Zander se acercó al oído de Kendo y le dió varias instrucciones para seguir adelante con su vida, que hacer con la ganancia del trabajo y lo que debía hacer con su cuerpo, Kendo entre lágrimas escuchaba atentamente las palabras de su amigo, habían formado una amistad muy fuerte a pesar del poco tiempo que llevaban de conocerse.
Después de decir su última voluntad y con una muestra de satisfacción en su rostro acompañado de su último aliento, nuestro tan querido y extraño amigo abandonó el mundo de los vivos para siempre.