En una pequeña sala oscura, un joven se encuentra cara a cara con Madame Mey, una narradora enigmática cuyas historias parecen más reales de lo que deberían ser. Con cada palabra, Madame Mey teje relatos llenos de misterio y venganza, llevando al joven por un sendero donde el pasado y el presente se entrelazan de formas inquietantes.
Obsesionado por la primera historia que escucha, el joven se ve atraído una y otra vez hacia esa sala, buscando respuestas a las preguntas que lo atormentan. Pero mientras Madame Mey continúa relatando vidas marcadas por traiciones, cambios de identidad, y venganzas sangrientas, el joven comienza a preguntarse si está descubriendo secretos ajenos... o si está atrapado en un relato del que no podrá escapar.
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Ella no hace más que su trabajo
Hizo una pausa, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Corta mi carne.
Las palabras eran una orden final, la señal de que, en su mente, Cariot ya estaba completamente bajo su control.
Sin decir una palabra, Cariot se acercó a la mesa. Tomó el cuchillo y el tenedor con la misma frialdad que había mostrado siempre, y comenzó a cortar la carne. Sus movimientos eran suaves, precisos, como si estuviera realizando una coreografía bien ensayada. El sonido del cuchillo contra el plato resonaba suavemente en el aire, y durante unos segundos, solo ese ruido llenaba la habitación.
Alistair la observaba con una sonrisa satisfecho. Había ganado. O al menos, eso creía
—Has hecho bien tu trabajo, Cariot —dijo él, mirándola desde su trono de piel—. Es casi como si te hubiera entrenado yo mismo.
Cariot no respondió, solo inclinó ligeramente la cabeza en señal de reconocimiento. Sus ojos, escondidos bajo sus pestañas, observaban con precisión cada movimiento del hombre.
—Corta un poco más —ordenó, extendiendo su plato hacia ella.
Sus manos se movieron con la misma precisión mecánica de siempre. Pero esta vez, mientras el cuchillo bajaba por última vez, sus ojos se alzaron y lo miraron directamente. El hombre, por un momento, se congeló. Había algo diferente en esa mirada, algo frío y final.
De un solo movimiento, el cuchillo cambió de dirección. La hoja, afilada y limpia, se hundió en la carne equivocada: su garganta.
El hombre intentó gritar, pero solo un gorgoteo ahogado escapó de su boca mientras la sangre manaba de su cuello. Cariot no apartó la mirada. Su rostro permanecía impasible, una expresión de indiferencia mientras el cuerpo de su captor se desplomaba lentamente hacia el suelo.
El silencio fue roto solo por el leve sonido del cuchillo cayendo al suelo, y el golpe sordo de su cuerpo desplomándose a los pies de Cariot.
Mientras el hombre se desangraba a sus pies, Cariot levantó lentamente las manos, observando los guantes blancos ahora manchados de sangre. Los contempló por un instante, como si estuviera midiendo su significado.
—Veo que te gustaron... —fueron las últimas palabras que el hombre le había dicho antes de morir, pero ahora, los guantes solo simbolizaban su caída.
—Sonríe — Cariot agarro la cámara y tomo una hermosa foto, — esta si es una obra de arte —Dijo mientras le lanzaba la foto.
Con un movimiento lento, casi ritual, Cariot se quitó los guantes blancos, ahora manchados con la sangre de Alistair, y los dejó caer sobre la mesa. Mientras su cuerpo se desplomaba hacia adelante, sus ojos perdieron el brillo. La sangre seguía fluyendo, manchando el mantel y sus ropas.
El sonido de su cuerpo cayendo al suelo fue suave, casi imperceptible.
Cariot se enderezó, limpiándose las manos con el borde de la servilleta. Durante unos segundos, simplemente observó el cadáver de Alistair a sus pies, su rostro completamente inexpresivo. Luego, sin una palabra, dio media vuelta y salió de la habitación, dejando atrás el cuerpo y la mansión que había sido su prisión.
El aire frío de la noche la recibió cuando salió al exterior. El viento agitaba suavemente su cabello mientras caminaba hacia el jardín. A lo lejos, las luces de la ciudad titilaban en la oscuridad, ajenas al caos que acababa de desatarse dentro de esa casa.
Cariot se detuvo por un momento y respiró profundamente. El sabor del aire fresco en su boca era como la primera bocanada de libertad en años. A su alrededor, todo estaba tranquilo, pero dentro de ella, algo había cambiado. Alistair estaba muerto. Su venganza estaba completa.
Sin mirar atrás, se perdió entre las sombras de la noche, sabiendo que nunca más volvería a ser una víctima.
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El silencio se instaló en la pequeña sala, como una cortina pesada que había caído al final de un acto macabro. El joven no podía apartar los ojos de Madame Mey, su mente todavía atrapada en las imágenes de la historia de Cariot. Las luces en la habitación parecían más tenues de lo habitual, como si incluso ellas hubieran sido afectadas por el oscuro relato.
Madame Mey permanecía en su silla, con las manos cruzadas sobre su regazo, su rostro impasible. Una sonrisa apenas perceptible jugaba en sus labios, pero sus ojos seguían siendo dos pozos profundos que lo observaban, esperando algo.
—¿Qué te ha parecido la historia? —preguntó ella con suavidad, su voz apenas un susurro, como si el mero acto de hablar pudiera romper el frágil equilibrio del momento.
El joven tragó saliva, intentando sacudirse el escalofrío que recorría su espalda.
—Fue... brutal —murmuró, su voz temblorosa—. No puedo creer cómo... cómo ella... —Su mirada cayó al suelo, incapaz de terminar la frase.
Madame Mey inclinó ligeramente la cabeza, su sonrisa se hizo más visible.
—Ah, querido, la brutalidad es solo una cara de la moneda —respondió, su tono suave pero lleno de significado—. Cariot, como muchas almas en este mundo, simplemente hizo lo que debía hacer. La paciencia, el silencio... a veces esas son las mejores armas.
El joven levantó la cabeza, sintiendo un nudo formarse en su garganta. Había algo en la forma en que Madame Mey hablaba de Cariot que lo inquietaba, como si hubiera más en la historia de lo que él podía comprender.
—¿Qué le pasó a Cariot después? —preguntó, esperando que la historia no terminara con el simple escape.
Madame Mey lo miró durante unos segundos más largos de lo normal, como si estuviera decidiendo si debía compartir más.
—Eso, mi querido, no importa tanto. Lo que importa es que encontró su libertad, ¿no crees? —susurró—. Pero la libertad... siempre tiene un precio. Un precio que pocos están dispuestos a pagar. —Sus ojos brillaron por un instante con una intensidad peligrosa—. ¿Tú lo pagarías?
El joven sintió un escalofrío recorrer su cuerpo ante la pregunta. No estaba seguro de si era una pregunta retórica o si Madame realmente esperaba una respuesta.
—No lo sé... —murmuró.
Madame Mey sonrió más ampliamente ahora, pero el gesto seguía siendo frío, calculador.
ya muero por leerla 👀😌