En la bulliciosa ciudad decorada con luces festivas y el aroma de la temporada navideña, Jasón Carter, un exitoso empresario de publicidad, lucha por equilibrar su trabajo y la crianza de su hija pequeña, Emma, tras la reciente muerte de su esposa. Cuando Abby, una joven huérfana que trabaja como limpiadora en el edificio donde se encuentra la empresa, entra en sus vidas, su presencia transforma todo, dándoles a padre e hija una nueva perspectiva en medio de las vísperas navideñas.
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Una propuesta interesante
La tensión de la mañana anterior todavía rondaba en la mente de Jasón cuando llegó a su oficina al día siguiente. Había pasado la noche repasando la escena que había presenciado entre Abby y su pequeña hija. Emma había hablado de la joven con una calidez que no mostraba hacia nadie desde que su madre había fallecido. Y Jasón no podía ignorar la posibilidad de que algo en aquella muchacha había conectado con su hija, algo que ninguna niñera o terapeuta había logrado.
El recuerdo lo perseguía mientras hojeaba un informe de una campaña publicitaria. Estaba sentado frente a su escritorio, pero apenas podía concentrarse. Las cifras y las gráficas parecían desvanecerse mientras su mente regresaba a la sonrisa que había iluminado el rostro de Emma. Era como si, por primera vez en años, su hija hubiera encontrado a alguien con quien se sentía segura.
Su intercomunicador sonó, sacándolo de sus pensamientos.
—Señor Carter, hay una joven aquí. Su nombre es Abby… —la recepcionista hizo una pausa que dejó entrever su desconcierto— …es una de las empleadas de limpieza. Dice que le gustaría hablar con usted.
Jasón frunció el ceño. ¿Por qué querría hablar con él?, se preguntó mientras cerraba el informe y lo dejaba sobre el escritorio. Con un suspiro, pulsó el botón del intercomunicador.
—Hágala pasar— dijo, su tono más serio de lo habitual.
No era común que los empleados de limpieza solicitaran hablar con él, y menos aún después del incidente de ayer. Sabía que no era razonable culparla por lo que había sucedido, pero la situación lo había descolocado lo suficiente como para estar alerta.
Unos minutos después, Abby apareció en la puerta. Llevaba el uniforme de limpieza, y aunque intentaba mantener la compostura, no podía ocultar el leve nerviosismo en su expresión. Jasón se levantó de su silla ejecutiva y, con un gesto, le indicó que tomara asiento frente a su escritorio.
—Buenos días, señorita— comenzó, su tono medido y profesional. —¿En qué puedo ayudarla?
Abby apretó las manos sobre su regazo y lo miró directamente a los ojos, a pesar de su incomodidad. Había algo en su mirada que hablaba de sinceridad, una cualidad que Jasón no estaba acostumbrado a ver en sus interacciones laborales.
—Señor Carter— comenzó ella, con voz algo temblorosa— quiero disculparme por lo de ayer. No fue mi intención causarle problemas. Emma… digo, su hija… simplemente apareció mientras yo trabajaba, y… bueno, terminamos hablando. Le juro que no sabía que se había escapado. De haberlo sabido, habría avisado inmediatamente.
Jasón levantó una mano, interrumpiéndola suavemente.
—Lo entiendo, y no estoy aquí para culparla. Si algo debo hacer es agradecer que Emma estuviera en buenas manos. Pero me intriga por qué está aquí en realidad— dijo, ladeando ligeramente la cabeza. —No creo que haya venido solo para pedir disculpas por algo en lo que no tuvo responsabilidad directa.
Abby respiró hondo, como si se preparara para algo importante.
—Es sobre Emma. Ayer, mientras charlábamos, ella mencionó que no le gustan las niñeras— dijo, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Y… aunque esto puede sonar atrevido, creo que podría ayudarla.
Jasón arqueó una ceja, sorprendido, pero no dijo nada, instándola a continuar.
—No digo que quiera ser su niñera —aclaró rápidamente—. Pero por lo poco que hablé con ella, me di cuenta de que Emma necesita algo diferente. Alguien que la escuche, que no intente reemplazar a su madre ni imponerle reglas desde el principio. Siento que... bueno, que conectamos. Y si usted lo permite, podría pasar tiempo con ella después de mis horas de trabajo. Tal vez ayudarla a sentirse más cómoda… o mientras ella está aquí y usted trabaja.
Jasón se recargó en su silla, cruzando los brazos. La propuesta era inusual, incluso atrevida, pero no podía negar que había algo de verdad en lo que Abby decía. La conexión entre ambas había sido evidente, y Emma parecía diferente, más tranquila, cuando estaba con la joven.
—Es una propuesta interesante… —dijo finalmente. Su tono era neutral, pero sus ojos mostraban una pizca de curiosidad. —Pero necesito estar seguro de que esto no interferirá con su trabajo aquí.
—No lo hará, señor Carter. Me comprometo a cumplir con todas mis responsabilidades— respondió Abby, con una firmeza que sorprendió a Jasón.
Hubo un momento de silencio en el que él evaluó cada palabra que había dicho. Finalmente, inclinó la cabeza ligeramente.
—Bien. Podemos intentarlo, pero con ciertas condiciones… —su tono se volvió más serio, casi paternal—. Si en algún momento siento que esto no es lo mejor para Emma, tendremos que detenerlo. ¿De acuerdo?
Abby asintió rápidamente, aliviada.
—De acuerdo. Gracias, señor Carter. Prometo hacer mi mejor esfuerzo.
Jasón se inclinó un poco hacia adelante, observándola detenidamente.
—Por favor, llámame Jasón. Si vamos a trabajar juntos en esto, no hace falta tanta formalidad.
Abby sonrió levemente y asintió.
—Gracias… Jasón.
Cuando salió de la oficina, Jasón se quedó mirando la puerta cerrada por unos segundos. Había algo en aquella joven que lo desconcertaba. No era solo su forma de hablar o su actitud; era la calma que parecía traer consigo, como si todo a su alrededor se volviera un poco más fácil de manejar.
—Quizás— pensó para sí mismo— esta Navidad no sea tan mala después de todo.
Sin embargo, el empresario dentro de él no podía dejar de lado la prudencia. Pulsó el intercomunicador y habló con su secretaria.
—Averigua todo lo que puedas sobre Abby— dijo, su tono frío y directo. —Necesito saber quién es y qué historia tiene. No puedo permitir que cualquier persona esté cerca de Emma.
—Enseguida, señor Carter— respondió la mujer.
Mientras esperaba los resultados, Jasón volvió a sentarse y miró por la ventana de su oficina. La ciudad brillaba con luces y decoraciones navideñas, pero su mente estaba en otro lugar. Pensaba en Emma, en lo mucho que había cambiado desde la muerte de su madre.
Antes, su hija era una niña risueña, llena de energía. Ahora, parecía más pequeña de lo que era, como si la pérdida la hubiera encogido por dentro. Jasón se culpaba por no haber podido llenar ese vacío, pero también sabía que no podía ser todo para ella. Era una herida demasiado grande para sanar solo con amor paternal.
Y luego estaba Abby. Una joven que, con solo unas horas, había logrado que Emma sonriera de nuevo. ¿Qué tenía esa chica que la hacía tan especial? ¿Qué veía Emma en ella que no veía en los demás?
Jasón sabía que no podía dejar esto al azar. Por mucho que quisiera creer en lo mejor de las personas, también entendía que su responsabilidad como padre era proteger a su hija a toda costa. Y, aunque había algo en Abby que le inspiraba confianza, no podía bajar la guardia todavía.
A medida que el día avanzaba, Jasón se dio cuenta de que había tomado una decisión. Estaría atento. Le daría una oportunidad a Abby, pero no sin antes asegurarse de que merecía la confianza que le estaba dando.
Porque, al final del día, Emma era lo más importante de su vida.