En un mundo donde algunas personas nacen con un don especial conocido como "afinidad", el destino de muchos se entrelaza con las fuerzas de la naturaleza y las capacidades humanas. Estas afinidades no son simples talentos, sino conexiones profundas con elementos como el fuego, el agua, la tierra, el viento, o incluso con aspectos más abstractos como la sabiduría, la fuerza o la percepción.
Nezu, un joven enigmático, tiene la misión de proteger a toda costa un antiguo tesoro en forma de espada. Codiciado por muchos y envuelto en misterio, este tesoro oculta secretos que podrían cambiar el destino de su mundo.
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Bendita Máscara
El Palacio de Luxoria se alzaba como un monumento al esplendor, con paredes de mármol blanco que brillaban bajo la luz de un sol perpetuo. Las decoraciones doradas recorrían los marcos de las ventanas y las columnas, cada una tallada con delicados relieves de flores y aves. Los candelabros de cristal reflejaban destellos de arcoíris en los salones, mientras alfombras de seda roja conducían a puertas dobles ornamentadas con filigranas. Era un lugar donde el lujo no solo se mostraba, sino que casi podía sentirse en el aire, cargado de perfumes florales y música suave que resonaba en los pasillos.
Más allá de la opulencia, se encontraba un patio amplio y sencillo, rodeado de altos muros de piedra lisa. Era un contraste marcado con el resto del palacio, con un césped verde y perfectamente cuidado que se extendía sin interrupciones. No había adornos, armas ni obstáculos, solo la serenidad de un espacio dedicado al entrenamiento.
En el centro de ese patio, dos niños de aproximadamente diez años estaban enfrentados. Una niña de cabello negro, intenso como el ala de un cuervo, y un joven de rostro tranquilo, con mechones oscuros que caían sobre sus ojos. Ambos sostenían espadas de madera, aunque el enfoque de cada uno no podría ser más distinto. La niña, Neexa, ejecutaba sus movimientos con precisión y ferocidad, cada golpe resonando con tal fuerza que movía a Nezu, quien apenas lograba bloquearlos. Por su parte, él se veía distante, casi indiferente, como si el entrenamiento no tuviera importancia alguna para él.
Observando desde un costado, una mujer alta y esbelta, Kaia, mantenía los brazos cruzados. Su mirada alternaba entre los jóvenes combatientes y un tercer niño que estaba junto a ella. Este último, de cabello corto y celeste, sostenía una espada de madera con ambas manos, pero no se movía. Su postura era rígida, y su expresión denotaba inseguridad.
—Orion —dijo Kaia con voz firme, sin apartar los ojos del enfrentamiento—, debes aprender a seguir el ritmo. Neexa y Nezu avanzan rápido, y tú te estás quedando atrás.
Orion asintió cabizbajo, apretando con fuerza la empuñadura de la espada. —Los alcanzaré —murmuró, aunque su voz no sonaba del todo convencida.
Kaia suspiró, dejando escapar una leve sonrisa que no ocultaba del todo su exasperación. —Si eso es demasiado para ti, al menos intenta alcanzar a Nezu. Neexa es una genio en todos los sentidos, pero Nezu... —Se detuvo, evaluando al joven que en ese momento apenas bloqueaba otro ataque feroz de Neexa. —Él tiene mucho que aprender aún.
En el centro del patio, Neexa lanzó un movimiento rápido y desarmó a Nezu con un golpe limpio. La espada de madera de él cayó al suelo con un ruido sordo, y ella bajó la suya con un gesto triunfante. Se giró hacia Kaia, con una sonrisa de suficiencia.
—Gané otra vez. ¿Ya puedo irme? —dijo con un tono que combinaba burla y aburrimiento.
Kaia negó con la cabeza. —No has ganado.
Neexa frunció el ceño. —¿Qué? Claro que gané. Nezu no tiene su arma.
—Eso no significa que hayas ganado. —Kaia caminó unos pasos hacia el centro del patio, observando a Nezu, quien permanecía quieto, mirando su espada caída como si no estuviera interesado en recogerla. Luego dirigió su mirada a Neexa—. Si crees que una pelea termina cuando el oponente pierde su arma, entonces tienes mucho que aprender.
Neexa dejó escapar un suspiro pesado, moviendo los hombros con una mezcla de cansancio y frustración. —¿Por qué alargas esto, Nezu? —preguntó, con un dejo de irritación en su voz.
Nezu se encogió de hombros despreocupadamente, con una expresión que casi rozaba la indiferencia. —Si no hago esto, la maestra no me dejará comer.
Desde el costado, Orion levantó su espada de madera y gritó con entusiasmo: —¡Ánimo, Nezu! ¡Gánale a Neexa, usa todo lo que has aprendido!
Nezu parpadeó, mirando de reojo al joven de cabello celeste, y repitió, con un tono neutral: —¿Todo lo que aprendí?
Antes de que pudiera reflexionar sobre esas palabras, Neexa no le dio tregua. Con un rápido movimiento, lanzó una estocada que derribó a Nezu al suelo, dejándolo boca arriba sobre el césped. Ella, con una sonrisa de superioridad, levantó la espada, lista para declarar su victoria.
—Ahora sí he ganado —empezó a decir, pero su celebración fue interrumpida.
Con movimientos lentos pero firmes, Nezu se levantó del suelo, sacudiéndose el polvo como si el golpe no le hubiera afectado.
—Qué terco eres —bufó Neexa, cruzando los brazos por un momento. Luego, su tono se volvió más cortante mientras avanzaba hacia él con pasos decididos—. Ya te ganaste la comida, así que quédate en el suelo.
Nezu no respondió. En cambio, comenzó a retroceder, esquivando los ataques de Neexa con una fluidez que parecía casi casual. Cada golpe que lanzaba ella se encontraba con el aire vacío, y su paciencia comenzaba a agotarse.
—¡No importa cuánto te esfuerces! —gritó Neexa, con la frustración dibujada en su rostro—. Aunque ganes, no obtendrás nada. ¡Al menos yo podré ver a mi madre!
Nezu se detuvo en seco. Sus ojos, normalmente apáticos, se abrieron de par en par. En silencio, esquivó el siguiente ataque de Neexa, pero esta vez no solo evitó el golpe. En un movimiento rápido y calculado, contraatacó, golpeando a Neexa en el estómago con su espada de madera.
La fuerza del impacto hizo que Neexa retrocediera tambaleándose, llevándose una mano al estómago con sorpresa. Antes de que pudiera reaccionar, Nezu se agachó y recogió su espada del suelo. Con un giro inesperado y lleno de precisión, lanzó un golpe contra la espada de Neexa, haciendo que esta casi perdiera el equilibrio.
La presión del impacto era algo que Neexa jamás había sentido antes en un entrenamiento con Nezu. Sus piernas cedieron, y cayó al suelo. Cuando levantó la mirada, la punta de la espada de madera de Nezu apuntaba directamente hacia ella.
Kaia observó la escena con los ojos entrecerrados, como si no pudiera creer lo que acababa de ocurrir. Finalmente, dejó escapar una exclamación de sorpresa y aprobación:
—¡Nezu ha ganado!
Orion miraba a su compañero con una mezcla de admiración y asombro, mientras Neexa permanecía en el suelo, incapaz de procesar lo sucedido. Nezu, por su parte, simplemente bajó su espada y dio un paso atrás.
Orion, lleno de emoción, corrió hacia Nezu con los brazos abiertos. Sin pensarlo, se lanzó sobre él, derribándolo al suelo mientras reía.
—¡Lo hiciste, Nezu! ¡Le ganaste a Neexa! —exclamó con entusiasmo, abrazándolo con fuerza.
Nezu, aún en el suelo y con la expresión estoica de siempre, no hizo el más mínimo esfuerzo por detenerlo. Finalmente, ambos se levantaron mientras Orion seguía sonriendo, ajeno al ambiente algo tenso.
Por su parte, Neexa se levantó lentamente, con la mirada fija en el césped. Sin decir nada, retrocedió unos pasos, cruzando los brazos con fuerza.
Kaia, que había observado toda la escena con interés, se acercó a Nezu y se arrodilló frente a él, mirándolo directamente a los ojos.
—Nezu, ¿cómo hiciste eso? —preguntó, con un tono que mezclaba curiosidad y asombro.
Nezu ladeó la cabeza con una expresión confundida. —¿Hacer qué?
Kaia lo tomó suavemente por los hombros y lo agitó un poco, como si tratara de sacudirle alguna respuesta. —¡No bromees! Nunca te había visto luchar así. Tus movimientos… tu determinación… ¿de dónde salió todo eso?
Nezu, con su tono tranquilo, respondió: —No lo sé… solo sentí que los movimientos de Neexa eran más lentos.
Kaia se quedó en silencio por un momento, procesando esas palabras. Luego, una sonrisa se dibujó en su rostro mientras se levantaba.
—Nezu, has dado el primer paso para convertirte en un verdadero guerrero —dijo con orgullo en su voz.
Nezu levantó la vista hacia Kaia, sin mostrar emoción, pero con una ligera inclinación de cabeza, como si aceptara su comentario.
Kaia miró a los tres jóvenes y, tras una pausa, añadió: —Eso es todo por hoy. Ya pueden ir a descansar.
Dicho esto, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el interior del palacio, dejando a los tres niños en el patio iluminado por el sol. Orion seguía con una sonrisa radiante, mientras Neexa, en silencio, apretaba los puños, aún procesando lo que acababa de suceder.
Kaia cruzó los pasillos del castillo, rodeada de un lujo que parecía casi excesivo. Los muros estaban revestidos con mármol blanco, tallados con detalles dorados que narraban antiguas hazañas de la realeza. Lámparas de cristal colgaban del techo alto, cada una irradiando una cálida luz dorada que reflejaba en los pisos de granito pulido. Tapices elaborados adornaban las paredes, mostrando escenas de batallas y festivales, mientras que estatuas de mármol y bronce flanqueaban los pasillos, vigilando silenciosamente a cualquiera que pasara.
Kaia avanzaba con paso decidido, ignorando las puertas ornamentadas y los retratos que decoraban su camino, hasta llegar a una de las entradas más imponentes del castillo: la puerta del taller real. Hecha de madera oscura con detalles de oro y grabados que representaban herramientas y armas, la puerta era un recordatorio del lugar que el arte del trabajo manual ocupaba en la corte de Luxoria.
Justo antes de golpear la puerta, una voz detrás de ella rompió el silencio.
—¿Qué piensas decirle al rey? —preguntó una figura femenina.
Kaia se giró lentamente, encontrándose con Astrid. La mujer, de postura recta y mirada fría, llevaba su cabello trenzado de manera impecable y vestía una armadura ligera que contrastaba con el vestido más funcional de Kaia.
—La gente suele saludar primero, Astrid —respondió Kaia con calma, cruzando los brazos.
Astrid arqueó una ceja y sonrió con ironía. —Tú y yo sabemos que no somos "gente".
Kaia suspiró, sin perder la compostura. —Voy a informar al rey sobre el progreso de los niños.
Astrid dio un paso hacia ella, su tono volviéndose más incisivo. —Qué casualidad. Yo también vengo a hablar sobre el progreso… del príncipe.
Sin perder más tiempo, Kaia golpeó la puerta del taller con tres golpes firmes. Desde el interior, una voz profunda y autoritaria les dio permiso para entrar.
Ambas mujeres cruzaron el umbral y, en cuanto lo hicieron, se arrodillaron ante el hombre que ocupaba el centro de la habitación: el rey.
Era un hombre mayor, con una barba espesa entrelazada con mechones grises que marcaban los años de experiencia en su rostro. Aunque su cuerpo reflejaba el paso del tiempo, aún mantenía una presencia imponente, con hombros rectos y movimientos seguros. En ese momento, estaba concentrado tallando un arco de madera en una mesa de trabajo llena de herramientas.
Sin levantar la vista, el rey les dirigió un gesto para que hablaran.
—Majestad, he venido a informarle sobre el progreso de los niños —dijo Kaia, manteniendo la mirada baja.
Astrid, siguiendo su ejemplo, añadió: —Y yo sobre los avances del príncipe, mi señor.
El rey asintió ligeramente, dejando el arco sobre la mesa y mirándolas por primera vez. —Hablen. Las escucho.
Astrid fue la primera en hablar, con un tono seguro y firme que llenaba la habitación.
—El príncipe ha estado avanzando demasiado rápido, majestad. Continúa refinando su estilo con la espada, pero su progreso con otras armas es igualmente impresionante. Su vista es aguda como la de un halcón y su habilidad con el arco es innegable. Además, ya posee la fuerza suficiente para manejar armas pesadas sin problema.
El rey, sin dejar de trabajar en su arco, se tomó unos segundos antes de responder. Su silencio llenó la sala de tensión antes de que simplemente asintiera con la cabeza.
Aprovechando la pausa, Kaia tomó la palabra.
—Orión es un buen aprendiz, majestad, pero no se compara con Nezu o Neexa.
El rey, sin apartar la vista de su trabajo, respondió con voz calmada:
—No importa que sea el peor, Kaia. Mientras tenga a alguien increíblemente fuerte a su lado para acompañar a mi hijo, será suficiente.
Astrid intervino, su tono lleno de confianza.
—Neexa está casi al nivel del príncipe. Su afinidad de "precisión umbral" la hace increíblemente certera. Es un talento innato.
El rey asintió nuevamente, aprobando las palabras de Astrid, pero Kaia continuó con un tema que parecía tener más peso para ella.
—En cuanto a Nezu…
Astrid soltó una risa breve y burlona, interrumpiéndola.
—¿Nezu? Ese niño con ojos muertos no llegará lejos. Carece de lo único que mueve a un verdadero guerrero: la voluntad.
Kaia no retrocedió. En su voz había una mezcla de orgullo y firmeza.
—Nezu dio el primer paso.
El silencio que cayó en la sala fue casi opresivo. Incluso el rey detuvo su trabajo por un momento. Astrid se giró hacia Kaia, su expresión incrédula y llena de sospecha.
—Repítelo —dijo Astrid, su voz cortante.
—Nezu dio el primer paso para entrar en el estado de flujo—afirmó Kaia con firmeza, manteniendo su mirada fija en el rey.
Astrid se levantó de su lugar de golpe, claramente molesta.
—¿Cómo es eso posible? Ni siquiera el príncipe ha logrado entrar en el estado de flujo.
Antes de que pudiera continuar, el rey levantó una mano con calma pero con autoridad, y Astrid se calló de inmediato. Dejó el arco que trabajaba sobre la mesa y se acercó a Kaia, quien seguía arrodillada. Con un gesto inesperadamente gentil, tomó la mano de Kaia y la ayudó a levantarse.
—Cuéntamelo todo —dijo el rey, su voz baja pero llena de interés genuino.
En el gran prado que rodeaba el castillo, los niños disfrutaban de un descanso después del entrenamiento. Neexa permanecía callada, con los brazos cruzados y la mirada fija en el suelo. Orión, incapaz de resistirse, se acercó con una sonrisa burlona.
—¿Qué pasa, Neexa? ¿Todavía te duele perder? —dijo, riendo.
Neexa lo empujó con un gesto brusco, sus ojos oscuros chispeando con molestia.
—Deja de ser tan miserable, celebrando la victoria de alguien más. Es patético.
Orión, lejos de ofenderse, se encogió de hombros con una expresión tranquila.
—Algún día seré yo el que gane.
Neexa chasqueó la lengua y rodó los ojos.
—Eso nunca pasará.
Se giró hacia Nezu, quien estaba tendido en la hierba, mirando al cielo con una expresión ausente. Sus ojos parecían enfocados en algo más allá del azul infinito.
—¿Y tú? —le preguntó Neexa, su tono curioso pero aún teñido de molestia—. ¿Desde cuándo puedes hacer eso?
Nezu se encogió de hombros, su voz apenas un murmullo.
—No lo sé.
Neexa frunció el ceño y se inclinó ligeramente hacia él.
—Volvamos a pelear.
—No tengo ganas —respondió Nezu sin siquiera mirarla.
—¡Oh, vamos! —insistió Neexa, golpeando suavemente su brazo—. ¿Ahora no quieres pelear? Antes tampoco querías.
Se detuvo de repente, sus palabras colgando en el aire. Sus ojos se entrecerraron mientras procesaba algo.
—Espera… ¿Fue por lo que dije de tu madre?
Nezu giró la cabeza hacia ella, su rostro inexpresivo como siempre.
—No.
Neexa suspiró, aliviada, pero Nezu continuó:
—Fue por Orión.
Orión, que había estado recogiendo una ramita del suelo, levantó la mirada sorprendido.
—¿Por mí? ¿Qué hice yo?
Nezu giró los ojos hacia él, su tono distante.
—Lo que dijiste. Me hizo sentir raro, y por eso hice lo que hice.
Neexa lo miró confundida antes de recordar las palabras de Orión durante el entrenamiento.
—¿"Usa todo lo que aprendiste"? —repitió, arqueando una ceja—. ¿Por qué?
Sin esperar respuesta, se sentó junto a Nezu y empezó a arrancar mechones de pasto con las manos.
Nezu suspiró y cerró los ojos, como si estuviera pensando.
—No lo sé. Yo también me lo pregunto.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos, roto solo por el susurro del viento y el sonido de la hierba siendo arrancada. Finalmente, Neexa habló, su voz apenas un susurro:
—De todas formas… lo siento por lo que dije de tu madre.
Nezu abrió los ojos, volviendo su mirada hacia ella.
—No pasa nada. No dijiste mentiras.
Neexa apartó la vista, pero Nezu continuó:
—Aunque lamento quitarte tu visita a tu madre.
Neexa detuvo sus manos, mirando la pequeña pila de hierba arrancada que tenía en el regazo.
El suave sonido de las hojas al moverse con el viento fue interrumpido por la presencia inesperada de Kaia. Apareció de la nada, caminando con paso firme hacia el grupo de niños. Al verla, todos se pusieron de pie de inmediato, la sorpresa evidente en sus rostros.
—¿Sucede algo, maestra? —preguntó Neexa, intentando mantener la compostura.
Kaia los observó con su característica calma antes de hablar.
—Necesito que Nezu me acompañe.
Nezu asintió sin decir palabra, mientras Neexa y Orión intercambiaban miradas de preocupación.
—Esto no me gusta —murmuró Neexa, cruzándose de brazos mientras veía cómo Nezu se alejaba junto a Kaia—. Siento que algo malo está pasando.
Orión, siempre optimista, intentó sonreír, pero el nerviosismo en sus ojos lo traicionaba.
—Seguro no es nada… ¿verdad?
Neexa no respondió, limitándose a mirar fijamente hacia el castillo.
El eco de sus pasos resonaba en los grandes pasillos del castillo mientras Nezu seguía a Kaia. Las paredes decoradas con intrincados tapices y candelabros de oro macizo reflejaban la luz cálida que iluminaba el lugar, mientras los grandes ventanales dejaban entrever el vasto paisaje exterior. Los detalles del mármol y las molduras doradas en el techo resaltaban la opulencia del lugar, haciendo que cada rincón hablara de poder y riqueza.
Finalmente, tras un rato de caminar en silencio, Nezu alzó la voz.
—¿Hice algo malo?
Kaia se detuvo frente a una gran puerta de madera ornamentada, con grabados de antiguos héroes en combate. Giró ligeramente la cabeza hacia él, esbozando una pequeña sonrisa.
—No te preocupes.
Abrió la puerta con ambas manos, dejando al descubierto una imponente sala del trono. En el centro, el rey estaba sentado en un majestuoso trono tallado en piedra negra y decorado con detalles dorados. A su lado, de pie, estaba un joven de cabello plateado y porte digno: el príncipe Radin.
Kaia inclinó la cabeza y se hizo a un lado, indicando a Nezu que pasara.
—Adelante.
Nezu avanzó lentamente, manteniendo la vista baja. Se detuvo a una distancia prudente del trono e hizo una reverencia profunda.
—¿Para qué me necesita, su majestad? —preguntó con voz neutral.
El rey dejó de mirar al frente y bajó la vista hacia el joven. Una sonrisa apenas perceptible se formó en sus labios antes de hablar.
—Nezu, te presento a mi hijo, Radin.
Nezu levantó ligeramente la mirada hacia el príncipe, quien lo observaba con un aire de curiosidad.
—A partir de ahora, ustedes serán compañeros de entrenamiento.