Alejandro es un exitoso empresario que tiene un concepto erróneo sobre las mujeres. Para él cuánto más discreta se vean, mejores mujeres son.
Isabella, es una joven que ha sufrido una gran pérdida, que a pesar de todo seguirá adelante. También es todo lo que Alejandro detesta, decidida, libre para expresarse.
Indefectiblemente sus caminos se cruzarán, y el caos va a desatarse entre ellos.
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Malos entendidos y nuevas amistades
Al día siguiente, a la hora de la salida, Isabella caminó hacia el estacionamiento, sintiéndose agotada pero aliviada de que su jornada laboral hubiese transcurrido sin ningún contratiempo. Al llegar a su coche, se sorprendió de ver a Álex, esperando junto al vehículo.
-¡Carlos! ¿Qué haces aquí?-preguntó Isabella, con una mezcla de sorpresa y gratitud en su voz.
El joven le sonrió, claramente disfrutando de su reacción.
-Cómo el otro día tuviste problemas con tu automóvil, me tomé la libertad de pasar por aqui y revisar que todo estuviera bien- explicó, su tono era casual pero amigable- Y además te traje una llanta de repuesto- agregó caminando hacia su automóvil y sacando de el una llanta para el automóvil de la muchacha.
Sorprendida por la acción, y sin pensarlo, Isabella se abrazó al cuello de Carlos y le besó la mejilla en agradecimiento.
-¡Gracias, Carlos! De verdad, no sé cómo agradecerte. Esto significa mucho para mí- dijo, sus ojos brillando con gratitud- Hace tiempo que tenía que comprar una y con todo lo que ha pasado no he podido hacerlo- le explicó- Dime cuanto te debo por favor.
-No es nada- respondió él, ella ladeando la cabeza, se negó a aceptar que no quisiera que le pagara la llanta- Ok, ok, cuando aceptes mi invitación a cenar habrás saldado esta deuda ¿te parece?
-Está bien- respondió ella, dispuesta a cenar con él apenas pudiera organizarse, aunque de todas formas pensaba pagarle la llanta.
A la distancia, Alejandro observaba toda la situación desde la ventana de su oficina, sintiendo un creciente enojo y desprecio. En su mente, interpretaba el gesto de Isabella como una muestra de coquetería demasiado evidente.
-Ahí está, siendo demasiado expresiva y coqueta otra vez- murmuró para sí mismo, frunciendo el ceño. Había pasado tiempo revisando las cámaras de seguridad y notando cómo Isabella parecía ser amigable con todos. No podía evitar pensar que su actitud era inapropiada para el entorno laboral.
También recordó una conversación que había oído en un pasillo antes de entrar al ascensor, donde un grupo de hombres charlaban y mencionaban el nombre de Isabella.
-¿Has visto a la asistente de Don Rafael? es todo un bombón- había dicho uno.
-Sí, es preciosa- comentaba otro.
-Yo, ya hice mi apuesta. Creo que seré yo quien logre conquistarla primero- había respondido otro, riendo.
Aquellas palabras, sumadas a la manera de interactuar de Isabella hicieron que Alejandro pensara que no sería difícil para ninguno de ellos conquistarla, ignorando que en realidad, la cordialidad de Isabella y su deseo de verse siempre bonita eran malinterpretados por él como signos de frivolidad.
Mientras tanto, en el estacionamiento, Isabella seguía hablando con Carlos, agradecida por su amabilidad.
-No tenías por qué molestarte tanto, Carlos. De verdad, has sido un ángel- dijo, sonriendo ampliamente.
-No es nada, Isabella. Me alegra poder ayudarte. ¿Puedo escoltarte a casa? Así nos aseguramos de que llegues sin problemas- ofreció su compañero genuinamente preocupado.
-¡Eso sería genial! Pero no quiero seguir abusando de tu amabilidad- respondió ella, un poco dudosa.
-Vamos, no es ninguna molestia. Además, me gusta tu compañía- replicó él, guiñándole un ojo de manera juguetona.
Isabella rió, sintiéndose más relajada.
-Está bien, acepto tu oferta. Pero solo si me dejas invitarte un café en agradecimiento- dijo, mientras cada uno subía a su propio automóvil y cumplían con lo pactado.
Desde la ventana, Alejandro apretó los puños, claramente confundido por sus propias emociones.
Llegó a su casa, escoltada por Carlos, quien iba en su propio automóvil. Esa tarde, Ian había sido retirado del colegio por la vecina de Isabella, ya que el niño salía más temprano. Al llegar, la muchacha se bajó del coche y se dirigió hacia Carlos, que estaba estacionando detrás de ella.
-Gracias por acompañarme. ¿Te gustaría entrar un momento?- preguntó con una sonrisa.
-Claro, me encantaría- respondió él, devolviéndole la sonrisa.
Ambos entraron a la casa e- Isabella se disculpó por unos minutos.
-Voy a buscar a Ian a casa de la vecina. No tardo nada. Ponte cómodo, por favor- dijo, señalando la sala.
Carlos asintió y se sentó en el sofá, observando el acogedor ambiente de la casa. La muchacha salió y caminó hacia la casa de su vecina, tocando la puerta suavemente. La vecina, una mujer amable y mayor, abrió la puerta con una sonrisa.
-Hola, Isabella. Ian ha estado jugando con Lucy, están en el patio- dijo la vecina, señalando hacia el jardín.
-Gracias por cuidarlo, Claudia- respondió Isabella, agradecida.
Claudia llamó a Ian, quien corrió hacia su hermana con una sonrisa.
-Hola, Isa. ¿Terminaste el trabajo?- preguntó el niño, abrazándola.
-Sí, cariño. Vamos a casa. Hay un amigo mío esperando- le explicó Isabella mientras caminaban de vuelta.
-¿Un amigo?- preguntó con curiosidad.
-Sí, es Carlos, nos ayudó hace unos días- respondió Isabella, sonriendo.
Al llegar a casa, Carlos se levantó del sofá al verlos entrar.
-Hola, Ian. ¿Como estas campeón?- le dijo extendiendo la mano hacia el niño.
Ian le estrechó la mano con una sonrisa.
-Hola. Gracias por ayudar a Isabella- respondió Ian, cortés.
-De nada, pequeño. Es un placer ayudar- le respondió con una sonrisa sincera.
Ian se despidió y se fue a su habitación, dejándolos a solas. Isabella se dirigió a la cocina y comenzó a preparar el café que había ofrecido.
-Toma asiento. No tardaré nada- le dijo mientras ponía el agua a hervir.
Carlos se acomodó nuevamente en el sofá, observando los detalles de la casa. Notó algunas fotos familiares en una estantería y se quedó mirándolas con interés. Poco después, Isabella regresó con dos tazas de café y se sentó junto a Carlos en la sala.
-Aquí tienes. Gracias de nuevo por todo lo que hiciste- dijo Isabella, entregándole una taza.
-No fue nada, Isabella. Me alegra poder ayudarte- respondió, tomando un sorbo de café.
Hubo un momento de silencio cómodo entre ellos antes de que Carlos hiciera la pregunta que tenía en mente.
-Isabella, si no es indiscreción, ¿viven solos tú y Ian?- preguntó con cautela.
Isabella suspiró, tomando un momento para responder.
-Sí, vivimos solos. Nuestra madre falleció hace unos meses. Ha sido difícil, pero nos tenemos el uno al otro- explicó, su voz un poco temblorosa.
Carlos se sintió incómodo al escuchar esto. No había esperado una respuesta tan dolorosa y no estaba seguro de cómo consolarla adecuadamente.
-Lo siento mucho. No lo imaginé...-dijo Carlos, con sinceridad y preocupación en su voz.
-Gracias. Ha sido un golpe duro, pero estamos aprendiendo a seguir adelante. Ian es fuerte y yo trato de serlo por él- respondió Isabella, tratando de esbozar una sonrisa.
El joven asintió, admirando la fuerza de la muchacha. Entonces decidió cambiar el tema a algo más alegre para aliviar la tensión.
-Sabes, Isabella, mis amigos y yo solemos salir a un bar algunas noches para relajarnos y divertirnos. Me encantaría que vinieras con nosotros alguna vez. Creo que te vendría bien distraerte un poco- sugirió, sonriendo.
Ella pareció considerar la idea por un momento, y luego asintió lentamente.
-Eso suena bien. No suelo salir mucho, pero creo que me haría bien pasar un rato fuera de casa. Prometo que lo intentaré- dijo, devolviéndole la sonrisa.
Carlos sonrió ampliamente, sintiéndose aliviado de ver a Isabella más animada.
-¡Genial!. Te avisaré la próxima vez que salgamos. Será divertido, te lo prometo- le dijo, tomando su respuesta con entusiasmo.
Ambos continuaron charlando, compartiendo historias y risas. Carlos se sintió cada vez más cómodo en la casa de Isabella, y ella apreciaba su compañía y amabilidad.
-Bueno, Isabella, creo que debería irme ya. Ha sido una tarde agradable- dijo él, poniéndose de pie.
-Gracias por todo. Eres bienvenido aquí cuando quieras- replicó ella acompañándolo a la puerta.
Carlos sonrió y asintió.
-Gracias, Isabella. Nos vemos mañana en el trabajo. Cuida de Ian y de ti misma- dijo, despidiéndose con un beso en la mejilla.
Isabella cerró la puerta tras él, sintiéndose agradecida por conocer gente como Carlos. Volvió a la sala y se sentó, reflexionando sobre lo ocurrido ese día. Aunque había sido difícil hablar de su madre, también sentía un alivio al haberlo compartido con alguien de confianza.
Unos minutos después, Ian salió de su habitación y se acercó a ella.
-¿Estás bien, Isa?- preguntó, notando su expresión pensativa.
-Sí, cariño. Solo estaba pensando en mamá. Pero todo está bien- respondió, abrazándolo.
-Yo también la extraño- dijo Ian, acurrucándose junto a ella.
-Lo sé, Ian. Pero estamos juntos y eso es lo que importa- respondió ella, acariciándole el cabello.
Pasaron el resto de la tarde juntos, disfrutando de la compañía mutua. Aunque la vida había cambiado drásticamente para ellos, Isabella sabía que, con el apoyo de amigos como Carlos y la fortaleza que compartía con Ian, podrían superar cualquier obstáculo que se les presentara.
Esa noche, Isabella se recostó en su cama, reflexionando sobre la conversación con él y su oferta para salir con sus amigos. Sonrió, sintiéndose agradecida por tener a alguien en quien confiar. Decidió que, aunque el camino sería difícil, no estaría sola en su travesía.
Mientras el sueño la envolvía, se prometió a sí misma seguir adelante con la misma determinación y fuerza que su madre le había enseñado. Sabía que, con el tiempo, las cosas mejorarían y encontrarían su camino hacia la felicidad.