El Rey Demonio

...EZRA:...

La oscuridad se mantuvo por muchos minutos, manteniendo la cueva a oscuras y el aire frío. Había peores males que los demonios, como la niebla negra, era una de tantas, con suficiente fuerza para arrasar con cualquier cosa a su paso y esos perros también eran poderosos.

Todas, creaciones de mi padre.

Sabía que él estaba detrás de los ataques, conspirando en mi contra junto a los demonios para vengarse de mí y se estaba aprovechando de que estaba herido, que eso me debilitaba con más rapidez, sin mencionar el hecho del vínculo con Ivonne, los demonios lo sabían, así que mi padre también.

Me preocupaba, ya que usaría eso en mi contra.

Debía proteger a Ivonne y lo sentía por ella, pero no iba a separarme nunca, esperaba que con el apareamiento se diera cuenta de que estábamos unidos por un lazo poderoso y que no podía deshacerse tan fácilmente.

Observé hacia la grieta, la noche había caído rápidamente y la niebla se había marchado para dejar un desierto pasaje, más solitario que antes.

Me quedé sentado junto a la entrada, admirando el sombrío panorama, sintiendo como la quemadura en mi ala avanzaba.

La batalla con los perros me dejó casi sin energía y el mal en mi cuerpo se aprovechó de eso.

No me sentía tan débil desde que estaba en el Inframundo, atado a esas cadenas, recibiendo torturas por parte de los servidores del dios del Inframundo y por él mismo.

Mi padre siempre fue un ser malicioso y sin ningún sentimiento piadoso, era despreciado. Los dioses lo expulsaron del consejo místico hace cincuenta mil años, cuando tuvo el deseo de ser el único dios, quiso asesinar a los demás dioses, apoderarse de los tres mundos. Creó los demonios con su energía oscura y lanzó un ataque al consejo.

Los dioses lo detuvieron, desterrando a mi padre al Inframundo, donde permanecería hasta la eternidad, creando su propios dominios y sometiendo a sus seguidores por puro placer y dicha, deseando siempre poseer los mundos para vanagloriarse y sentirse poderoso, luchando contra todo aquel que fuese considerado una competencia o un obstáculo.

Me consideraba un rival por esa razón, mi padre tenía miedo de que yo tuviera más poder y fuerza, cuando crecí y desarrollé mis poderes se encargó de someterme, dejándome atado frente a su trono, arrodillado ante él, de rodillas, en una piedra con lava circulando a su alrededor, mientras que los demonios me daban de latigazos y arrancaban mis plumas.

Recordaba su sonrisa al verme sufrir, sentado sobre su maldito trono de huesos, cruzando sus piernas y apoyando su mano de la cabeza, observando mi dolor con suma satisfacción.

Una expresión que se convirtió en furia cuando arranqué las cadenas y desaté mi poder en su contra.

Escapé de su yugo, pero no pude escapar del Inframundo, así que enfrenté a sus ejércitos y a él mismo, en batallas que ninguno pudo ganar, me apoderé de la mitad de su mundo y obtuve seguidores, iniciando una guerra que duró muchos años, donde a veces ganaba terreno y en otras las perdía.

Ninguno de los dos se rindió.

La guerra terminó cuando la diosa de la muerte me abordó en la cueva donde me escondía.

El mundo de los humanos estaba en caos y los dioses no estaban contentos con las acciones de los nativos, así que decidieron ponerle fin a esa existencia.

Conocían la guerra entre mi padre y yo, querían mi fuerza destructiva para el trabajo sucio.

Me ofrecieron una misión y le pedí a cambio mi libertad.

Era lo que más añoraba, ser libre, sin un tirano que seguir, con un cielo infinito para batir mis alas.

Aceptaron, con la condición de exterminar también a las creaciones de mi padre, los demonios eran el reflejo de él.

Solo yo podría permanecer en los cielos, libre y solitario.

Ivonne se quejó, en el fondo donde estaba acurrucada durmiendo y giré mi cabeza hacia ella.

Si los dioses se enteraban, el trato terminaría y se volverían mis enemigos.

Yo no planeé el tener una compañera humana, pero eso, ellos no lo entenderían, solo deseaban erradicar a los humanos y demonios, sin excusas.

Por más que le daba vueltas al asunto, yo no hallaba ninguna solución.

Ivonne volvió a quejarse y sentí como el veneno le quemaba el cuerpo.

Me arrastré hasta su lado.

No había otra forma de quitarle la maldición, no en la que pudiera perjudicar su vida, si poseía su alma, causaría graves daños en su mente y su cuerpo, pero si lo hacía de la forma física, al unirnos, mi espíritu y mi cuerpo se uniría con el suyo, hasta hacerse uno, mi energía oscura acabaría con el veneno en su ser.

El dolor disminuyó y su ceño se relajó.

Me acosté a su lado.

Sintiendo su pequeña alma llenarse de tranquilidad ante un sueño infantil, donde una niña reía y jugaba en el columpio de un árbol.

Era ella, tan pequeña e inocente.

Una vida sencilla y pacífica, llena de risas.

El sueño se torció, la pequeña dejó de columpiarse y el cielo se oscureció. Ella observó hacia arriba, sentí su miedo y su pavor cuando las nubes fueron cubiertas por cientos de cuerpos con alas que descendieron.

Ella corrió hacia una cabaña con techo de paja, su madre cuando una mujer muy parecida a ella gritó su nombre desde la entrada.

La niña entró y el padre cerró la puerta con llave.

Sentí como lloraba cuando los demonios aterrizaban. Su madre la llevó al cuarto y le ordenó esconderse bajo la cama, mientras el padre con una pala, golpeó al primero que entró por la ventana, rompiendo los cristales.

La puerta de la habitación quedó abierta y la pequeña niña lloró, conteniendo los sollozos cuando los demonios los rodearon y empezaron rasguñar sus cuerpos, riéndose y jugando con ellos.

A la madre le arrancaron la ropa y la sometieron.

Sentí el dolor de Ivonne, salí de su pesadilla.

Observé como caían las lágrimas por sus mejillas.

Y tracé mi dedo por su pómulo, limpiando la humedad.

Por eso me odiaba, me aborrecía.

Yo le había hecho esto, le quité su alegría, su felicidad, su familia, algo que jamás tuve y que no comprendería jamás, pero a través de ella lo entendí.

Era solo una niña y vió a sus padres morir en manos de los seres más repugnantes, lo peor de todo es que yo había dado órdenes de arrasar con ellos, con esa gente que parecía buena y que pagó por las ofensas de otros.

No todo era malo, la vida de Ivonne no lo era y yo la arruiné.

Por un sueño de libertad, pero ¿A qué costo?

Mi compañera jamás dejaría de odiarme y yo nunca podría devolverle lo que arrebaté.

Al final me convertí en mi padre.

Ivonne se removió hasta quedar frente a mí.

— Ezra — Murmuró, pegándose en mi pecho.

Me tensé.

¿Y si ella no me odiaba tanto? ¿Y si aceptaba el vínculo?

La abracé y se acurrucó.

Había una extraña agitación en mi estómago y un peso en mi pecho, algo que no podía descifrar porque jamás lo había sentido.

Algo que puso en duda mi falta de alma y corazón.

...****************...

A la mañana siguiente salimos de nuestro escondite.

Ayudé a Ivonne a salir, tirando de su mano hasta que estuvimos fuera, en el barranco de aquel lugar.

Volví a sentirme culpable cuando ella observó la tierra destruida, de un color. Tomó una larga respiración y su expresión se esfumó.

No hubo palabras, no queríamos hacer ruido y atraer a otras criaturas.

Caminé al frente, subiendo por el barranco.

Cuando llegamos al la cima nos quedamos estupefactos.

Ivonne soltó un jadeo, con expresión asombrada a la vista de lo que escondía el barranco.

Había una fila de árboles a varios metros de distancia.

Lo más extraño del asunto es que estaban vivos, de un verde oscuro que no concordaba con la estación de otoño.

— ¿Qué es esto? — Ivonne se quedó quieta — ¿Es una ilusión o un oasis? — Ella me observó — ¿Estás viendo lo mismo que yo?

— Sí, lo veo.

— No es posible.

— Ahora, todo es posible.

— ¿Nos acercamos? — Me percaté de su curiosidad.

— Podría ser una trampa.

— ¿Detectas algo extraño?

Me concentré, oliendo y buscando alguna energía negativa, un olor a hechizo.

— Bajemos, necesito acercarme.

Caminé e Ivonne me siguió.

Llegamos a la planicie y avanzamos al bosque, cuando estuve a poco metros me detuve.

— Es un oasis, tiene un sello de protección para que la energía negativa no penetre en éste bosque — Detecté la barrera invisible que protegía el lugar.

— ¿Cómo es posible? — Ivonne se veía desconcertada, pero con un poco de esperanza en sus ojos.

— Algún hechicero poderoso o un ángel.

— ¿Un ángel? — Hice un gesto de asombro.

— Tal vez los dioses enviaron uno para resguardar un pedazo de naturaleza y así poder recuperar el mundo — Me encogí de hombros.

— Si es así, los dioses escucharon nuestras súplicas — Silbó, observando los árboles.

Si supiera que los dioses estaban detrás de toda la destrucción masiva.

— ¿Los demonios no lo ven?

— La barrera es fuerte, tiene camuflaje, donde tu ves un bosque con vida, ellos verán hectáreas desiertas.

— ¿Por qué tú lo ves? — Su mirada estaba vez más animada.

— Soy un semi dios, ningún hechizo servirá para repelerme.

— Quisiera entrar — Confesó — Buscar agua.

— Puede que el lugar no este solo.

— Si hay humanos, entonces significa que hay esperanza — Sonrió, alegre — Esto me da un poco de fe.

— Iremos, pero sin bajar la guardia.

Caminó, entrando dentro de la barrera.

La seguí y cuando crucé el mundo se llenó de sonidos.

Ivonne soltó un jadeo de emoción cuando las aves volaron cerca de su cabeza, cruzando por las ramas de los árboles.

El bosque a nuestro alrededor estaba lleno de vida, el suelo estaba lleno de tierra húmeda, con musgo, raíces e insectos.

Ivonne corrió por los árboles, asombrada y tan alegre que me sentí extraño al verla girar, con los brazos abiertos, observando las copas de los árboles.

La seguí, las aves huyeron de mí y los insectos se alejaron con mis pisadas.

Yo representaba la contrario, muerte, destrucción, devastación, mi aura malvada era percibida por los pequeños seres que habitaban aquel oasis.

Ivonne rió, con lágrimas en los ojos y me perdí en su rostro, en el sonido de esa carcajada de alegría.

Olvidó que estaba allí y pasó sus manos por las plantas, olió las flores, se arrodilló en la tierra y observó los insectos, una mariposa aterrizó en su dedo y su expresión se llenó de más luz.

Corrió hacia el sonido del agua y seguí su andar afanoso hacia un arrollo.

Se agachó y bebía grandes bocanadas de agua, mientras volvía a sonreír para tomar otro poco.

Se roció el rostro con el agua.

— Esto es un sueño — Suspiró, volviendo a beber, sedienta — No quiero despertar.

Se levantó siguió recorriendo, ahogando un grito al divisar un ciervo que se alimentaba del pasto.

El animal salió saltando al vernos, huyendo de mi presencia pavosa.

Ivonne divisó unas bayas y también un árbol con naranjas.

La ví arrodillarse y juntar sus manos.

— ¿Qué haces? — Pregunté, manteniendo mi cuerpo lejos de los árboles y ramas, mi lado demoníaco podría mancillar tal esplendor.

Metí las manos en los bolsillos de mis pantalones y recogí mis alas, pegando a mi cuerpo las plumas.

— Agradezco y pido permiso a los dioses.

— Toma lo que necesites, no hace falta tanta ceremonia — Gruñí, quería gritarle que a esos malditos no le importaba en lo absoluto su bienestar.

A mí sí.

Yo tenía más humanidad que esos desgraciados.

Se levantó y tomó una baya, con cuidado.

Se la llevó a la boca.

Masticó rápidamente, recogió varias y las echó en su bolsa.

Fue al árbol de naranjas y me aventó una.

La atrapé.

— Debemos aprovechar de comer.

— Tu lo necesitas más.

— Dijiste que reemplazas la comida por energía negativa y aquí hay escasez de eso.

Tenía razón, no había ni una fuente de corrupción en aquel lugar.

Ivonne olió la fruta y volvió a sonreír.

La observé perderse en aquella emoción y me percaté de que haría cualquier cosa por verla siempre de esa forma.

Incluso traicionar a los dioses.