El Amado De La Archiduquesa

El palacio imperial se vestiría de gloria y resplandor. Bianca camina solemnemente hacia la sala del trono, donde sería su nombramiento.

A diferencia de lo que todos esperaban, Bianca no llevaba un vestido glamuroso como toda dama respetable en un evento tan importante. Su cuerpo estaba ataviado con un hermoso traje hecho a medida, similar al de su padre, con el escudo del archiducado en su pecho. Esto solo demostraba que la joven regiría como archiduque y no como archiduquesa.

Las caras de disgusto de muchos nobles no se hicieron esperar; la mayoría no estaba de acuerdo en que una mujer tomara las riendas del archiducado. Esa gloria no podría ser para una mujer, por más linaje de princesa que tuviera.

Bianca sonrió en su interior al ver lo cobardes que eran; por más molestia que sintieran, no serían tan estúpidos como para armar un alboroto y someterse al escrutinio público, sin contar con las reprimendas que tendrían sus familias por parte de la familia imperial. El silencio de esas molestas personas era una pequeña victoria que le gustaba saborear.

Aunque sabía que el encargado de eso era su padre, el archiduque no era nada amable con quienes se atrevían a cuestionar la valía de un miembro de su familia, ya fuera hombre o mujer.

Bianca se arrodilló ante su emperador para comenzar su juramento.

Los nobles tenían opiniones divididas, con tres fracciones en las que dos de ellas solo buscaban su propio beneficio.

Una parte de la facción apoyaba el nombramiento de Bianca como sucesora del archiducado; pensaban que, siendo una mujer, la podían manipular a su antojo. Ya que su compromiso había perecido, era el momento adecuado para presentarles a sus hijos. Una mujer siempre caía ante algunas palabras bonitas, y esa joven no sería la excepción.

Por su parte, la segunda fracción esperaba ansiosamente que la joven cometiera el más mínimo error para protestar por su incompetencia y ayudar a que su hermano Eduardo tomara el poder; para ellos, era mejor tener un hombre al mando que una simple mujer.

Lo que no sabían era que Eduardo nunca había puesto su mirada en el archiducado. Él era un joven risueño que solo quería vivir su vida fuera de las exigentes normas de la alta sociedad nobiliaria.

La tercera fracción se mantenía neutral; conocía el gran aporte que había hecho Margaret a la sociedad y su hija estaba siguiendo sus pasos, por lo que no tenían por qué preocuparse por el desempeño de la joven.

Los que realmente estaban preocupados eran la plebe; el cambio de señor siempre afectaba a los pobladores, ya fuera para bien o para mal.

—Yo, Bianca Chevalier, juro lealtad eterna a vuestra majestad y a la corona. Me comprometo a defenderlos con mi vida y mi honor, y serviré a mi pueblo con dedicación y lealtad. Haré todo lo que esté en mi poder para asegurar el bienestar del pueblo.— Las palabras de Bianca fueron cortas, pero cargadas de un sentimiento de deber innegable.

— Yo, Gustavo Chevalier, emperador por la gracia del pueblo, te nombro a ti, Bianca Chevalier, archiduquesa de este imperio. Gobernarás en mi nombre con justicia la región del Este, guardando la frontera con el Reino Aurora. — La frontera del Este era la más tranquila desde que el Reino Aurora pasó a ser aliado, pero eso no quitaba que pudieran infiltrarse enemigos por ella.

Mientras Bianca asumía el cargo como archiduquesa en el ducado Mesellanas, Paul se enfrentaba a su realidad: tener que dejar su hogar era difícil, pero sabía que era lo correcto. Él había faltado a los principios que su abuelo había forjado en el ducado; ya no era adecuado permanecer allí.

— Su gracia, ya tenemos todo listo. — informó un lacayo.

— Deja de decirme así, ya no soy el duque de estas tierras, realmente no lo merezco. — dijo Paul, cabizbajo.

— Usted siempre será mi señor. — respondió el lacayo con sinceridad.

— Tu lealtad se la debes al ducado, no a mí. Sirve con bien al siguiente duque; él lo hará mejor que yo. — El lacayo solo asintió. Paul no sabía a quién su tía le daría el título; probablemente sería a alguna de las princesas. Estaba seguro de que ellas manejarán el ducado mejor de lo que él lo hizo.

— ¿Dónde está mi esposa?

— En su habitación, se rehúsa a irse. — dijo el lacayo con pena.

Paul subió a buscar a Catalina. Su joven esposa estaba en cinta y este cambio tan brusco en sus emociones le hacía daño al bebé.

— Es hora de marcharnos. Nuestras cosas están en los carruajes. La emperatriz nos proporcionó seguridad hasta llegar a nuestro siguiente destino; nuestro tiempo aquí se acabó —las palabras de Paul salieron con firmeza, aunque su espíritu estaba abatido. No sabía si había hecho lo correcto al elegir a su esposa, pero ya no había tiempo para remediarlo, solo seguir adelante y afrontar las consecuencias de sus decisiones.

— No, es nuestro hogar. ¿Por qué tenemos que dejarlo? Ni siquiera hemos podido disfrutar de nuestra felicidad —protestó Catalina, envuelta en un mar de lágrimas.

— Ya no estamos en nuestro hogar. Yo incumplí el legado familiar. Perdóname, yo fui quien hizo todo mal. Si no hubiera sido tan cobarde, nuestra situación sería diferente —dijo Paul, lamentándose.

— Yo también tengo culpa. No debí enamorarme de ti; eras un hombre comprometido. Tampoco debí proponerte que nos casáramos tan apresuradamente. Debías romper tu compromiso primero, pero salí embarazada y mi hijo no podía nacer fuera del matrimonio. Siento que todo esto fue culpa mía —dijo Catalina, levantándose de sus aposentos.

Ella solo tenía dos opciones: dejar que sus padres la casaran con algún noble de bajo rango o con algún noble que fuera viudo. Pero cuando la ex duquesa le presentó a su nieto, su suerte cambió; quedó perdidamente enamorada del joven duque, al igual que él de ella. Sin embargo, cuando se enteró de que este estaba comprometido, se desilusionó profundamente. Con el apoyo de la ex duquesa, tomó la decisión de luchar por el amor que ambos sentían. Catalina nunca imaginó la cadena de desgracias que vendrían después.

—No será fácil comenzar de cero, pero te prometo que no nos faltará nada. No permitiré que pasemos carencias —dijo Paul, decidido.

La pequeña familia se retiró a seguir su propio camino. La antigua duquesa fue recibida en casa de sus familiares; su hermano no tuvo otra opción que recibirla. La emperatriz le había dado unas ligeras advertencias que no podía dejar pasar desapercibidas.

Nota: El grupo está en mi perfil; tienen que enviar la solicitud.