Doce hermosas princesas, nacidas del amor más grande, han sido hechizadas por crueles demonios para danzar todas las noches hasta la muerte. Su madre, una duquesa de gran poder, prometió hacer del hombre que pudiera liberarlas, futuro duque, siempre y cuando pudiera salvar las vidas de todas ellas.
El valiente deberá hacerlo para antes de la última campanada de media noche, del último día de invierno. Scott, mejor amigo del esposo de la duquesa, intentará ayudarlos de modo que la familia no pierda su título nobiliario y para eso deberá empezar con la mayor de las princesas, la cual estaba enamorada de él, pero que, con la maldición, un demonio la reclamará como su propiedad.
¿Podrá salvar a la princesa que una vez estuvo enamorada de él?
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CAPÍTULO 17
Por ende, si esa noche era la noche en que Diana había estado con el visir, entonces su nieto salvó a la chica de aquel destino. Algo muy extraño, ya que muy pocas veces ella podía interceder a otro por su favor, menos lo hacía Arthur que era el papa.
—¿Qué hiciste?—preguntó.
—La salvé, solo eso—respondió tajante—nada más.
La anciana suspiró con pesadez, ella tampoco quería que Diana estuviera con el visir; sin embargo, una bruja blanca, tan vieja como ella, le era imposible ir ahora en contra del destino. Cosa contraria a un pasado cuando conoció a Serena.
—Solo espero que no te afecte, Arthur—habló la anciana—por cierto, ¿Por qué sigues acá? ¿No debes volver al vaticano?
—Aparte de curarla a usted, sigo acá porque sentí la energía de un santo...—respondió—¿sabes algo al respecto?
—¡Oh! ¡Jeremy Jr.!—atinó la mujer—¿te lo vas a llevar?
—Por el momento no, pero sí en un futuro—se levantó de la silla—cuídese, abuela. Volveré pronto.
El papa salió de la habitación de la abuela Baba, pasando a través de los guardias, quienes ahora no encontraban la ubicación de Beatrice. Sabían donde estaba Diana, y Anastasia estaba siendo trasladada de regreso al palacio de invierno; sin embargo, la segunda princesa bailarina seguía sin aparecer.
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En la habitación del visir, antes de que el amanecer llegara, el hombre se despertó con mucha pesadez pero con una gran necesidad física de estar con alguien. Recordando muy pocas cosas de lo que había pasado, Ibrahim mandó a llamar a la doncella que hizo su concubina.
Somnolienta, la mujer entró a los aposentos del visir, para darse cuenta de que este estaba sudoriento en su cama, por completo desnudo, intentando calmar la dureza de su entrepierna. Ver aquel hombre era una obra de arte, no podía creer que hubiera un hombre con sus músculos tan bien formados.
—¡Quítate la ropa!—le ordenó.
La concubina, obedeciendo a su señor, se quitó la bata de dormir, mostrando las múltiples marcas que Ibrahim le había dejado aquel día en que le robó su virginidad. No obstante, el visir, quien pensaba que la mujer con la que había estado anteriormente había sido Anastasia, trató esta vez con una dulzura impresionante a su concubina.
Incluso, mientras rememoraba como besó aquellos labios pequeños, cálidos y rosas, descendiendo por su cuerpo, hasta palpar la humedad de su feminidad, hizo todo tal cual pasó con su concubina. La mujer, quien tenía cierto parecido con Anastasia debido a su cabello, estaba sirviendo para desahogarse.
—Ana...—susurró mientras lamía la feminidad de la concubina.
La antigua doncella se quedó sorprendida al escuchar que este le decía por otro nombre; no obstante, no diría ni reclamaría nada. Si aquello le daba más oportunidad de quedar embarazada de él y ascender en posición dentro de su harén.
Colocándola boca abajo, Ibrahim, quien estaba rojo como un tomate, embistió con fuerza desde atrás a su concubina, haciendo que esta abriera su boca ante la falta de aire que aquel movimiento le había dejado. Cada embestida hacía que se volviera más duro y ancho, provocando que ni siquiera pudiera ver bien ante la visión borrosa que tenía.
—¡Anastasia!—gritó.
Antes de poder reparar un poco en aquel nombre, sintió como el visir le daba pequeños golpes en sus nalgas, haciendo que ella estrechara más su interior. Sin recordar lo que Ibrahim había dicho, llegó a la cima mientras el visir seguía duro.
Tomando sus manos desde atrás, la haló mientras la seguía embistiendo. Cada movimiento suyo hacía que su delantera se moviera con violencia. Siguieron así hasta las 9 de la mañana, cuando la droga surtió efecto y quedó dormido ante el cansancio.
—Entonces... fue un sueño—susurró al despertarse.
Cuando abrió los ojos, notó que ya se estaba haciendo de noche. No sabía cómo había llegado la noche anterior a su habitación, pero, aquel sueño que pensó que había tenido al lado de Anastasia, terminó siendo eso, solo un sueño.
—¿Será con esta criada con la que llegué a mis aposentos?—preguntó observando a la doncella.
Sintiéndose un poco asqueado de los fluidos, se levantó y pidió que su bañera fuera preparada. Mientras se quitaba su bata para sumergirse en la bañera, pudo ver como la doncella recién despertada.
—¿Mi señor?—preguntó sintiendo un pequeño dolor en su parte baja—¿Qué hora es?
—Hora de que te vayas levantando y me sirvas—le respondió enojado—si vas a ir a mi harén deberás aprender a servirme como tu señor, ¿entendiste?
La antigua doncella, sin nada más que hacer, se levantó y colocándose como pudo su bata, caminó hasta la tina para bañar al visir. No obstante, este detuvo su mano con el estropajo que usaría para tallar su espalda.
—¿Qué ocurre?—preguntó un poco asustada.
—Úsalos—respondió observando su delantera.
Entendiendo lo que quería, se quitó de nuevo su bata y dejó caer un poco de agua con jabón en su pecho, provocando que se formara espuma en estos. Así, comenzó a tallar con su abultada delantera la espalda ancha del visir, haciendo que estos empezaran a endurecerse.
Tras eso, después de haber bañado a Ibrahim, el hombre le pidió marcharse a su habitación. No obstante, antes de eso, una criada que había traído de su palacio entró con un cuenco de lo que parecía ser medicina tradicional.
—Tome, señora—le dijo la criada.
—¿Qué es?—preguntó asustada.
—Si te dicen que lo tomes, ¡LO TOMAS!—le gritó—¡Detesto a las mujeres que preguntan!
Luego de tomar de aquel cuenco que sabía amargo, la doncella se marchó seguida de la criada. Ibrahim se aseguró de ver como ella se tomaba todo, ya que era para asegurarse de no dejarla embarazada. Hacía eso con todas sus concubinas y consortes.
Debido a lo mal que había pasado junto con su hermano, con la hipocresía de las demás integrantes del harén de su padre, juró que solo dejaría embarazada a su esposa principal, aunque lo obligaran a tener varias esposas. Por eso debía de asegurarse muy bien que ninguna de esas mujeres que usaba por el gozo, llegara a tener a su hijo.
UN DÍA DESPUÉS...
Luego de enterarse de que su segunda hija había desaparecido, Serena cayó en un estado de ánimo bastante severo. La culpabilidad de Anastasia por no proteger a sus hermanas, la tenía ella por no haberlas protegido bien. Su mayor temor era perderlas, era volver a estar sola como una vez estuvo de niña.