Descubrimos con Miguel, a través de diferentes episodios que le ocurrieron en su infancia y adolescencia, por qué le teme a estar solo en la oscuridad
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Se llama Juancho
Hacía mucho que Miguel no veía a su primo Pablito. Desde aquel día que lo había visto levantarse en la madrugada para hablar con “alguien” en la ventana de la casa de sus abuelos, sin que nadie más lo viera. Pablito era como cualquier otro niño: juguetón, amistoso, alegre, inquieto, pero también muy perspicaz para su escasa edad. Siempre que la gente hablaba, él se quedaba callado, escuchando con atención la conversación. Podías ver como su mirada se enfocaba en quien estuviese hablando e iba cambiando, dependiendo de quien estuviera hablando en el momento. Casi siempre lo veían jugando con unos carros de colección que le habían regalado, pero desde que empezó a caminar gustaba más de explorar cada rincón de la casa donde estuviera. Ese día, su tía llegó a visitar junto con Pablito y dado que les cogió la noche, no pudieron ir a su casa por lo que se quedaron en el apartamento de los papás de Miguel. Pablito no dudó en decir que quería dormir en el cuarto de su primo y no con su mamá en el cuarto donde dormía Magaly. A Miguel le pareció bien, aunque le asustaba el hecho de dormir con un niño que decía que hablaba con el diablo. Cuando hubo llegado la hora de dormir, Miguel entró a su cuarto e inmediatamente Pablito se fue detrás de él. Miguel acomodó a Pablito en la parte de debajo de la litera donde dormía y mientras, colocó sábanas limpias en la parte de arriba. Pablito le pidió que durmiera con él. Miguel le preguntó si tenía miedo a lo que Pablito respondió con su escaso vocabulario que no tenía miedo pero que él nunca dormía solo. Miguel recordó que usualmente él dormía en el medio de dos de sus tías por lo que debía ser extraño para él dormir solo, y más en una casa desconocida para él. Una vez accedió colocó a Pablito en un costado de la cama que estaba pegado a una pared, lo arropó y se acostó a su lado a leer un libro que tenia en su mesa de noche. Después de unos minutos, miró a Pablito para comprobar que estaba absolutamente rendido al sueño. Leyó el libro unos minutos más y cuando sintió sueño, terminó el capítulo que estaba leyendo, colocó el libro en el mismo sitio de donde lo había tomado, apagó las luces y se dispuso a dormir. En la madrugada, un leve ruido lo despertó. Usualmente, dormía profundo después de haber leído un libro (fuese cual fuese), pero esta vez no fue así. Quizás estaba alerta por el hecho de dormir con alguien más en su cama, y que sentía que era alguien a quien proteger. Se levantó sobresaltado y para su sorpresa, Pablito no estaba en la cama. Miguel no tardó en rememorar viejas pesadillas. Recordó el día en que lo encontró charlando con “alguien” en la ventana. Recordó también que su tía le había contado acerca de la noche en que no lo habían encontrado en cama y que al buscarlo lo encontraron en el ventanal en medio de la oscuridad. Recordó también aquella risilla que escucho esa noche y que, una vez hubo aclarado ideas, no estaba seguro si era la risa de Pablito o pertenecía a alguien más. Lo primero que pensó Miguel fue buscar al niño y rogar porque no se hubiese levantado y estuviese por los lados de la cocina. Era su casa, pero Miguel sentía un pavor descontrolado del cuarto de oficios por lo cual evitaba entrar allí en horas de la noche. Se levantó de la cama y comenzó a buscar a Pablito primero en el cuarto, rogando que estuviese allí. No lo encontró por ninguna parte. Buscó debajo de la litera, detrás de los canastos de ropa, detrás de las mesitas de noche, detrás del bifé (o buffet, como le quieran llamar) que tenía en su cuarto y donde estaba colocado el televisor y no lo encontró por ninguna parte. Lo buscó luego en el baño, en la sala, en el comedor, en la cocina, incluso en el último cuarto, pero tampoco encontró al niño. Con sumo cuidado, abrió la puerta del cuarto de Magaly. Había pensado para sus adentros que quizás Pablito había extrañado a su mamá y se había ido a dormir con ella. Pero tampoco estaba con ella. Miguel desconcertado volvió a su cuarto y pensó en que lugares más podría encontrar al chiquillo. En ese momento se dio cuenta que había un lugar que no había revisado aún: el closet. Con sumo cuidado, abrió la puerta para encontrarse a Pablito sentado, con las piernas cruzadas y con unos muñecos de colección que Miguel tenía junto al televisor y que Miguel no había notado que no estaban allí cuando buscaba a Pablito. Cuando Miguel abrió la puerta, Pablito miró hacia donde estaba él y luego hacia su frente mientras se despedía con la mano. En ese momento Miguel no lo notó, pero al día siguiente al hablar con su tía de lo sucedido con Pablito lo recordó con claridad. Notó como el niño se despedía con la mano, tal cual como si hubiese alguien con él en dicho closet. Incluso cuando lo cargó para llevarlo a la cama, Pablito seguía mirando fijamente hacia el closet cerrado. Cuando le preguntaron al niño dijo que él se había levantado porque sintió que alguien lo había llamado. Dijo también que cuando se levantó, vio a alguien sentado en el borde de la cama y que esta persona le había dicho que volviera a dormir mientras los cuidaba. Pablito había dicho que no tenía sueño y que le pidió jugar con él un rato. Dijo que la persona accedió y que jugaron un rato metidos en el closet, con los muñecos de Miguel. Cuando le preguntaron si había visto antes a esa persona Pablito dijo que sí. Cuando le preguntaron dónde, les dijo con voz clara: “se llama Juancho. Lo he visto algunas veces sentado en la cama que está en el segundo cuarto de la casa de mis abuelitos…”