Yo Soy La Madre Del Heredero.

La noche se cernía sobre el castillo, trayendo consigo una sensación de angustia y temor. En lo más profundo de su corazón, Jenkins sabía que el tiempo corría en su contra y que cada minuto que pasaba sin noticias de Aura aumentaba las posibilidades de un final trágico.

Los secuaces del Marqués Jonathan actuaron con rapidez y precisión. Sin mostrar compasión alguna, administraron un sedante a Aura, sumiéndola en un profundo sueño que la dejó vulnerable a sus oscuros designios. Con cuidado brusco, la cargaron y la llevaron fuera del territorio del ducado, hacia un destino desconocido pero no demasiado lejano.

Durante el viaje, la tensión en el aire era palpable. Uno de los secuaces, un hombre de aspecto rudo y malévolo, se acercó a Aura con una mirada llena de lascivia y odio. Con desprecio, tocó su bello rostro y lanzó obscenidades y palabras denigrantes hacia ella, disfrutando del poder que ejercía sobre su indefensa presa.

Finalmente, llegaron a una finca apartada y desolada, donde Aura fue encadenada y encerrada en una celda fría y oscura. El Marqués Jonathan se acercó a ella con una sonrisa maliciosa, revelándole su siniestro plan.

"Ah, mi querida Aura", comenzó el Marqués con voz burlona. "Has arruinado mis planes con el Barón una y otra vez, pero esta vez no te escaparás tan fácilmente. Ahora que estás bajo mi control, te confesaré mis nuevos planes".

Aura lo miró con desconcierto, sin comprender el motivo detrás de su secuestro. "¿Qué es lo que  quieres de mí? Preguntó con voz temblorosa, sintiendo una mezcla de miedo y determinación.

El Marqués soltó una carcajada cruel. "Oh, mi querida Aura, eres tan ingenua. Crees que tienes el control, pero yo tengo muchas maneras de conseguir lo que quiero, tienes dos opciones: cooperar conmigo o enfrentarte a las consecuencias".

Aura se mantuvo firme en su negativa, negándose a ceder ante las amenazas del Marqués. Sabía que enfrentaba un desafío difícil, pero estaba decidida a proteger al bebé que lleva en su vientre, su  territorio y, sobre todo, su dignidad.

La puerta del calabozo se cerró con un estruendo sordo, resonando en la oscuridad como un eco ominoso de la cruel realidad que acechaba en aquel lugar. Aura quedó sola en la penumbra, rodeada únicamente por el silencio sepulcral que la envolvía. En un intento desesperado por encontrar una salida, gritó con todas sus fuerzas, pero el eco de su voz se desvaneció en la vastedad del calabozo, sin recibir respuesta alguna.

Con el corazón palpitando con fuerza en su pecho, Aura se obligó a enfocarse en su entorno. Apenas podía distinguir nada en la oscuridad, excepto por una tenue luz que provenía de una vela solitaria, ardiendo débilmente en una esquina. Se acercó cautelosamente a los barrotes de su celda, buscando algún indicio de esperanza en aquel lugar sombrío.

Entonces, su mirada cayó sobre la celda contigua a la suya. A través de las rejas, pudo distinguir la figura de un hombre encarcelado. Su cuerpo, robusto y musculoso, estaba marcado por innumerables heridas y cicatrices, testigos silenciosos de un pasado oscuro y tormentoso. Su cabello negro caía en mechones desordenados sobre su rostro, que estaba cubierto de suciedad y dolor.

Aura se estremeció al ver el estado desolador del prisionero. Se acercó con cautela a las rejas, observándolo detenidamente en la penumbra. A pesar de sus esfuerzos por llamar su atención, el hombre permanecía inmóvil y en silencio, como si estuviera sumido en un estado de letargo o desesperación.

El prisionero llevaba un collar de esclavitud alrededor de su cuello, una marca dolorosa de su sufrimiento y opresión. Aura sintió un profundo dolor y compasión al contemplar su situación, preguntándose qué terribles circunstancias lo habían llevado a ese destino desolador.

Con un impulso de valentía, Aura decidió acercarse aún más al prisionero, buscando alguna señal de vida o conciencia en su mirada perdida. Con delicadeza, extendió la mano a través de las rejas, tratando de tocar suavemente su brazo en un gesto de solidaridad y apoyo.

Sin embargo, el hombre no reaccionó. Permaneció inmóvil e indiferente, como si estuviera ajeno al mundo que lo rodeaba. Aura sintió una punzada de frustración y tristeza al darse cuenta de que su compañero de cautiverio estaba demasiado lejos de su alcance, perdido en las profundidades de su propio sufrimiento y desesperanza.

Unas horas después, en medio del silencio sepulcral que envolvía el calabozo, un gemido lastimero resonó desde la celda contigua a la de Aura. El sonido se deslizó por el aire cargado de desesperación, llenando el espacio con una nota de dolor y sufrimiento. Era un lamento profundo, como un eco de la agonía que afligía al prisionero en su encierro.

"¡Ughh!", fue el sonido lastimero que cortó el silencio, un gemido que retumbó en las paredes húmedas del calabozo, llenando el aire con un aura de desesperación.

El gemido alcanzó los oídos de Aura como un eco sombrío de la angustia que se extendía por el lugar. Con el corazón, latiendo con fuerza en su pecho, se acercó cautelosamente a las rejas que separaban su celda de la del prisionero. Rompió parte de su vestido para improvisar un vendaje y extendió la mano a través de las barras, sintiendo el frío metal bajo sus dedos temblorosos.

Al llegar a tocar al prisionero, Aura se estremeció al sentir el calor de su piel y la textura áspera de su muslo herido. La sangre manaba de la herida, tiñendo su piel con un rojo oscuro, índice de que las heridas ya tenían un tiempo y la sangre había coagulado. Aura sintió un nudo en la garganta al ver el sufrimiento del hombre, preguntándose qué terribles tormentos habría sufrido para acabar en ese estado desolador.

"¿Puedes escucharme? Pregunto Aura al hombre desconocido, lo cual volvía a quedarse sin respuesta.

Aura no pensó más y decidió recostarse de las paredes para poder descansar, en ello acaricia su vientre preocupada de lo que le podría pasar a ella y a su bebé.

A la mañana siguiente, cuando los primeros rayos del sol se filtraban por las ventanas del calabozo, el Marqués Jonathan entró con paso seguro, seguido de cerca por sus secuaces. Aura yacía en una esquina de la celda, aún adormilada por el sedante que le habían administrado la noche anterior. Al escuchar los pasos, abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso del miedo y la incertidumbre en su pecho.

El Marqués se acercó a ella con una sonrisa maliciosa, sus ojos brillaban con una mezcla de deseo y arrogancia. "Buenos días, mi querida Aura", dijo con voz suave pero cargada de amenaza. "Es hora de que tengamos una pequeña charla sobre nuestro futuro juntos".

Aura se incorporó lentamente, sintiendo la punzada de dolor en su cabeza al recordar los eventos de la noche anterior. "¿Qué quieres de mí?", preguntó con voz firme, tratando de ocultar el miedo que amenazaba con apoderarse de ella.

El Marqués le ofreció unos papeles, con una mirada desafiante. "Estos son los documentos que te concederán la gracia de convertirte en mi esposa", dijo con un tono de voz que no admitía réplicas.

Aura frunció el ceño, su corazón latía con fuerza en su pecho mientras tomaba los papeles entre sus manos temblorosas. "No pienso firmar nada", declaró con determinación, negándose a ceder ante las amenazas del Marqués.

El Marqués dejó escapar una risa burlona, su paciencia comenzaba a desgastarse. "Oh, cariño, crees que tienes voz en este asunto?", dijo con desprecio. "Tu única opción es aceptar mi oferta, o enfrentarte a las consecuencias, tu marido a estas alturas debería estar muerto, así que, Firma".

Sin embargo, Aura se mantuvo firme en su negativa. "Nunca me casaré contigo", dijo con voz temblorosa.

Los secuaces del Marqués avanzaron hacia Aura, sus manos ásperas y crueles, agarrándola con fuerza. Ella luchó con todas sus fuerzas, gritando y pataleando en un intento desesperado por liberarse. Pero los secuaces eran demasiado fuertes, y pronto la tuvieron sujeta con fuerza.

El Marqués se acercó a ella con una sonrisa siniestra, su mano levantada en el aire. Con un movimiento rápido y brutal, le propinó una bofetada que resonó en toda la celda. Aura sintió el dolor ardiente en su mejilla, pero se negó a dejar que el miedo la dominara.

Gritaba desesperadamente a su captor. "¡Detente, bastardo! ¡Jamás le entregaría el territorio a alguien tan deplorable como tú!".

El Marqués la miró con desprecio, sus ojos llenos de odio y desprecio. "Te arrepentirás de haberme desafiado", dijo con voz fría y amenazante. "Te aseguraré de que pagues por tu insolencia".

Con eso, dio la orden a sus secuaces de devolver a Aura a su celda, dejándola sola una vez más en la oscuridad. Aura se quedó allí, temblando de miedo y rabia.

Las piernas de Aura se sintieron débiles y cayó de rodillas, sintiendo una punzada en su estómago y preocupada, solo podía llorar mientras se aferraba a su vientre. Sus captores solo hicieron comentarios hirientes y burlones por el estado en el que se encontraba.

"Permíteme recordarte, Duquesa, que si no te tengo como esposa y no me entregas el territorio, tomaré a tu hijo bajo mi tutela y lo convertiré en mi títere. Conseguiré el ducado a como dé lugar".

El Marqués miró al esclavo y le preguntó a uno de sus lacayos. "¿Esa bestia aún sigue sedada?" El lacayo asintió con la cabeza. "Sí, mi señor. Aún no ha recobrado el conocimiento", respondió con voz servil.

El Marqués observó al prisionero con desdén, su expresión llena de desprecio hacia el hombre encadenado. "Qué inútil eres", murmuró para sí mismo, sin preocuparse por si el esclavo podía escucharlo o no. "Vámonos, a ella solo le darán pan y agua una vez al día, veamos si eso la disuade". Luego de decir esto último saldría junto a sus hombres de la celda.