- No eres más que una pobre omega - le dice con desdén la novia de su amigo de infancia...
Amelie lleva años soportando malos tratos y burlas indiscriminadas de parte del grupo de amigos de Armand.
Su abuela Selene lo pondrá en jaque cuando casi la pierda.
¿Podrá demostrar su valía, pese a ser una omega?
¿O el destino le tendrá preparado algo más?
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Pidiendo perdón.
Muy temprano por la mañana, Marion se levantó, se aseo y salió rumbo a la mansión real. Por primera vez su consciencia no la dejaba disfrutar. Había tenido la fortuna de encontrar a su mate, fuera humano o no, desde que lo vio, supo que ya no habría nadie más. Antes de salir, quiso verlo, el chico aún dormía. Sonrió al verlo tan hermoso, tan tranquilo, su loba estaba loca por marcarlo.
- Debemos esperar unos días. - susurró Marion.
Bajó las escaleras y se fue rumbo a su destino, los habitantes de la manada la miraban con cariño, ella había salvado a la manada de ser atacada, aún colocando su propia vida en riesgo al huir del grupo de los renegados donde se encontraba.
Llegó a la mansión y pidió hablar con todos los miembros de la familia real. Para su fortuna, también estaban Armand y Amelie, que eran los principales afectados con su comportamiento poco maduro.
En la casa de los Becker, Pierre apenas se levanta, un poco desorientado pues estaba convencido que lo vivido el día anterior, no había sido más que un sueño, sin embargo, notó que seguía en el lugar donde se había quedado dormido la noche anterior. Se puso en pie y salió en busca de su bella rubia, pero no la encontró, solo estaban sus suegros quienes al verlo, le regalaron una sincera sonrisa.
- Ven hijo, desayuna. - le dice la madre de Marion. - Marion fue a casa de los alfas, necesitaba solucionar una situación pasada.
El chico solo asintió y se sentó en el comedor donde una de las mujeres del servicio le colocó un buen desayuno.
Mientras, Marion entraba a una de las salas de la mansión, para encontrarse con los ojos curiosos de Antoine, Rebecca, Amelie y Armand. También con la mirada tranquila de Antonieta, quien ya sabía a qué se debe su visita.
- Ammm... en primer lugar, quisiera pedirle disculpas por mi mal comportamiento todos estos años, sé que he sido un asco de persona, sobretodo contigo, Amelie. - dio un suspiro, tratando de buscar las palabras correctas. - No fui jamás amable porque creía que al ser omega no merecías nada. Mis padres jamás estuvieron de acuerdo, pero moría de envidia cada vez que miraba como todos te querían, como Armand te miraba. - señala con un gesto de mano al mencionado. - Ahora me doy cuenta de que no soy mejor ni más que tú, solo soy una mínima parte del universo de la diosa Madre.
Por un momento se hizo silencio, hasta Rebecca estaba sin palabras, y eso que ella siempre tiene algo que comentar. Amelie, entonces intervino.
- Marion, todo es parte del pasado, lo bueno es que pudiste reflexionar a tiempo, sobretodo, que gracias a que tienes buenas bases, pudiste avisar del ataque y cuidaste a la manada. Ahora quien tiene admiración, soy yo. - las palabras de la Omega, dejaron sorprendida a Marion. - No sé si algún día podremos ser amigas, pero por lo menos, creo que nuestra relación ser un poco más cordial.
Armand miraba con amor y orgullo a su linda omega, la diosa Luna no pudo haberle dado mejor compañera que ella. Después de la charla y volver a pedir disculpas, Marion se fue a su casa, su loba estaba ansiosa por estar junto a Pierre. Por alguna extraña razón, su cuerpo parecía que iba a tener fiebre pronto, lo cual le parecía extraño pues los lobos no se enferman. Recordó que su madre una vez le explicó algo sobre el celo y la temperatura corporal. Dedujo que lo que estaba sintiendo, era el inicio de su celo, jamás lo había sentido, debido a que no había encontrado a su mate, pero al tenerlo ya con ella, su cuerpo lo reconoció y empezó ese ciclo tan importante para un hombre lobo.