Corazón En Llamas

Llamadas que inquietan

El celular de Eva vibró sobre la mesa. Era una llamada de su padre adoptivo.

—¿Bueno? —respondió, mientras se secaba las manos con el mandil.

—Hola, hija. Soy yo, tu papá —dijo Ferdi con tono suave.

—¿Qué pasó, pa? ¿Todo bien?

—Necesito que me ayudes esta noche. No me siento bien y tengo que cubrir un turno.

—¿Qué tipo de trabajo?

—Solo es atender en un lugar. Nada complicado. A las diez de la noche.

—¿Dónde?

—En el Club Shining Day, en la colonia Roma.

Eva se quedó en silencio. Sabía que ese lugar era un antro de lujo, con fama de tener clientes peligrosos.

—¿Un club nocturno, pa?

—Sí, hija. Pero si no puedes, le digo a Aldo. Aunque él tiene examen mañana.

Eva pensó unos segundos. Algo no le cuadraba, pero no quería dejar a Aldo en riesgo.

—Está bien. Mándame la dirección completa. Yo voy.

—Gracias, hija. Sabía que podía contar contigo.

Colgó. En la sala, Marni lo miraba con una sonrisa torcida.

—¿Aceptó?

—Sí. Va a ir.

—Perfecto. Sabía que con la deuda que tiene, no se iba a negar —dijo Marni, riendo.

—Y ahora sí, quiero mi mitad. Cincuenta mil.

—¿Qué? No, tú te quedas con veinte. Yo hice todo el trato.

—¿Veinte mil? ¿Estás loca? Si no me das la mitad, le digo a Eva lo que estás planeando.

Ferdi se quedó helado. Sabía que si Eva se enteraba, todo se vendría abajo.

—Está bien. Cincuenta mil. Pero no digas nada.

Marni sonrió, satisfecha.

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—¿Quién te llamó? —preguntó Lisna, mientras guardaban los últimos platos del día.

—Mi papá. Me pidió que lo cubra en un trabajo esta noche.

—¿Y qué tipo de trabajo?

—Nada raro. Solo atender en un lugar.

Lisna la miró con desconfianza.

—No me gusta cómo suena eso. Tú eres su hija adoptiva, Eva. Y a veces siento que te usa más que a Aldo, que es su hijo biológico.

Eva bajó la mirada. No quiso decirle que el lugar era un club nocturno. Sabía que Lisna se pondría peor.

—Ya, no me mires así. Mejor ayúdame a guardar todo —dijo Lisna, cambiando de tema.

...****************...

En la torre de Adam Company, Lucifer revisaba los informes con el ceño fruncido.

—William, ven a mi oficina —ordenó por el intercomunicador.

—Sí, señor —respondió William, ajustándose la corbata.

Tocó la puerta. Entró.

—¿Qué pasa, señor?

Lucifer lo miró con frialdad.

—Siéntate.

William obedeció, nervioso.

—¿Por qué hay tantos empleados que faltaron más de seis días este mes?

—Algunos están enfermos, otros pidieron permiso...

Lucifer golpeó la mesa con fuerza. William se sobresaltó.

—¡Despide a todos los que hayan faltado más de seis días! Sin indemnización. Solo el salario pendiente.

—Pero señor...

—No hay peros. Hay cientos que quieren trabajar aquí. No necesito a los que no cumplen.

—Entendido, señor.

—Reúne a todo el personal en la sala de juntas. Diez minutos.

William salió con el corazón acelerado. El sudor le empapaba la camisa.

—¡Todos a la sala de juntas! ¡Incluyendo limpieza! —gritó.

—¿También limpieza? ¿Qué está pasando? —preguntó una recepcionista.

—No sé, pero más vale que lleguemos.

Los empleados se apresuraron. Algunos corrían, otros se arreglaban la ropa. El ambiente era tenso.

En la sala, todos esperaban. El sonido de los zapatos de Lucifer se escuchó por el pasillo.

—Ya viene —susurró alguien.

—Dios mío... ¿qué va a pasar?

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—Lisna, Aldo, vamos recogiendo. Ya es hora —dijo Eva.

—¡Yuju! ¡Nos vamos! —respondió Lisna, feliz.

—Aldo, ¿tienes examen mañana, verdad?

—Sí, ¿cómo lo supiste?

—Porque te conozco. Y quiero que estudies. No quiero que repruebes.

—Sí, hermana.

Recogieron el carrito, guardaron los ingredientes y se prepararon para irse. Pero Eva sabía que esa noche, algo iba a cambiar. Y no estaba segura de estar lista.