En 1957, en Buenos Aires, una explosión en una fábrica liberó una sustancia que contaminó el aire.
Aquello no solo envenenó la ciudad, sino que comenzó a transformar a los seres humanos en monstruos.
Los que sobrevivieron descubrieron un patrón: primero venía la fiebre, luego la falta de aire, los delirios, el dolor interno inexplicable, y después un estado helado, como si el cuerpo hubiera muerto. El último paso era el más cruel: un dolor físico insoportable al terminar de convertirse en aquello que ya no era humano.
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Capítulo 17: Reconstrucción y planes futuros
Después del ataque, el asentamiento estaba dañado pero no destruido. Tania sabía que la seguridad no se restauraría con simples reparaciones; necesitaban una reconstrucción estratégica y un plan a largo plazo para enfrentar las amenazas futuras.
Se reunió con Juan, Marcos e Isabela en el centro de mando improvisado. Los mapas extendidos sobre la mesa mostraban los perímetros, las barricadas dañadas y los puntos de suministro.
—Leo nos enseñó algo doloroso —dijo Tania, señalando las rutas que el traidor había intentado usar—. No podemos confiarnos. Debemos reforzar cada punto débil, anticipar ataques y entrenar a todos para que sepan cómo reaccionar sin esperar órdenes.
Juan asintió, tomando notas mientras organizaba a los defensores en grupos de patrulla rotativos. Marcos inspeccionaba los sistemas de agua y provisiones, asegurándose de que no quedara ningún fallo crítico que los dejara vulnerables. Isabela, con su mirada calculadora, proponía mejoras en las defensas: trampas, barricadas móviles y rutas de escape para todos los habitantes.
Tania decidió dividir las responsabilidades. Los más fuertes y experimentados entrenarían a los nuevos, mientras los jóvenes aprenderían habilidades esenciales: reconocer señales de peligro, moverse sin ser detectados y mantenerse alerta en todo momento. Carmen observaba cada instrucción con ojos atentos, absorbiendo cada detalle como si su vida dependiera de ello. Y, de hecho, así era.
—Cada uno tiene un rol —dijo Tania, con voz firme—. Nadie puede dormirse. Si alguien falla, todos podrían pagar las consecuencias. No podemos darnos el lujo de errores.
Mientras trabajaban, Tania también promovió la cooperación y el sentido de comunidad. Las tensiones internas podían ser tan peligrosas como los ataques externos, y sabía que mantener la moral alta era tan importante como reforzar las murallas. Reunió al grupo para planear horarios de guardia, distribución de recursos y tareas de mantenimiento. Todos comprendían que cada acción contaba.
Los días siguientes fueron intensos. Reforzaron las barricadas, cavaron zanjas alrededor del perímetro y colocaron trampas improvisadas. Cada noche, Tania evaluaba posibles rutas de escape y puntos de observación elevados. Los entrenamientos incluían simulaciones de ataque, enseñando a reaccionar bajo presión y coordinar movimientos en silencio.
Además, comenzaron a recolectar información sobre la zona. Explorarían aldeas cercanas, documentarían señales de los monstruos y estudiarían posibles refugios adicionales. La estrategia de Tania no era solo defensiva; era preventiva y proactiva.
Mientras supervisaba los trabajos desde la torre de vigilancia, Tania reflexionó sobre el aprendizaje que Karen le había dejado: la supervivencia dependía de la planificación, la observación y la cooperación. Ahora ella era la encargada de mantener viva esa enseñanza y asegurarse de que el asentamiento no solo sobreviviera, sino que prosperara en un mundo donde la muerte y la traición acechaban constantemente.
—Leo está afuera, pero no podemos dejar que eso nos paralice —dijo Tania, observando el horizonte—. Debemos proteger a Carmen, a todos los que dependen de nosotros, y prepararnos para cualquier eventualidad.
El asentamiento, aunque aún frágil, comenzaba a transformarse en una fortaleza segura. Cada barricada, cada patrulla y cada entrenamiento era un paso hacia la estabilidad. Tania comprendió que los desafíos serían mayores, pero con organización, estrategia y la cooperación de todos, podrían enfrentar lo que viniera. La reconstrucción no era solo física; era también un renacer de la esperanza en un mundo devastado.