La Princesa Y El Rey De Wall Street

Y la noticia sacudió a Khalil su hijo Jalil había sido encontrado en la cama con la sobrina de Akram Hassan y lo peor era que la joven era pura y había ocurrido en el palacio de Marambit.

— Pues lo siento por ti deberás casarte. Estamos siendo cuestionados, tu insensates no pudo pasar en peor momento.

— No me quiero casar con Zahra exclamó Jalil.– No me interesa, me gusta la prima de Olivia, Danielle.

— Debiste pensarlo antes, has insultado a la familia exclamó Khalil...

Esa tarde Amira estaba en la sala cuando Khalil ingreso su relación estaba demasiado tensa.— Mañana es tu cumpleaños¿ qué deseas de regalo?, pregunto Khalil

— Quiero a mis hijas aquí.— Mariana llevaba cuatro meses en ese templo y nada sabian de ella. Rosse era una paria a la que su padre habia expulsado. A Constanza no la aceptaba en la casa y la había excluido como castigo por su insensates y si Kamal no había solicitado el divorcio era por su hijo.

Khalil miró a su esposa.— Dejaré que Constanza vuelva a pisar esta casa, un solo capricho y no volverá a poner un pie aquí ni después de mi muerte, soy por demás generoso y lo hago solo por ti exclamó Khalil.

— ¿No entiendo como puedes ser tan duro con tus hijas?, pregunto Amira.

— Se los di todo, jamás impuse mis ideas estudiaron lo que quisieron, donde quisieron, los deje escoger sus parejas, incluso permiti que mi hija participará en un desfile. La única condición era no arrastrar el honor familiar y salvo Mariana, nuestros hijos arrastraron el apellido de la familia por el fango. Soy duro con Rosse , ¿ella no fue egoísta con su hermana?, hace cuatro meses no vemos a Mariana está recluida en ese lugar, no sabemos nada de ella, pero de Rosse si, ella sigue arrastrando a la familia sin importarle nada, pero créeme pagara por eso. Tal vez tengas razón soy duro, pero cuando fui un padre permisivo y amoroso me pagaron con una patada en los dientes.

— Ese hombre maltrato a Mariana.

— Sí, pero si Rosse no se hubiera exhibido, Mariana no hubiera sido señalada y eso es algo que nunca le perdonaré.

Khalil se dirigió a su oficina y llamó a Londres.

— Es hora de que te comportes como un hombre y recuperes el honor que mi hija te arrebato exclamó Khalil.—Rashad al otro lado de la línea abrió sus ojos como platos.

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Durante cuatro meses, Mariana vivió en el silencio sagrado de Al-Zawiya Al-Jannah.

Sus días transcurrían entre la oración y el trabajo. Se despertaba antes del amanecer para unirse a las demás en los rezos matutinos, y luego ayudaba en la cocina y en la limpieza del templo. No era fácil, pero tampoco se quejaba. Ahí nadie preguntaba por su pasado, nadie la miraba con juicio.

Sin embargo, su verdadera vocación pronto se hizo visible.

El templo acogía a muchos ancianos y peregrinos enfermos que llegaban buscando refugio y paz en sus últimos días de vida. Mariana, con su conocimiento como médica, comenzó a asistirlos en silencio. Al principio, solo ofrecía pequeños consejos, pero pronto las guardianas se dieron cuenta de su habilidad.

—Tienes manos sanadoras —le dijo una de las mujeres mayores una tarde, mientras Mariana vendaba la pierna de una anciana con una infección—. Úsalas.

Y así lo hizo.

Comenzó a dedicar sus tardes a cuidar a los enfermos, preparando remedios con hierbas, curando heridas, aliviando fiebres. Algunos la miraban con asombro; era raro ver a alguien con conocimientos médicos dentro del templo.

Pero Mariana nunca habló más de lo necesario. No era la princesa caída en desgracia, no era la esposa devuelta. Ahí, era solo una servidora de Dios, una mujer que buscaba redención a través de su trabajo.

Aun así, en las noches, cuando se retiraba a su austera habitación y cerraba los ojos, los recuerdos la acechaban.

La imagen de su padre, la furia de Malek, la traición de Nasser, el dolor de haber sido juzgada injustamente.

Cuatro meses habían pasado. ¿Había encontrado paz?

O simplemente… Estaba esperando una señal de que era el momento de regresar. Y a si paso una tarde. Mariana estaba trabajando.

El sonido de pasos apresurados interrumpió la calma del templo. Mariana estaba moliendo hierbas para preparar una infusión cuando una de las guardianas entró con expresión grave.

—Mariana.

Ella levantó la vista, sintiendo una extraña inquietud en el aire.

— Han traído un mensaje para ti.Tu padre está en su lecho de muerte. Pide por ti.

El mortero resbaló de sus manos y cayó al suelo con un golpe sordo.

Por un momento, no pudo respirar. Su padre. El hombre cuyo amor le había enseñado el significado del amor, la lealtad y el respeto.

—¿Estás segura? —su voz salió más débil de lo que esperaba.

La guardiana asintió.

—Hemos recibido el mensaje esta mañana. El rey Khalil está gravemente enfermo. Quiere verte.

El corazón de Mariana latía con fuerza. Había pasado seis meses apartada del mundo, convencida de que no había nada por lo que regresar. Pero ahora…

Era su padre.

Y si él pedía verla antes de morir, ¿podía negarse?

—Si decides partir —continuó la guardiana—, debes saber que no podrás regresar. Este es un lugar de retiro, y quienes lo abandonan no son aceptados de nuevo.

Mariana tragó saliva. Lo sabía. Lo había sabido desde el día en que cruzó las puertas del templo.

Se quedó en silencio, mirando sus manos manchadas de hierbas medicinales. Había encontrado consuelo en la rutina, en la oración, en el servicio a los demás.

Pero…

¿Podía darle la espalda a su padre en su lecho de muerte?

Cerró los ojos un momento, y cuando los abrió, su decisión estaba tomada.

—Me iré en cuanto termine de preparar esto...

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El rey Khalil Hazbun siempre había sido un gobernante fuerte, respetado por su pueblo y temido por sus enemigos. Pero en los últimos meses, su autoridad había sido cuestionada como nunca antes.

El escándalo de Mariana había dividido a la gente. Muchos creían que había sido humillada injustamente, y eso debilitaba su imagen como líder. Al mismo tiempo, su hijo Malek, había abandonado el trono y el nuevo heredero desafiando a los consejeros y generando tensiones entre las facciones del reino solo se ocupaba de cortejar mujeres de occidente. Y su hija mejor había aparecido en una campaña de productos eroticos.

Los murmullos crecían.

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¿Es hora de un nuevo líder?

Fue en medio de este clima de incertidumbre que ocurrió la emboscada.

Khalil viajaba con su escolta real hacia una fortaleza en la frontera de Raleigh cuando el ataque se desató. La caravana avanzaba por el desierto, cerca de las colinas , los caballos levantando polvo en la tarde calurosa, cuando de repente, el sonido de un cuerno rasgó el aire.

Antes de que pudieran reaccionar, los disparos cayeron desde lo alto de las rocas. Varios guardias cayeron al instante, mientras los demás intentaban cubrir al rey con sus cuerpos.

—¡Protejan al rey! —rugió Omar, el jefe de la guardia real, desenvainando sus armas.

Pero el ataque no se detuvo. De entre las sombras de las rocas salieron jinetes vestidos de negro, con los rostros cubiertos y armas brillando bajo el sol. Asesinos bien entrenados.

El combate fue feroz. Las espadas chocaban, los caballos relinchaban, y Khalil, a pesar de su edad, desenvainó y peleó como un verdadero guerrero.

Sin embargo, un enemigo logró acercarse demasiado.

Con un movimiento veloz, el atacante hundió su daga en el costado del rey.

Khalil gruñó de dolor, pero con su última fuerza, cortó la garganta de su agresor antes de caer de rodillas.

—¡El rey ha sido herido! —gritó un soldado.

Los atacantes, viendo que habían cumplido su misión, comenzaron a retirarse rápidamente, dejando un campo de muerte tras ellos.

Omar corrió hacia Khalil, que yacía en el suelo con la mano presionando su herida sangrante.

—Llévenme al palacio… aún no he terminado.—murmuró el rey con voz débil.

En minutos un helicóptero se hizo presente y fue llevado de vuelta a la capital, donde su destino quedaba en manos de los médicos.

Kamal se encontraba aguardando la llegada del helicóptero con su suegro herido en el hospital.

El rugido de las hélices rompió la paz del templo.

Las guardianas se reunieron en la entrada, observando con severidad el helicóptero negro que descendía en el claro, levantando una nube de arena dorada. Era la primera vez que un aparato así se acercaba a Al-Zawiya Al-Jannah, un lugar que rechazaba cualquier símbolo del mundo exterior.

Mariana, vestida con su túnica negra y el rostro cubierto por el velo, permanecía firme, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Había tomado su decisión.

Cuando la aeronave aterrizó, Malek descendió de ella, su figura imponente destacándose contra el sol poniente. Su rostro estaba tenso, marcado por la urgencia.

—Es hora de volver a casa. —su voz sonaba grave, sin rastro de suavidad.

Las guardianas se miraron entre sí, y luego la que parecía ser la líder se adelantó.

—Ya no pertenece a este lugar. Si te vas, no podrá regresar.

—Mariana tu no perteneces aquí —. Es importante que veas a nuestro padre antes de que sea demasiado tarde.

Mariana miró a las mujeres que la habían acogido. En sus ojos había comprensión, pero ninguna le pidió que se quedara. Sabían que su destino no estaba ahí.— Gracias por todo lo que me han dado

Sin decir una palabra más, Mariana dio un paso adelante y dejó que Malek la escoltara hasta el helicóptero.

Cuando subió y las puertas se cerraron, sintió un vacío extraño en el pecho.

El exilio había terminado.

Pero… ¿qué clase de destino la esperaba en el palacio?...