Hiroshi es un adolescente solitario y reservado que ha aprendido a soportar las constantes acusaciones y burlas de sus compañeros en la escuela. Nunca se defiende ni se enfrenta a ellos; prefiere pasar desapercibido, convencido de que las cosas nunca cambiarán. Su vida se vuelve extraña cuando llega a la escuela una nueva estudiante, Sayuri, una chica de mirada fría y aspecto aterrador que incomoda a todos con su presencia sombría y extraña actitud. Sayuri parece no temer a nada ni a nadie, y sus intereses peculiares y personalidad intimidante la convierten en el blanco de rumores.
Contra todo pronóstico, Sayuri comienza a acercarse a Hiroshi, lo observa como si supiera más de él que nadie, y sin que él se dé cuenta, empieza hacer justicias.
NovelToon tiene autorización de Ashly Rijo para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
La nueva ingresada- La fabrica
Salimos de la casa, dejando atrás el eco del silencio que quedaba después de lo ocurrido. Mi respiración era pesada, y sentía las manos temblorosas mientras trataba de asimilar lo que acababa de pasar.
—¿Es siempre así? —pregunté, con un tono quebrado.
Sayuri no se molestó en mirarme mientras caminábamos.
—¿A qué te refieres?
—¿A esto? A... matar a alguien sin pestañear. ¿No sientes nada?
Ella se detuvo de golpe, girándose hacia mí. Sus ojos estaban llenos de una mezcla de hastío y algo más, algo que no podía identificar.
—Hiroshi, no somos iguales. Tú eres humano. Yo no. No tengo por qué sentir nada.
—Eso no lo hace correcto —dije, sintiendo que mi voz se elevaba sin querer.
Sayuri alzó una ceja, como si mi moralidad le resultara un tema aburrido.
—¿Correcto? ¿Desde cuándo el mundo que conoces es correcto? ¿Acaso esos chicos que murieron por tu deseo eran correctos? ¿Acaso este hombre lo era?
Me quedé callado. No tenía respuestas para sus preguntas, pero eso no hacía que me sintiera mejor.
—Pero tú puedes decidir… —murmuré, más para mí que para ella—. Tienes el poder de hacer lo correcto.
Sayuri soltó una risa seca.
—No estoy aquí para ser justa. Estoy aquí para cumplir con mi tarea.
Seguí caminando detrás de ella, sin saber qué más decir. Mi mente seguía atrapada en la imagen del cuerpo inerte en el suelo, en las sombras que la rodeaban mientras ejecutaba su tarea como si fuera algo mundano.
—¿Por qué yo? —pregunté finalmente, rompiendo el incómodo silencio.
Sayuri no respondió de inmediato. Seguimos caminando hasta que llegamos a un parque cercano. Se sentó en un banco y me indicó que hiciera lo mismo.
—Porque tú pediste algo, Hiroshi. Algo que no podías manejar.
—¡Ya lo sé! —respondí, frustrado—. Pero ¿por qué no otra persona? ¿Por qué yo tengo que pagar de esta forma?
Sayuri suspiró, y por un momento pensé que iba a ignorar mi pregunta como solía hacer. Pero entonces habló, y su tono era menos frío de lo habitual.
—Porque tu deseo fue puro en su momento. No era venganza, no era ambición. Era desesperación. Mi jefe encontró algo interesante en eso.
—¿Interesante? ¿Qué hay de interesante en querer que dejen de molestarte?
—El hecho de que lo quisieras tanto como para arriesgarlo todo.
Guardé silencio. No sabía si sentirme aliviado de que ella estuviera hablando conmigo o asustado por lo que estaba diciendo.
—¿Y qué pasa contigo? —le pregunté, cambiando el enfoque—. ¿Por qué haces esto?
Sayuri me miró como si hubiera hecho la pregunta más tonta del mundo.
—Porque es mi deber.
—No, no me refiero a eso. ¿Por qué aceptaste esto en primer lugar?
Sus ojos se oscurecieron un poco, y por un momento pensé que había cruzado una línea peligrosa. Pero en lugar de enojarse, desvió la mirada hacia el suelo.
—Eso no te importa.
Iba a insistir, pero el sonido de un teléfono me interrumpió. Sayuri sacó un pequeño dispositivo negro del bolsillo de su chaqueta. No era un teléfono como los que yo conocía, pero claramente estaba recibiendo algún tipo de mensaje.
—Tenemos otra tarea —dijo, levantándose del banco.
—¿Ya? —pregunté, agotado tanto física como emocionalmente.
—Esto no se detiene, Hiroshi.
Me puse de pie, aunque mi cuerpo me pedía lo contrario.
—¿Y qué pasa si digo que no?
Sayuri se giró hacia mí, su expresión tan dura como siempre.
—¿Quieres que te lo recuerde?
Bajé la mirada. No tenía opción, y ella lo sabía.
—Vamos —dijo, comenzando a caminar hacia una dirección desconocida—. Esta vez no será tan fácil como el anterior.
Sus palabras no me tranquilizaron en absoluto, pero no tuve más remedio que seguirla.
Sayuri caminaba delante de mí, firme, casi con indiferencia. Sus movimientos eran rápidos y precisos, como si supiera exactamente hacia dónde iba.
—¿Podrías, al menos, decirme a dónde vamos? —pregunté finalmente, mi voz rompiendo el silencio como un eco incómodo.
Ella no se giró, ni siquiera redujo el ritmo.
—A un lugar.
—Eso no responde nada —gruñí, acelerando para ponerme a su lado—. Si voy a estar en esto, lo mínimo es que me digas qué está pasando.
Por primera vez, Sayuri giró la cabeza para mirarme. Sus ojos, oscuros y profundos, parecían analizarme, como si estuviera evaluando si valía la pena darme una respuesta.
—Vamos a una vieja fábrica —dijo finalmente—. Alguien acaba de hacer un deseo.
—¿Qué tipo de deseo? —pregunté, tratando de no sonar tan nervioso.
Sayuri rodó los ojos y dejó escapar una risa sarcástica.
—Claro, Hiroshi, seguro es un deseo de ganar la lotería o encontrar el amor verdadero.
—Estoy siendo serio.
—Yo también. Los únicos deseos que cumplo son los que terminan con una muerte —dijo, su voz volviéndose tan fría que casi podía sentirla en mi piel.
El resto del camino fue un silencio incómodo. Las palabras de Sayuri resonaban en mi cabeza como una campana: "Los únicos deseos que cumplo son los que terminan con una muerte."
Cuando llegamos a la fábrica, el lugar parecía abandonado. Las paredes estaban cubiertas de grafitis, y las ventanas rotas dejaban pasar corrientes de aire que parecían susurrar secretos oscuros. Sayuri abrió la puerta principal con facilidad, como si no le importara que alguien pudiera verla.
El interior era aún más deprimente que el exterior. Máquinas oxidadas, escombros por todas partes, y un silencio tan profundo que parecía absorber cada sonido.
—Está aquí —dijo Sayuri, deteniéndose en seco.
—¿El hombre? —pregunté, mi voz apenas un murmullo.
—El hombre y su objetivo.
Mi corazón comenzó a latir más rápido. No sabía si era miedo, ansiedad, o una combinación de ambas.
Sayuri avanzó hacia una de las esquinas oscuras de la fábrica. Allí, dos figuras estaban de pie, una frente a la otra. Un hombre alto, con el rostro cubierto de sudor y una expresión de furia desquiciada, sostenía un cuchillo. Frente a él, un hombre más bajo, con las manos levantadas en un gesto de súplica.
—Te lo ruego, no lo hagas. Fue un error, no sabía que el trato era tan importante para ti… —dijo el hombre más bajo, su voz temblando.
—¿Un error? —replicó el otro, su tono goteando veneno—. Arruinaste mi vida. Mi empresa. Mi futuro. ¿Y ahora esperas que te perdone?
—Es ahora o nunca —dijo Sayuri en voz baja, dirigiéndose a mí.
—¿Qué se supone que haga? —pregunté, sintiendo cómo el pánico se apoderaba de mí.
—Decidir.
—¡Decidir qué!
—Si merece vivir o no.
Miré a los dos hombres frente a mí. El cuchillo brillaba bajo la tenue luz que entraba por las ventanas rotas. El hombre que sostenía el arma parecía perdido, consumido por el odio. Pero el otro, aunque suplicaba, tenía una mirada esquiva, como si ocultara algo.
—¿Puedes leer sus pensamientos? —le pregunté a Sayuri, mi voz temblando.
Ella asintió y cerró los ojos por un momento antes de hablar.
—El que sostiene el cuchillo piensa en su familia. En cómo esta traición los dejó sin hogar. En cómo ha trabajado toda su vida para nada.
—¿Y el otro?
—Piensa que ojalá hubiera sido más inteligente al ocultar el dinero.
Mis manos se cerraron en puños. No podía ser tan simple.
—No podemos matarlo solo porque sea un ladrón —dije, mirando a Sayuri con desesperación—. Tiene que haber otra manera.
—Hiroshi, el sistema no funciona con moralidad humana. Funciona con decisiones. Y esa decisión es tuya.
Sentí que el aire me faltaba. Mi mente corría en círculos, tratando de encontrar una salida.
—No puedo hacerlo —dije finalmente, mi voz quebrándose.
Sayuri me miró, y por un momento, su expresión se suavizó.
—Entonces yo lo haré.
—¡No!
Corrí hacia los dos hombres, interponiéndome entre ellos y Sayuri.
—¿Qué demonios estás haciendo? —dijo ella, irritada.
—¡No podemos matarlo! ¡Tiene que haber otra manera!
El hombre con el cuchillo me miró, confundido, pero no bajó el arma.
—¿Quiénes son? ¿Por qué están aquí?
—Eso no importa —dije rápidamente—. Lo que importa es que esto no resolverá nada.
—¡Él me traicionó! —gritó el hombre, levantando el cuchillo más alto.
—¡Lo sé! Pero matarlo no hará que tu vida vuelva a ser la misma.
Sayuri suspiró detrás de mí.
—Siempre tan dramático…
Ignorándola, continué hablando con el hombre.
—Mira, puedes hacer las paces con esto de otra manera. Haz que pague, pero no con su vida.
Por un momento, el hombre pareció dudar. Bajó el cuchillo unos centímetros, y aproveché la oportunidad.
—¿Qué pasa si lo matas y después te arrepientes? ¿Qué pasa si eso no llena el vacío que sientes?
Finalmente, el hombre dejó caer el cuchillo al suelo. Su cuerpo se desplomó, como si toda su energía lo hubiera abandonado.
Sayuri chasqueó la lengua.
—Patético.
El hombre más bajo cayó de rodillas, agradeciendo entre lágrimas.
—¡Gracias, gracias!
Yo me giré hacia Sayuri, respirando con dificultad.
—Lo hice. Tomé mi decisión.
Ella me miró con frialdad.
—No fue la decisión que esperaba, pero veremos cómo lo toma mi jefe.
Sabía que no había terminado, pero por ahora, sentía un pequeño alivio. Por ahora, había logrado evitar que otra vida se apagara.