Dios le ha encomendado una misión especial a Nikolas Claus, más conocido por todos como Santa Claus: formar una familia.
En otra parte del mundo, Aila, una arquitecta con un talento impresionante, siente que algo le falta en su vida. Durante años, se ha dedicado por completo a su trabajo.
Dos mundos completamente distintos están a punto de colisionar. La misión de Nikolas lo lleva a cruzarse con Aila.Para ambos, el camino no será fácil. Nikolas deberá aprender a conectarse con su lado más humano y a mostrar vulnerabilidad, mientras que Aila enfrentará sus propios miedos y encontrará en Nikolas una oportunidad para redescubrir la magia, no solo de la Navidad, sino de la vida misma.
Este encuentro entre la magia y la realidad promete transformar no solo sus vidas, sino también la esencia misma de lo que significa el amor y la familia.
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Parte 14
Aila
Los días en la villa mitad renos habían pasado como un suspiro, aunque llenos de trabajo y emociones encontradas. Desde el momento en que llegué, todo parecía un caos organizado, una comunidad vibrante y cálida que se esforzaba por adaptarse a su nueva realidad. Me habían recibido con una ceremonia improvisada que aún no sabía cómo procesar. No estaba acostumbrada a tanta atención, a tantas sonrisas genuinas que parecían querer hacerme sentir parte de algo.
Desde el primer instante, Rodolfo me asignó su árbol como hogar temporal, un espacio mágico que se expandía y adaptaba según nuestras necesidades. Sin embargo, algo dentro de mí no podía conformarse con esa solución. No era justo que tantos mitad renos siguieran viviendo en espacios compartidos y ajustados mientras nuevas crías nacían cada día. Necesitaban algo más grande, más funcional, pero que no perdiera esa conexión especial con la naturaleza que tanto valoraban.
—¿Qué necesitamos? —les pregunté una noche, cuando me reuní con los líderes de la villa.
Rodolfo tomó la palabra, aunque los demás mitad renos parecían nerviosos, como si no quisieran cargarme con sus preocupaciones.
—Queremos algo que respete nuestra esencia —dijo, señalando los árboles que nos rodeaban—. Las casas de los elfos son hermosas, pero no queremos perder lo que somos. Los árboles han sido nuestro hogar desde siempre.
Asentí, comprendiendo lo que intentaba decir. Esa noche no dormí. Me quedé bocetando ideas, mezclando lo que había aprendido en mi tiempo con los elfos con las necesidades y deseos de los mitad renos. Había algo profundamente inspirador en su conexión con la naturaleza, en cómo hablaban con los árboles, las aves, e incluso el viento, buscando consejos y respuestas.
A la mañana siguiente, les presenté un primer plano. Era una mezcla de arquitectura funcional y magia natural, con casas que crecían junto a los árboles, utilizando su fuerza y magia sin dañarlos.
—Esto... esto es posible —murmuró Rodolfo, sorprendido, mientras los demás mitad renos se acercaban para ver.
Nos organizamos rápidamente. Dividimos a la villa en grupos según sus habilidades: algunos trabajaban directamente con los árboles, susurrándoles y convenciéndolos de que nos ayudaran a formar los soportes principales de las casas. Otros recolectaban materiales naturales que respetaban el equilibrio del bosque, mientras un pequeño grupo, guiado por mí, se encargaba de los detalles técnicos y mágicos.
—¡Aila! —gritó un pequeño mitad reno una tarde mientras corría hacia mí con una sonrisa deslumbrante—. Mira lo que hicimos.
Me llevó de la mano hasta una de las casas en construcción. Era perfecta: un espacio amplio que parecía crecer del árbol mismo, con ventanas que dejaban entrar la luz del sol y plataformas que conectaban las casas entre sí, creando una especie de red en el aire.
—Es hermoso —susurré, conmovida, mientras el pequeño me miraba con orgullo.
Poco a poco, la villa comenzó a transformarse. Cada casa era única, adaptada a las familias que la ocuparían, pero todas compartían esa misma esencia: una conexión profunda con la naturaleza y la comunidad.
Por las noches, después de largas jornadas de trabajo, nos reuníamos alrededor de fogatas para compartir historias, canciones y risas. Eran momentos llenos de calidez que me recordaban por qué estaba aquí. Y, sin embargo, en esos instantes tranquilos, mi mente siempre volvía a él. A Nikolas.
Había intentado ignorarlo, concentrarme en la construcción de la villa, pero cada vez que me detenía, su imagen volvía a mi mente. ¿Qué estaría haciendo? ¿Seguiría escribiéndome?
Por ahora, mi lugar estaba aquí, ayudando a los mitad renos a construir algo que perduraría por generaciones. Pero sabía que, en el fondo, también tenía que reconstruir algo dentro de mí antes de enfrentar todo lo que sentía por Nikola.
De un momento a otro, toda la aldea comenzó a alborotarse. Los sonidos de pasos apresurados y voces agitadas llenaron el aire como un eco constante.
—¡Se acerca Claus! —gritó alguien, y ese aviso resonó como una alarma entre los mitad renos. De pronto, todo el lugar se convirtió en un torbellino de movimiento. Algunos corrían hacia la entrada con evidente nerviosismo, mientras otros parecían prepararse para cualquier eventualidad.
El caos se mezclaba con una energía contenida que no terminaba de decidirse entre la emoción o la cautela. Observé a mi alrededor, intentando procesar lo que estaba ocurriendo.
—¿Qué le dijiste en esa carta? —preguntó Rodolfo, con el ceño fruncido mientras ajustaba su bufanda mágica.
—Nada malo... —respondí, intentando recordar cada palabra escrita—. ¡No creí que vendría!
Pero había venido. La entrada de la villa comenzó a brillar intensamente, una luz mágica que anunciaba la llegada de alguien poderoso. Entonces lo vi.
Nikolas Claus apareció, y su sola presencia pareció detener el tiempo. Su figura era imponente, con su barba recién recortada que realzaba su rostro decidido. Llevaba su icónico abrigo rojo, tan brillante que parecía reflejar cada chispa de magia en el aire. Las enormes botas negras resonaron contra el suelo mientras avanzaba con paso firme, como si todo su ser proclamara su determinación.
—Aila, he venido por ti —su voz, grave y cargada de emoción, atravesó cada rincón de la aldea.
El mundo pareció desmoronarse a mi alrededor. Sus ojos estaban fijos en los míos, tan intensos que sentí como si pudiera ver hasta lo más profundo de mí. La multitud murmuraba, y aunque algunos mitad renos parecían emocionados por su llegada, otros no estaban dispuestos a bajar la guardia.
Cuando Nikolas dio un paso hacia mí, la defensiva de la aldea se hizo evidente.
—Ella no se irá a menos que lo desee —dijo una mujer mitad reno con firmeza, poniéndose entre él y yo. Su postura era desafiante, y sus cascos golpearon la tierra con fuerza, como si estuviera lista para cualquier enfrentamiento.
—Vamos a hablar —dije rápidamente, sintiendo cómo la tensión aumentaba a cada segundo. Me coloqué entre ellos, alzando las manos como si pudiera calmar la tormenta que se avecinaba. Conocía a Nikolas, y por la mirada en su rostro, sabía que estaba dispuesto a enfrentarse a todo un ejército si eso significaba llevarme con él.
—Voy a usar tu árbol —le dije a Rodolfo, quien asintió con un leve movimiento, aunque su expresión seguía siendo cautelosa.
Con un gesto, abrí un portal que nos llevó al interior del hogar temporal de Rodolfo. Era un espacio impresionante, amplio y cálido, que combinaba la magia de los árboles con la comodidad de un refugio diseñado para reyes. Las paredes parecían brillar suavemente, y una energía tranquila llenaba el lugar.
Me giré para enfrentar a Nikolas, cruzando los brazos mientras lo miraba con una mezcla de expectación y nerviosismo.
—Quiero que vuelvas con nosotros —dijo él, rompiendo el silencio con una sinceridad que parecía envolverlo todo.
Suspiré, sintiendo un peso en el pecho que no podía ignorar.
—Nikolas... necesito tiempo. No quiero ser la última opción de nadie, ni siquiera la tuya.
Sus ojos, normalmente llenos de una chispa alegre, ahora estaban cargados de una vulnerabilidad que jamás había visto en él. Dio un paso hacia mí, como si las palabras que estaban por salir de su boca le quemaran el alma.
—Te quiero a ti, Aila. Para mí. Me he vuelto loco de solo pensar en la posibilidad de que te alejes de mí. Eres alguien con una energía increíble, una luz que no quiero perder. Te quiero conmigo, te quiero a mi lado. Quiero conocer cada fase tuya, quiero escuchar tu risa, quiero ser parte de ti.
Su voz tembló ligeramente al final, y mi corazón dio un vuelco tan fuerte que sentí que se me iba a salir del pecho.
—¿Por qué yo? —pregunté en un susurro, intentando contener las lágrimas que luchaban por salir.
—¿Por qué no tú? —respondió de inmediato, como si no existiera una sola duda en su mente—. Eres única, Aila. Solo pensar en tu sonrisa, en tu rostro, en cada gesto tuyo... me enloquece.
Algo dentro de mí se quebró y al mismo tiempo se encendió. Sus palabras no eran solo confesiones, eran una promesa, un anhelo profundo que iba más allá de cualquier cuento infantil. Esto no era un amor platónico o idealizado. Esto era real, visceral, y estaba grabado en cada palabra, en cada mirada.
Me acerqué a él lentamente, sintiendo cómo mi corazón aceleraba con cada paso. Levanté una mano, acariciando su rostro con suavidad. Su piel estaba cálida bajo mis dedos, y él cerró los ojos al contacto, inclinándose ligeramente hacia mí, como si estuviera dispuesto a rendirse por completo.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Él se agachó un poco, acercándose más, y no lo dudé ni por un segundo. Lo tomé con ambas manos y lo acerqué aún más.
Nuestros labios se encontraron en un beso que no necesitaba palabras. Fue dulce, apasionado y lleno de todo lo que habíamos callado. Sentí como si el mundo desapareciera, como si en ese instante solo existiéramos él y yo, como si cada duda, cada miedo, se desvaneciera en ese contacto.
Nikolas Claus, el hombre que había venido por mí, me tenía ahora completamente en sus brazos. Y por primera vez, me sentí en casa.