En una mezcla de desesperación y determinación, Abigail, una Santa casada con el Duque Archibald, se enfrenta a un oscuro giro del destino. Luego de una confesión devastadora por parte de su esposo sobre su infidelidad con una plebeya, Abigail toma una decisión drástica: pedir el divorcio y romper con el matrimonio que la ha oprimido por años. Sin embargo, esta vez no es una simple víctima. Tras una misteriosa reencarnación, ha regresado al pasado con el conocimiento de su fatídico futuro.
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Capítulo 17
Archibald caminaba por su despacho, apretando los puños mientras su mente hervía con pensamientos oscuros.
"No entiendo por qué todos confían tanto en Abigail. No es más que una simple e insignificante mujer que me obedece sin rechistar. ¿Qué importancia tienen esos logros en aquel pueblo? ¡Esas victorias deberían ser mías! Soy el dueño de estas tierras... No, soy el Duque, y toda la gloria debería pertenecerme."
Mientras tanto, en la fría y pequeña habitación a la que Abigail había sido relegada, su leal sirvienta, Nina, rompía el silencio con sus palabras cargadas de preocupación.
—Señorita Abigail, ¿de verdad está bien? Desde que llegamos, esa tal Luisa no me ha caído nada bien. Su actitud... hay algo en ella que me inquieta profundamente.
Abigail permaneció en silencio un momento, ocultando sus emociones tras una máscara serena.
"Incluso Nina puede ver lo que Archibald no nota. Él cree que Luisa es pura y angelical, pero no es más que una serpiente venenosa disfrazada de inocencia."
—Nina —respondió finalmente Abigail con voz calmada—, no deberías hablar de esa manera. Recuerda que ella es la madre del hijo del Duque. Si alguien te escuchara, podrías meterte en serios problemas.
—¡Ya lo sé! —gritó Nina entre lágrimas, incapaz de contener su frustración—. Pero no puedo quedarme callada. Usted, señorita, debería ser quien más sufra en esta situación. ¿Cómo puede soportar que el hombre al que ama haya traído a esa mujer a su hogar, la trate mejor que a usted y hasta le haya dado su habitación? Esto no es justo. ¡No es justo! Usted ha sacrificado tanto por este ducado, salvado vidas, enfrentado la plaga... Y aún así, la dejan en una habitación que apenas parece mejor que un calabozo. Perdóneme, Santa, pero ¿qué es lo que a usted le pasa? ¿Por qué no se molesta? Después de todo, la que más debería estar sufriendo es usted Sé que, a lo mejor, ya está acostumbrada a este tipo de trato, pero a mí me duele que usted, la mujer más amable, esté pasando por todo esto.¡No lo soporto! ¡No lo soporto!
Las palabras de Nina se convirtieron en sollozos incontrolables. Abigail la miró con un rostro que mezclaba tristeza y ternura.
—Gracias, Nina —murmuró Abigail, inclinándose para abrazarla—. Eres la única familia que tengo en esta mansión. Eres la única que conoce mi verdadero ser y que se preocupa por mí. Por eso, te prometo que Archibald no volverá a pasar por encima de mí... ni él ni nadie más.
Nina alzó la vista hacia su señora, aún con lágrimas en los ojos, y en ese instante encontró en Abigail una fortaleza renovada. Sus brazos eran cálidos, reconfortantes, como los de una madre sosteniendo a su hijo.
Después de veinte minutos:
—¿Ya te has calmado, Nina?
—Sí, su Santidad. Perdón por mostrar esta parte de mí y también por haberle alzado la voz.
—De hecho, gracias, Nina. Tú hiciste que abriera mis ojos una vez más. Por un momento había olvidado mi meta y regresaba a ser esa tonta y tímida Santa. Sin duda alguna, eres tú quien me salvó. Gracias, Nina —exclamó Abigail mientras sonreía de una manera preciosa y sincera.
Archibald toca la puerta de la habitación de Luisa y ella corre a abrirla.
—Hola, Luisa. ¿Cómo te sientes? ¿Tienes algún problema?
—Te preocupas mucho, Archibald. Yo y nuestro bebé estamos muy bien.
—Me alegro que estés bien —dice Archibald mientras suspira y se sienta al borde de la cama.
—¿Qué te pasa, Archibald? ¿Por qué suspiras así? ¿Acaso algo malo te pasó?
—No, es solo que últimamente hay problemas con Abigail e incluso los ancianos están de parte de ella, y eso me estresa.
Luisa se acerca a la espalda de Archibald y comienza a masajear sus hombros, mientras al oído le dice:
—Debe ser agotador tratar con ese asunto, pero ¿por qué dejas que ella haga tantas cosas con mucha libertad? Ella se está llevando todos tus logros, ella solo quiere pasar por encima de ti. Tal vez ya esté pensando en alguien más. Creo que debes tratar de que se vuelva a someter a ti. Al menos yo estoy completamente a tus pies y dispuesta a hacer todo por ti. Ven, acércate y te lo demostraré.
Luisa comienza a besar profundamente a Archibald mientras lo recuesta en la cama. Archibald cede ante sus deseos y dirige su mano hacia la cadera de Luisa. Sin darse cuenta, pasaron la noche juntos hasta el amanecer.
A la mañana siguiente:
Abigail se encontraba en su habitación leyendo una carta con el sello imperial.
—¿Qué dice, señorita? —preguntó Nina con curiosidad—. No me diga que... ¡¿es del príncipe heredero?! Estoy segura de que está interesado en usted. Es tan apuesto, ¿verdad?
Abigail dejó escapar una ligera risa.
—Lamento decepcionarte, Nina, pero esta carta es del mismísimo Rey. Me está citando al castillo para recibir una condecoración por mi ayuda durante la plaga. Incluso habrá un banquete en mi honor.
—¡Eso es increíble, señorita! El Rey sabe reconocer a las personas valiosas. Esta noche, haré todo lo posible para que luzca radiante. ¡Todos deben ver su grandeza!.
Antes de que Abigail pudiera responder, Archibald irrumpió bruscamente en la habitación.
—¿Es que nadie te enseñó a tocar antes de entrar, Duque? —espetó Abigail sin levantar la voz.
—No tengo por qué tocar. Esta es mi casa, y entro donde quiera —respondió Archibald con desdén.
—Puede que sea su casa, pero esta habitación, por ahora, me pertenece. Le agradecería que aprenda algo de disciplina.
—Ya deja de actuar tan arrogante conmigo. Escuché todo lo que hablabas con tu sirvienta.
—¿Tras de ser inoportuno entrando a mi habitación, resulta que también es una persona que escucha a escondidas las conversaciones de las mujeres?
—¿De verdad piensas ir a ver al Rey? —preguntó con un tono autoritario.
—Por supuesto. Es una solicitud del Rey, y no puedo rechazarla.
El Duque avanzó hacia ella, su expresión endurecida por el orgullo.
—Quiero que me lo des todo.
—¿Darte qué?
—Quiero que me des todos esos logros. Mejor dicho, quiero que le digas al Rey que todo fue planeado y hecho por mí, para que así toda esa gloria recaiga en mí.
Abigail arqueó una ceja.
—¿Disculpa?
—Has oído bien. Quiero que le digas al Rey que todo fue planeado y ejecutado por mí. Yo soy el Duque; toda la gloria de estas tierras debe recaer sobre mí.
Abigail lo miró en silencio por un momento, antes de soltar una risa amarga.
—¿En serio crees que eso sería justo? Tú ni siquiera querías involucrarte en un principio.
—¡Soy el dueño de estas tierras! Todo lo que ocurre aquí debe pasar por mí primero.
Nina, incapaz de contenerse, dio un paso al frente.
—¡Eso no es justo! ¡La señorita Abigail se esforzó más que nadie!
Archibald se volvió hacia ella, su rostro desfigurado por la ira.
—¿Tú te atreves a dirigirme la palabra? No eres más que una maldita criada. ¡AQUÍ EL MALDITO AMO DE ESTA CASA SOY YO, ASÍ QUE SERÁ MEJOR QUE CIERRES TU PUTA BOCA! ESTA ES UNA CONVERSACIÓN QUE TENGO ENTRE ABIGAIL Y YO, Y SI TE VUELVES A ENTROMETER HARÉ QUE TE CORTE ESA MALDITA LENGUA. —gritó violentamente Archibald.
—¡Nina, basta! —ordenó Abigail con firmeza, tomando a su criada del brazo—. Esto no es algo que debas enfrentar.
—Pero, señorita...
—Tranquila. No soy la misma de antes.
Abigail se giró hacia Archibald, su mirada gélida.
—¿Quieres mis logros? Muy bien. Esta noche asistiré al banquete y diré lo maravilloso e increíble que eres.
El rostro de Archibald se iluminó con una sonrisa de triunfo.
—Así es como deben ser las cosas. Espero que no me decepciones.
Cuando el Duque salió de la habitación, Nina miró a Abigail con desesperación.
—Señorita, ¿realmente piensa cederle sus logros?
Abigail sonrió con frialdad.
—No temas, Nina. Yo soy Abigail Lasmon, hija del linaje Lasmon y la Santa de este Imperio. No cederé ante nadie.
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Continuará...