Continuación de la novela La esposa del emperador...
Marcos ha conocido a la mujer que va a ser su emperatriz y hará todo para tenerla a su lado.
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16
Capítulo 16
A mitad de camino entre la capital y el lugar donde estaba ubicada la mina, los soldados que habían ido a buscar refuerzos, aparecieron con un gran grupo de soldados y muchas carretas para poder transportar mejor a las pobres personas que habían sido rescatadas por ellos. También habían traído un carruaje, por si Marcos quería ir hasta la capital en él, para ir mucho más cómodo. Por otro lado, los soldados, habían llevado carretas para el transporte de prisioneros, las cuales eran cerradas con barrotes de maderas para que nadie pudiera escapar, donde meterían a todos los bandidos que habían capturado esa mañana.
Marcos dio la orden de que se dividieran los refuerzos en dos grupos, uno de ellos irían con él de regreso a la capital y el otro grupo se iría para el terreno donde estaba ubicada la mina y se quedarían allí a hacer una gran limpieza en el lugar.
Tendrían que sacar todos los cuerpos que habían quedado allí de los aliados y esos serían enviados a la capital para que las familias de ellos los puedan enterrar como era debido. Por otro lado, los cuerpos de los bandidos que murieron en la mina, iban a ser juntados y quemados a las afueras de ella.
La mina, como era un sitio del que se podría sacar mucho beneficio económico, el emperador ordenó que montaran un fuerte allí, ya que organizará que en poco tiempo se envíen ahí a trabajadores para poder explotar la mina y sacar más diamantes. Claramente, esos trabajadores sí cobrarían por su labor y se les daría comida y una vivienda digna donde vivir mientras que trabajen allí.
Ellos no serían personas que fueran raptadas de otros imperios y llevadas como esclavos, como le había sucedido a las personas que se estaban llevando de allí.
Cuando Marcos iba a bajar del caballo a Ema para meterla en el carruaje que le habían traído sus hombres, ella se despertó un poco desorientada al principio, pero al poco tiempo ya estaba más lucida, por lo cual ella bajó sola del caballo y ambos se encaminaron hasta el carruaje y subieron. Ni bien entraron, ella se acurrucó en sus piernas para poder dormir un poco más, pues estaba muy cansada todavía y faltaba la mitad del camino, para llegar al palacio.
Mientras ella iba de esa forma hasta la capital, el emperador acariciaba su cabello pensando en los cambios bruscos que ella demostraba. En un momento podía ser una mujer temible y en otro ser un ser que causaba tanta ternura, lo que lo fascinaba sin control. Si bien hace muy poco que él la conocía, pero ya había caído rendido a sus pies.
Afuera de ese carruaje, al contrario de lo que pasaba adentro, los soldados se preguntaban por la relación que tenían ellos. Algunos hasta llegaron a apostar unas cuantas monedas de oro de que pronto habría boda entre ellos.
Los capitanes se reían de las ocurrencias de sus hombres, pero les advirtieron que tuvieran mucho cuidado con lo que decían y quién los escuchaba. Uno de los soldados comentó que había visto a Ema luchar y que de seguro ella le patearía el trasero si lo escuchara, causando que varios se rieran.
En ese ambiente de risas fue que llegaron a la capital.
...
Unas horas después de que Ema se durmiera, toda la gente de la capital veía como el emperador y sus soldados regresaban. Ema para ese entonces ya se había despertado hace rato y estaba todavía un poco roja por la vergüenza que pasó al verse despertar encima de Marcos, con un poco de baba colgando de su boca. Como si eso no fuera suficiente humillación, Marcos se rio en su cara y antes de que ella se diera cuenta de lo que pasaba, le limpió la baba con un pañuelo que él traía.
Mortificada a más no poder, viajó en silencio el resto del camino hasta la capital, mientras Marcos, supercomprensivo con ella, solo la miraba y negaba con la cabeza, aunque por dentro se estaba muriendo de la risa. Para él ella era una pequeña caja de sorpresas.
Al llegar a la entrada del palacio, Marcos bajo directamente del carruaje. Afuera ya estaba una pequeña comitiva de personas importantes, los nobles de la corte y sus padres.
Sin importarles realmente lo que estos llegaran a pensar, aun al lado del carruaje, estiró la mano hacia adentro de este y ayudó a bajar de él a Ema, dejando a más de un noble petrificado de la impresión. Sus padres, por el contrario, solo pudieron mirarse a la cara y darse una sonrisa cómplice, pues Iris ya le había contado a su esposo como había descubierto a su hijo besando a esa joven.
Al bajar del carruaje, Ema ve a toda esa comitiva, pero en realidad a esta altura de la vida, de los que estaban allí, solo le importa las opiniones de los padres de Marcos.
Este, por el contrario, todavía tenía que dar instrucciones a sus hombres, por lo que iba a ignorar a toda la comitiva, incluyendo a sus padres, que se ríen al verlo empezar a caminar para otro lado por lo descarado que era su hijo al dejarlos ahí, mientras los nobles no saben qué hacer para llamar su atención.
Ema no podía dejar que los padres de él pensaran que ella le estaba haciendo ser maleducado con ellos, por lo que paró y le dijo a Marcos.
-¿Al menos puedes saludar a tus padres y después vas a dar tus órdenes? Es que no quiero que crean que te estoy mal influenciando.
Marcos, al ver lo tímida que parecía, reflexionó por un momento y ella tenía razón, estaba siendo un maleducado al dar sus órdenes sin antes saludar a sus padres, pero es que si se acercaba tendría que saludar a todos los nobles y eso no era algo que quiera ahora. Pero se le ocurrió que era mejor solo llamar a sus padres para que se acercaran a él, por lo que lo hizo.
Cuando ellos estuvieron enfrente de él, Marcos les presentó a Ema y rápidamente ellos quedaron encantados con ella. Como estaban conociéndose, Marcos le dijo a Ema que se quedara con ellos mientras iba a dar sus órdenes a los soldados.
Como era de esperarse, mando a todos los prisioneros a los calabozos y a los rescatados a las enfermerías para la guarnición de soldados, donde se los atendería y se les daría de comer. También mando a sus dos capitanes que estaban allí, a guardar todo el diamante que habían traído de regreso con ellos a las bóvedas donde se guardaba el oro del imperio
Cuando estaba por irse con su familia y Ema, uno de los guardias que dejo en la residencia del conde Víctor se acercó y le contó todo lo que había pasado con él y su madre. Marcos al enterarse de esto le dijo que los llevaran a la sala del trono, que ya estaba cansado de ellos y ahora mismo acabaría con ellos.