Desde que tengo memoria, he sido repudiada por mi padre y por todo el imperio, señalada como "la princesa demonio", "la hija maldita", "la oscuridad entre la luz". Me acusan de intentar asesinar a mi hermana, la hija de la Diosa Mística. Incluso mi ex prometido me odia por querer acabar con su princesa. Estoy sola, y me espera una muerte miserable. En el cielo, mi madre y mi hermano, quienes murieron en un incendio cuando yo tenía 14 años, aguardan. Desearía haber muerto ese día también, pero pronto cumpliré mi sueño. Adiós, hermana. Nunca te odié. No sé por qué creen que intenté quitarte la vida, yo no fui. Cumple tu deber y salva al imperio de la guerra; esos fueron mis deseos antes de morir.
Sin embargo, para mi sorpresa, desperté nuevamente a los 14 años. Mi madre y mi hermano están vivos. No dejaré que mueran de nuevo.
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17 Primera Humillación para Clarisa.
Durante todo ese mes, Priscilla y Clarisa no habían salido del palacio, así que decidieron asistir a una fiesta de té organizada por una noble, una de esas que siempre se mantenía en contacto con Clarisa, intercambiando chismes y alianzas. Al llegar a la mansión, fueron recibidas por la anfitriona y guiadas al jardín, donde se encontraban varias damas de la nobleza. Clarisa no tardó en notar algunas sonrisas maliciosas, que ciertas nobles ocultaban tras sus abanicos. La escena le molestaba, pero mantuvo su compostura.
—Buenos días, queridas. Espero que no se hayan molestado por nuestra demora. Con tantas prendas y joyas, mi hija y yo no sabíamos qué elegir —comentó Clarisa con una sonrisa, disfrutando de la oportunidad para recalcar su posición. Varias damas fingieron sonreír de vuelta, y una respondió con tono afable.
—Oh, no se preocupe, no ha sido ningún problema.
Entonces, uno de los nobles presentes, visiblemente interesado en incomodarla, le lanzó un comentario ácido:
—Y dígame, señora Clarisa, ¿cómo se siente ahora que su esposo, el emperador, ha empezado a buscar una candidata para el puesto de emperatriz?
Clarisa y Priscilla intercambiaron una mirada de sorpresa, aunque rápidamente disimularon. Así que ese era el motivo de los rumores y la discreción en palacio. La expresión de Clarisa se endureció, pero mantuvo su sonrisa.
—Bueno, sin duda debe ser obra de Mónica —dijo, esforzándose por sonar despreocupada—, pero no se preocupen, el emperador busca una concubina, no una emperatriz. A fin de cuentas, sólo hay una esposa legítima y madre de la heredera —añadió, aunque sus manos temblaban de rabia.
Priscilla, por su parte, intervino para suavizar la situación:
—Mi madre es el único amor de mi padre. No tengo ninguna preocupación; nadie podría igualarla. Desde antes de conocer a la exemperatriz, mi padre ya estaba enamorado de mi madre. Seguro resolverá esto rápidamente.
Sin embargo, en su mente, Priscilla comenzó a atar cabos. Esto tenía que ser obra de Lila, quien sin duda recordaba los sucesos pasados y buscaba venganza. Si eso era cierto, tendrían que mantenerse en guardia y proteger su reputación.
Mientras se retiraban de la fiesta, Clarisa estaba furiosa y no dejaba de despotricar en el camino de regreso al palacio. Priscilla, algo inquieta, finalmente preguntó:
—Mamá, ¿estás segura de que papá sigue tomando esas gotas de amor? —dijo en voz baja.
—Por supuesto. Todos los días se las pongo en su té de la mañana. Pero, si es necesario, buscaré algo más fuerte. Llevo años esperando el trono de emperatriz, y nadie va a quitármelo —respondió Clarisa con determinación.
Priscilla asintió con una mirada oscura.
—No podemos permitir que ninguna otra mujer tome ese puesto. Con Mónica fuera, no hay razón para que otra se atreva a hacer lo que tú aún no has logrado —comentó, entrecerrando los ojos.
Clarisa sonrió orgullosa de su hija, aunque Priscilla, en silencio, pensaba con desdén que su madre había sido bastante incompetente. "¿Tantos años y aún no ha logrado ser emperatriz?", se dijo a sí misma.
Al llegar al palacio, Clarisa se dirigió directamente al despacho de su esposo. Los guardias intentaron detenerla, recordándole que el emperador no quería ser molestado, pero ella no les hizo caso. Al entrar, quedó paralizada al ver a dos jóvenes sentadas frente a su esposo, mujeres que claramente competían con ella en juventud y belleza.
—¿Qué significa esto, Alejandro? —espetó, intentando no perder la compostura.
El emperador, visiblemente molesto, la miró con dureza.
—¿Qué haces aquí? Últimamente estás demasiado intrusiva. He dado órdenes claras de que nadie entre sin mi permiso —respondió, y Clarisa notó la frialdad en su voz. Desde cuándo la trataba así.
—¿Y quiénes son estas mujeres? Exijo una explicación —dijo con indignación.
—Si quieres la verdad, aquí la tienes. Estas dos damas son las finalistas, y una de ellas será la próxima emperatriz —respondió el emperador con tono seco, mientras las jóvenes sonreían burlonamente.
Clarisa sintió que su mundo se derrumbaba. Años de esfuerzo y sacrificios, para que ahora fuera humillada de esa manera. Intentando recomponerse, alzó la voz:
—Sácame a estas dos de mi vista, Alejandro. Sólo yo puedo ser la emperatriz, soy la madre de tu heredera.
—Te recuerdo que aquí el que da las órdenes soy yo, el emperador —replicó Alejandro, con un tono de advertencia—. Bájale a tu altanería, Clarisa, me estoy cansando de ti. Es mejor que te retires antes de faltarle el respeto a estas damas, recuerda que una de ellas será superior a ti.
Clarisa, incapaz de soportar la humillación, salió del despacho conteniendo las lágrimas, sintiendo un odio renovado hacia su esposo. *"Esto me lo vas a pagar,"* se prometió en silencio mientras se encerraba en su habitación.
Mientras tanto, Lila tenía su propio dilema en palacio. Su madre había notado su falta de interés en Sebastián y le insistía en que revisara la carta que él le había enviado.
—Mi niña, por lo menos lee la carta. Parece que ese chico ha perdido la cabeza por ti —dijo Mónica suspirando, mientras Lila la miraba divertida.
—Ay, mamá, no estoy para enamorarme ahora. Lo único que quiero es entrenar y concentrarme en mis metas. No necesito un hombre que me distraiga, tengo a mi hermano, y eso me basta —respondió Lila con un tono desafiante.
—Pero algún día, tu hermano se casará y tendrá su propia familia —comentó Mónica, tratando de convencerla.
—Eso ya lo sé, mamá, pero por ahora disfrutaré su compañía.
En ese momento, Alexis entró y alcanzó a escuchar la conversación.
—Mamá, sinceramente, creo que estás confundida. Las mujeres solo quieren regalos, chismorrear y presumir de sus logros. Por eso, la única mujer perfecta es mi hermana. Lástima que es mi hermana, claro. Si alguna mujer lograra parecerse a ella, tal vez me casaría, pero esas chicas superficiales no me interesan en absoluto —dijo Alexis con una sonrisa burlona.
—¡Ustedes dos me van a volver loca! —exclamó Mónica, frustrada pero riendo. Se dio media vuelta mientras los dos hermanos rompían en carcajadas, disfrutando de su momento de camaradería.
Para Lila y Alexis, las preocupaciones de amor eran secundarias. Ambos sabían que sus ambiciones y la lealtad entre ellos eran lo que realmente importaba en ese mundo de traiciones y ambiciones.
el debería de pagar ante el mago por todo los pecados de la familia real