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LA DINÁSTIA DE LA SERPIENTE

LA DINÁSTIA DE LA SERPIENTE

Status: En proceso
Genre:Mujer poderosa / Mafia / Traiciones y engaños / Matrimonio entre clanes / Mujeriego enamorado / Secuestro y encarcelamiento
Popularitas:4.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Yazz García

Los Moretti habían jurado dejar atrás la mafia. Pero una sola heredera bastó para que todo volviera a teñirse de sangre. Rechazada por su familia por ser hija del difunto Arthur Kesington, un psicopata que casi asesina a su madre. Anne Moretti aprendió desde pequeña a sobrevivir con veneno en la lengua y acero en el corazón. A los veinticinco años decide lo impensable: reactivar las rutas de narcotráfico que su abuelo y el resto de la familia enterraron. Con frialdad y estrategia, se convierte en la jefa de la mafia más joven y temida de Europa. Bella y letal, todos la conocen con un mismo nombre: La Serpiente. Al otro lado está Antonella Russo. Rescatada de un infierno en su adolescencia, una heredera marcada por un pasado trágico que oculta bajo una vida de lujos. Sus caminos se cruzan cuando las ambiciones de Anne amenazan con arrastrar al imperio que protege a Antonella. Entre las dos mujeres surge un juego peligroso de poder, desconfianza y obsesión. Entre ellas, Nathaniel Moretti deberá elegir entre la lealtad a su hermana y la atracción hacia una mujer cuya luz podría salvarlo… o condenarlo para siempre.

NovelToon tiene autorización de Yazz García para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

infierno personal

...ANTONELLA RUSSO...

El silencio en el carro era tan espeso que casi podía cortarlo con un cuchillo. Alessio no me dirigía una sola palabra, y yo solo podía mirar el reflejo de las luces de la ciudad apagándose a través de la ventana. Sabía lo que venía. Sabía que la tormenta caería sobre mí, otra vez. Y por dentro suspiré con fastidio y cansancio.

Otra vez no…

Cuando la camioneta se detuvo, levanté la vista y mi estómago se encogió. No era mi casa. Era la suya. Confusión, miedo, un hormigueo en la piel. Lo miré, esperando alguna explicación.

Alessio bajó primero, su silueta recortada bajo la luz exterior, y su voz salió gélida, afilada:

—Baja.

Tragué saliva y obedecí. El aire me pesaba en los pulmones. Lo seguí unos pasos, hasta quedarme congelada en la puerta. No quería avanzar, no quería cruzar ese umbral. El miedo me carcomía como ácido.

Él se detuvo, girando apenas el rostro.

—¿Qué haces ahí parada? Muévete. Rápido. Sígueme.

No lo hice. No podía. Solo bajé la mirada, clavándola en el suelo, sintiéndome pequeña, indefensa.

Lo escuché soltar un bufido cargado de rabia. Sus pasos se acercaron. Un segundo después, sentí su mano dura aferrarse a mi cabello, tirando con violencia hacia adelante. Un gemido ahogado escapó de mis labios.

—¡Alessio!—

Me arrastró así hasta la habitación, el dolor en el cuero cabelludo se mezclaba con la humillación y el miedo. Cuando me soltó, quedé de pie, respirando agitada, la piel erizada.

Él se apartó unos pasos, llevándose las manos al cabello y jalándolo hacia atrás con desesperación, como si luchara consigo mismo. Finalmente, su voz explotó.

—¿Qué mierda hacías en Mónaco?

Yo no respondí de inmediato. Mis labios temblaban.

Él dio un paso más, sus ojos negros clavándose en mí con furia asesina.

—¿Qué hacías con Nathaniel Deveraux?

Cerré los puños, tratando de aferrarme a algo de dignidad.

—Solo fui por negocios —contesté, mi voz apenas firme.

Él me miraba como si quisiera atravesarme, como si buscara en mis ojos una confesión que yo no pensaba darle.

Yo sabía que la discusión apenas comenzaba. Que esa noche sería larga, oscura, y que cada palabra nos lastimaría.

—¿Negocios? —repitió Alessio, soltando una carcajada seca, sin humor, mientras me señalaba con el dedo—. No me jodas, Antonella. No eres tan buena mintiendo.

—No estoy mintiendo —respondí, alzando el mentón aunque por dentro me temblaba todo—. No tengo por qué darte explicaciones.

Eso lo encendió más. En dos pasos me acorraló contra la pared, golpeando el muro con la palma abierta al lado de mi rostro. El sonido resonó muy fuerte.

—¡Claro que me las das! —rugió—. Porque no estás soltera, ¿entiendes? Eres mía. Y si yo no sé dónde coño estás ni con quién, entonces me estás traicionando.

—¿Mía? —reí con sarcasmo, aunque la respiración se me cortaba por la cercanía sofocante—. Eres tan patético, Alessio. No soy tu propiedad, y mucho menos tu perra para que me arrastres como te da la gana.

Vi cómo le temblaba la mandíbula. Estaba al borde de perder el control, y lo supe porque me tomó de la cara con brutalidad, apretando mis mejillas hasta doler.

—¿No entiendes que me vuelves loco? —escupió entre dientes—. Que la sola idea de verte con ese imbécil de Nathaniel me hace querer destrozar todo a mi paso.

Yo sonreí torcida, la sangre caliente ardiendo en mis venas.

—Entonces contrólate, porque yo no te pedí que me quisieras.

Sus ojos me recorrieron con rabia y deseo mezclados. Su respiración chocaba contra mis labios, y por un instante creí que iba a besarme.

—Te odio tanto como te necesito —murmuró, y la confesión fue más peligrosa que un arma en la sien.

Yo, sin poder evitarlo, reí con un hilo de ironía.

—Pues qué tragedia la tuya, Alessio. Porque yo no pienso dejar que me encierres en tu jaula, por más que te mueras de ganas de tenerme.

Él cerró los ojos un segundo, respirando hondo, como si buscara el aire que yo le robaba. Después me soltó de golpe, alejándose un par de pasos con las manos en el cabello otra vez, desesperado.

Yo me quedé contra la pared, con el corazón desbocado, sabiendo que esa discusión estaba lejos de terminar.

Alessio dio media vuelta, caminando como fiera enjaulada por la habitación, mientras yo lo observaba con el pecho agitado. De repente, con un rugido ahogado, tomó una lámpara de la mesa y la lanzó contra la pared. El estruendo me hizo estremecer, pero no aparté la mirada.

—¿Sabes qué es lo peor? —dijo con la voz ronca, girándose hacia mí—. Que aunque me saques de quicio, aunque quieras jugar con mi cabeza, sigo queriéndote solo para mí.

—Eso no es querer —escupí con sarcasmo, aunque la voz me tembló—. Eso es obsesión.

Él se acercó otra vez, esta vez más salvaje, me tomó por la cintura y me estampó contra su cuerpo. Sentí el calor abrasador de su rabia, sus manos clavándose en mis caderas como si quisiera marcarme.

—Llámalo como quieras —susurró entre dientes, su boca rozando mi oído—. Pero no voy a dejar que nadie más te toque.

—¿Y si quiero que alguien más lo haga? —lo provoqué, mirándolo directo a los ojos, desafiando al monstruo que sabía que estaba liberando.

Alessio soltó una carcajada oscura, peligrosa, y en un segundo me levantó, lanzándome sobre la cama. El colchón se hundió bajo mi cuerpo y yo jadeé, entre el miedo y la adrenalina.

Él se inclinó sobre mí, apoyando una rodilla en la cama, y con un tirón brusco me sujetó las muñecas por encima de la cabeza.

—No juegues conmigo, Antonella —gruñó, sus labios rozando los míos sin llegar a besarme—. Porque si lo haces, no respondo por lo que pueda pasar esta noche.

Yo lo miré, con el corazón desbocado y una sonrisa torcida pintándose en mis labios.

—Tal vez eso es justo lo que quiero, Alessio.

Sus ojos se oscurecieron por completo.

Su respiración se mezclaba con la mía, áspera, entrecortada, cargada de todo lo que habíamos estado conteniendo durante los meses en los que no nos habíamos visto. Alessio me mantenía atrapada con las muñecas sujetas sobre la cama, y yo sentía su fuerza, su rabia y, sobre todo, esa posesión enfermiza que me aterrorizaba y me quemaba a la vez.

—Mírame —ordenó, su voz ronca, como un rugido bajo.

Lo hice y lo odié por cómo me tembló el cuerpo con solo sostenerle la mirada.

Él bajó la cabeza de golpe, reclamando mi boca sin permiso, con un beso brusco, casi salvaje. Yo intenté resistirme al principio, mordiéndole el labio con saña, pero él no retrocedió: se rió contra mi boca, un sonido ronco, como si el dolor lo excitara aún más.

—Eres un demonio… —jadeé, con los labios hinchados.

—Y tú mi infierno personal —replicó, deslizando una mano desde mis muñecas hasta mi cuello, sujetándome con firmeza, como si pudiera quebrarme en cualquier segundo.

Me arqueé bajo su peso, atrapada entre el deseo y el miedo, entre el odio y la necesidad. Alessio me devoraba con la mirada, como si quisiera grabarme en la piel, marcarme de una vez por todas.

—Dilo —susurró, apretando un poco más su agarre en mi cuello, obligándome a enfrentarlo—. Dime que eres mía.

—Estás loco —le respondí con un hilo de voz, pero con una sonrisa desafiante que lo hizo perder la cordura.

Alessio gruñó y me besó otra vez, más profundo, más feroz, mientras sus manos recorrían mi cuerpo como un conquistador reclamando territorio.

El cuarto se llenó del choque de nuestras respiraciones, de gemidos ahogados, de la violencia disfrazada de pasión. Era una guerra, pero ninguno pensaba en rendirse.

Alessio me giró con un movimiento brusco, obligándome a quedar de rodillas sobre la cama. Sus dedos se deslizaron por mi espalda hasta hundirse en mi cabello, tirando con fuerza hacia atrás para arquearme. Un gemido escapó de mis labios, mitad dolor, mitad placer.

Me mordí el labio con rabia y excitación, odiando cómo mi cuerpo respondía a él aun cuando mi mente me gritaba que no debía. Sus labios recorrieron mi cuello, dejando marcas ardientes, mientras su otra mano exploraba mi cintura, bajando con descaro.

Mis uñas se clavaron en sus brazos, marcándolo tanto como él me marcaba a mí.

Alessio me tomó con la brutalidad de un huracán, pero también con esa extraña devoción que solo él podía tener. Como si, entre cada empuje y cada beso salvaje, me estuviera diciendo sin palabras: eres mía, aunque me odies.

El clímax llegó como una explosión inevitable, una tormenta que nos arrasó a ambos. Grité su nombre entre jadeos, y él rugió el mío como si fuera su única plegaria.

Caímos exhaustos, enredados entre las sábanas desordenadas y nuestras respiraciones agitadas. Alessio me abrazó contra su pecho, aún temblando, y por un instante… solo por un instante, me sentí a salvo en sus brazos.

Me quedé tumbada sobre su pecho, jadeando, con la piel aún ardiendo y el corazón golpeando a mil por hora. El silencio era tanto que podía escuchar el eco de mi propia respiración mezclada con la de él.

Alessio acariciaba distraídamente mi espalda, sus dedos fuertes pero extrañamente suaves después de la tormenta que acabábamos de desatar. Entonces habló,:

—¿Ya entiendes por qué eres mía?

Levanté la cabeza con un gesto desafiante. —No soy un objeto, Alessio.

—No, pero eres mi prometida —dijo sin titubear, mirándome directo a los ojos, como si esa palabra fuera un contrato grabado en la sangre.

Sentí un vuelco en el estómago. Ya odiaba esa palabra “prometida”.

—¿Quieres recordarte otra vez por qué demonios estamos comprometidos? —pregunté con sarcasmo, intentando esconder el nudo en mi garganta.

Alessio me sostuvo la mirada, serio, casi sombrío.

—Porque tu padre y el mío hicieron un pacto hace años. Porque las familias Russo y Calderone sellaron una alianza que se mantiene con nuestra unión. Y porque… —hizo una pausa, su voz bajando hasta un murmullo— aunque tú lo niegues, naciste para esto, Nella. Para estar a mi lado.

Me incorporé un poco, apretando las sábanas entre los dedos. —Una alianza, eso soy, un maldito trofeo político para que nuestras familias no se destruyan entre sí.

Alessio me agarró la barbilla con firmeza, obligándome a mirarlo. —No te atrevas a reducir lo que siento por ti a un acuerdo. Sí, fue un pacto entre familias… pero yo lo convertí en algo más. Yo elegí reclamarte. Yo decidí que serías mía. Porque recuerda que según el acuerdo familiar, la que iba a tomar tu lugar era tu hermana.

Me quedé en silencio, atrapada entre la rabia y la impotencia de no hacer nada. Solo tenía que tratar de disfrutar y vivir cada momento de mi vida.

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Linilda Tibisay Aguilera Romero
hay Anne todo lo que te a tocado vivir por qué los Moretti siempre andan juzgando
Nairobis Cardozo Portillo
😱😱😱😱
Linilda Tibisay Aguilera Romero
,Manuelle de verdad que tú destruistes a tu familia tuviste a una gran mujer a tu lado como Clarissa y la perdiste por idiota y ahora te la das de santo por favor
wendy cordova: aquí todos están podridos
total 2 replies
Linilda Tibisay Aguilera Romero
bueno Dominik tu estás solo capas termina con Eliana
Linilda Tibisay Aguilera Romero
uuuuy que calor que noche
Linilda Tibisay Aguilera Romero
hay no por qué se tiene que casar con ese desgraciado
Yandi Perea Maturana
que pasó con Anne según la historia es de ella pero ahora es solo Nate y la socarrona de antonella
Yandi Perea Maturana
estos dos ya firmaron su sentencia de muerte
Linilda Tibisay Aguilera Romero
excelente capitulo que irá a pasar
Linilda Tibisay Aguilera Romero
es me jor que te odie ya cuando esté bien se le pasara
Linilda Tibisay Aguilera Romero
y ahora que vas hacer Nate
Linilda Tibisay Aguilera Romero
tu no la salvaste por ser bueno sino para tener con quién negociar que no fuera tu hija
Linilda Tibisay Aguilera Romero
bueno si no tienes un hijo regado no ers un Moretti
Yazz: Jajaja eso es cierto 🤣
total 1 replies
Linilda Tibisay Aguilera Romero
hay Nate Pero aunque lo quieras ocultar a ti te gusta más de lo que debería Antonella
Linilda Tibisay Aguilera Romero
este encuentro va a estar bueno
Linilda Tibisay Aguilera Romero
Nate. tiene mucha razón Anne hace cosas peor
Linilda Tibisay Aguilera Romero
bueno Nate tienes razón a desconfiar Pero tu no te cuidaste aunque cualquier meto puede fallar Pero si te cuidaste tienes más certeza y probabilidades de iqe sea tuyo
Linilda Tibisay Aguilera Romero
hay Antonella tu estás igual de loca que Anne
Linilda Tibisay Aguilera Romero
Nate tiene razón tus tíos te criaron y te quieren como una hija y tú te empeñas en comportarte como una sicópata
Linilda Tibisay Aguilera Romero
hay Antonella de verdad te acercarte a Nat con otras intenciones
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