El Traidor

Después del matrimonio civil, Rómulo se dirigió al lugar donde se celebraría la ceremonia, con el peso de la jornada aplastándole los pensamientos.

Una parte de él esperaba, contra toda lógica, que Natalia irrumpiera en la boda e hiciera algo y que detuviera lo que estaba a punto de suceder, pero luego recordó la advertencia de su padre, y rogaba que no lo hiciera.

Porque si Natalia cruzaba esa línea, y Carmelo veía en ella una vulnerabilidad, su destino sería peor de lo que Rómulo podía soportar imaginar.

Así que se vistió, permitiendo que cada detalle resaltara su imagen impecable, su buena figura, su porte que siempre había sido admirado, Pero cuando se miró en el espejo, cuando sus ojos se encontraron con su propio reflejo, sintió un desprecio profundo crecer dentro de él porque el rostro que veía no le pertenecía completamente.

Era demasiado parecido a Carmelo Carmona e indudablemente, era su hijo y la certeza lo asqueaba. Compartía su ADN, aunque no quería compartir nada más con él, y, sin embargo, ahí estaba, a punto de casarse por voluntad de su padre, por el mismo juego que Carmelo había diseñado.

Por un segundo, el reflejo pareció mirarlo con burla, como si le recordara que nunca podría escapar de su origen, y Rómulo cerró los ojos, intentando ahogar la náusea en su pecho, porque, aunque detestara lo que veía, y rechazara la verdad de su parentesco, hoy, como siempre, debía seguir adelante.

Cuando Rómulo llegó a la iglesia, el sonido de los aplausos llenó el aire, como si todos estuvieran celebrando su imagen impecable.

Él mantuvo su postura firme, su expresión calculada, su elegancia medida al detalle.

Pero nada de eso fue lo que lo impactó realmente, lo que dejó su cuerpo rígido por un instante fue la presencia de la persona sentada en la primera fila, era Natalia.

Con su postura recta, elegante, con la cabeza en alto, como si la prensa que cubría el evento no la intimidara en absoluto, ella sabía quién era y que debía destacarse porque todos hablarían de la sobrina del presidente y que cada cámara capturaría su imagen impecable.

Y por eso, aunque solía preferir ropa holgada, porque nunca buscaba llamar la atención, para la ocasión había elegido algo distinto, un sencillo traje verde, sin adornos innecesarios, ni excesos, pero que mostraba un poco de piel, y aun así, seguía siendo discreta, era hermosa e inalcanzable.

Rómulo desvió la mirada rápidamente, pero no pudo evitar verla de soslayo, porque aunque intentara ignorarlo, aunque se obligara a concentrarse en su papel, Natalia seguía ahí, a solo pocos metros de distancia, pero más lejos que nunca.

Al mediodía, Katherine se puso su vestido de novia lentamente, sintiendo que con cada botón que se cerraba, el aire en la habitación se volvía más pesado, el encaje era perfecto y la caída de la tela, impecable.

Cada detalle estaba diseñado para hacerla ver inalcanzablemente hermosa, pero ninguna de esas cosas podía ocultar la verdad.

Se acercó al espejo, donde su reflejo la observaba con una belleza tan imponente que, por un instante, casi no se reconoció.

El maquillaje resaltaba sus rasgos con una perfección calculada y el vestido la envolvía como si fuera una princesa sacada de un cuento, sin embargo, ella no se sentía una princesa sino una mujer atrapada en una imagen que no había elegido.

Hoy todos la mirarían con admiración porque se convertiría en la esposa de Rómulo Carmona Jr., pero también sería el día en que finalmente se perdería a sí misma y lo peor es que nadie lo notaría. Porque todos estarían demasiado ocupados admirando a la novia impecable frente al altar.

Katherine se miró en el espejo, pero no reconoció a la mujer que veía reflejada.

Ella que había peleado por su independencia, y se había prometido no dejarse moldear por las expectativas ajenas, sin embargo, hoy iba a caminar hacia un altar que no había elegido y se convertiría en la esposa de Rómulo Carmona Jr., y sabía que no sería feliz, ni siquiera libre mucho menos ella misma.

Karin se acercó con la misma calma afilada de siempre.

—Te ves muy hermosa, Kat.

La honestidad en su voz era indiscutible, pero no alcanzaba a borrar la angustia en su mirada.

Katherine asintió sin responder, respirando hondo, tocando el encaje sobre su pecho. La tela perfecta, exquisita, diseñada para ser admirada, sin embargo, en su piel, se sentía como una prisión.

—Hoy todos te mirarán con admiración, porque te convertirás en la esposa de Rómulo Carmona Jr.

Las palabras de Karin no eran un consuelo, eran un hecho, uno que, ahora que conocía el secreto de Rómulo, la hacía querer huir más que nunca, el problema era que ya no podía hacerlo.

—Sí… —susurró Katherine, con los labios secos y la voz apenas audible. Luego, la verdad se escapó sin que pudiera detenerla.

—Pero también es el día en que finalmente me perderé a mí misma.

Karin sonrió con amargura, porque sabía perfectamente que era cierto. Lo peor de todo es que nadie notaría a la mujer atrapada dentro del vestido impecable porque todos estarían demasiado ocupados admirando a la novia perfecta frente al altar.

—Solo son 1095 días.

La voz de Karin fue baja, calculada, e implacable, mientras ajustaba el velo de Katherine, como quien corrige un detalle más en una estrategia mayor, y añadió con una calma que sabía más a condena que a consuelo:

—Después de esto, serás libre como el viento.

Pero Katherine no estaba segura de que aún quedara algo de ella para liberar en ese momento.

—¡Ahí viene la novia! — gritó el personal con efusión.

Cuando Katherine salió de la habitación, con el vestido impecable, el maquillaje cuidadosamente trabajado, y el peso de la realidad oprimiéndole el pecho, su madre la interceptó sin siquiera mirarla realmente.

—Bueno, al menos tienes suerte de haber sido la elegida.

Griselda la evaluó con una mirada crítica, como si en cualquier momento fuera a señalar algo fuera de lugar.

—Karin se vería mejor en este momento, pero tú estás bien.

La frase no tenía emoción, ni siquiera un intento de aprobación, solo una simple observación, cargada del mismo desdén de siempre.

Katherine por lo general no respondía porque había aprendido a no desperdiciar palabras en batallas que no ganarían nada.

No obstante, esta vez, con la presión del día, y todo lo que sabía ahora, y sintiendo el peso del matrimonio que no deseaba, no pudo contenerse más.

—Si soy fea, es porque, por desgracia, me parezco a ti y no a mi padre, como Karin.

El golpe fue directo, y sin adornos y la reacción no tardó en llegar, Griselda frunció el ceño en una expresión de absoluto desprecio.

—¡Eres una insolente!

Katherine se encogió de hombros, sin molestarse en discutir más.

Pero su madre no estaba lista para dejarlo pasar.

—No arruines las cosas para tus hermanos, Gilberto y Agustín.

Katherine soltó una carcajada genuina, porque la ironía de esas palabras era demasiado grande para ignorarlas.

—Yo no necesito hacer nada para que ese par de inútiles arruinen las cosas por sí mismos.

Y aunque no lo dijo en voz alta, el pensamiento en su mente fue aún más cruel, aunque eran los herederos, para nadie era un secreto que el verdadero genio de esta familia era Karin, y, en un mundo justo, ella debería ser la que heredara la empresa, sin embargo, este mundo no era justo al igual que este matrimonio.

Katherine siguió avanzando, pero el peso del intercambio con su madre aún la perseguía, aunque su respuesta había sido rápida y mordaz, y su carcajada había sido su defensa, en su interior el golpe aún ardía, porque no importaba cuántas veces escuchara lo mismo, ni cuántas veces se dijera que las opiniones de su madre no le afectaban, porque en el fondo, sí lo hacían.

Tal vez era el día o la tensión acumulada, o el matrimonio que no podía evitar, pero en este momento, las palabras de Griselda se sintieron más crueles que de costumbre. Sus dedos se crisparon sobre el encaje del vestido, como si al aferrarse a la tela esta pudiera estabilizarla.

Y entonces, cuando llegó al pasillo donde Karin la esperaba, su hermana la miró con un gesto apenas perceptible, fue algo pequeño, rápido y perfectamente calculado, un movimiento que solo ella pudo notar.

Era un sutil arqueo de ceja y una mirada fugaz a su expresión tensa, un ligero apretón en su muñeca al pasar a su lado, nada que los demás pudieran interpretar, pero todo lo que Katherine necesitaba para entender el mensaje. Contrólate.

Sin una sola palabra, Karin le había recordado que no debía mostrar grietas en su fachada. Katherine respiró hondo, asintiendo muy levemente, como si ese gesto fuera su única respuesta posible.

Porque, aunque las heridas de sus palabras con Griselda aún ardían, y aunque su mente seguía debatiéndose entre indignación y agotamiento, el juego no había terminado, y hoy, más que nunca, debía mantenerse impecable.