MI NIÑA. UNA GUERRERA. RENACIENDO. "Una Historia Que Duele… Pero También Salva"

NARRADOR OMNIPRESENTE

—Díganme que ya saben dónde se esconde el inútil ese —gruñe Parmenio, dándole un sorbo a su vaso de whisky.

Sus hombres mantienen la cabeza baja. Saben que su jefe es despiadado y ninguno quiere enfurecerlo más de lo que ya está.

—¿No entiendo por qué putas no lo han encontrado? ¿Y quién tiene a mi mujer? —se levanta de la silla, se acerca a uno de los hombres, le arrebata el arma del cinturón y le dispara sin la más mínima compasión.

El cuerpo cae al suelo con un golpe seco. Sus hombres tiemblan, aunque lo disimulan muy bien. Ninguno dice nada. Ninguno levanta la mirada.

—Quiero que sigan a su familia. No les quiten los ojos de encima… Tal vez ellos sepan algo.

Su hombre de confianza levanta un poco el rostro.

—Señor, los hemos estado siguiendo durante un mes. Hemos interceptado sus teléfonos y no hay nada… Hemos ofrecido una gran recompensa por ella.

—Entonces dime, Braulio… ¿cuál es el puto problema? ¿Por qué no la han encontrado?

—Se rumorea en las calles que Martín la vendió a alguien más.

Parmenio da un par de pasos hacia su escritorio.

—¡Quiero a ese hijo de puta en mis manos, ya! —bufa, arrugando con furia todo lo que hay sobre el escritorio.

Charrill le desató una obsesión oscura. Insaciable.

Se arrepiente cada maldito día de no habérsela llevado esa noche.

Debió hacerlo.

Debió encerrarla.

Esconderla.

Hacerla suya en ese momento.

Pero tenía un trato peligroso entre manos, y por más que la deseaba, no podía arrastrarla aún a ese mundo. Primero debía moldearla.

Aquella noche no era segura. Viajaba con un socio, un bastardo sádico con las mujeres, y sabía que no habría reglas.

Era uno de esos encuentros del bajo mundo donde los límites desaparecen, donde las mujeres son tratadas como mercancía, tomadas sin piedad y, en ocasiones, regaladas como trofeos a los más leales. No podía permitir que ella pisara ese infierno. Aún no.

Solo hizo un desvío para intimidar al idiota de Martín. A esas alturas ni siquiera sabía bien quién era, solamente otro nombre más en su lista de deudas.

Pero cuando la vio a ella… todo cambió.

En cuanto reconoció su rostro, entendió también quién era Martín.

Ella… tan dulce. Tan rota por dentro.

Inocente en su mirada. Temblorosa. Como un animalito herido.

Esa fragilidad lo provocó como nada en su maldita vida.

Era como una llama suplicando ser apagada con las manos desnudas.

Su pureza. Su miedo. Esa piel que parecía no haber sido tocada por nadie que supiera hacerlo como él…

No la quiere para cuidarla. No. La quiere para terminar de descomponerla. Moldearla a su manera. Transformarla. Quiere romperla por completo y luego enseñarle a armarse de nuevo.

Renacer desde las cenizas, pero no como la niña temblorosa que es ahora, sino como una fiera salvaje, despiadada, suya.

Ella le recuerda a él mismo… años atrás.

Había visto su rostro, su cuerpo antes. En uno de esos malditos videos caseros que circulan en las sombras, grabaciones que nadie debería mirar, pero que él no logró olvidar.

No sabía su nombre. Ni su historia.

Pero esos ojos de súplica… ese dolor disfrazado de sumisión… Lo marcaron.

Desde entonces, la deseó. En silencio.

Porque uno de esos videos, por casualidad, llegó a sus manos. Y desde ese día, ella se instaló en su mente como una enfermedad.

Y ahora, la tenía frente a él. Real. Atemorizada. Perfecta.

Suya. Solo que ella todavía no lo sabía.

Parmenio es un hombre guapo, frío, calculador. Tiene 38 años y una hija pequeña de apenas ocho. Su esposa fue asesinada por uno de sus enemigos hace años, y desde entonces aprendió que, para sobrevivir en ese mundo, no puede permitirse ser gentil.

Entre más despiadado y temible sea, más miedo y respeto obtiene. Y él necesita ambas cosas para mantenerse en la cima.

El hecho de que Charrill haya desaparecido, junto con el imbécil de Martín, lo deja mal parado ante sus enemigos. Ahora tenerla no es solo una obsesión. Es una cuestión de honor.

Ha ofrecido una gran recompensa por ella. Los hackers la están buscando, todo por el dinero. No hay un lugar en el mundo donde no se haya distribuido la información.

El hacker que trabaja al servicio de Gerónimo encuentra la información de la recompensa. La imprime sin perder tiempo. Corre a buscar a su jefe y toca la puerta de su oficina.

—Adelante —escucha.

La cara de preocupación del hacker hace que al diputado se le erice la piel.

—¿Dime qué pasa?

Paul le acerca la hoja. Los ojos de Gerónimo se abren con furia.

Ha cambiado el nombre de Charrill, su cabello… Tal vez deba cambiar algo más. Y, aun así, no bastará. Lo sabe.

Debe tomar una decisión demasiado fuerte. Irreversible. Aunque ya se estaba preparando para ello.

Toma la hoja entre sus dedos, la aprieta con rabia, la coloca sobre el escritorio, le toma una foto y se la envía a Cristóbal y a Roqui por su línea privada. Aquella que ha sido bloqueada. Que está a nombre de su abuela para que nadie sepa que es de él.

—Jefe, son cinco millones de dólares. La recompensa que están ofreciendo… Su familia debe estar siendo vigilada desde las sombras.

Gerónimo se deja caer sobre la silla. Debe pensar rápido y actuar. Un solo paso en falso y la vida de su ahijada, junto con la de su familia, estará en peligro.

Aprieta los puños. Mira a Paul. Él es un hombre que perteneció al bajo mundo, que conoce la forma en que piensan.

—¡Malditos hijos de puta, los han puesto en peligro!

Su teléfono no tarda en sonar. Es Roqui quien llama.

—Hulk… Acabo de recibir tu mensaje y, gracias al cielo, estaba sentado o me caigo de culo.

Entre la ira sonríe. El casi hermano de su esposa le saca una sonrisa.

—Las cosas están demasiado complicadas. Lo único que por el momento se me ocurre es que no utilicen sus líneas oficiales. Y, ante todo el mundo, María Teresa, Adrián y ustedes deben fingir no saber nada de Charrill. Incluso aparentar que no les importa en lo absoluto.

Roqui suspira y se levanta de la cama. Sus dedos aprietan el teléfono. Se siente tan nervioso.

—Todo por el bien de mi pequeña… Pero me parece que hay algo más. ¿O estoy mal?

—Siempre hay algo más. Solo que aún no sé por dónde ir. Estoy a la espera del abogado.

—Entiendo… Solo cuídala. Nosotros haremos lo que ordenes.

—Gracias por tu voto de confianza… Y…

Antes de que continúe, Roqui lo detiene.

—Tu mujer está bien. Solo arregla todo para que puedas demostrar tu inocencia, Hulk… Aún me cuesta creer que eres un perro traidor.

—¡Roqui!

—Sabes que te quiero, pero primero está mi casi hermana. Chao, cuida a mi sobrina.

Gerónimo sonríe, cortando la llamada. Su amada, aunque lejos, está a salvo.

Observa a Paul mientras su cabeza comienza a ver los posibles escenarios.

—¿Dime qué piensas?

Paul se rasca la cabeza, da un par de pasos y se deja caer en la silla frente a él.

—Ella debe morir para el mundo. Su familia tiene que enterrarla. Es la única forma en que podrán vivir en paz.

Gerónimo respira hondo. El maldito de Martín la destruyó… le robó la inocencia… y ahora, hasta la existencia.

—Ellos no se detendrán hasta ver un cuerpo.

Paul asiente con gravedad.

—Debemos hacer pasar a la verdadera Charlie Sebastián por ella.

Gerónimo aprieta la mandíbula con fuerza. Esa fue una jugada arriesgada: llevar a Charrill sin que lo notara, para que adoptara ese nombre.

Charlie murió mientras escalaba. Fue un accidente. Su rostro quedó reconocible… pero su cuerpo, completamente destrozado.

Pero, como dicen, en algún lugar del mundo existe alguien idéntico a ti.

Charrill y Charlie comparten un parecido físico asombroso. Aunque no en esencia. Charlie era una nómada, un alma libre, adicta a los deportes extremos. Sin residencia fija. Sin nadie. Sus padres murieron años atrás en un accidente automovilístico.

Y por esas coincidencias que solo la vida o el destino, se permite crear, ocurrió. Él estaba en la sala de urgencias, esperando a la psiquiatra, cuando la vio. El rostro de la chica lo dejó helado. Casi se desmaya al creer que era Charrill.

El parecido era aterrador. Y entonces lo entendió todo. Vio una salida. Vio la oportunidad.

No dudó. Se encargó personalmente de todo.

Junto a Paul y su jefe de seguridad, investigaron cada detalle sobre la vida de la chica. La ausencia de familiares, su estilo de vida errante, su muerte sin testigos ni dolientes... Era perfecta.

—Creo que llegó el momento —dice Gerónimo, con voz baja pero firme—. Distribuye la foto en la red. Haz que les llegue. Intercambia las pruebas de ADN. Borra cualquier rastro de su verdadera identidad. Que desaparezca de la red como si nunca hubiera existido.

Paul asiente, aunque sus ojos revelan una duda inevitable. Sus labios se aprietan. Traga saliva antes de hablar.

—Esto es un punto sin retorno, jefe.

Gerónimo lo mira, con el alma hecha pedazos y el corazón endurecido por la impotencia.

—Lo sé…

—¿Y cómo lo vas a manejar con tu familia?

Hulk se pasa la mano por el rostro, conteniendo la rabia, el dolor, el miedo.

—No lo sé. Solo sé que… prefiero enfrentar su odio antes que su verdadero entierro.

Suspira frotándose las cejas.

—Por el momento, no les diré nada. Es un asunto que no se puede tratar por teléfono —sentencia Gerónimo, con la mirada fija en un punto invisible, imaginando la forma de decirlo, aunque no será fácil.

Paul asiente con determinación, sin hacer más preguntas.

—Lo entiendo. Iniciaré el protocolo de inmediato. Compartiré la imagen en los canales codificados. Los hackers que están manejando el sistema de reconocimiento facial no tardarán en rastrearla.

Gerónimo asiente en silencio, repasando mentalmente cada paso, esperando no haber olvidado ningún detalle.

—El forense retiró las piezas dentales. En cuanto los registros se crucen, la identidad quedará confirmada. Para todos los efectos, ella estará oficialmente muerta.

El silencio que sigue pesa como plomo. No hay vuelta atrás. El plan ha comenzado.

—Si para salvarla tengo que hacerle creer al mundo que está muerta… entonces que así sea —murmura, más para sí que para Paul.

"Nunca la abandonaré" se dice con confianza en sí mismo…

(…)

¡Ay dios! Como un desgraciado puede enredar tanto la vida de alguien.

¿Será que es suficiente?

Las leo

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