La llegada de la joven institutriz Elaiza al imponente castillo del Marqués del Robledo irrumpe en la severa atmósfera que lo envuelve. Viudo y respetado por su autoridad, el Marqués encuentra en la vitalidad y dulzura de Elaiza un inesperado contraste con su mundo. Será a través de sus tres hijos que Elaiza descubrirá una faceta más tierna del Marqués, mientras un sentimiento inesperado comienza a crecer en ellos. Sin embargo, la creciente atracción del marqués por su institutriz se verá ensombrecida por las barreras del estatus y las convenciones sociales. Para el Marqués, este amor se convierte en una lucha interna entre el deseo y el deber. ¿Podrá el Márquez derribar las murallas que protegen su corazón y atreverse a desafiar las normas que prohíben este amor naciente?
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amores
El aire en la finca vibraba con una anticipación dulce, como el aroma de las flores que adornarían la pequeña iglesia del pueblo para la boda de Isabel, que se había pospuesto debido a las inclemencias del invierno. Emanuel, aunque aún guardaba en su corazón la huella imborrable de los incontables cuentos susurrados junto a su nana, correteaba ahora con una sonrisa traviesa alrededor de Pedro.
El joven panadero, con la paciencia de quien amasa el pan día tras día, le ofrecía pequeñas galletas con forma de animales o crujientes panecillos recién horneados en cada visitaademás,emás le había dado algunos consejos para que sus panes quedarán cada vez más esponjosos y dulces. El pequeño ayudante ahora enamorado de los olores de la cocina se encontraba deleitado con la idea de ayudar con la decoración del pastel para su querida nana.
La desconfianza inicial del niño se había derretido bajo el calor de estos pequeños gestos y las palabras amables de Pedro, quien genuinamente apreciaba el afecto de Emanuel por Isabel.
En el improvisado cuadrilátero de tierra, Tomás lanzó un golpe torpe que Alessandro esquivó con una agilidad sorprendente. El sol de la mañana ya comenzaba a calentar, pero la energía de los dos muchachos parecía inagotable, alimentada por una mezcla de aburrimiento y la necesidad de liberar la frustración que les generaba el ambiente meloso que envolvía la finca.
"¡No entiendo toda esta agitación por la boda!" Exclamó Tomás, resoplando tras fallar otro golpe. Se secó la frente con el dorso de la mano, dejando un rastro de tierra en su piel. "¿Acaso no tienen nada mejor que hacer que hablar de vestidos blancos y pastelitos?"
Alessandro, con una calma más propia de él, se movió alrededor de Tomás, imitando los movimientos que Jorge les había enseñado.
"Già. Mamma mia, parece que el mundo se va a acabar y la única preocupación de todos es si las flores combinan con el velo." Su acento italiano, aunque suavizado pornla vida en la nueva tierra, se acentuaba ligeramente con la exasperación. "Y Marcello... che casino con él y sus rosas ¡Parece un innamorato tonto!"
Desde la sombra de un gran roble, Marcello observaba a los niños. Estaba podando algunas ramas secas, pero sus oídos no perdían una sola palabra de la conversación.
La verdad era que él mismo se sentía un poco ajeno a la intensidad de los preparativos, aunque por razones muy diferentes a las de Tomás y Alessandro.
"¿que le pasa alle donne ?" continuó Alessandro, pateando una piedra suelta. "Parecen gallina cluecas con Rosalba, hablando de 'el día más hermoso' y otras sciocchezze."
Tomás asintió con vehemencia. "¡Exacto! ¿Acaso nadie más se da cuenta de que hay cosas más importantes? Como... no sé... ¡la guerra!" Lanzó un jab rápido, obligando a Alessandro a retroceder.
Tomás gruñó, frustrado por la agilidad de su amigo.
"¿Y Jorge? ¡Hasta él parece más suave de lo normal! Ayer lo escuché hablar con sobre 'encontrar a la persona giusta'. ¡Qué ridiculez!" dijo Alessandro en tono burlon
Ambos compartieron una mirada de incomprensión. ¿Acaso el mundo adulto se había vuelto repentinamente cursi y desinteresado en las cosas que realmente importaban, como las peleas y la exploración del jardín en busca de bichos interesantes?
En ese momento, Marcello se acercó, dejando a un lado sus herramientas de jardinería. Su rostro mostraba una mezcla de disculpa y una ligera sonrisa.
"Scusatemi, ragazzi," dijo con suavidad. "Pero... tengo algunas rosas que necesitan mi atención para la boda." su acento era mucho menos cargado que el de su hermano
Con una leve inclinación de cabeza, Marcello se alejó, dejando a Tomás y Alessandro solos en su burbuja de incomprensión adolescente. Los dos muchachos se miraron, encogiéndose de hombros. El mundo adulto era un misterio insondable, lleno de prioridades extrañas y repentinos ataques de sentimentalismo.
El suave murmullo de la lectura llenaba el aire del invernadero, donde Rosalba, con las mejillas ligeramente sonrosadas, seguía con atención las palabras grabadas en el delicado libro de poemas que había elegido como regalo para Isabel.
"—'Y cuando al fin sus almas se encontraron, sintieron la llama que en silencio ardía, un lazo eterno que sus vidas ató, con fuego puro que jamás se enfría'—" leyó en voz baja, levantando la vista hacia Elaiza con una expresión de profunda curiosidad. "¿Así se siente estar enamorada, Elaiza? ¿Como un fuego que nunca se apaga?"
Elaiza, que estaba ayudando a Rosalba a envolver cuidadosamente el libro en un papel de seda adornado con pequeñas flores prensadas, detuvo sus movimientos y miró a la niña con una expresión pensativa. "No lo sé con certeza, Rosalba," respondió con suavidad. "Nunca he experimentado ese tipo de amor. Pero imagino que debe ser algo... más intenso, más absorbente que el cariño que sentimos por nuestros hermanos o el afecto de unos padres a sus hijos." Su voz se apagó ligeramente al mencionar la última parte , un matiz de melancolía que Rosalba no percibió en su absorta contemplación del verso, en sus memorias no estaban aquellas personas que le habían dado vida.
A través de los cristales del invernadero, podían ver a Marcello trabajando en el jardín, moviendo con cuidado los maceteros repletos de rosas de intensos colores. Las flores, que él mismo había cultivado con esmero, serían parte de la decoración que adornaría la entrada de la iglesia. Su atención parecía estar completamente dedicada a su tarea, pero de vez en cuando, sus ojos se alzaban discretamente hacia el aquel lugar.
"¿Crees que algún día lo sentiré?" preguntó Rosalba con un suspiro soñador, volviendo su atención al libro. "Ese lazo eterno... debe ser maravilloso."
Elaiza sonrió con ternura, acariciando la mano de la niña. "Estoy segura de que sí, Rosalba. A su debido tiempo, cuando sea el momento adecuado."
En ese instante, las campanadas suaves y melodiosas del reloj de la mansión resonaron en el aire, anunciando la hora del aseo previo a la comida, Elaiza llamo a tomas quien presuroso y hambriento por el ejercicio entró al invernadero con su habitual andar enérgico.
"¡Vamos, dormilonas!" exclamó Tomás, con su tono energico habitual.
Mientras Rosalba y Tomás se dirigían hacia el interior, Elaiza se quedó un momento observando a Marcello a través del cristal. Él levantó la mirada y sus ojos se encontraron. Elaiza le ofreció un saludo amable con la mano, una pequeña sonrisa en sus labios. Marcello respondió al gesto con una inclinación de cabeza y una sonrisa igualmente suave antes de volver a su trabajo entre las rosas.
La quietud de la noche había descendido sobre la finca, un manto de silencio interrumpido solo por el suave croar de las ranas en el estanque lejano y los grillos nocturnos.
Elaiza, con la agradable fatiga de un día dedicado al cuidado y la enseñanza, buscó refugio en la cálida luz que se filtraba por la puerta entreabierta de la cocina.
Al entrar, encontró a la señora Jenkins y a la señora Salazar sentadas a la robusta mesa de madera, disfrutando de una taza humeante de té y compartiendo las últimas rebanadas de un pequeño pastel dorado, horneado con los restos de la masa del pastel nupcial. Ambas mujeres reían con una complicidad tranquila, sus rostros iluminados por la suave luz de La lámpara de aceite.
"buenas noches" dijo Elaiza entre abriendo la puerta "¿interrumpo algo?"
"no querida siéntate" dijo la señora jenkins ofreciéndole una silla.
" solo hablábamos de los días cuando aún éramos jovenes...Ay, Agnes," dijo la señora Salazar con una risita, limpiándose una miga de la comisura de los labios con un dedo regordete, "recuerdo mi boda como si fuera ayer... Yo era una muchacha muy bella y delgada en ese entonces y mi Benito era tan guapo" suspiro añorando tiempos lejanos." en esa época era un simple mozo y pidió la carreta del granjero para llegar y ¡¿que creen que sucedio?!... ¡Benito llegó tarde a la iglesia porque otra carreta se le había atravesado en el camino! ¡media hora tarde! ¡Imagínense mi cara!" todas rieron con afecto.
"Benito siempre ha tenido su propio ritmo, ¿verdad, Julia?" dijo la señora Jenkins Su mirada se suavizó con un dejo de nostalgia. "Mi matrimonio... fue diferente. Breve y no muy feliz. A veces pienso que fue una bendición no haber tenido hijos. Uno se ahorra mucho sufrimiento." Su tono, aunque sereno, dejaba entrever una vieja herida. "Esta familia," añadió, observando vagamente hacia el resto de la casa, "el Marqués... lo he cuidado desde que era un niño. Son lo más parecido a una familia que he conocido."
Elaiza acepto la taza de té y el pedacito de pastel que la señora Salazar le ofreció con una sonrisa amable. Escuchaba atentamente las anécdotas y reflexiones de las dos mujeres, asintiendo suavemente a sus comentarios, una pequeña sonrisa dibujada en sus labios. La calidez de la cocina y la intimidad de la conversación eran un bálsamo para su cansancio.
La charla fluyó durante un rato más, entre recuerdos y expectativas sobre la boda de Isabel. Finalmente, la señora Salazar se volvió hacia Elaiza con una mirada curiosa. "¿Y usted, señorita Medina? ¿Alguna vez se ha imaginado casada? ¿Tiene a alguien en su corazón?"
"bueno ...yo...." titubeó Eliza
La pregunta quedó suspendida en el aire, justo en el momento en que una campanilla suave resonó desde el exterior de la casa. La señora Salazar se irguió de inmediato, sus ojos brillando con una repentina alegría. "¡Es Benito! Hoy se ha retrasado un poco más de lo habitual."
Se levantó con agilidad, despidiéndose de ambas mujeres con un beso en la mejilla.
"Que descansen bien. Nos vemos mañana."
La puerta se cerró tras ella, dejando a Elaiza y a la señora Jenkins solas en la cocina, con la pregunta aún flotando en el aire sin respuesta. Elaiza tomó un sorbo de su té caliente, su mirada perdida en la llama danzante de la lámpara de aceite.
El olor a heno fresco y el suave resoplar de los caballos llenaban el establo mientras Jorge y Marcello trabajaban en silencio, distribuyendo la avena en los comederos. La luz tenue de la mañana se filtraba por las rendijas de madera, iluminando las partículas de polvo que danzaban en el aire.
De repente, Marcello rompió el silencio con una pregunta inesperada. "Teniente Jorge, ¿usted qué pensa del matrimonio?" Su pronunciación era casi impecable, pero un ligero acento delataba sus raíces.
Jorge, que estaba ajustando la correa de un arnés, se detuvo y miró al joven. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios. "Bueno, Marcello, es... una unión. Dos personas que deciden compartir sus vidas, sus alegrías y sus penas." Hizo una pausa, pensativo. "Cuando funciona, dicen que es algo hermoso. Un compañero, un apoyo..."
Marcello asintió lentamente, ensimismado.
Luego, con una timidez que no era habitual en él, preguntó: "¿Y a qué età... sería bueno comprometerse?"
Jorge soltó una pequeña risa. "Ah, muchacho, esa es una pregunta que cada uno debe responder en su momento. No hay una edad correcta. Pero si me preguntas, creo que es importante que ambos sepan bien lo que sienten desde el principio. Sin juegos, sin dudas."
Una sombra de preocupación cruzó el rostro de Marcello. "Pero... ¿y si uno siente algo muy forte por alguien que está... molto por encima de uno?"
Jorge lo observó con atención, dejando atrás cualquier atisbo de burla. Entendía esa inseguridad. "Si esa persona es realmente tan especial para ti, Marcello, entonces debes esforzarte. Superarte. Trabajar para estar a su nivel, no en términos de riqueza o estatus, sino en carácter, en tus logros."
Se enderezó, inflando ligeramente el pecho con una sonrisa fanfarrona. "Mira mi caso. Yo era un simple campesino. Ahora soy teniente. Muchas damas de la ciudad suspiran por este uniforme, incluso algunas damas de la corte ¿sabes?" Guiñó un ojo.
La mirada de Marcello se encendió con una nueva determinación. "Teniente... io... io quiero ser como usted. Quiero ser militare."
Jorge arqueó una ceja, sorprendido. "¿Militar? ¿Tú?"
"Sí," afirmó Marcello con firmeza. ""Quiero hacer algo importante. Quiero... quiero ser alguien de quien... alguien pueda sentirse orgogliosa."
Jorge sonrió, comprendiendo la motivación detrás de esas palabras. Dejó caer la correa del arnés y se acercó a Marcello, posando una mano en su hombro. "Bien, muchacho. Si esa es tu decisión, te ayudaré. No será fácil, pero con esfuerzo y disciplina, puedes lograrlo."
Una chispa de esperanza brilló en los ojos de Marcello. "Grazie, Teniente. Non la deluderò."
"Lo sé, muchacho," respondió Jorge con una sonrisa sincera. "Lo sé."
El día amaneció radiante, anunciando la felicidad que se respiraba en la finca para la boda de Isabel y Pedro. La pequeña iglesia del pueblo se adornó con sencillez, reflejando la naturaleza humilde pero sincera de la pareja.
Isabel, vestida con su sencillo pero hermoso vestido blanco y con un modesto velo, irradiaba una alegría nerviosa mientras daba el sí junto a Pedro, cuyo rostro reflejaba una felicidad serena.
Tras la emotiva ceremonia, la celebración se trasladó directamente a los jardines de la finca, donde la alegría era palpable. Los habitantes de la finca y algunos vecinos compartieron pastelillos caseros, vino ligero y abundantes risas.
La música de una guitarra acompañó las felicitaciones a los recién casados. Era un momento de júbilo colectivo, una celebración sencilla y sentida de un nuevo comienzo. La felicidad de Isabel y Pedro contagiaba a todos, creando un ambiente festivo y de unión en la soleada tarde.
"no me digas que te estás durmiendo," saludó con suavidad Elaiza al sacerdote que se giró asombrado, observo a la joven que le ofrecía una sonrisa y un vaso con agua.
"jajaja no ya no acostumbro a hacerlo" río con franquesa, invito a sentarse a su amiga. "Un nuevo comienzo para Isabel y Pedro." dijo el sacerdote tomando un trago del vaso
Elaiza asintió, sus ojos siguiendo connla mirada a Emanuel que bailaba con la novia. "Sí. Uno no puede evitar preguntarse... ¿cómo se siente?"
El Padre Jonathan suspiró levemente. "El misterio del amor conyugal... es algo que he contemplado desde lejos. La unión de dos almas de esa manera... es un sacramento hermoso, pero también... desconocido para mí."
Elaiza rio "Para mí también. A veces observo a las familias aquí en la finca... el afecto entre padres e hijos, la complicidad de una pareja... y me siento como una observadora en la ventana." Su voz se apagó ligeramente.
El Padre Jonathan se acercó y tomo su mano "Pero tú y yo... tenemos nuestra propia forma de familia, ¿no es así?"
Elaiza lo miró, una suave sonrisa iluminando su rostro. "Sí... somos hermanos, a nuestra manera.
"Así es," confirmó el sacerdote con un leve asentimiento.
Ambos permanecieron en silencio por un momento, contemplando las rosas en flor, cada uno encontrando consuelo en la comprensión del otro, en la certeza de que, aunque el amor romántico les fuera esquivo, el vínculo fraternal que compartían era un refugio seguro y un testimonio de la diversidad de los afectos.
Mientras tanto Rosalba se había acercado a un pequeño arbusto de flores con el que estaba haciendo coronas para regalar a la novia, Marcello se acercó a ella tímidamente. En su mano sostenía una única rosa de un color blanco inmaculado, la más hermosa de su rosal, la había escojido entre todas para ese momento.
Se detuvo frente a Rosalba, ligeramente ruborizado. "Signorina Rosalba," dijo con voz baja pero firme, la niña volteo sus hermosos ojos hicieron que el joven se ruborizara totalmente, "vorrei che accettasse questo fiore. E... vorrei chiederle di aspettarmi. Lavorerò duro, mi sforzerò per essere degno di lei. Non mi risponda adesso. Fra cinque anni... se ancora sente qualcosa per me... tornerò a chiederle in matrimonio." en sus nervios había dicho todo muy rápido y en su idioma nata.
Rosalba que apenas había empezado a aprender el idioma no entendía lo que había dicho "disculpa Marcello no te entiendo" dijo sorprendida la niña
Al darse cuenta lo ocurrido el joven se puso aún más nerviosos " io ... Io quisiera que accettasse questo fiore. E... quisiera pedirle di aspettarmi. Lavorerò duro, me esforzaré por ser digno de usted. No me responda ahora. Dentro de cinco años... si siente algo per me... volveré a pedirle in matrimonio."
Rosalba lo miró con sorpresa, al inicio sin entender pero pronto sus mejillas se tornaron color carmesi. La declaración inesperada la dejó sin palabras
Marcello le ofreció la flor y una pequeña sonrisa nerviosa, Rosalba aún perpleja asintio con la cabeza, Marcello depositó la rosa en su mano y se alejó corriendo, volviendo a su discreto lugar entre los demás invitados.
Rosalba apretó la rosa contra su pecho, su corazón latiendo con una mezcla de confusión y una emoción desconocida. Diez años... era una eternidad. Pero la sinceridad en los ojos de Marcello había sembrado una semilla de curiosidad en su joven corazón.