Continuación de la emperatriz bruja y reencarne en una jodida villana.
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capítulo 21
Desde el campamento del ejército del Imperio de Jade, las tiendas ondeaban con los estandartes de serpientes doradas y lunas negras. La tensión era palpable. Los generales discutían sus próximos movimientos cuando un temblor sutil recorrió la tierra. Un sonido profundo, gutural, vibró en el aire… como si una tormenta se acercara desde las alturas.
El general Kael, comandante supremo del ejército de Jade, salió de su tienda con el ceño fruncido. Alzó la mirada.
—¿Qué diablos es ese sonido?
Entonces los vieron.
Tres dragones colosales descendían desde los cielos, cruzando las nubes con majestuosidad y violencia. Sus alas cortaban el viento como cuchillas. Las escamas reflejaban la luz del sol con tonos iridiscentes. No eran bestias comunes. Eran los dragones legendarios de los que hablaban los textos antiguos… y estaban vivos.
Los soldados del Imperio de Jade retrocedieron, algunos tropezando al ver las sombras titánicas cubrir el campamento. El miedo se propagó como un incendio.
—¡Imposible! ¡Los dragones estaban extintos! —gritó uno de los oficiales.
Kael apretó los puños, la mandíbula tensa.
—No están extintos. Han despertado... por esos malditos príncipes de Bórico.
Un mensajero, jadeando, corrió hacia el general.
—Mi señor... nuestras tropas de avanzada han informado que los dragones aterrizaron en los muros del Imperio. Los príncipes están con ellos... y el pueblo los aclama.
Kael maldijo en voz baja.
—Esto cambia todo...
—¿Atacaremos de inmediato? —preguntó uno de sus capitanes.
El general miró hacia los muros de Atenea, donde se erguían las bestias, desafiantes, con los ojos fijos en el horizonte.
—No. Reunid a los hechiceros. Si vamos a enfrentar dragones, necesitaremos mucho más que espadas.
Y mientras el enemigo reorganizaba sus fuerzas, en lo alto de los muros de Atenea, los dragones alzaban la vista, como si pudieran oler la duda y el miedo desde kilómetros.
Uno de ellos murmuró, con voz como un trueno:
—Ellos temen. Lo sienten en los huesos. Y aún no hemos comenzado a rugir.
**
En las murallas del Imperio de Atenea
El cielo retumbó con un rugido que hizo temblar hasta las piedras más antiguas. Los ciudadanos, que se apiñaban en las calles y balcones desde la madrugada, alzaron la vista justo a tiempo para ver cómo tres sombras enormes descendían con majestuosidad.
Los gritos de terror se transformaron en asombro.
—¡Son dragones! —gritó un niño desde los hombros de su padre.
—¡Por los dioses… están vivos! ¡Los protectores ancestrales!
Las alas de las bestias se extendieron como mantos celestiales. Los dragones aterrizaron con fuerza en los muros principales del imperio. Kaelthys, de ojos esmeralda, rugió hacia el cielo. Yrndra, de ojos rubí, desplegó sus alas con elegancia y poder. Tharion, de ojos zafiro, observó el horizonte con sabiduría milenaria.
Sobre sus lomos… los príncipes de Bórico, vistiendo armaduras que brillaban como el oro de los dioses.
El pueblo rompió en vítores. Llantos. Gritos de esperanza. Muchos se arrodillaron, otros levantaron los brazos al cielo.
—¡La emperatriz nos ha traído la salvación!
—¡Zenda y Bórico han respondido!
**Dentro del palacio, en la sala del trono – Corte de Atenea**
Los nobles estaban paralizados. Algunos se aferraban a sus capas, otros murmuraban oraciones. El viejo consejero Telmón se llevó la mano al pecho.
—Esto... esto no es posible. Pensábamos que eran leyendas…
—Los dioses no envían leyendas. Envían esperanza cuando más la necesitamos —dijo Estela.
Leonor, quien se encontraba junto a Mauricio, apretó su mano y este solo asintió. Nadie podía negar ya que el curso de la guerra acababa de inclinarse.
**
Horas más tarde, en el salón de guerra
Los líderes de la alianza se reunieron: Úrsula y Alcides de Málaga; Lyanna, Isabela y Selene de Zenda y Atenea junto con sus padres, Neftalí y Elios; los dos príncipes de Bórico, y el general Darion de Atenea. Los mapas se extendían sobre la mesa, las posiciones enemigas marcadas con piezas de obsidiana.
—El enemigo está acampado a tres leguas, pero no atacará esta noche —dijo Darion—. No después de ver lo que trajeron del cielo.
—Perfecto —dijo Mauricio—. Entonces atacaremos nosotros… y de noche.
—¿Un ataque nocturno? ¿Con dragones? —preguntó Alcides.
—Exacto —intervino Mauricio—. Mientras las bestias vuelan sobre el campamento y lanzan fuego controlado, nuestras tropas de tierra flanquearán por ambos lados. Necesitamos causar caos, no destrucción total… aún.
Leonor asintió con firmeza.
—Usaremos la magia de los magos de Zenda para cubrir el avance. Nieblas ilusorias, espejismos y distorsiones.
—Mientras ellos creen que enfrentan un ejército enorme… estarán rodeados solo por el núcleo de élite —añadió Selene, comprendiendo la estrategia de su madre—. Me gusta.
Lyanna miró a sus hermanas.
—Y nosotras vamos al frente. Con los dragones. Si van a temernos… que lo hagan con motivos.
Mauricio oyó las palabras de su hija y agregó:
—Entonces que Atenea vea esta noche el fuego de la esperanza.