Romina una mujer que se enfrenta a un cambio en su vida después de un accidente que la deja postrada en una sillas de ruedas busca venganza del culpable que le arrebató todo llegando a los límites para recuperar lo que un día le perteneció sin medir consecuencias.
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Un sentimiento.
Lautaro se encontraba igual o incluso más confundido que Romina. Lo que acababa de pasar ni siquiera fue planeado, pero al verla tan hermosa su cuerpo reaccionó por cuenta propia y para cuando se dio cuenta ella ya estaba gritando tan rico de placer que no supo como detenerse.
Su corazón acelerado solo confirmaba que se había enamorado de ella, de la mujer que solo lo quería destruir y esto era el peor escenario posible.
¡Maldita sea Romina! Lo has conseguido, ya no tengo escapatoria porque ahora entiendo que ya no quiero perderte, necesito que te quedes conmigo para siempre y poder hacerte el amor cada día de mi vida.
Quiero escuchar todas las noches esos gritos que solo pedían más de mí y yo como un idiota embobado obedecer tus órdenes.
Quiero perderme y reconocer cada centímetro de tu piel desde la punta de tus pies hasta la última hebra de tu negro cabello.
Ja ni siquiera te entregue el obsequio que prepare y ahora siento miedo de volver y enfrentarte. Tengo temor de volver a ver tu mirada fría sobre mi, esa que me recuerda que soy un simple juguete en tus manos. Esa que me desprecia por algo que yo no cometí.
Necesito demostrarte que soy inocente de todo lo que me acusas y así tal vez poder hacer de esto algo real. Un amor de verdad y solamente nuestro.
Afuera la servidumbre no podía creer todo lo que estaba pasando. Algunos habían escuchado los gritos de placer provenientes del despacho, pero luego como si nada hubiera pasado cada quien se fue a una habitación diferente.
- Tú que crees Irma los señores se aman o se odian, porque solo unos días atrás estaban que se mataban y ahora hay que vergüenza.
- Yo opino que no te metas en lo que no te incumbe. Son recién casados y se están adaptando a la nueva vida del matrimonio.
- ¿Entonces que me dices de esa niña que trajo el señor? La verdad es que no esperaba que nuestra señorita lo perdonará después cometer semejante atrevimiento.
- Ya te lo dije Susan deja de ser tan chusma, pero admito que a mi tampoco me gustó. Esa mujer no me da buena espina.
- Que está sucediendo Irma.
- Señora Martina bienvenida. El señor Román le dejo un recado.
- ¿Romina?
- En su habitación.
- Más tarde hablaré con ella. Prepara algo ligero para cenar Romi necesita cuidar su alimentación para comenzar a ejercitar.
Martina era la más entusiasmada por la noticia de que Romina podría volver a caminar. Esta vez no la dejaría retroceder, ya que en el pasado le habían informado de que su condición era permanente solo porque ella se negaba a caminar.
Todo estaba en su cabeza y Romina no tenía la predisposición de avanzar. Creía que era inútil y se cerraba a llevar las rehabilitaciones hasta el final, pero ahora tenía un motivo y tal eso era suficiente para volverla a ver de pie.
Ya habían pasado demasiado años de puro dolor y era hora de que el sol volviera a brillar para todos.
Esa noche Romina no bajo alegando mal estar estomacal, pero al día siguiente no se salvó y fue arrastrada hasta el centro de rehabilitación.
- Odio venir a este lugar.
- Por que lo detestas tanto si este lugar hace milagros.
- Bueno no odio el lugar en si, pero si odio a esas personas. (Señala a las mujeres que ayudan en natación) Para que estudian está profesión si a espaldas de sus pacientes hablan pestes de ellos.
- Romina no todas las personas son iguales ya no vivas del pasado
- Miralas Simón como se ríen a escondidas de esa mujer que no puede seguir el ejercicio.
- Bueno entonces piensa esto. En todo lugar se sufre de discriminación, la envidia es demasiado grande a veces y la ignorancia ni hablar.
- ¿De que cosa esas mujeres tendrían envidia?
- De que ellas no conocen el cariño real, mirate a ti por ejemplo tienes a un increíble hombre super guapo a tú lado que te cuida en todo momento. De seguro ellas tienen novios mediocres que nunca les dicen siquiera lo guapas que están.
- Ja Ja Ja Hay Simón que estupideces dices. Aunque pensándolo bien esa rubia no te quita los ojos de encima.
- Que mire todo lo que quiera de igual manera lo único que importa es a quien yo estoy mirando.
- Ya basta o me lo voy a creer. Sabes recuerdo que en la secundaria pasaba exactamente lo mismo. Las otras chicas me odiaban por ser amiga de Lautaro y me hacían la vida imposible. Ahora que ya soy mayor sigue pasando lo mismo.
- Si quieres yo te puedo ayudar en tú casa así no recuerdas esos momentos. Soy buen nadador y sobre todo soy muy fuerte.
- Eso ni se diga chico voy al gimnasio todos los días sin falta ja ja ja.
- Sabes muy bien que yo lo único que hago es correr de mañana y de noche. Estos músculos son naturales.
Como invocando al diablo la rubia se acerca coqueta y saluda a Simón ignorandome por completo. Ya estaba acostumbrada a este tipo de situación.
Siempre era como que las personas con discapacidad eran invisibles para la sociedad, aveces incluso chocaban con nosotros y nos exigían disculparnos por algo que no habíamos provocado y eso ni hablar de todas las limitaciones de no poder ir a un bonito lugar a cenar o al cine.
¿Acaso no somos personas también? ¿No merecemos el mismo respeto que cualquier otra persona en el mundo?
¿Soy yo la equivocada?