En el imponente Castillo de Lysandre, Elaria, una joven reina de 20 años, gobierna con determinación desde que la tragedia golpeó su familia. Tras la inesperada muerte de su madre años atrás, Elaria asumió el trono bajo la tutela de su padre, el rey Aldred. Aunque ha demostrado ser una líder firme y justa, su vida ha estado rodeada de aislamiento y deberes, lejos de los ojos curiosos del reino. Todo cambia cuando el rey decide abrir las puertas del castillo para un gran baile, invitando a familias nobles y plebeyas a una noche de celebración. Lo que parece un intento de reconciliarse con su pueblo pronto se convierte en caos, pues un grupo de infiltrados entra al castillo con la intención de robar las joyas de la corona. En medio de la confusión, Elaria se encuentra cara a cara con uno de los ladrones: un joven atractivo y enigmático cuyos ojos parecen revelar más secretos que intenciones maliciosas. Aunque debería detenerlo, algo en ella no lo hace.
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Capitulo 16
La noche había caído rápidamente, y el aire frío del bosque se hizo más denso mientras la oscuridad envolvía todo a su alrededor. Kael se movió con destreza, tendiendo una manta en el suelo, y encendió una fogata con un par de ramas secas que había recogido. El resplandor de las llamas danzaba sobre sus facciones, iluminando parcialmente su rostro mientras sus ojos brillaban con un reflejo dorado.
—Te pido disculpas por este lugar. No es ideal, pero mañana encontraré algo mejor —dijo con una voz suave, pero con un matiz de preocupación, mientras se sentaba cerca de la fogata.
Miré el entorno, los árboles altos y oscuros rodeándonos, el suelo cubierto por hojas secas y ramas rotas. No era el tipo de lugar que hubiera elegido para pasar la noche, pero el calor de la fogata y el silencio del bosque tenían algo tranquilizador. Me senté en la manta, abrazándome a mí misma para buscar algo de calor.
—No importa —le respondí, mirando las llamas. Mi voz salió tranquila, casi pensativa.
Kael me observó, y por un momento, nuestras miradas se encontraron. Hubo algo en su rostro que parecía preocupado, como si quisiera asegurar que estuviera bien, aunque no lo dijera abiertamente.
Él se acomodó en la hierba, cerca de la manta, y comenzó a cerrar los ojos.
—Kael... —susurré, mientras me acercaba un poco más.
Él me miró, levantando la cabeza con una expresión de sorpresa.
—¿Qué pasa? —preguntó con voz baja, casi cautelosa.
Sin pensarlo mucho, le hablé en un susurro, la voz suave pero decidida.
—Ven, acuéstate conmigo en la manta. El cesped te hará daño ahí...
Kael vaciló, como si pensara que debía decir algo, pero sus ojos me observaron por un momento, como si tratara de descifrar si estaba en serio o si era una broma.
—No debo —respondió, su tono más suave de lo normal—. La manta es pequeña, no hay suficiente espacio para los dos.
Pero yo no me detuve. El frío ya estaba calando mis huesos, y la idea de dormir sola en la oscuridad del bosque me parecía aún más inquietante. Así que me acerqué un poco más, insistiendo con suavidad en mi voz.
—No me importa. No quiero dormir sola en medio de un bosque.
Pude ver cómo su rostro se suavizaba un poco, una ligera sonrisa cruzó sus labios, pero aún se veía reticente. Sin embargo, al final, suspiró con una sonrisa tímida y, sin decir más, se acomodó junto a mí en la manta.
Me sentí algo nerviosa cuando se tumbó a mi lado, la cercanía de su cuerpo era nueva, inesperada, pero al mismo tiempo reconfortante. La manta nos cubrió parcialmente, y mientras nos quedábamos allí, con el crepitar de la fogata como único sonido que nos rodeaba, algo en mi pecho se relajó.
No dijimos nada más durante un buen rato. El calor de su cuerpo cerca del mío me tranquilizó de una forma que no esperaba.
—Elaria... —me llamó con ese tono serio—. ¿Por qué me dijiste aquello la noche que estabas borracha?
Lo miré confundida. Mi mente tardó un momento en procesar lo que decía.
—¿Aquello? ¿Qué cosa? —pregunté, sin recordar nada específico de la noche anterior.
Kael se giró para mirarme, apoyándose sobre un codo. Sus ojos me atravesaban, como si intentaran leer algo que no había dicho en voz alta.
—Dijiste que yo te motivé a irte.
Sentí cómo el calor me subía al rostro. Me quedé paralizada por unos segundos, procesando lo que acababa de escuchar. ¿De verdad había dicho eso?
—¿En serio dije eso? —murmuré, más para mí misma que para él.
Él asintió, observándome con atención.
—Sí, lo dijiste. Ahora quiero saber... ¿por qué?
Me quedé en silencio, evitando su mirada mientras mis pensamientos se arremolinaban. No tenía una respuesta clara para darle, al menos no una que pudiera poner en palabras fácilmente.
—Realmente no recuerdo haberlo dicho —admití al principio, intentando ganar tiempo.
Kael entrecerró los ojos, como si intentara desentrañar mis palabras antes de que las terminara de decir.
—Entonces, ¿me puedes decir realmente el motivo por el que te fuiste?
Su pregunta me golpeó como un balde de agua fría. Mi garganta se cerró, y mis manos comenzaron a jugar nerviosas con el borde de la manta. No quería decirlo. Decirlo en voz alta era admitirlo, y admitirlo significaba enfrentar todo lo que había dejado atrás.
Finalmente, levanté la vista y encontré sus ojos clavados en los míos. Había algo en su expresión que me empujaba a hablar, como si me diera permiso para soltar ese peso que llevaba encima.
—Fue por mi padre te dije —confesé en un susurro, sintiendo cómo las palabras se escapaban de mis labios antes de poder detenerlas.
Kael no dijo nada al principio. Solo me miró, como si intentara comprender todo lo que esa simple frase implicaba. Luego, se recostó de nuevo, mirando hacia el cielo a través de las ramas.
—Nunca me dirás la verdad, supongo —murmuró, casi como si hablara consigo mismo.
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