el mundo de los sueños se despliega en toda su gloria: nubes formadas por palabras flotan en un cielo etéreo, un río de luz líquida serpentea hacia un bosque oscuro y ominoso en el horizonte, y formas abstractas se mezclan con paisajes imposibles. La niña parece semitransparente, lo que indica que se encuentra atrapada entre los dos mundos.
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El Río de los Ecos
Cuando Emma cruzó el portal dorado, una ráfaga de aire fresco la envolvió, llevándola a un nuevo escenario que parecía cambiar con cada parpadeo. Frente a ella se extendía un río que desafiaba toda lógica. Las aguas, de un color cristalino que reflejaba el cielo como un espejo líquido, no fluían como un río común. En lugar de seguir una dirección fija, formaban espirales y figuras ondulantes que se alzaban en el aire antes de regresar suavemente a su cauce.
Al acercarse a la orilla, Emma notó algo extraño en el sonido del agua. No era el murmullo natural de un río corriente. En su lugar, escuchaba voces, palabras entrecortadas y emociones susurradas. Algunas eran reconfortantes, como una risa lejana; otras eran tensas, cargadas de dolor. Cada sonido parecía estar ligado a un recuerdo, como si el río estuviera compuesto no de agua, sino de fragmentos de su vida.
—¿Dónde estoy ahora? —preguntó Emma, aunque la respuesta llegó sin que nadie hablara.
Una voz profunda y resonante surgió del mismo río, vibrando en el aire como un eco infinito:
—Este es el Río de los Ecos. Aquí fluyen las palabras que has dicho y las que te han dicho. Cada gota contiene un recuerdo, una emoción, una verdad que quizás no querías escuchar.
Emma tragó saliva y dio un paso hacia el borde. Las piedras bajo sus pies eran suaves y cálidas, como si el río emanara una energía viva que la envolvía por completo.
—¿Y qué debo hacer aquí? —preguntó, aunque ya intuía la respuesta.
—Escuchar —respondió la voz, con una solemnidad que la hizo estremecerse. —Cada eco que resuene para ti es una lección. Cada palabra, un reflejo de quién eres y quién puedes llegar a ser.
Emma miró las aguas, insegura de por dónde comenzar. Las corrientes se movían con un ritmo hipnótico, y pequeñas burbujas comenzaron a formarse en la superficie. Cada burbuja era translúcida y brillante, y dentro de ellas había destellos de imágenes, como si contuvieran pequeños recuerdos.
La primera burbuja se elevó lentamente y flotó hacia Emma, explotando con un suave estallido frente a su rostro. De la neblina que dejó, emergió una escena de su pasado:
La tarde lluviosa
Emma se vio a sí misma en su habitación, sosteniendo un teléfono con irritación. Al otro lado de la línea, su hermano menor, Ethan, le pedía ayuda con una tarea escolar.
—¡No puedo ayudarte ahora, Ethan! ¡Hazlo tú solo! —gritó Emma, frustrada. Sin darle oportunidad de responder, colgó el teléfono y volvió a su trabajo, ignorando por completo el llanto de su hermano.
La imagen desapareció, dejando a Emma con una sensación de culpa que parecía apretar su pecho. Recordaba ese día con claridad ahora, aunque en su momento no le había dado importancia.
—Siempre estaba tan absorta en mí misma... —susurró, sintiendo un peso en su corazón.
El río respondió a su pensamiento. Otra burbuja emergió, más grande y brillante que la anterior, como si su peso emocional fuera mayor. Emma la tocó, y esta también explotó en una nube de luz, revelándole otro recuerdo.
Una promesa rota
Esta vez, Emma se vio a sí misma en el jardín de la casa de su abuela. Estaban juntas, arrancando maleza y plantando flores. La escena era cálida, llena de amor y tranquilidad.
—Vendré a verte más seguido, abuela. Te lo prometo —había dicho Emma con una sonrisa, tomando la mano de la anciana.
Sin embargo, los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Emma no volvió al jardín, atrapada en las obligaciones de su vida. Cuando recibió la noticia de que su abuela había fallecido, su promesa incumplida pesó sobre ella como una losa.
Emma sintió las lágrimas correr por sus mejillas.
—Lo siento tanto, abuela... Nunca quise fallarte.
La neblina de la burbuja se disipó, y Emma se quedó en silencio, abrazando sus propios brazos como si tratara de protegerse del frío emocional que la rodeaba.
El río no le dio descanso. Una tercera burbuja emergió, y esta vez su contenido era diferente: no un recuerdo de palabras que ella había dicho, sino algo que le habían dicho a ella.
La frase que marcó un cambio
En esta escena, Emma estaba sentada en el banco de un parque. Clara, su mejor amiga, la miraba directamente a los ojos.
—A veces siento que no te importo, Emma. Siempre estás demasiado ocupada para mí.
La Emma del recuerdo no había respondido. Había desviado la mirada, incómoda, y había cambiado de tema. Ahora, enfrentándose a esas palabras, Emma entendió cuánto debían haberle dolido a Clara y cuánto habían afectado su amistad.
—Clara... debí escucharte —murmuró, con la voz quebrada.
La burbuja estalló en una lluvia de luz que se unió al agua del río. Emma sintió un vacío en su interior, pero también un rayo de esperanza. No todo estaba perdido.
Mientras el río continuaba mostrando burbujas, Emma comenzó a notar un patrón. No todos los recuerdos eran negativos. Una burbuja emergió, y al tocarla, vio una escena de alegría: ella enseñando a Ethan a andar en bicicleta.
—Puedes hacerlo, Ethan. Solo sigue pedaleando. Estoy aquí contigo.
Esa burbuja no explotó. En cambio, se transformó en una esfera de luz que flotó hacia Emma, entrando en su pecho. La calidez que sintió contrarrestó la pesadez de los recuerdos anteriores.
—No soy solo mis errores —se dijo Emma, con una nueva determinación.
El río pareció responder a esa realización. Las aguas se calmaron, y las burbujas dejaron de surgir. Frente a Emma, las corrientes formaron un puente de cristal que cruzaba hacia el otro lado.
—Has enfrentado tus ecos —dijo la voz del río, con un tono más suave. —Avanza con lo que has aprendido.
Emma respiró profundamente y comenzó a cruzar el puente. Cada paso era más ligero que el anterior, como si las cadenas de sus culpas se rompieran con cada movimiento. Al llegar al otro lado, el paisaje comenzó a transformarse nuevamente. Sabía que su viaje aún no había terminado, pero por primera vez, sentía que estaba lista para enfrentarlo.
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