Cadenas De Oro

Isabella despertó con una sensación extraña, como si algo en el aire estuviera cambiando. No era miedo ni angustia, sino una leve inquietud, una sensación de que las sombras del pasado no la habían dejado por completo. Miró a su alrededor y vio a Alejandro, aún dormido a su lado, con la paz en el rostro que siempre la había cautivado. Habían pasado meses desde que ambos decidieron empezar de nuevo, y a pesar de los miedos iniciales, la relación florecía. Ella había recuperado su voz, su confianza, y ahora tenía la fuerza para enfrentar cualquier cosa que viniera.

Mientras se levantaba de la cama, con el sol comenzando a asomarse por la ventana, Isabella se sintió invadida por una sensación de libertad. Había pasado tantos años cautiva de su propio dolor, de las decisiones erróneas y las relaciones tóxicas, que ahora cada pequeño paso fuera de su prisión interior la llenaba de esperanza. Estaba trabajando en su causa para ayudar a otras mujeres que, como ella, habían estado atrapadas en relaciones destructivas. Era la forma en que le daba sentido a su sufrimiento: transformarlo en algo que pudiera sanar a otros.

Sin embargo, esa mañana algo no estaba bien. Aunque en la superficie todo parecía perfecto, había algo en la atmósfera que la hacía sentir inquieta. No era Alejandro, ni sus sueños compartidos ni su amor, que siempre la había apoyado. La amenaza venía de otro lado, una amenaza que no veía pero que sentía acercándose. Tal vez era el reflejo de algo que no terminaba de sanar: las sombras del pasado. La incertidumbre la rodeaba, pero aún así, decidió ignorarlas. Quería disfrutar del presente.

Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que esas sombras no la dejarían en paz tan fácilmente.

Mientras desayunaban juntos, como lo hacían todas las mañanas, Isabella escuchó un leve ruido proveniente de su teléfono. Un mensaje. No esperaba nada importante, pero al ver el remitente, sus manos temblaron ligeramente. Era de un número desconocido. El mensaje era claro: "Cuidado con Alejandro. No todo lo que parece es lo que es." El mensaje no venía acompañado de ningún nombre, solo de ese mensaje inquietante. Al principio pensó que era una broma, algo sin importancia, pero el mal presentimiento que la había despertado esa mañana volvía a apoderarse de ella.

— ¿Qué pasa? — preguntó Alejandro, notando que su expresión se había oscurecido de repente.

Isabella le mostró el mensaje, pero trató de restarle importancia. Alejandro frunció el ceño al ver lo que decía, pero con un suspiro, lo borró.

— Son solo tonterías — dijo, tomando su mano con cariño. — No debes prestarles atención.

Isabella asintió, pero en su interior no podía evitar sentirse perturbada. Nunca antes había recibido un mensaje tan ambiguo, tan desconcertante. Y lo que más la incomodaba era la idea de que pudiera haber alguien dispuesto a intentar destruir lo que tanto había costado construir.

Alejandro la miró con complicidad, como si pudiese leer sus pensamientos, y le dio un suave beso en la frente.

— Vamos, no te preocupes por esto. Somos más fuertes ahora. Nada puede separarnos.

Isabella, aunque agradecida por sus palabras, no podía deshacerse de la sensación de que algo oscuro se cernía sobre ellos. Lo que no sabía era que, en algún lugar, dos mujeres observaban desde las sombras, con el único objetivo de separarlos. Mujeres de su pasado, mujeres que no se resignaban a ver a Alejandro feliz con otra. Aunque aún no lo sabía, Isabella estaba a punto de entrar en una batalla silenciosa, un juego peligroso que probaría su fe en el amor y en su propia fuerza. La batalla por su felicidad estaba a punto de comenzar.