Sr. Y Sra. Claus

Nikolas

Me habían estafado toda la vida. O al menos así me sentía en este momento. Era como si un velo de ignorancia se hubiera levantado de golpe, dejándome frente a una realidad que no sabía cómo procesar.

—¡Finn! —llamé con un tono que hacía eco en la habitación. Mi fiel elfo apareció casi de inmediato, como siempre. Su lealtad era inquebrantable. Lo miré con urgencia—. Necesito hablar con Dios, ahora mismo.

Finn asintió sin hacer preguntas, corriendo como un rayo para traer el teléfono especial. Era un aparato único, diferente a cualquier cosa que los humanos pudieran imaginar. Solo tenía un contacto en su lista, y no dudé ni un segundo en marcar el número.

Después de un par de tonos, una voz llena de calidez y entusiasmo respondió al otro lado de la línea.

—¡Hola, Nikolas! —saludó Dios con una alegría contagiosa—. Me alegra tanto que hayas encontrado a tu pareja. Sabía que este día llegaría, aunque tardaste un poco. Espero que estés disfrutando de esta etapa tan especial.

No tenía tiempo para sus palabras llenas de emoción. Había algo mucho más urgente en mi mente.

—¿Cómo se hacen los bebés? —pregunté, directo al grano, sin rodeos.

Por un instante hubo silencio, seguido de una carcajada tan sonora que me hizo fruncir el ceño.

—¡Oh, Nikolas! —rió Dios, como si lo que acabara de preguntar fuera lo más gracioso que había escuchado en siglos—. Bueno, los humanos tienen su propio método. Si tu mujer es humana, tendrás que hacerlo como ellos lo hacen.

—¡Dios! —protesté, frustrado—. No juegues conmigo, esto es serio.

—Está bien, está bien —respondió, todavía con un dejo de diversión en su voz—. Escucha, busca unas palabras en el buscador de tu dispositivo. Eso debería darte una idea de cómo funciona todo.

Me dictó las palabras con paciencia, y aunque dudé un poco, hice lo que me dijo. Tomé mi dispositivo y escribí lo indicado en el buscador. En cuestión de segundos, la pantalla se llenó de imágenes, videos y explicaciones detalladas.

Mis ojos se agrandaron mientras procesaba lo que veía.

—¿Siempre se ha hecho así? —pregunté, sin poder ocultar la mezcla de asombro y confusión en mi voz.

—Claro, es lo más natural del mundo —respondió Dios con serenidad.

La idea de que Aila pudiera haber hecho esto con alguien más antes de mí comenzó a invadir mi mente, y sentí un extraño ardor en el pecho. No quería ni imaginarlo. Aila era mía, solo mía.

—Gracias —murmuré, aunque mi tono estaba mucho más apagado de lo que había planeado.

—No te preocupes, Nikolas —dijo Dios con entusiasmo renovado—. Espero que me llames pronto para casarlos, y quién sabe, tal vez para darme la noticia de mi adorable nieto.

Colgué antes de que su voz llena de emoción pudiera irritarme más. Su alegría contrastaba demasiado con mi creciente confusión.

Miré hacia abajo, y luego volví a alzar la mirada hacia el techo, como buscando respuestas en el vacío. ¿De verdad debía hacer todas esas cosas con Aila? ¿Cómo reaccionaría ella? ¿Estaría bien con todo esto?

Mi mente era un torbellino.

—Nik, quiero intentar hacer algo —su voz resonó en la habitación con un entusiasmo que me hizo detenerme en seco. Me giré para mirarla y ahí estaba, con un abrigo negro que contrastaba perfectamente con el brillo de sus ojos. Su cabello recogido dejaba al descubierto su rostro lleno de vida, y esa sonrisa... era como si el invierno del Polo Norte no tuviera ninguna posibilidad de apagar su calidez.

—Claro, dime —respondí, intentando sonreír, aunque por dentro sentía una mezcla de nerviosismo y curiosidad. Mi intento de sonrisa probablemente se parecía más a una mueca, pero no parecía importarle.

—Quiero hacer edificios para los elfos —anunció con determinación—. Lugares donde puedan descansar, baños adecuados, e incluso pequeñas tiendas para que compren lo que necesiten.

La pasión en sus palabras me sorprendió, pero antes de que pudiera responder, Finn, mi fiel elfo, levantó las manos con una emoción desbordante.

—¡Apoyo la idea! —exclamó, con una sonrisa tan amplia que parecía iluminar todo el cuarto. Miró a Aila con una admiración sincera, como si acabara de escuchar el plan más brillante jamás concebido.

Tal vez por eso ella tenía que venir. Era evidente que Aila traía algo que yo no podía darles a los elfos: un nuevo tipo de esperanza.

—Solo tengo que hacer los planos —continuó, sus ojos brillando con entusiasmo—. Cuando los tenga listos, algunos elfos podrían ayudarme a construirlos, y con el tiempo todo tomará forma.

—Está bien —respondí con calma, aunque por dentro me sentía más conmovido de lo que quería admitir—. Los elfos terminarán los trabajos pesados pronto. Después de eso, solo los necesitaré para emergencias, así que tendrán tiempo para ayudarte.

Sus labios se curvaron en una sonrisa aún más grande, y sus mejillas adquirieron un leve rubor que probablemente no tenía nada que ver con el frío del Polo Norte. Podía sentir su emoción, casi como si fuera contagiosa, llenando el aire con una energía cálida.

Finn asintió vigorosamente, y por un momento, vi en sus ojos algo más que entusiasmo: gratitud. Tal vez él también sabía que los elfos llevaban demasiado tiempo trabajando sin descanso, y esta idea era una chispa de cambio.

Aila estaba radiante. Era como si la idea la llenara de propósito, y yo no podía evitar sentir una mezcla de admiración y algo más difícil de describir. Tenía razón, claro. Los elfos merecían algo mejor, algo que yo, en mi obsesión por el trabajo, nunca había considerado.

Mientras ella hablaba de sus planes con una pasión que iluminaba la habitación, no pude evitar darme cuenta de algo: ahora casi todo recaería en mis manos. Los elfos ya no serían tan necesarios, y eso me llenaba de una extraña mezcla de alivio y melancolía. Habían sido mi apoyo durante siglos, pero tal vez era hora de darles algo a cambio.

Aila me miró una última vez, su sonrisa tan brillante como siempre.

—Gracias, Nik. De verdad.

—No hay nada que agradecer —murmuré, aunque mi voz sonaba un poco más suave de lo habitual—. Es una gran idea, Aila.

Ella asintió, como si mi aprobación significara más de lo que estaba dispuesta a admitir, y se giró para marcharse con Finn para mostrarles los elfos que estarían libres, ya llena de ideas y proyectos. Me quedé ahí, observándola mientras salía de la habitación, sintiendo que, de alguna manera, su llegada había empezado a cambiar todo, más de lo que quería aceptar.