Espero que esta carta te encuentre bien, aunque mi corazón late con dolor al pensar que ya no estaré aquí para verte sonreír. Si la estás leyendo, es porque mi tiempo se ha agotado y mi cuerpo ya no puede luchar más.
Quiero que sepas que te perdono. Te perdono por todo el dolor que me causaste, por todas las noches que pasé llorando por ti, por todas las mañanas que desperté con la esperanza de que regresaras a mí.
Te perdono por no estar allí para mí cuando lo necesité, por no escuchar mis súplicas, por no sentir mi dolor. Te perdono por dejar que el tiempo y la distancia nos separaran.
Aunque decidí rendirme y dejar de luchar por nosotros, nunca dejé de amarte. Siempre te amé, y siempre te amaré. Recuerdo cada momento que pasamos juntos, cada beso, cada abrazo, cada mirada...
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Capitulo 16
Al siguiente día, Elena se comunicó con sus amigos y les dijo que todo estaba bien. Les explicó que necesitaba hablar con Sergio y que iba a hacerlo.
—Necesito cerrar este capítulo de mi vida —dijo Elena—. Necesito que él sepa la verdad.
Sus amigos se mostraron preocupados, pero Elena les aseguró que estaría bien.
Elena y Sergio se reunieron en un parque solitario, lejos de la ciudad. Elena llegó primero, sentándose en un banco y mirando hacia el lago.
Sergio llegó unos minutos después, su rostro reflejando la preocupación y el arrepentimiento.
—Elena, lo siento —dijo Sergio—. Lo siento mucho.
Elena se levantó y se acercó a él.
—Sergio, necesito que sepas la verdad —dijo—. La verdad sobre lo que pasó después de Sakhir.
Sergio asintió, su corazón latiendo con ansiedad.
—Cuando me golpeaste y me humillaste —dijo Elena—, perdí al bebé. Nuestro bebé.
La cara de Sergio se descompuso, su corazón estrujándose de dolor.
—Esa fue la razón por la que nunca te dije nada —continuó Elena—. No quería que cargaras con la culpa. No quería que te sintieras responsable de lo que había pasado.
Sergio se sintió como si hubiera sido golpeado.
—Y esa es la razón por la que no soporto verte —dijo Elena—. No soporto verte porque me recuerdas lo que pasó. Me recuerdas el dolor y la tristeza que sentí.
Sergio se sintió abrumado por la emoción.
—Y esa es la razón por la que nunca estamos solos —dijo Elena—. Aún tengo miedo. Aún tengo miedo de que me lastimes de nuevo.
Durante cada palabra de Elena, el corazón de Sergio se estrujaba y se sentía más adolorido por todo el daño que había ocasionado.
—Elena, por favor —dijo Sergio, arrodillándose ante ella—. Dame una oportunidad. Dame una oportunidad de hacer las cosas bien. De demostrarte que puedo ser un hombre mejor.
Elena lo miró, su rostro lleno de dudas y temor.
—No sé, Sergio —dijo—. No sé si puedo confiar en ti de nuevo.
Sergio se levantó y se acercó a ella.
—Por favor, Elena —dijo—. No me niegues la oportunidad de hacer las cosas bien. No me niegues la oportunidad de demostrarte que te amo.
Elena se sintió como si hubiera recibido un golpe en el estómago. La declaración de amor de Sergio la había pillado por sorpresa, pero también la había llenado de indignación y confusión.
—¿Te amo? —repitió Elena, su voz llena de incredulidad—. ¿Cómo puedes decirme que me amas cuando estás casado con Carola?
Sergio se sintió atrapado, su rostro enrojeciendo de vergüenza.
—Eso no importa —dijo—. Mi matrimonio con Carola no significa nada. No la amo.
Elena se rió, una risa amarga y sarcástica.
—No la amas —repitió—. Pero tienes hijos con ella. Hijos que te necesitan, que te aman.
Sergio se sintió abrumado por la culpa y la vergüenza.
—Lo sé —dijo—. Lo sé. Pero no puedo cambiar el pasado. Solo puedo intentar hacer las cosas bien contigo.
Elena sacudió la cabeza.
—No puedes hacer las cosas bien conmigo —dijo—. No puedes porque no eres libre. No eres libre de amarme porque estás atado a Carola y a tus hijos.
Sergio se sintió desesperado.
—Por favor, Elena —dijo—. No me rechaces. Dame una oportunidad.
Elena se levantó y se alejó de él.
—No —dijo—. No puedo darte una oportunidad. No puedo porque no eres el hombre que creo que eras. No eres el hombre que me merezco.
Sergio se quedó solo en el parque, su corazón roto y su alma llenada de remordimientos. Sabía que había perdido a Elena para siempre, y que no había nada que pudiera hacer para recuperarla.
Sergio llegó a su casa, su corazón aún latiendo con la emoción de la conversación con Elena. Carola lo recibió con una sonrisa, pero Sergio no se dejó engañar.
—Quiero saber la verdad —dijo Sergio, su voz firme—. Quiero saber qué pasó entre tú y Elena.
Carola se rió, su sonrisa desapareciendo.
—Sabes que siempre supe que tú y Elena salíais —dijo Carola, su voz llena de veneno—. Pero no me importaba. Me divertía ver cómo te enamorabas de ella, cómo te dejabas llevar por tus sentimientos.
Sergio se sintió confundido.
—¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué te divertía?
Carola se encogió de hombros.
—Porque siempre he sido celosa de Elena —dijo—. Siempre he envidiado su belleza, su inteligencia, su capacidad para hacer que los hombres se enamoren de ella.
Sergio se sintió horrorizado.
—Y las fotos —dijo—. Las fotos de Elena con otro hombre. ¿Tú las editaste?
Carola asintió, su sonrisa returning.
—Sí —dijo—. Las edité para que parecieran auténticas. Sabía que si te mostraba esas fotos, reaccionarías así.
Sergio se sintió enojado.
—¿Y por qué te presentaste después de mi victoria en F1? —preguntó.
Carola se rió.
—Porque sabía que estarías vulnerable —dijo—. Sabía que estarías emocionalmente alto después de tu victoria, y que serías fácil de manipular.
Sergio se sintió traicionado.
—Eres una mujer cruel y manipuladora —dijo, su voz llena de ira—. Nunca te he amado. Nunca te amo.
Carola se rió de nuevo.
—No importa —dijo—. Ya tengo lo que quiero. Ya tengo tu dinero, tu fama, tu familia.
Justo entonces, los dos hijos de Sergio y Carola entraron en la habitación, sus ojos brillantes de curiosidad.
—Papá, ¿qué pasa? —preguntó el mayor.
Sergio se sintió abrumado por la emoción, su enojo desapareciendo.
—Nada, hijo —dijo—. Nada importante.
Carola sonrió, su sonrisa falsa.
—Sí, niños —dijo—. Vamos a cenar. Dejemos que papá se calme un poco.
Sergio se sintió atrapado, su corazón lleno de tristeza y remordimientos. Sabía que tenía que tomar una decisión, una decisión que cambiaría su vida para siempre.
Sergio se sentó en el sofá, su mirada fija en Carola.
—¿Cómo te enteraste del aborto? —preguntó—. Elena me dijo que nadie sabía.
Carola sonrió, su expresión astuta.
—Tengo mis formas de obtener información —dijo—. Resulta que estaba afuera de la habitación cuando Elena se lo contó a Max.
Sergio se sintió sorprendido.
—¿Cómo supiste que Elena se lo contaría a Max? —preguntó.
Carola se encogió de hombros.
—No lo supe —dijo—. Pero sabía que Elena era cercana a Max, y que probablemente se lo contaría a alguien de confianza.
Sergio se sintió intrigado.
—¿Y qué pasó con la fiesta? —preguntó—. ¿Por qué hiciste todo ese show para desprestigiar a Elena?
Carola se rió, su sonrisa venenosa.
—Escuché tu conversación con Fernando Alonso —dijo—. Escuché cómo hablabas de recuperar a Elena, de cómo la amabas. Y me di cuenta de que si no hacía algo, te irías con ella.
Sergio se sintió horrorizado.
—¿Te dio un ataque de celos? —preguntó.
Carola asintió, su voz baja y llena de veneno.
—Sí —dijo—. Me dio miedo que me dejaras. Me dio miedo que perdiera todo lo que había conseguido.
Sergio se sintió asqueado.
—Eres una mujer cruel y manipuladora —dijo—. Utilizaste la información que obtuviste para destruir a Elena, para destruir nuestra relación.
Carola se encogió de hombros.
—Hice lo que tuve que hacer —dijo—. Y funcionó. Te quedaste conmigo.
Sergio se levantó del sofá, su mirada llena de desprecio.
—No —dijo—. No me quedé contigo. Me quedé atrapado en tu red de mentiras y manipulaciones.
Carola se rió de nuevo.
—No importa —dijo—. Ya tengo lo que quiero. Ya tengo tu dinero, tu fama, tu familia.
Sergio se sintió enfurecido.
—No —dijo—. No vas a mantenerme atrapado. Voy a salir de esta relación, voy a dejar que la verdad salga a la luz.
Carola se puso pálida, su sonrisa desapareciendo.
—No puedes hacer eso —dijo—. No puedes dejar que la verdad salga a la luz.
Carola se puso pálida, su voz temblorosa.
—Sergio, no puedes dejarme —dijo—. Estoy embarazada.
Sergio se sintió como si hubiera sido golpeado.
—¿Qué? —preguntó, incrédulo.
Carola asintió, lágrimas en sus ojos.
—Sí, estoy embarazada —repitió—. No puedes dejarme ahora.
Sergio se sintió atrapado, su mente en blanco.
—Necesito saber si es cierto —dijo—. Mañana voy a visitar a la médico.
Al día siguiente, Sergio visitó a la médico y la noticia fue confirmada: Carola estaba embarazada. Sergio se sintió abrumado por la responsabilidad y la culpa.
—No puedo dejarla ahora —se dijo—. Tengo que hacer lo correcto por mi hijo.
Sergio suspendió los trámites de divorcio y se preparó para ser padre de nuevo.
La noticia estalló al siguiente día, y pronto todo el mundo sabía que Sergio y Carola esperaban un bebé. Elena se enteró a través de los medios de comunicación y se sintió sorprendida.
Pero, para sorpresa de todos, Elena no se mostró dolida ni enfadada. En cambio, sonrió y se rió.
—Me alegra que Sergio haya encontrado la felicidad —dijo—. Y me alegra que haya dejado de sentir culpa por lo que pasó.
Elena invitó a los corredores de la parrilla a festejar el nacimiento del bebé de Sergio.
—Vamos a celebrar la vida —dijo—. Vamos a celebrar el nuevo comienzo de Sergio.
Los corredores se reunieron en un restaurante para festejar, y Elena se sentó junto a Max, sonriendo.
—Estoy feliz —dijo—. Estoy feliz de que Sergio haya encontrado la felicidad.
Max la miró, sorprendido.
—Eres increíble —dijo—. Eres la mujer más fuerte que conozco.
Elena se rió.
—No soy fuerte —dijo—. Solo soy feliz de que Sergio haya encontrado lo que buscaba.
Mientras tanto, Sergio se sentó en su casa, mirando a Carola, que estaba embarazada.
—Voy a hacer lo correcto por ti y por nuestro hijo —dijo—. Voy a ser un buen padre.
Carola sonrió, lágrimas en sus ojos.
—Te amo, Sergio —dijo—. Te amo por siempre.
Sergio se sintió incómodo, pero sonrió.
—Voy a hacer lo correcto —repitió—. Voy a ser un buen padre.