habla de la vida y los desafíos de un chico gay el cuál se desarrolla en medio de un país latinoamericano
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La oscuridad Interior
Los días se convirtieron en una lucha constante para Matías. Aunque había encontrado algo de apoyo en Ana y Luis, el peso de las burlas y la crítica seguían siendo abrumadores. Cada risa, cada susurro a sus espaldas, cada mirada de desprecio de sus compañeros y la dureza constante de su padre en casa lo empujaban más y más hacia un abismo de desesperación.
La escuela, que debía ser un lugar de aprendizaje y crecimiento, se había transformado en una prisión emocional. Los insultos de Marcos y los apodos crueles lo seguían como una sombra. A pesar de sus esfuerzos por demostrar su valía y resistir, Matías sentía que cada día era una batalla perdida. Las palabras de su padre resonaban en su mente como un eco incesante: "Eres una vergüenza. ¿Por qué no puedes ser como los demás chicos?"
Una tarde, después de un día particularmente difícil en la escuela, Matías regresó a casa sintiéndose completamente abatido. Las burlas de Marcos habían sido especialmente crueles, y Sofía y Camila habían unido fuerzas para ridiculizarlo frente a toda la clase. "¿Quién podría querer a alguien como tú?" le había dicho Sofía, su voz llena de desprecio. "Eres solo una carga."
Esas palabras resonaron en la mente de Matías mientras caminaba a casa, sus pasos pesados y su corazón lleno de dolor. Al llegar, encontró a su padre en una de sus habituales rabietas. "¿Por qué no puedes hacer nada bien, Matías? ¡Eres un inútil!" le gritó, lanzándole una mirada de desaprobación.
Esa noche, Matías se encerró en su habitación, sintiéndose más solo y desesperado que nunca. Se sentó en su cama, mirando el techo, preguntándose por qué la vida tenía que ser tan dolorosa. Pensó en todas las veces que había intentado encajar, en todas las ocasiones en que había buscado la aprobación de los demás solo para ser rechazado y ridiculizado.
La desesperación lo envolvió como una manta pesada y sofocante. En ese momento, Matías sintió que no podía seguir soportando el dolor. Recordó el frasco de medicación para el asma que su madre había dejado en el botiquín del baño. Sabía que tomar una sobredosis podría ser peligroso, pero en su mente, el peligro era sinónimo de escape, una salida definitiva de su sufrimiento.
Con manos temblorosas, Matías se dirigió al baño y tomó el frasco. Regresó a su habitación y se sentó en su cama, mirando el frasco con una mezcla de miedo y determinación. "Tal vez esto es lo mejor," pensó, sintiendo las lágrimas correr por su rostro. "Tal vez, finalmente encontraré paz."
Abrió el frasco y vertió las pastillas en su mano, observándolas como si fueran la clave de su liberación. Sin dudar más, comenzó a tragarlas una a una, cada una representando un intento de escapar de la agonía que sentía a diario. Después de tomar todas las pastillas, se acostó en su cama, cerrando los ojos y esperando que el dolor se desvaneciera.
Los minutos pasaron y Matías comenzó a sentir los efectos de la sobredosis. Su corazón empezó a latir rápidamente, provocando una taquicardia que le causaba un intenso malestar. Sin embargo, en lugar de asustarse, Matías simplemente se acurrucó en su cama, esperando que el final llegara pronto. "Solo quiero descansar," pensó, mientras su mente se sumía en la oscuridad.
Pero el destino tenía otros planes. A pesar de la taquicardia y el malestar, Matías no encontró el descanso eterno que buscaba. En cambio, su cuerpo luchó contra los efectos de la sobredosis durante toda la noche. Cuando la mañana llegó, Matías abrió los ojos, sorprendido al descubrir que seguía vivo. El dolor en su pecho había disminuido, pero la desesperación seguía allí, como una sombra persistente.
Se levantó de la cama con dificultad, su cuerpo débil y su mente aún más confusa. La realidad de su situación lo golpeó con fuerza: había intentado terminar con su vida y había fallado. Se sintió abrumado por una mezcla de alivio y frustración. No sabía si debía sentirse agradecido por seguir vivo o desesperado por no haber logrado escapar.
La vida continuó como siempre, pero Matías no podía olvidar lo que había sucedido. Llevaba consigo la carga de su intento de suicidio como un secreto oscuro, algo que no podía compartir con nadie. Temía que si sus compañeros o su padre se enteraban, las cosas empeorarían aún más.
Ana y Luis notaron que algo había cambiado en Matías. Aunque él intentaba ocultar su dolor, sus amigos veían la tristeza en sus ojos y la falta de energía en sus acciones. Ana, siempre atenta y compasiva, se acercó a él un día después de clase.
"Matías, ¿estás bien?" preguntó con suavidad. "Te ves muy cansado últimamente."
Matías forzó una sonrisa, tratando de ocultar su verdadera angustia. "Estoy bien, Ana. Solo un poco agotado con los estudios."
Luis también lo observaba con preocupación. "Si necesitas hablar o desahogarte, estamos aquí para ti, Matías. No tienes que cargar con todo solo."
Las palabras de sus amigos le brindaron un pequeño consuelo, pero Matías sabía que no podía compartir con ellos lo que realmente sentía. No quería preocuparlos ni hacerlos sentir responsables por su dolor. Así que, a pesar de su apoyo, continuó llevando su carga en silencio.
Cada noche, Matías revivía el momento en que había decidido tomar las pastillas, preguntándose si algún día las cosas mejorarían. La escuela seguía siendo un lugar hostil, y las críticas de su padre continuaban martillando su autoestima. Sin embargo, había algo diferente en él, una pequeña chispa de resistencia que no había sentido antes.
Esa chispa, aunque débil, lo mantenía en pie. Matías comenzó a buscar maneras de fortalecerse emocionalmente, leyendo libros sobre resiliencia y buscando inspiración en personas que habían superado adversidades. Empezó a escribir en un diario, expresando sus sentimientos y pensamientos, encontrando en la escritura una forma de liberar parte de su angustia.
Aunque los días seguían siendo difíciles, Matías decidió que no podía permitir que el odio y la crueldad de los demás lo destruyeran. Encontró momentos de paz en actividades sencillas, como leer bajo un árbol en el parque o caminar por la ciudad al atardecer. Cada pequeño momento de tranquilidad se convirtió en un refugio, un recordatorio de que la vida, a pesar de todo, todavía tenía algo que ofrecer.
El intento de suicidio había sido un punto de inflexión para Matías. Aunque no había encontrado la paz que buscaba en la muerte, había descubierto una nueva determinación para enfrentar la vida. No sabía cuánto tiempo más podría soportar el dolor, pero estaba decidido a buscar formas de resistir y, eventualmente, encontrar la felicidad que tanto anhelaba.
En el fondo, Matías sabía que el camino hacia la recuperación sería largo y lleno de desafíos. Pero mientras tuviera la chispa de resistencia en su interior, estaba dispuesto a luchar por su vida, por la posibilidad de un futuro mejor. Sabía que no estaba completamente solo y que, aunque pocos, había personas que se preocupaban por él y lo apoyaban.
Con esta nueva perspectiva, Matías enfrentó cada nuevo día con una mezcla de miedo y esperanza. No estaba seguro de lo que el futuro le depararía, pero estaba decidido a seguir adelante, un paso a la vez, buscando en cada pequeño momento la fuerza para resistir y, algún día, encontrar la paz y la felicidad que tanto deseaba.
estoy en secundaria y me va un poco mejor pero sigo con las inseguridades autoestima baja y ataques de ansiedad,la vergüenza y el pánico social,en fin,te comprendo