Recuperando La Felicidad

Narra Ada

Los chicos llegaron a buscarnos hace un momento y ahora nos dirigimos hacia la playa. Ya está oscureciendo, así que queremos prender la fogata.

Llegamos a la playa y los chicos empezaron a encender la fogata. Mientras tanto, nosotras desempacamos lo que trajimos. Amelia me habla, pero no le presto atención, ya que estoy sumida en mis pensamientos.

En todo el camino no pude ni ver a Alex, y tengo grabadas las palabras de Amelia en mi cabeza. No sé qué pensar. Por una parte, está el hecho de que él me gusta, y por otra, que nunca me había dado cuenta de cómo soy frente a los problemas. Si Amelia no me lo hubiera dicho, no me habría dado cuenta. Yo solo pensaba que era callada y que no me gustaba causar más problemas, pero resulté siendo sumisa. Me dejo maltratar y no me defiendo. Ada, esta eres tú, me digo a mí misma.

Sigo en mis pensamientos, pero escucho a Amelia hablándome muy fuerte, lo que me saca de mi mente.

—Ada, ¿qué te pasa? Te he estado hablando durante varios minutos y no me escuchas —me dice un poco molesta y con el ceño fruncido.

—Yo... solo es que tus palabras de hace un rato... me las tengo grabadas. No pensé que yo fuera así. Sabes que de cualquier persona no lo creería, pero tus palabras las tomo con mucho valor. Amelia, quiero preguntarte, y espero que me hables con mucha honestidad. ¿Cómo crees que soy? —le pregunto a Amelia.

—Amiga, sabes que te conozco desde hace años y, más que una amiga, te considero una hermana. No te he querido decir nada solo porque sé que has sufrido mucho y no quiero que mis palabras te lastimen más. ¿Estás segura de que quieres escuchar? —me pregunta Amelia, con una expresión de angustia y su mirada clavada en mí.

—Sí, dime.

—Bueno, antes de que muriera tu papá y tu familia se desmoronara, tú eras feliz. Tenías una sonrisa de lado a lado, los chicos y chicas que intentaban molestarte, tú siempre te les enfrentabas, nunca te quedabas callada. De hecho, me acuerdo que te encantaba coger nuestras muñecas y hacerles vestidos de novia para luego casarlas. También decías que querías amar y tener un príncipe azul como tu papá. Tú eras feliz, pero después de la muerte de tu padre, toda esa felicidad se fue apagando. Todavía me acuerdo cuántas veces fuiste a mi casa llorando porque tu mamá te había golpeado. Solo ibas por un abrazo. Cada día te ibas apagando lentamente. Empezó con una sonrisa y terminó con una lágrima. Un día, tú dejaste de llorar. También dejaste de amar y no permitiste que nadie se te acercara, solo yo. Tu luz se fue apagando poco a poco, y lo peor es que no te diste cuenta. —Amelia me dice todo esto con lágrimas en sus mejillas y una cara triste.

Entonces me di cuenta de que ella tiene razón. Yo me olvidé de ser feliz.

—Yo... no... lo... sabía... Tú mejor que nadie sabes que quería ser fuerte. Gracias por acompañarme y cuidarme. Te quiero, hermana —me acerqué a Amelia y nos dimos un abrazo muy bonito, hasta que llegaron los chicos.