Traicionada por su propia familia, usada como pieza en una conspiración y asesinada sola en las calles... Ese fue el cruel destino de la verdadera heredera.
Pero el destino le concede una segunda oportunidad: despierta un año antes del compromiso que la llevaría a la ruina.
Ahora su misión es clara: proteger a sus padres, desenmascarar a los traidores y honrar la promesa silenciosa de aquel que, incluso en coma, fue el único que se mantuvo leal a ella y vengó su muerte en el pasado.
Decidida, toma el control de su empresa, elimina a los enemigos disfrazados de familiares y cuida del hombre que todos creen inconsciente. Lo que nadie sabe es que, detrás del silencio de sus ojos cerrados, él siente cada uno de sus gestos… y guarda el recuerdo de la promesa que hicieron cuando eran niños.
Entre secretos revelados, alianzas rotas y un amor que renace, ella demostrará que nadie puede robar el destino de la verdadera heredera.
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Capítulo 15
Las noches en el hospital siempre fueron largas para Serena Valente. Pasaba horas al lado de Cássio Lacerda, hablando en voz baja, desahogando secretos, relatando cada batalla vencida y cada derrota amarga. El silencio del cuarto, roto solo por el bip constante de las máquinas, se había vuelto parte de su rutina, un consuelo y una prisión. Pero en aquella noche, algo diferente flotaba en el aire, como si la respiración contenida del destino estuviera a punto de cambiar.
Serena entró al cuarto con pasos firmes, trayendo consigo una carpeta de documentos que había pasado el día entero revisando. Había descubierto indicios de una nueva conspiración: alguien dentro de la propia empresa, alguien que fingía ser aliado, estaba vendiendo información secreta a los primos enemigos. Los informes adulterados, los contratos que desaparecían misteriosamente, todo comenzaba a alinearse. Y el nombre que surgía en las sombras era el de un hombre que jamás sospechara: uno de los directores de confianza de Augusto.
Ella posó la carpeta sobre la mesa al lado y se sentó junto a su marido. Su corazón aún ardía de rabia por la traición inminente, pero, como siempre, buscó fuerzas en la presencia silenciosa de Cássio. Tomó su mano, fría pero firme, y entrelazó los dedos.
—Están más cerca de lo que imaginé — susurró, los ojos fijos en él. — Alguien dentro de la propia empresa me está vendiendo. Alguien que sonríe frente a mí y me apuñala por la espalda.
Las palabras cayeron en el aire como un juramento, y por un instante Serena sintió que no estaba sola. El monitor cardíaco emitió un sonido diferente, una aceleración súbita, mínima, pero suficiente para hacerla contener la respiración. Miró inmediatamente el rostro de Cássio, y juró ver sus párpados temblar.
—¿Cássio? — llamó, la voz trémula, casi un pedido. — ¿Me estás escuchando?
Su mano se contrajo levemente bajo la de ella. No era imaginación. Serena abrió los ojos con asombro, lágrimas subiendo de inmediato. Por semanas había hablado sola, creyendo que tal vez él solo dormía en un vacío sin fin. Pero ahora había una respuesta. Una pequeña, frágil, pero real respuesta.
—Estás ahí, ¿no es así? — susurró, la voz embargada. — Aguanta un poco más. Necesito que despiertes, necesito que veas todo lo que estoy haciendo.
El monitor se estabilizó nuevamente, y el silencio volvió a dominar el cuarto. Pero Serena ya no tenía dudas: Cássio estaba intentando volver.
En la mañana siguiente, llevó consigo la carpeta de pruebas hasta la sede de la empresa. Convocó una reunión restringida con Augusto y Clara. El peso de los descubrimientos aún la corroía.
—Tenemos un traidor entre nosotros — dijo, esparciendo los documentos sobre la mesa. — Información fue vendida. Contratos desaparecieron. Y todos los rastros llevan a Edmundo Duarte, el director más cercano a usted, Augusto.
El rostro de Augusto palideció, la expresión grave. — ¿Edmundo? Eso es imposible. Él está conmigo hace veinte años. Fue leal en todas las batallas.
—Fue leal hasta ver una chance de vender más alto — retrucó Serena, la mirada fría. — Tengo registros de transferencias en nombre de una empresa ligada a él. ¿Y adivine para quién? Para los primos.
Clara, asustada, hojeaba los papeles con rapidez. — Está todo aquí. Si esto es verdad, él no solo lo traicionó a usted, sino que también está ayudando a financiar los ataques contra la señora.
El silencio que siguió fue pesado. Augusto respiró hondo, apoyando los codos en la mesa. — Voy a confrontarlo.
Serena negó con un gesto firme. — No. Aún no. Si mostramos que sabemos, él se esconderá. Quiero que continúe actuando como si nada hubiese sido descubierto. Necesitamos que él se entregue solo, delante de todos.
La decisión estaba tomada. Pero dentro de ella, la llama de la desconfianza quemaba aún más fuerte. Si Edmundo había sido capaz de venderse, ¿cuántos más estarían prontos para la traición?
En aquella noche, volvió al hospital más temprano. Estaba cansada, pero había algo que no la dejaba en paz: la sensación de que cada paso la aproximaba de un confrontamiento mayor, de una guerra total. Se sentó al lado de Cássio y le tomó la mano nuevamente.
—Descubrí quién es el traidor — dijo en voz baja. — Pero no voy a actuar ahora. Quiero que él caiga delante de todos. Usted entendería eso. Siempre fue más paciente que yo.
De repente, sintió un leve apretón en sus dedos. Su corazón se disparó. Miró su rostro y vio, con claridad esta vez, sus párpados moviéndose más que antes. Las lágrimas escurrieron sin que pudiese contenerlas.
—¡Cássio! — llamó, inclinándose sobre él. — Si puede oírme, luche. Vuelva para mí. Yo necesito de usted.
Sus labios se movieron en un susurro casi inaudible. Serena contuvo la respiración, inclinándose aún más.
—…Serena…
El sonido de su nombre, frágil como el viento, pero real, la atravesó como una flecha. Un sollozo escapó de su garganta. Apretó su mano con desesperación, los ojos humedecidos.
—¡Estoy aquí! — respondió, la voz embargada. — ¡Siempre estuve aquí!
El monitor disparó en una frecuencia acelerada, las señales vitales más fuertes que nunca. Serena corrió para llamar a los médicos, el corazón explotando en el pecho. Ellos entraron apurados, verificando cada aparato, ajustando tubos, pidiendo calma.
—Él está reaccionando — dijo uno de los médicos, sorprendido. — Es una señal de conciencia. Puede demorar, pero está luchando para despertar.
Serena cubrió la boca con las manos, lágrimas cayendo en abundancia. No era más un sueño, no era solo una esperanza. Cássio estaba volviendo.
En aquel instante, supo que no luchaba más sola. Él estaba a su lado, aunque preso al cuerpo adormecido. Y eso era suficiente para reencender en ella una fuerza que nada, ni siquiera las conspiraciones más sombrías, podría apagar.
Pero mientras el amor le devolvía esperanza, la oscuridad de la traición continuaba creciendo. Edmundo aún tramaba en las sombras, y los primos no habían desistido. Serena sabía que la guerra estaba lejos del fin.
Y cuando Cássio abriera los ojos de vez, no encontraría solo el eco de su promesa. Encontraría una batalla ya en andamiento, una red de enemigos prestes a ser aplastada.