Gia es una hermosa mujer que se casó muy enamorada e ilusionada pero descubrió que su cuento de hadas no era más que un terrible infierno. Roberto quien pensó que era su principe azul resultó ser un marido obsesivo y brutal maltratador. Y un día se arma de valor y con la ayuda de su mejor amiga logra escapar.
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Capítulo 15 – La cena que no sabían que necesitaban
Era viernes. Una semana entera había pasado desde que Gia empezó en B & Co., y aunque el ritmo había sido exigente, no recordaba la última vez que se había sentido tan… viva.
Esa tarde, al salir del ascensor, notó un aroma familiar en el pasillo del departamento: cebolla dorada, vino tinto, romero. Se quitó los tacones en la entrada y siguió el olor hasta la cocina, donde encontró a Noa, en camiseta y jeans, picando verduras con una soltura que parecía coreografía.
—Con razón el jefe se fue temprano de la oficina ¿Esto es un déjà vu o estamos repitiendo la primera semana?
Noa levantó la vista con una sonrisa.
—Culpable. Pero esta vez me aseguré de no repetir menú. Hoy toca risotto al vino tinto. Y ensalada de rúcula con parmesano. ¿Te apuntas?
Daniela dejó su bolso sobre la silla y asintió.
—Suena… perfecto. Solo que necesito diez minutos para ducharme o me derretiré en la silla.
—Tómate tu tiempo —dijo él mientras removía la olla—. La buena comida, como los buenos días, no se apura.
Cuando volvió, con el cabello aún húmedo y una blusa de lino clara, el comedor ya estaba listo. Dos copas de vino, pan recién tostado, y velas pequeñas que no buscaban crear ambiente… pero lo hacían igual.
Se sentaron frente a frente. Al principio, hablaron de la oficina, de un correo que casi envían con el archivo equivocado, de un cliente que confundía siempre los nombres. Rieron mucho. Sin prisa.
Luego, poco a poco, las palabras bajaron de tono. Se deslizaron hacia otras cosas.
Más personales, más reales.
—Nunca hablas de tu familia —dijo Noa con delicadeza, no como quien interroga, sino como quien se interesa de verdad.
Gia bajó un poco la mirada. Acarició el tallo de la copa entre sus dedos.
—Porque no tengo de quién hablar. Mis padres murieron hace años… y lo demás… bueno, no todos los recuerdos merecen ser traídos a la mesa.
Noa asintió despacio.
—A veces la familia no es donde naciste. A veces… es donde te reconstruyes.
Ella lo miró. Firme. Serena. Y ese silencio entre ambos fue más íntimo que cualquier confesión.
Luego, él se inclinó un poco sobre la mesa, sin tocarla, pero bajando la voz.
—Puedo hacerte una pregunta. Y puedes decir que no. ¿Te da miedo cuando hay un ruido fuerte o algo cae… porque alguien te hizo daño?
El corazón de Gia se detuvo por un segundo.
No hubo necesidad de negar. Ni de explicar.
Solo bajó la cabeza, y luego asintió, muy despacio.
Noa no dijo nada más. Solo la miró como si entendiera sin necesidad de palabras.
—Aquí —dijo con voz firme pero cálida— nunca vas a tener que asustarte. Ni por un ruido. Ni por nadie. Lo juro.
Las palabras no fueron promesas vacías.
Fueron una promesa de presencia, no de posesión.
Gia sintió cómo algo en su interior, quieto desde hacía años, se estremecía con la simple idea de creerle.
Noa se levantó de la mesa, mientras ella lavaba los platos y los utensilios. Camino hasta un cajón y saco un pequeño envase, la volteo y le seco las manos con un paño y luego le coloco ese envase en las manos, no sé qué te ocurrió, y no te voy a presionar para que me lo cuentes, yo esperare hasta que sientas la suficiente confianza para venir a mi y contarme, mientras quiero que siempre tengas esto contigo es un Aerosol de gas pimienta con potencia máxima, causa el cierre inmediato de los ojos, dificultad de respiración, picor de nariz y tos. La duración de sus efectos depende de la fuerza del aerosol, pero el efecto completo medio dura alrededor de 30 a 45 minutos, con efectos disminuidos que duran horas. Si alguna vez estas en peligro no dudes en usarlo.
Gia lo miro con los ojos cristalinos, y no dijo una sola palabra, solo lo abrazo con gratitud, y en ese momento la barrera entre ambos empezó a caer, no con estruendo, sino con un suspiro.
Esa noche, cuando se despidieron en el pasillo, Gia sonrió. No como alguien que sobrevive. Sino como alguien que empieza a vivir otra vez.