"El amor, al enfrentar la tragedia, no se desvanece: sangra, sí, pero también florece. Porque en su dolor más hondo descubre su fuerza, y en medio del caos se convierte en guía. Solo cuando el corazón se quiebra, el alma entiende que amar no es solo sentir, sino resistir, transformar y dar sentido incluso al sufrimiento."
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El destino de los Reyes:Sombra de la corona.
Llegaron hasta la terraza, donde ambos se sentaron a conversar. Lander notaba que Aedus estaba distraído.
—¿Qué tienes?. Desde que estábamos en la reunión, estás actuando extraño. ¿Qué abruma ese corazón tuyo?
Aedus agacha la cabeza, sintiendo nervios y algo de dolor en la garganta.
—Mi padre quiere darme el trono ya, pero aún no estoy listo. Desde que cumplí dieciséis dijo que ascendería al trono a los veinte, pero...
—las palabras no salen y se queda callado.
—¿No quieres aún? O ¿No estás listo, ¿es por Nicolás?—Lander trata de comprender lo que siente Aedus.
—Ambos... Me regañó por no haber aceptado la mano de Eleonis, la hija del Marqués Phanttomms. Me dijo que si no tomaba a Nicolás como esposo, habría consecuencias por mis actos infantiles. Sé que es mi deber como heredero y también mi obligación, pero en el fondo, no quiero la corona ni casarme, no con ellos—los ojos de Aedus se veían caídos, sus párpados rojos evidenciaban que había estado llorando.
—Entiendo. Verás, a mí también me obligaron a casarme con la duquesa Bovnabeth y tuve que aceptar mi papel como esposo. Fue difícil, pero años después, la duquesa me pidió el divorcio y se lo cedí. Ambos éramos libres, aunque en la corona el matrimonio es más complicado, sobre todo si eres el heredero. Sé que es difícil, pero tarde o temprano tendrás que afrontar la dura realidad, tendrás que hacerlo. Sé que quieres casarte con él, pero no lo obligues. Él ya debe de tener a otras personas, y no se acomplejará a ti después de todo él estuvo antes de este reino, Aedus.
—Sé que es mi obligación, pero... Aún no estoy listo...
"No es que no este listo, es el no querer. Durante quince años me han educado con el régimen del estado real, tuve que perder toda mi infancia para ser un rey digno del trono, pero en el fondo no quiero dominar este reino. No hay ganas, jamás las hubo.
Lander tiene razón, no puedo obligarlo a que me acepte." —sus ojos estaban rojos, quería llorar, pero contuvo las lágrimas.
Lander cambia de tema al notar la tristeza de Aedus.
—Y dime, primito, escuché que ya no eres virgen...
"Luce tan lamentable, parece un cachorrito... Bueno, es mejor cambiar de tema con esto del matrimonio."
—Eh... Bueno... sí. —Aedus se sorprende, pero en el fondo se pone tímido, sus mejillas se tornan rojas.
"Qué cambio de conversación tan radical."
—Ujum. ¿Bueno, cómo te sentiste? Ya sabes...
Aedus se siente tímido ante la pregunta de Lander, pero también algo culpable.
"Esta conversación se volvió algo extraña."
—Bueno... no lo recuerdo muy bien, solo recuerdo la sensación que sentía al hacerlo. Fue algo....
Aedus tubo un golpe de realidad, aquella noche fue satisfactoria sólo para él, quería olvidar lo imperdonable que le hizo a la persona que tanto quiere. Cada recuerdo viene a su mente, las súplicas resuenan en su mente, es como si se haya teletransportado aquel momento. Su cien suda mientras su pecho se aprieta.
Lander ve esto, no sabe por qué el semblante de Aedus se tornó tan asustado y temeroso.
—¿¿Aedus??
—Es.. Es mejor no hablar de eso..
Aedus esta perturbado, aparta su cara.
Lander sospecha que algo malo pasó para que aquel chico tímido y sonríente este así, decide no preguntar nada.
—Aedus… aún te falta mucho por madurar. No voy a decirle nada a nadie, pero necesito que me escuches con atención, y esta vez, de verdad.
Si esa persona realmente te importa —y no solo te gusta—, entonces debes aprender a luchar por ella con paciencia, respeto y empatía. No se trata de tenerla, se trata de cuidarla. Dale su espacio, su tiempo, su libertad.
No puedes obligarla a sentir lo mismo que tú, ni a darte algo que aún no está lista para ofrecer. El amor no se exige, se construye. La confianza se gana con actos, no con presión.
Debes aprender a leer sus silencios, a respetar sus límites, a estar presente sin invadir.
Y sobre todo, debes entender algo básico: en la intimidad, no hay lugar para el egoísmo ni para la fuerza. Ambos deben estar de acuerdo, con el cuerpo y con el alma.
Sé que es tu primera vez, sé que estás confundido y que tus emociones te sobrepasan… pero eso no te da derecho a actuar como un animal.
Respira. Piensa. Y sobre todo, aprende a amar bien. Porque si no lo haces, la vas a perder… y no por culpa de él.
Aedus sólo escuchó, levanto su mirada y con voz temblorosa dijo:
—Tienes razón… todo esto es mi culpa.
Todavía soy inmaduro, y lo sé. No estaba listo, no para algo tan real, tan frágil…
Debo prepararme, no para recuperarlo, sino para ser alguien digno, para poder mirarlo a los ojos sin sentir vergüenza.
Quiero pedirle perdón… implorárselo, si hace falta.
Bajó la mirada, como si pesara más que su propio cuerpo.
—He pensado en ir a su castillo, arrodillarme si es necesario, pero sé que no me dejaría entrar. Y tiene razón.
Me odio por lo que hice… por haber cruzado un límite que ni siquiera yo entendía.
Yo solo quería acercarme a él… pero nunca fue para dañarlo. Nunca.
Fui un idiota. Un imbécil.
Sus ojos se cristalizaron.
Por otro lado.
Cádiz se encontraba en su trono mientras los sirvientes se encargaban de limpiar el castillo. Rowena estaba junto a Bornan, mientras Mikhail estaba con unos caballeros. Todos se preparaban para la llegada de Lecai.
Este llega en carruaje mientras unos guardias abren las puertas del muro.
Lecai baja del carruaje. Es un joven de cabello largo y hermoso. Su vestimenta era algo formal y sus orejas puntiagudas dejaban claro que se trataba de un elfo. Estaba acompañado de su asistente, ambos traían un bolso colgado y unas cestas en las manos.
Ambos entran al castillo y al ver a Cádiz, saludan. Él los recibe formalmente. Se dirigen a la sala, donde Lecai se sienta en la mesa que tiene biberes y habla.
—Señor Cádiz, le traje lo que pidió
Le muestra unas bolsitas con unos misteriosos frascos.
—Gracias, sabía que no me defraudarías.
Toma los frascos y las bolsitas, se las entrega a un mayordomo que las lleva. Después de que Cádiz saque una gran bolsa de oro, se la entrega a Lecai mientras su asistente se queda sorprendido al ver tanto oro, también al ver al rey Cádiz. Él también saca otra bolsa y se la entrega.
—Te lo mereces por traer todo lo que te pedí. Sé que eres el mejor herbolario de Davia y de todo el mundo, por eso te contacté. Quiero que me prepares cuarenta litros del veneno del árbol Dytra.
Lecai y su asistente se quedan atónitos.
—Pero su majestad, eso es mucho. ¿De dónde voy a sacar los árboles? Sabe que es difícil encontrar ese árbol.
—Tengo seis en mis manos. Te encargarás de sacar cuidadosamente el veneno. Te daré todo lo que pidas.
"Seis árboles que los orcos me dieron como ofrenda. Solo fui a buscar uno, pero como los ayudé con la presa, me dieron los seis."
Lecai duda, pero decide aceptar.
—Entiendo, su majestad, me encargaré de todo.
Después de unas horas, Lecai y su asistente se van, mientras Cádiz sube a su habitación donde encuentra las bolsitas con los frascos que Lecai le trajo. Las mira detenidamente y toma una de ellas, bebiendo lo que trae adentro.
"Espero que esto alivie mis malestares... No puedo ver un pastel porque me dan ganas de comerlo. No sé, siento mareos de la nada. Pienso que ha comenzado y va más rápido de lo normal... Falta poco..."
Al día siguiente
Bornan y Rowena se preguntaban por qué el rey estaba tomando medicinas mientras su gusto por el pastel de manzanas y cosas dulces estaba a flote. Ambos estaban desconcertados, pero no le preguntaron nada al rey por miedo a ser regañados. Llegaron a pensar que este gusto podría venir por el medicamento que Lecai le había traído, pero hasta ahí nomás llegaron con especulaciones.
Por otra parte, Mikhail también estaba sacando conclusiones que solo lo llevaron a una teoría algo rara.
—Debe de ser por los cambios de su mitad demonio/vampiro. Cádiz siempre fue así, sus cambios de humor lo hacían comer comidas distintas. Si estaba feliz, prefería comidas neutras; si estaba enojado, comidas amargas; si estaba normal, entre postres y cosas simples.
—Si usted lo dice—habló Rowena.
"Sospecho de algo, y ese algo cuando cumpla 18 años dirá: 'Papá, ya soy mayor de edad'."
—Claro, conozco a Cádiz desde niño—dijo Mikhail.
—¿En serio? ¿Y cómo era de niño? ¿Cómo era nuestro rey de pequeño? —Pregunta Bornan.
—Alguien enojón, serio. Le gustaba estar en brazos de su madre y hacía berrinches por sus libros.
—Qué lindo sería ver al rey haciendo un berrinche—dijo Bornan.
—No creo eso.
De pronto apareció Cádiz, seriamente, al escuchar lo que hablaban de él. Su porte era recto y sereno, su rostro frío, sin expresar nada más que una mirada muy afilada.
—¿Tierno? Busquen qué hacer y dejen de ser entrometidos.
Bornan y Rowena se inclinan firmemente.
—Sí, mi señor.
Dan la vuelta rectamente y se van.
—Qué molestos... —Dijo Cádiz, mientras rechinaba los dientes. Mikhail solo sonrió.
Cádiz y Mikhail caminaron, mientras el rey Cádiz, serio, pregunta:
—¿Qué ha pasado? ¿El portal sigue cerrado?
—Sí, los soldados se encargaron de matar al último demonio. Renatha es la líder del escuadrón. Todo está en orden, nadie ha pasado el muro. Todo está bajo control.
"Renatha se tomó muy en serio lo de convertirse en una alfa digna para Rowena."
—¿Y los niños? —Preguntó seriamente.
—Ellos están bien, ya aprendieron a defenderse. Uno de ellos cayó en fiebre. Conan ya se encargó de él.
—Quiero a ocho soldados en cada rincón de la escuela. Los ciclopes pueden estar cerca.
—Sí, también hay dos que resguardan los dos árboles Dytra. La semana pasada una gárgola casi se lleva a una mujer. Estamos en búsqueda de la gárgola, la mujer se encuentra bien.
—Mantengan los ojos abiertos. Los monstruos están por levantarse.
Cádiz se va a su trono, mientras Mikhail se fue a mandar a los soldados que cuidarán la escuela. Después de unos minutos, un guardia entra donde Cádiz está en su trono.
—Su majestad, encontré a esta mujer coja que robaba comida de la huerta.
El guardia agarra a la mujer del brazo, lanzándola al piso mientras Cádiz la observa fríamente. Su rostro luce algo cansado, tiene ojeras debajo de los ojos. La mujer se pone de rodillas y pide perdón. Cádiz nota su miseria al ver su ropa andrajosa y sucia, eran trozos de tela remachados.
—¿Es humana? —Preguntó. —¿Cómo entraste a mi reino?
—S... su majestad, perdóneme. Lo siento mucho, pido perdón... Clemencia, por favor. Yo solo lo hice por comida... Solo quería comida.
Cádiz nota los moretones en su cara. Siente algo de asco, pero sigue escuchando a la mujer pedir perdón.
—¿Quién te golpeó?
La mujer hace silencio por un corto tiempo, pero luego habla.
—M... mi esposo.
La mujer tiembla del miedo.
—¿Por qué lo hizo?
Fulmina con su mirada.
—No logré conseguir comida para él y me golpeó. Por eso robé su comida, quería dársela a mis hijos. No han comido en semanas.
Cádiz nota algo en la espalda de la mujer.
—¿Qué traes en tu espalda? —Pregunta fríamente.
—E... es mi hijo menor.
La mujer destapa a su hijo. Cádiz queda atónito al ver al pequeño desnutrido, mientras solo una sábana sucia lo cubría. Siente algo de lástima por ambos. Este momento es interrumpido por otro guardia.
—Su majestad, encontramos a este niño humano cerca del castillo, merodeando.
El guardia lanza al niño cerca de la mujer.
—¡Mamá! —Grita el niño mientras se acerca a la mujer y ambos se abrazan. Cádiz observa este momento de madre e hijo.
La mujer rápidamente lo agarra.
—Es mi hijo, por favor, no le hagan daño.
Lucke iba pasando por los pasillos hasta que ve a los guardias llevar a un niño. Pronto se da cuenta de que el niño que llevaron es su hermano. Corre rápidamente hacia ellos.
—¡Mamá! Hermanos, perdónenme por dejarlos solos.
—Hijo mío.
La madre a duras penas logra caminar hasta donde está su hijo y ambos se abrazan.
Cádiz queda desconcertado mientras la mujer llama hijo a Lucke.
—¿Son tus hijos? —Pregunta Cádiz.
—Por favor, perdone sus vidas. Ellos no hicieron nada. Por favor, perdónenles las vidas.
Cádiz serenamente habla, mientras se da cuenta de los moretones y heridas que tiene el niño de en medio, que se encuentra descalzo. Siente disgusto.
—Son humanos… y en este reino, todo humano que pise estas tierras merece la muerte. Es la ley.
Hace una pausa, sin emoción alguna en la voz.
—Y aun así… se las perdono.
La mujer llora, coloca su cabeza en el piso agradeciendo al rey Cádiz, pero él aún no ha terminado de hablar.
—Tendrán comida tres veces al día, un techo donde dormir, agua limpia y ropa decente… todo, a cambio de tu lealtad absoluta hacia mí, tu nuevo rey.
*Su voz era calma, pero sin compasión.*
—También me entregarás a tus dos hijos menores. Los convertiré en soldados… no, en lacayos dignos de servirme.
Tú trabajarás como sirvienta en las cocinas. Y tu hijo mayor se encargará del jardín.
Hizo una pausa breve, como si enumerara bienes, no personas.
—A los pequeños me los llevaré ahora. Podrás comunicarte con ellos, si te portas bien… pero no los verás hasta que estén completamente “formados”.
—Si, ellos vivirán. Está bien, le agradezco, mi señor, le doy mil gracias por dejarnos vivir, usted es muy misericordioso.
La mujer se acercó hasta el trono de Cádiz y quiso besar sus pies, pero él se alejó, negándose.
Lucke también agradeció al rey Cádiz, pero este solo lo vio seriamente. Cádiz llamó a uno de los guardias y le comunicó.
—Dile a Mikhail que se encargue de los dos críos.
Que Conan revise el pie de la humana… así, coja, no me sirve de nada.
Antes de eso, que los limpien. No quiero ver ni oler más miseria. Y que les den ropa nueva.
Lleva a Lucke con el jardinero. Que aprenda su labor desde ahora.
Hizo una pausa breve, sin emoción.*ñ
—Que todo esté en orden antes del anochecer. No me gusta el desorden.
—Sí, su majestad.
Los guardias se llevaron a los niños junto con la mujer, mientras Lucke también iba con ellos. Cádiz se levanta y se queda mirando una de las ventanas, donde entran los rayos del sol. Su rostro es frío, disociado, como si siempre estuviera perdido en la nada.
"Qué día... Anoche no pude dormir. Debo relajarme antes de salir del reino."
CONTINUARÁ