Matrimonio de conveniencia: Engañarme durante tres meses
Aitana Reyes creyó que el amor de su vida sería su refugio, pero terminó siendo su tormenta. Casada con Ezra Montiel, un empresario millonario y emocionalmente ausente, su matrimonio no fue más que un contrato frío, sellado por intereses familiares y promesas rotas. Durante tres largos meses, Aitana vivió entre desprecios, infidelidades y silencios que gritaban más que cualquier palabra.
Ahora, el juego ha cambiado. Aitana no está dispuesta a seguir siendo la víctima. Con un vestido rojo, una mirada desafiante y una nueva fuerza en el corazón, se enfrenta a su esposo, a su amante, y a todo aquel que se atreva a subestimarla. Entre la humillación, el deseo, la venganza y un pasado que regresa con nombre propio —Elías—, comienza una guerra emocional donde cada movimiento puede destruir... o liberar.
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Capítulo 4 – Parte 3: Copas, silencios y sospechas
Capítulo 4 – Parte 3: Copas, silencios y sospechas
Ezra volvió al comedor con el ceño fruncido y el móvil aún caliente en su mano. No era un buen mentiroso, y mucho menos cuando su ego había sido herido. Pero Aitana, sentada con la espalda recta y la copa de vino entre los dedos, no lo miró ni una sola vez.
—¿Todo bien, hijo? —preguntó su padre, Don Armando, sin levantar mucho la voz.
—Sí, solo asuntos del trabajo. Nada grave —respondió Ezra, fingiendo tranquilidad mientras tomaba asiento.
Pero Aitana se limitó a servir más vino y clavarle una mirada gélida. No necesitaba hablar. Lo que pensaba ya estaba claro: sabía quién había llamado.
La señora Montiel, aunque sonriente, notaba la tensión. Su mirada se deslizaba sutil entre los dos, como si intentara leer una conversación silenciosa que flotaba en el aire.
—Ezra, Aitana me contó que comenzará a trabajar en la constructora —dijo de pronto con entusiasmo—. Me parece una excelente noticia. El trabajo en pareja siempre une… o al menos, te muestra quién está realmente contigo.
Aitana sonrió. Fue una sonrisa dolida, pero también desafiante.
—Sí. Estoy lista para descubrir muchas cosas —añadió ella con un tono ambiguo, dejando que sus palabras hicieran eco.
Ezra giró el rostro hacia ella con expresión dura. Había algo en la manera en la que Aitana hablaba ahora… no era la mujer sumisa que había elegido. Había fuego en su voz. Firmeza. Peligro.
Después de un rato, los suegros decidieron irse. Aitana se levantó para despedirlos con cortesía, mientras Ezra permanecía sentado, con las manos entrelazadas y los ojos clavados en la nada.
—Gracias por todo, querida. Te ves radiante —susurró la señora Montiel al abrazar a Aitana, y en su tono había más complicidad que protocolo.
—Gracias, señora —respondió ella sin despegar su sonrisa. Pero apenas la puerta se cerró tras los padres de Ezra, el ambiente cambió por completo.
Aitana caminó hacia el minibar. Tomó una nueva botella de vino, y sin ceremonia alguna, la destapó y bebió directo del cuello de la botella.
Ezra se levantó.
—Tenemos que hablar —dijo, con la voz baja pero tensa.
—¿Hablar? —repitió ella sin girarse—. Lo que tenía que decirte ya lo dije.
Ezra caminó tras ella y la sujetó del brazo.
—¡No puedes ignorarme! ¡Sigo siendo el hombre de esta casa! ¡Me debes respeto!
Aitana se soltó con fuerza. Sus ojos, empañados por el dolor y la furia contenida, lo enfrentaron con toda su alma.
—¿Respeto? ¿Tú me hablas de respeto, Ezra? ¿Después de tres años de mentiras, indiferencia y engaños? —exclamó.
Y sin pensarlo más, su mano cruzó su rostro en una bofetada seca. Ezra retrocedió, no tanto por el golpe, sino por el hecho de que ella se había atrevido a hacerlo.
—¡Eres una maldita insolente! —gruñó él.
—¡No, Ezra! Soy una mujer rota, cansada, herida… y tú la hiciste así.
Sin previo aviso, él le arrebató la botella y la lanzó contra la pared. El vidrio estalló como su paciencia.
—¡Me da igual! Buscaré otra —le espetó Aitana, dándose media vuelta.
Ezra no entendía qué estaba pasando. ¿Cómo había perdido el control? Esa no era la mujer que él creía tener dominada. No… esta mujer era una amenaza a su ego.
Y entonces, como si todo fuera una mala comedia, tocaron el timbre.
—¿Escuchas? —se burló Aitana—. Tal vez sea tu amante. Anda, corre y recíbela como sabes hacerlo: con tus brazos bien abiertos y tus mentiras preparadas.
Ezra la miró con rabia pura, pero no dijo nada. Abrió la puerta con brusquedad y encontró a Iván Ortega, su mejor amigo, de pie con una sonrisa amplia.
—¡Por fin alguien cuerdo en esta casa! —exclamó Iván entrando—. ¡Aitana! Qué gusto verte… estás más guapa que nunca.
Aitana lo miró y, por primera vez en toda la tarde, sonrió de verdad.
—Gracias, Iván. Al menos tú no tienes los ojos en el trasero.
La indirecta fue un tiro limpio al ego de Ezra, y ni Iván pudo evitar una risita nerviosa.
Aitana dejó la botella en la mesa, pasó entre ambos y se dirigió a la puerta.
—¿A dónde crees que vas? —exigió Ezra.
—A vivir, Ezra. Por cierto, quizás no regrese esta noche.
—¡Aitana!
—Adiós, Iván. Esta es tu casa.
Y se fue, dejando la puerta abierta y un vacío tan inmenso como su dignidad recuperada.