Código Cupido

Al llegar el lunes por la mañana, la oficina de desarrollo se sentía… diferente. No había chistes repentinos, ni comentarios sarcásticos en medio de una crisis de código, ni risas contenidas cuando alguien cometía un error estúpido.

¿Por qué todo se sentía tan diferente? Porque Zoe no estaba.

Leonardo lo notó de inmediato, aunque se negaba a admitirlo. Caminó hasta la sala de reuniones y vio al equipo con caras largas, golpeando los teclados sin la energía de siempre.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó, cruzándose de brazos.

Uno de los programadores, Samuel, suspiró.

—Nada, jefe… Solo que el código que estábamos arreglando la semana pasada sigue dando problemas. Zack—se corrigió rápidamente—, digo, Zoe… ella era la que tenía la mejor idea para solucionarlo.

Leonardo apretó la mandíbula.

—Entonces solucionen el problema sin ella —respondió con frialdad y salió de la sala.

Pero en su oficina, no podía concentrarse. Cada vez que cerraba los ojos, veía a Zoe—bueno, a Zack—sentada en su silla, con el ceño fruncido mientras escribía código con una taza de café en la mano. O riendo, o conversando o caminando por los pasillos.

Maldición.

Mientras todo eso ocurría en el mundo de Leonardo, el mundo de Zoe era un tanto, diferente, había conseguido un empleo ya estaba en su primer día en una nueva empresa. En DTX Corp.

Gracias a su experiencia y reputación en la industria, había conseguido trabajo rápidamente en otra compañía de tecnología. Aunque era un puesto menor en comparación con el que tenía en TITAN GAMES, no le importaba. Lo importante era seguir adelante.

—Nos alegra mucho tenerte aquí, Zoe —le dijo su nuevo jefe, un hombre joven y muy guapo, alto de cabello negro y ojos oscuros, con una barba bien cuidada y con una sonrisa amable—. Con tu talento, seguramente harás cosas grandes en nuestra empresa.

—Gracias —respondió ella con sinceridad, aunque en el fondo, algo se sentía… vacío.

Intentó no pensar en Leonardo, pero no podía evitarlo.

¿De verdad había significado tan poco para él?

Gabriel entró sin anunciarse en la oficina de Leonardo y se dejó caer en el sillón frente a su escritorio.

—¿Cuánto tiempo piensas seguir con esta actitud de neandertal?

Leonardo ni siquiera levantó la vista de su computadora.

—No sé de qué hablas.

Gabriel bufó.

—Vamos, Leo. Todos en la empresa notan que estás más insoportable que nunca. Y ni hablemos del equipo de desarrollo, están a punto de hacer un altar con la foto de Zoe y prenderle velas.

Leonardo finalmente alzó la mirada y frunció el ceño.

—Ella nos mintió.

—¿Y eso borra todo lo bueno que hizo por la empresa? —Gabriel cruzó los brazos—. Lo que te molesta no es la mentira. Te molesta lo que sentiste por ella.

Leonardo se tensó.

—No estoy hablando de esto contigo.

—Pues alguien tiene que hacerte reaccionar, porque si sigues así, no solo perdiste a una de las mejores trabajadoras que hemos tenido, sino que también estás arruinando algo muy hermoso que hace mucho que no disfrutas por tu maldito orgullo.

Leonardo lo fulminó con la mirada.

Pero por primera vez en mucho tiempo… no tuvo una respuesta.

Porque sabía que Gabriel tenía razón.