Oliver Hayes acaba de ser despedido. Con una madre enferma y deudas que lo ahogan, traza un plan para sobrevivir mientras encuentra un nuevo empleo.
Cuando una aplicación le sugiere un puesto disponible, no puede creer su suerte: el trabajo consiste en ser el asistente personal de Xavier Belmont, el hombre que ha sido su amor secreto durante años.
Decidido a aprovechar la oportunidad —y a estar cerca de él—, Oliver acude a la entrevista sin imaginar que aquel empleo esconde condiciones inesperadas... y que poner su corazón en juego podría ser el precio más alto a pagar.
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📌 Relación entre hombres
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Capítulo 14. Solo determinación.
Oliver revisaba con concentración los archivos más recientes que Johan le había enviado. Estaba absorto en la pantalla, ajustando datos y clasificando documentos, cuando el ruido de la cerradura interrumpió su rutina. La puerta principal se abrió con firmeza y, al alzar la vista, lo vio entrar.
Xavier Belmont. Imponente, elegante, como siempre. Su sola presencia llenaba el ambiente de una autoridad casi opresiva. Vestía con impecable sobriedad, el rostro serio, los movimientos medidos. Su imagen de hombre imperturbable no dejaba lugar a vacilaciones.
Oliver se levantó de inmediato, con respeto y cierta ansiedad contenida.
—Buen día, señor —saludó, procurando que su voz sonara firme, aunque el corazón le palpitara con fuerza.
Xavier no respondió al saludo. Pasó de largo sin mirarlo, como si no mereciera más atención que el mobiliario. Su voz cortante rompió el silencio sin rodeos.
—Ven. Hablaremos sobre el contrato que firmaste.
Oliver lo siguió con pasos rápidos. En su interior, una punzada de decepción se coló sin permiso. Siempre había percibido en Xavier una compostura educada, incluso cordial con algunos, pero esta vez fue distinto. No hubo cortesía, ni una mirada. Solo órdenes, directas y frías.
—Lo leí completo. Entiendo todas las implicaciones. No me arrepiento de haberlo firmado —respondió con calma, abrazando su agenda electrónica contra el pecho como si fuese un escudo.
—Aunque te arrepintieras, no serviría de nada —replicó Xavier sin inmutarse—. Hay una cláusula que exige el pago de una compensación si se rescinde el contrato. Así que estás atado. —Se detuvo un segundo, luego añadió—: Vamos a hablar sobre la historia que contaremos. Necesitamos que sea creíble. Algo que genere empatía.
Oliver asintió en silencio. Cuántas veces había soñado con una historia romántica entre ambos, una fantasía oculta que, por primera vez, parecía tener una excusa para materializarse. Aunque fuera una mentira, aunque el amor no fuera mutuo, quizás podría vivir dentro de esa ilusión durante un tiempo.
—Estudiamos en el mismo instituto, y más tarde me gradué de la universidad a la que usted asistió un tiempo —dijo con voz serena, pero con el corazón latiendo con fuerza—. Tal vez podríamos usar eso como parte de la historia. Un reencuentro… una vieja conexión.
Xavier se llevó la mano a la barbilla, pensativo. Durante unos segundos evaluó la sugerencia. Luego asintió, casi con desgano.
—Tiene sentido. Necesito parecer la víctima en esta farsa. Un hombre que, por miedo al qué dirán, reprimió sus sentimientos durante años. Usaremos eso. Diremos que nos reencontramos hace mes y medio. Que empezamos a hablar. Que los viejos sentimientos despertaron.
Oliver volvió a asentir, conteniendo una emoción que apenas podía disimular. Para él, no había nada viejo ni dormido en sus sentimientos. Siempre habían estado ahí, intactos, aunque enterrados bajo la formalidad que exigía su relación laboral. Fingir estar enamorado no sería difícil. Lo complicado sería no parecerlo demasiado.
—¿Tienes novia? —preguntó Xavier sin rodeos—. Si es así, termínala. Sin explicaciones.
—No… no tengo novia —respondió Oliver, titubeando apenas.
Xavier asintió con indiferencia.
—Mejor. Las mujeres solo sirven para la cama. Lo demás es una pérdida de tiempo.
Oliver sintió una punzada en el pecho. ¿Era ese el verdadero Xavier? ¿El mismo que, en otras ocasiones, sonreía con amabilidad a sus empleados? ¿O simplemente se había engañado pensando que había humanidad tras su máscara de hielo?
Apretó los dedos con fuerza alrededor de su agenda, tragando sus palabras.
—Supongo que lo leíste, pero igual te lo recuerdo —continuó Xavier, clavando en él una mirada implacable—: Está prohibido tener pareja mientras el contrato esté vigente. Quiero discreción absoluta. Y una última cosa: ¿eres gay?
La pregunta lo tomó por sorpresa. Oliver sintió cómo su cuerpo se tensaba. Un estremecimiento recorrió su espalda. Las palmas le sudaban. Quiso decir la verdad. Decirle que sí, que lo era, y que incluso él era la razón por la que nunca se había atrevido a tener una relación real. Pero en vez de eso, mintió.
—No —dijo, con voz tensa, evitando su mirada.
—Perfecto —sentenció Xavier, como si aquella respuesta le aliviara—. No quiero a un rarito que se haga ilusiones o confunda las cosas conmigo.
Y esas palabras fueron como una bofetada. Más hirientes que cualquier rechazo directo. No solo confirmaban que no tenía ninguna posibilidad con él, sino que lo despreciaba por la sola idea de que la hubiera.
Oliver apenas logró mantenerse en pie. Por dentro, se sentía quebrado. Pero por fuera, debía seguir fingiendo.
Porque Xavier no lo vería enamorado. Lo vería útil. Y eso era lo único que Oliver podía permitirse ser.
—Bueno, necesitamos conocernos un poco si queremos dar un buen espectáculo frente a esos idiotas —dijo Xavier con frialdad, sin molestarse en ocultar su desdén, ni prestar atención a la mirada extrañada de Oliver—. Cuéntame sobre ti: dónde vives, tus padres, amigos, si hay alguien problemático del que deba preocuparme… cualquier cosa relevante.
El tono fue tan seco que Oliver parpadeó, como si quisiera asegurarse de haber escuchado bien. Durante años había soñado con que Xavier le hiciera esa clase de preguntas. Pero en su imaginación, la escena era distinta: Xavier le acariciaba la mejilla con ternura, lo miraba a los ojos con calidez, como si de verdad quisiera conocerlo. No así, sin emoción, sin siquiera fingir interés.
La realidad era cruel. Esa mirada distante, ese tono impersonal… todo era parte de un contrato, de una estrategia para limpiar la imagen de un hombre poderoso. No había cariño. No había deseo. Solo conveniencia.
«Claro», pensó Oliver, con amargura. «No soy una mujer. No hay razón para que me mire con ternura. Ni siquiera con deseo.»
Sintió el corazón encogerse, como si una mano invisible lo apretara. Pero aun así, se obligó a erguirse, a mantener la compostura. No podía dejar que Xavier notara su decepción. No debía parecer débil.
—No hay nadie de quien deba preocuparse —dijo, con voz serena, aunque cada palabra le pesaba—. Solo tengo a mi madre. No hay exnovias problemáticas, y apenas conservo un par de amigos. Uno es de mi antigua secundaria y el otro… es el médico de mi madre.
Pausa. Su mirada se desvió apenas, como si tuviera que tomar impulso antes de continuar.
—Mi madre tiene cáncer de riñón. Durante un tiempo pensamos que lo había superado, cuando le extirparon uno… pero hace poco supimos que el otro está comprometido. Necesita un trasplante —dijo, sin que su voz se quebrara, aunque por dentro todo dolía—. Por eso acepté este trabajo. El dinero que usted me va a pagar… me ayudará más de lo que imagina.
Xavier lo observó entonces. Fijamente. Por primera vez, no con indiferencia, sino con una chispa de algo distinto. En los ojos verdes de Oliver no había lástima, ni súplica. Solo determinación. Una fuerza inesperada que lo descolocó por un instante.
Sintió una leve punzada de culpa, quizás incluso compasión, aunque no se permitió demostrarlo. Él no era ese tipo de hombre. No tenía espacio para sentimentalismos.
Pero algo, muy dentro, se movió.