Ariadna Callis, una joven de 16 años con una personalidad vibrante y un cuerpo que desafía los estereotipos, vive entre las constantes travesuras de sus hermanos mayores, Nikos y Theo, y el caos del último año de preparatoria. Aunque es fuerte y segura, Ariadna no está preparada para la entrada de Eryx Soterios, un joven de 18 años recién llegado al pueblo.
Eryx, reservado y enigmático, carga con un pasado oscuro que lo ha dejado lleno de resentimientos. Su aparente frialdad se convierte en un desafío para Ariadna, quien no teme a sus respuestas cortantes ni a su actitud distante. Sin embargo, cada encuentro entre ellos desata emociones contradictorias que ninguno puede ignorar.
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Capítulo 15: Atados por el destino
El eco de las botas de Eryx resonaba con rapidez mientras caminaban juntos hacia una salida alternativa del parque. Ariadna podía sentir la tensión en sus hombros y la manera en que sus ojos no dejaban de analizar cada rincón.
—¿Qué está pasando, Eryx? —preguntó ella, tratando de no sonar asustada, aunque el corazón le latía con fuerza.
—Es mi padre —respondió él, sin detenerse—. No sé si él mismo está aquí o si envió a uno de sus hombres, pero no voy a quedarme para averiguarlo.
Ariadna lo seguía de cerca, tratando de no perder el ritmo.
—¿Y qué hacemos ahora?
Eryx se detuvo de repente, girando hacia ella. Su expresión era dura, pero también había un atisbo de vulnerabilidad.
—Ahora necesitas ir a casa y no salir sola, ¿entendido?
—¿Y tú?
—Yo voy a enfrentar esto.
—¡No! —exclamó ella, agarrándolo del brazo—. No puedes hacerlo solo.
—No tienes idea de lo que estoy enfrentando, Ariadna. Esto no es algo que puedas resolver con valentía o palabras bonitas.
—Entonces explícame. Déjame entenderlo.
Eryx cerró los ojos por un momento, como si estuviera intentando contener la frustración. Cuando los abrió, su mirada era más suave, pero seguía decidida.
—Mi padre es... complicado. Siempre ha tenido el control absoluto de todo, incluyendo mi vida. Pero últimamente, he estado desafiándolo, y eso no le gusta.
—¿Qué quiere de ti?
Eryx suspiró.
—Quiere que herede su legado. Quiere que sea como él, frío, manipulador... despiadado. Pero no soy eso. No quiero ser eso.
Ariadna tragó saliva, tratando de procesar sus palabras.
—Entonces, ¿qué haces para detenerlo?
—Me mantengo fuera de su alcance. Pero ahora que te ha visto conmigo, probablemente piense que puede usarlo en mi contra.
Ariadna dio un paso hacia él, colocando una mano en su brazo.
—Eryx, no tienes que hacer esto solo. Déjame ayudarte.
Él negó con la cabeza.
—No puedo arriesgarte, Ariadna.
—Es mi decisión.
Eryx la miró por un largo momento, como si estuviera debatiéndose entre apartarla o dejarla entrar. Finalmente, suspiró.
—Está bien. Pero si las cosas se complican, tienes que prometerme que harás lo que te diga.
—Lo prometo.
Esa noche, Ariadna se quedó en casa, pero la inquietud no la dejaba en paz. Se sentó frente a su ventana, mirando las luces de la calle, preguntándose qué estaría haciendo Eryx en ese momento.
De repente, un movimiento en la sombra llamó su atención. Entre los árboles, pudo distinguir una figura alta y encorvada, que parecía observar directamente hacia su ventana. Su corazón comenzó a latir con fuerza.
Corrió hacia la habitación de Nikos y tocó la puerta con insistencia.
—¿Qué pasa? —preguntó su hermano, abriéndola con el ceño fruncido.
—Hay alguien afuera. Creo que es el mismo tipo que vio Theo.
Nikos no perdió tiempo. Tomó una linterna y salió de la casa con pasos decididos, mientras Ariadna lo seguía de cerca a pesar de sus protestas.
—Quédate adentro, Ari.
—Ni lo sueñes.
Al llegar al lugar donde había visto la figura, no encontraron nada, pero Nikos podía ver el miedo en los ojos de su hermana.
—Esto no puede seguir así, Ariadna. ¿Estás segura de que no hay algo más que deba saber sobre ese chico?
Ariadna dudó por un momento, pero decidió que ya no podía ocultarle la verdad.
—Eryx está enfrentándose a su padre. Su familia tiene... un pasado complicado.
Nikos alzó una ceja.
—¿Complicado cómo?
—No puedo decirte más, Nikos. Pero confía en mí, él no quiere que me pase nada.
—No me importa lo que él quiera. Me importa lo que estás arriesgando tú.
Ariadna lo miró con determinación.
—Eryx vale la pena.
Nikos suspiró, frotándose la sien como si intentara contenerse.
—Está bien. Pero si las cosas se ponen feas, voy a intervenir, te guste o no.
Ariadna asintió, sabiendo que no podía pedirle más.
Al día siguiente, Eryx la estaba esperando cerca de la escuela, pero algo en su postura era diferente. Parecía más tenso, más alerta.
—Necesitamos hablar —dijo tan pronto como la vio.
—¿Qué pasa?
—Mi padre ha hecho su jugada. Anoche enviaron a alguien para observar tu casa.
Ariadna se estremeció.
—Lo sé. Nikos y yo lo vimos.
Eryx maldijo entre dientes.
—Esto es lo que quería evitar.
—Eryx, no es tu culpa.
—Sí lo es. Si no estuvieras conmigo, no estarías en peligro.
Ariadna se cruzó de brazos, mirándolo con firmeza.
—No voy a dejar que me alejes. Ya te lo dije, estoy contigo en esto.
Él apretó los labios, como si no supiera qué decir.
—No sé cómo protegerte, Ariadna.
—Encontraremos la manera juntos.
Eryx suspiró, finalmente cediendo.
—Está bien. Pero vamos a tener que ser cuidadosos.
Ariadna asintió, sabiendo que las cosas solo se complicarían a partir de ahora.
Esa tarde, mientras caminaban juntos hacia el parque, Eryx comenzó a contarle más sobre su pasado.
—Mi madre murió cuando yo era pequeño. Desde entonces, mi padre ha sido la única figura en mi vida. Pero él no es el tipo de persona que demuestra afecto.
Ariadna escuchaba en silencio, sintiendo la carga en sus palabras.
—¿Nunca intentaste acercarte a él?
Eryx negó con la cabeza.
—No se puede razonar con alguien como él. Siempre he sido un peón en su tablero, nada más.
Ariadna sintió un nudo en el pecho, deseando poder aliviar el peso que Eryx cargaba.
—Pero ya no eres un peón. Ahora estás tomando tus propias decisiones.
Eryx la miró, y por primera vez, vio un destello de esperanza en sus ojos.
—Eso es gracias a ti, Ariadna.
Ella sonrió, sintiendo que, a pesar de todo, estaban empezando a construir algo juntos.
Sin embargo, ambos sabían que la verdadera batalla aún estaba por comenzar.