Luna siempre fue la chica invisible: inteligente, solitaria y blanco constante de burlas tanto en la escuela como en su propio hogar. Cansada del rechazo y el maltrato, decide desaparecer sin dejar rastro y unirse a un programa secreto de entrenamiento militar para jóvenes con mentes brillantes. En un mundo donde la fuerza no lo es todo, Luna usará su inteligencia como su arma más poderosa. Nuevos lazos, rivalidades intensas y desafíos extremos la obligarán a transformarse en alguien que nadie vio venir. De nerd a militar… y de invisible a imparable.
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Entre el caos y la estrategia
El terreno temblaba bajo nuestros pies. El retumbar de las explosiones lejanas, combinado con el estruendo de disparos que cada vez sonaban más cerca, creaba una sinfonía aterradora. Mis sentidos estaban en alerta máxima, como si mi cuerpo, por instinto, supiera que estábamos entrando en territorio desconocido, peligroso... real.
A mi alrededor, los soldados se movían con rapidez, coordinados, como si hubieran hecho esto mil veces antes. Pero yo no. Yo era una chica con anteojos que solía esconderse en la biblioteca, rodeada de libros, no de balas. Aun así, algo dentro de mí se encendió. Una parte dormida que ahora gritaba por salir. Tal vez el miedo, tal vez la rabia acumulada, o simplemente el deseo de demostrar que no era la misma Luna de siempre.
Eliza me tocó el hombro. Su rostro estaba tenso, pero no derrotado. Ella también sentía lo mismo que yo: ese deseo casi irracional de no permitir que el miedo nos paralizara.
—Vamos a hacer esto —dijo en voz baja—. Pero juntas.
Asentí sin pensarlo. Habíamos llegado lejos. No era momento de dividirnos.
Nos ubicaron en un pequeño pelotón de apoyo. Nuestro objetivo: asegurar un pasillo natural entre dos zonas de riesgo y evitar que los enemigos tomaran la ruta hacia el centro del campo. Sonaba simple, pero cuando llegamos, la realidad nos golpeó.
Las explosiones habían destrozado parte del terreno, dejando cráteres y humo por todas partes. Los soldados del primer escuadrón habían sido superados. Algunos heridos yacían a un costado, y solo unos cuantos seguían resistiendo. Era una escena de caos absoluto.
—¡Necesitamos cobertura en el flanco derecho! —gritó uno de los líderes, un hombre alto con la cara manchada de tierra y sudor.
Me giré de inmediato hacia donde señalaba y vi cómo un grupo enemigo avanzaba con velocidad. Estaban organizados. Demasiado organizados. Eso no era improvisación, era táctica.
Y entonces, ocurrió.
En medio de la confusión, mi mente comenzó a procesar como si todo estuviera en cámara lenta. Observé los movimientos, la distribución del terreno, las rutas posibles, los puntos débiles del enemigo. Fue como si un mapa tridimensional se desplegara en mi cabeza.
—¡No los detendremos así! —grité, sin saber de dónde venía mi valentía—. ¡Tenemos que rodearlos, crear una trampa! ¡Pueden caer en su propia emboscada si desviamos su ruta hacia el cráter más grande al este!
El hombre me miró por un instante, confundido. Pero otro soldado, una mujer con rostro afilado y mirada aguda, asintió.
—¡Escuchen a la cadete! —ordenó—. ¡Divídanse! ¡Dos grupos, rodeamos desde los extremos y empujamos hacia el cráter!
Eliza me miró sorprendida, pero con orgullo. Sin perder tiempo, nos unimos al grupo de flanqueo. El plan funcionó mejor de lo que esperaba. Con fuego coordinado y movimientos precisos, los enemigos se vieron forzados a retroceder… directo al cráter. Algunos cayeron. Otros se replegaron. Pero la zona fue nuestra.
La respiración me ardía en los pulmones, pero sentía una satisfacción que jamás había experimentado. Había funcionado. Lo que había aprendido en los libros, lo que mi mente siempre había procesado con tanta rapidez, finalmente tenía un propósito.
—¿Cómo supiste eso? —me preguntó la mujer que apoyó mi plan, limpiándose el sudor de la frente.
—Observé los patrones... estaban repitiendo la misma táctica en forma de pinza. Era cuestión de redirigirlos. —Respondí, con voz temblorosa aún.
—No eres una soldado común —dijo, con una sonrisa—. Me llamo Dalia. Recuerda ese nombre.
Antes de que pudiera decir algo más, una nueva explosión nos sacudió. La tierra tembló, y varios de nosotros caímos al suelo. Polvo y piedras volaron por el aire. Me cubrí la cabeza y rodé hacia un costado.
—¡Ataque aéreo! —gritó alguien.
No podíamos quedarnos ahí. Nos estaban bombardeando desde drones, y sin cobertura, éramos blancos fáciles.
Corrimos hacia una trinchera improvisada. Eliza me tomó del brazo justo cuando una segunda explosión hizo volar la tierra a pocos metros de nosotras.
—¡Nos están empujando hacia el centro! ¡Es una maniobra para dividirnos! —grité, tratando de pensar más allá del miedo.
—¿Qué hacemos? —preguntó Eliza, con la respiración agitada.
Miré a mi alrededor. Teníamos que cortar su línea de visión. Sin eso, los drones seguirían atacando sin descanso.
—Necesitamos humo. ¡Granadas de humo! —pedí, desesperada.
Uno de los soldados me lanzó dos. Saqué el seguro y lancé la primera en dirección al frente. Una nube espesa comenzó a cubrir la zona. Aprovechamos el momento para movernos hacia un conjunto de ruinas de un viejo edificio del campo. Era una cobertura mínima, pero suficiente.
Ahí dentro, encontré una consola dañada. Aún tenía energía. Mis dedos volaron sobre los botones.
—¿Qué haces? —preguntó Dalia, que también había llegado.
—Desactivando sus drones… o al menos bloqueando su señal por unos minutos.
—¿Tú sabes hacer eso?
—Es más fácil que resolver un acertijo binario.
Lo logré. La señal de interferencia se activó, y vimos cómo los drones se detuvieron unos segundos en el aire antes de caer o retirarse. Un pequeño respiro.
—Increíble… —susurró Dalia—. Eres la mente que necesitábamos.
Me senté, exhausta. Por dentro, todavía sentía el temblor de la adrenalina. Pero por primera vez, me sentí útil. Sentí que tenía un lugar. Que no importaba si no era fuerte físicamente, mi mente podía ser tan poderosa como cualquier arma.
Eliza se acercó y me dio un abrazo repentino.
—Eres brillante. Nunca dudes de eso.
Me aferré a sus palabras. Las necesitaba más de lo que pensaba.
La calma duró poco. Una nueva señal llegó por radio: "Refuerzos enemigos al norte. El centro está comprometido. Todos los equipos disponibles, movilícense ahora."
Eliza me miró.
—¿Vamos?
Me levanté, respiré hondo y asentí.
—Vamos.