Cheryl solía ser una chica común, adicta a las novelas románticas y a una vida sin sobresaltos… hasta que murió. Ahora ha despertado en el cuerpo de la mujer más odiada de su historia favorita. Pero ella no piensa repetir el final.
Entre seducción, traición y poder, Cheryl jugará con las reglas del imperio para cambiar su destino. Porque esta vez, la villana no está dispuesta a caer.
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Curación
—Voy por ti, Rael... no para salvarte, sino para recordarte quién manda en este juego.
Porque si ella iba a sobrevivir como villana, tendría que controlar hasta lo que más deseaba. El calor era sofocante. Las minas cercanas al palacio no solo eran un castigo físico, eran una tortura psicológica. El hedor a sudor, sangre y piedra húmeda era tan espeso que podía masticarse. El sonido metálico de los picos golpeando las paredes resonaba como una sinfonía de dolor. Rael sangraba. Tenía el torso desnudo, la piel marcada por los látigos y moretones que adornaban su espalda. Las manos llenas de polvo, tierra y sangre, pero los ojos... sus ojos seguían igual de salvajes. Seguían desafiando a todos. Incluso al destino.
—¡Vas a seguir cavando o prefieres que te lo grabe a golpes, basura! —rugió uno de los capataces, blandiendo su vara.
Rael lo miró con esa calma peligrosa que solo tienen los que ya no temen a la muerte.
—Hazlo —escupió.
Pero el golpe no llegó. Un relincho se escuchó en lo alto de la colina. Todos alzaron la vista. Aery. Montaba su corcel negro, su silueta recortada contra el cielo gris. Su armadura brillaba, la capa ondeando como las alas de un cuervo. Era un presagio. Un presagio de ruina. Bajó del caballo con gracia letal, avanzando entre los hombres como una reina en campo enemigo. Nadie se atrevía a hablar. Su sola presencia imponía.
—Quiero al esclavo —dijo con frialdad.
—Su Majestad, el emperador lo mandó aquí como castigo— intentó decir el capataz, haciendo una reverencia torpe.
—¿Y desde cuándo las órdenes del emperador valen más que mi palabra? —espetó Aery, clavando su mirada en él como si lo desollara con la mirada.
El capataz palideció. No dijo nada más. Aery se acercó a Rael, observándolo con detenimiento. Estaba sucio, herido… y sin embargo, aún tenía esa maldita arrogancia en la mirada.
—¿Así que esto es lo que hacen contigo cuando no estoy? —susurró, agachándose frente a él.
Rael alzó la mirada, jadeando por el esfuerzo. No le pidió ayuda. No se quejó. Solo dijo:
—¿Vienes a disfrutar el espectáculo?
Aery sonrió de lado, acercando su rostro al suyo.
—No, vengo a recordarte a quién le perteneces, esclavo.
Rael escupió sangre a un lado.
—No soy tuyo.
Ella le sostuvo la mirada, acercándose tanto que sus labios casi se rozaban.
—Entonces demuéstramelo. Ponte de pie. Anda, muéstrame que no eres mío.
Rael temblaba, pero no por debilidad. Era rabia, dolor… y un deseo contenido que dolía más que las heridas en su espalda. Rael no dijo nada mientras Aery lo montaba con ella en el caballo. Su cuerpo estaba débil, pero su orgullo aún lo sostenía. Apoyó una mano temblorosa en la cintura de ella, solo para evitar caer. Ella no dijo nada, solo sujetó las riendas con firmeza, como si no le afectara el calor de aquel cuerpo que sangraba contra el suyo. El camino de regreso fue silencioso. La brisa removía el polvo de las minas mientras los cascos del caballo retumbaban por los caminos del palacio. Cuando llegaron a la entrada lateral del castillo, Aery desmontó con agilidad. Rael no pudo hacer lo mismo. Apenas logró sostenerse en pie, sus piernas fallaron y cayó de rodillas. Aery suspiró, fastidiada, pero se agachó para ayudarlo. Justo en ese momento, Almudena apareció.
—¿Qué pasó? —preguntó, sorprendida al ver el estado de Rael.
—Ayúdame —ordenó Aery sin rodeos, mientras tomaba uno de los brazos de Rael y lo pasaba por encima de sus hombros.
Almudena dudó. Por un instante pensó negarse, pero algo en los ojos de Aery… esa sombra de preocupación mal disimulada… la hizo avanzar. Tomó el otro brazo del esclavo sin decir palabra, y juntas lo llevaron hasta los aposentos de la princesa. Rael apenas podía mantenerse consciente. Sus labios secos y su respiración entrecortada mostraban el límite de su resistencia. Ya dentro de la habitación, Aery lo dejó sobre su cama, quitándose la armadura de forma apresurada. Almudena tomó un cuenco con agua limpia y unos paños.
—Nunca pensé verla así, princesa —dijo finalmente la criada, en voz baja.
Aery giró la cabeza, sus ojos fríos, pero no dijo nada.
—Pensé que solo era crueldad lo que la movía… pero ahora…
—No pienses demasiado —la interrumpió Aery—. Hice esto porque Rael aún me sirve. Su cuerpo puede estar herido, pero su voluntad no se ha roto. Y eso me molesta. No lo quiero muerto… aún.
Almudena bajó la mirada, pero una parte de ella, muy dentro, ya no le creía del todo. Porque vio cómo Aery lo observaba mientras le limpiaba las heridas. No había ternura en sus ojos, pero sí algo más peligroso: obsesión. Y eso… la asustaba. Rael seguía inconsciente sobre la cama. Su respiración era irregular, y las marcas del castigo aún teñían su piel. Aery se acercó lentamente, con el ceño fruncido, observando cada herida. Algo en su interior se removía con fuerza… pero no era compasión, o no del todo. Era algo más profundo, algo que no podía nombrar con claridad. Alzó sus manos, y con un suspiro, dejó fluir su maná.
Una suave luz azul comenzó a emanar de sus palmas. La energía de sanación descendió como una caricia sobre el cuerpo de Rael. Las heridas abiertas comenzaron a cerrarse, los moretones desaparecieron lentamente, y la fiebre que lo abrasaba se disipó como niebla bajo el sol. Aery mantenía el rostro serio, pero sus ojos estaban fijos en él… en ese hombre que osaba mirarla con desafío, que no se rendía ante ella como los demás. Cuando el flujo de maná cesó, Aery bajó las manos con delicadeza.
—Almudena —llamó, sin apartar la mirada de Rael.
La criada apareció con rapidez.
—Ya puedes irte. No quiero que nadie nos interrumpa —ordenó sin girarse.
Almudena asintió en silencio, saliendo sin decir una palabra más. Aery se quedó sola con él. Silencio. El ambiente estaba cargado, denso… como si incluso el aire se contuviera para no hacer ruido. Se sentó al borde de la cama, observándolo. Su rostro ahora se veía en paz, sin la sombra del dolor. Era la primera vez que lo veía tan vulnerable, tan humano… y tan hermoso. Sin pensarlo, su mano se alzó. Rozó con la yema de sus dedos su mandíbula, bajando por su cuello, deteniéndose un segundo en su clavícula antes de volver al rostro. Delineó su nariz, sus pómulos, sus labios…
—¿Por qué tú? —susurró, apenas audible.
Y entonces, sin razón aparente, sin intención planeada, se inclinó hacia él. Sus labios rozaron los de Rael. Fue un beso suave, casi inconsciente, sin la arrogancia habitual de Aery, sin su dureza. Un beso que no buscaba respuesta… solo sentir. Cuando se alejó, sus mejillas ardían. Para Aery todo esto era nuevo, los sentimientos de este cuerpo hacia ese hombre la tenían desconcertada, pero sin duda disfrutaría lo mas que pudiera.
Esta novela está muy buena
Gracias por el capítulo 🤩🫶🏻
De ahí en fuera ese imperio debía desaparecer ya que así es la vida real cuando atacas no hay compasión
Gracias por los capítulos, espero más 🤩 muy buena esta esta novela
Ahora veremos como le irá a aery en el imperio de rhazir
Gracias por la actualización
Que bueno que volviste 😊 es una gran historia 💪🏻y ahora está mucho más interesante 🫶🏻😬
dudo que muera pronto, porque su bombón la rescatará tal cual una princesa en aprietos.