En un mundo dominado por vampiros, Louise, el último omega humano, es capturado por el despiadado rey vampiro, Dorian Vespera. Lo que comienza como un juego de manipulación se convierte en una relación compleja y peligrosa, desafiando las reglas de un imperio donde los humanos son solo alimento. Mientras Louise lucha por encontrar a su hermana y ganar su lugar en la corte, su vínculo con Dorian pone en juego el equilibrio del reino, arrastrándolos a ambos hacia un destino oscuro y profundo, donde la lealtad y el deseo chocan.
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Entre la guerra y el deseo: Dorian, parte 2
Lo sostuve entre mis brazos, sintiendo el latido acelerado de su corazón y aunque la guerra en las fronteras continuaba, en este pequeño cuarto, se libraba una batalla igual de importante. Una que, ya no estaba seguro de querer ganar. Porque, a medida que Louise cedía y dejaba caer sus defensas, yo me encontraba a mí mismo queriéndolo proteger del peligro en el que yo mismo lo sitúe. Quería que confiara en mí, pero... también quería poseerlo, retenerlo cerca, incluso cuando sabía que lo que estaba haciendo podría estar dañándolo. Así que tomé a Louise entre mis brazos, su cuerpo temblaba, su respiración era rápida, casi ansiosa. Sentía su corazón latir con fuerza contra mi pecho, como un tambor que marcaba el ritmo de algo que no estaba en mi comprensión, por un momento, me quedé en silencio, disfrutando esa cercanía.
Sin embargo, mientras el calor de su cuerpo se desvanecía entre mis brazos y la noche avanzaba, las preocupaciones comenzaron a colarse en mi mente.
Louise finalmente se quedó dormido, y mientras lo observaba, su respiración tranquila y su rostro relajado, me vi atrapado en la contradicción de mis propios sentimientos. Quería que él confiara en mí, pero ¿cómo podía lograrlo cuando yo mismo seguía mintiéndole, manteniéndolo a mi lado por razones egoístas?
Acaricié su cabello suavemente, apartando un mechón de su frente. Cada día, Louise se hacía más fuerte, más capaz. Su mente era afilada y rápida. Al principio, era un juego: ver cómo se iba inclinando hacia mí, cómo su resistencia se debilitaba con cada pequeño gesto de bondad que le ofrecía. Pero ahora, mientras lo sostenía, la verdad me golpeaba con una fuerza incómoda. Ya no estaba seguro de si realmente quería ganar esta batalla. Louise me había dado algo que nunca pensé que podría tener: una sensación de compañía, de conexión que iba más allá del deseo de controlarlo.
Pero ese pensamiento fue interrumpido rápidamente por un recuerdo de días anteriores. Magnus Sanguis, el duque que siempre había sido una espina en mi costado, había estado hablando con uno de sus aliados más cercanos. No me descubrieron, claro; la discreción es una de las tantas habilidades que he perfeccionado con los siglos. Aun así, escuchar sus palabras fue como un puñal en mi orgullo.
—Dorian ha perdido el rumbo —había dicho Magnus, su tono lleno de desprecio—. Se ha dejado seducir por un simple humano, un estratega que, aunque útil, no es más que un peón para él. Pero nosotros no necesitamos peones, necesitamos un verdadero líder, uno que no se debilite por emociones humanas. Y si hay que unirnos a las naciones vecinas para derrocarlo, que así sea. Este imperio necesita a alguien con visión.
Cada palabra me encendió la sangre, alimentando una furia que hacía tiempo no sentía. ¿Magnus, aliándose con otros para traicionarme? ¿Para quitarme lo que yo había construido con siglos de esfuerzo? No me importaba tanto la amenaza de guerra, sino la idea de que cuestionaran mi autoridad, de que pensaran que mi interés en Louise era una debilidad.
Esa noche, al regresar a la fortaleza, las palabras de Magnus aún resonaban en mi mente. Mis ojos se posaron en Louise, quien me miró con esa mezcla de desafío y vulnerabilidad que lo caracterizaba. No pude evitarlo. La rabia por lo que había oído y la confusión de lo que sentía por él se mezclaron, desatando una tormenta que se desató en forma de palabras.
—¿Qué es lo que pretendes, Louise? —mi voz fue más dura de lo que pretendía, mis manos apretándose en sus hombros—. ¿Te crees intocable porque te he dejado ser parte de mis planes? ¿Acaso crees que eres más que un simple peón en este juego?
Su mirada se llenó de sorpresa, quizás, de un miedo que trataba de ocultar. Pero Louise, siendo quien es, no retrocedió.
—Nunca he pretendido nada, Dorian. Pero si soy un peón, entonces úsame como tal. O libérame de una vez. —Sus palabras eran una mezcla de desafío y desesperación, y me di cuenta de que había una verdad dolorosa en ellas.
Ese fue el momento en que me di cuenta de la lucha que tenía dentro de mí. Quería verlo quebrarse, verlo suplicar por la libertad que yo le había prometido. Pero al mismo tiempo, me dolía la idea de perderlo.
Me acerqué más a él, mis manos subiendo a su rostro, notando cómo temblaba bajo mi toque. Mi voz bajó, convirtiéndose en un susurro, una amenaza suave.
—No te das cuenta, Louise... Ya no sé si quiero dejarte ir.
La tensión se hizo más pesada entre nosotros, como un hilo que podía romperse en cualquier momento. Su respiración se aceleró, y por un segundo vi una chispa de algo que no era ni miedo ni desafío. Era otra cosa, algo que tal vez él mismo no comprendía del todo.
Mis labios se acercaron a los suyos, apenas rozándolos. No fue un beso completo, no de inmediato. Fue un roce lento, cargado de todo lo que no había dicho, de todo lo que sentía. Louise se quedó inmóvil, pero no me apartó. Sentí su respiración caliente contra mi boca, su cuerpo tenso bajo mis manos. Y cuando finalmente presioné mis labios contra los suyos, fue como una explosión de algo que había estado reprimiendo por demasiado tiempo.
El beso fue lento al principio, lleno de una incertidumbre que no solía permitirme. Pero luego, la necesidad, el deseo que había crecido como una llama dentro de mí, tomó el control. Lo besé con más fuerza, sintiendo cómo respondía, aunque de manera vacilante, como si él también estuviera confundido por lo que estaba pasando.
Cuando me separé, ambos estábamos respirando con dificultad. Lo miré a los ojos y supe que lo que había comenzado como un juego de manipulación se había convertido en algo más complejo, más peligroso.
—Estás jugando con fuego, Louise. —Mi voz apenas fue un susurro, había algo más en mis palabras, una advertencia, tal vez para él, tal vez para mí mismo—. Pero no dejaré que nadie más se acerque a ti. Ni Magnus, ni nadie. Eres mío.
Con esas palabras, me di cuenta de que, aunque la guerra en las fronteras continuaba, la verdadera batalla estaba justo aquí, en este cuarto, entre los dos. Magnus podía seguir moviendo sus fichas y tejiendo sus alianzas. Podía conspirar y tratar de unir a las naciones vecinas en mi contra. Pero yo no permitiría que nadie tocara lo que ahora sentía que era mío. Aunque significara ser más cruel, más despiadado, no dejaría que Louise cayera en sus manos.
Al mismo tiempo, esa certeza me llenaba de un miedo que nunca antes había conocido. Porque en ese instante, me di cuenta de que no era solo una cuestión de poder o control. Me importaba, de una manera que no podía entender del todo. Me importaba perderlo, no solo como un peón, sino como algo más. Y así por primera vez en mucho tiempo, quería encontrar una forma de protegerlo sin romperlo en el proceso.