Amor Inmortal

Al llegar, buscó a Luca entre la multitud. Finalmente, lo vio, esperándolo con una sonrisa que iluminaba su rostro. Kain sintió una oleada de alivio y felicidad al verlo. Se acercó a él, sintiendo que, aunque el mundo a su alrededor era caótico y peligroso, en ese momento, junto a Luca, todo estaba bien.

La clase de filosofía estaba a punto de comenzar. Kain y Luca se sentaron juntos, como siempre, en la esquina del aula, lejos de las miradas curiosas de sus compañeros. Aunque mantenían una fachada de normalidad, debajo de la mesa sus manos se buscaban con desesperación. Kain tomó la mano de Luca y entrelazó sus dedos, el simple contacto le proporcionaba una tranquilidad que solo Luca podía darle.

El tutor entró, un hombre mayor con gafas redondas y una barba canosa, y comenzó a hablar sobre el tema de la clase anterior, la ética de Aristóteles. Pero las palabras del profesor se desvanecieron en el fondo cuando Luca se inclinó hacia Kain, sus labios rozando su oído.

—¿Qué tenía la caja? —susurró Luca, su voz apenas audible.

Kain giró su rostro hacia él, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de preocupación y resignación.

—Armas y drogas —respondió Kain en un susurro, su voz tensa.

Luca mordió sus labios, una señal de su ansiedad.

—Kain, tienes que tener cuidado, eso es muy arriesgado.

Kain apretó la mano de Luca, sintiendo la preocupación sincera en sus palabras.

—Mi padre es así, Luca. Quiere que me involucre en sus negocios. No es fácil decirle que no.

Luca miró fijamente a Kain, sus ojos llenos de preocupación y amor.

—Pero tienes un hermano mayor, ¿cierto? ¿No puede Javier ocuparse de esos asuntos?

Kain suspiró, su expresión se endureció al recordar la situación de su hermano.

—Luca, mi hermano tiene problemas. Es tratado como un niño porque sufre de episodios mentales que lo incapacitan. No reconoce que es el hermano mayor, y hemos tenido que adaptarnos a su estado. No puede ocuparse de nada, y eso me deja a mí con la carga.

Luca asintió lentamente, comprendiendo la complejidad de la situación de Kain.

—Me preocupas, Kain.

Kain sonrió débilmente, llevando la mano de Luca a sus labios y besándola suavemente.

—Estaré bien, te lo prometo. —Kain apoyó su frente en su brazo, mirándolo con una mezcla de ternura y determinación—. Oye, ¿quieres venir a una carrera de motos conmigo esta noche? Podrás montarte detrás de mí mientras estoy conduciendo.

Luca sonrió, sus ojos brillando con emoción y alivio.

—Me encantaría, Kain.

Kain sintió una oleada de alivio al ver la sonrisa de Luca, sabiendo que, al menos por un momento, podían escapar de la realidad opresiva que los rodeaba.

La noche era fresca y vibrante, con un cielo despejado que mostraba un sinfín de estrellas. El rugido de los motores llenaba el aire, mezclándose con las risas y gritos de la multitud que se había congregado para la carrera. Kain y Luca llegaron al lugar, la adrenalina ya comenzando a correr por sus venas. La pista improvisada en las afueras de la ciudad estaba iluminada por los faros de los coches estacionados en círculo, creando una atmósfera casi mágica.

Jean, un amigo de Kain y organizador habitual de estas carreras clandestinas, se acercó a ellos con una sonrisa de complicidad.

—Hoy puedes tener un acompañante —dijo Jean, su voz apenas audible sobre el bullicio.

Kain asintió, una chispa de emoción en sus ojos.

—Voy a llevar a Luca conmigo. Entrégale un casco —respondió, señalando a Luca que observaba todo con una mezcla de nerviosismo y emoción.

Jean le pasó el casco a Luca, quien lo tomó con manos temblorosas, pero decidido. Kain notó la tensión en el cuerpo de Luca y le colocó una mano en el hombro, ofreciendo una sonrisa tranquilizadora.

—Estarás bien, Luca. Confía en mí.

Luca asintió, intentando calmar los latidos acelerados de su corazón. Se puso el casco y subió a la moto detrás de Kain, abrazándose a su cintura. El calor y la firmeza del cuerpo de Kain bajo sus manos le proporcionaron una sensación de seguridad que necesitaba desesperadamente.

Kain encendió el motor, el rugido de la moto reverberando en el aire nocturno. Las luces de los coches iluminaron la pista mientras los demás corredores se alineaban a su lado. Kain podía sentir la anticipación y la energía que fluía a través de la multitud, un palpitar casi tangible en el ambiente.

Luca se aferró más fuerte a Kain cuando la señal de inicio se dio. La moto se lanzó hacia adelante con una fuerza brutal, acelerando a través de la pista mientras el viento les azotaba el rostro. Luca cerró los ojos por un momento, dejándose llevar por la velocidad y la sensación de libertad que solo Kain podía ofrecerle.

El mundo alrededor de ellos se convirtió en un borrón de luces y sombras. La velocidad aumentaba, y Kain maniobraba la moto con destreza, esquivando obstáculos y tomando curvas cerradas con una precisión milimétrica. Cada movimiento era una danza entre el peligro y la destreza, y Luca podía sentir la intensidad en cada fibra de su ser.

—¡Esto es increíble! —gritó Luca, su voz apenas audible sobre el rugido del motor y el viento.

Kain sonrió, sintiendo la euforia de Luca mezclarse con la suya propia. Aceleró aún más, sintiendo el latido de la máquina bajo ellos, una extensión de su propia voluntad y habilidad. La adrenalina corría por sus venas, y en ese momento, no había nada más que importara.

Mientras tomaban la última curva, Kain sintió una conexión profunda con Luca, una sincronización de sus latidos y respiraciones. La línea de meta se acercaba rápidamente, y con un último esfuerzo, cruzaron la meta en primer lugar. El rugido de la multitud se alzó en una ovación ensordecedora, pero para Kain y Luca, el mundo exterior se desvaneció, dejándolos solos en su burbuja de emoción y triunfo.

Kain frenó la moto suavemente, y Luca se quitó el casco, su rostro iluminado por una sonrisa radiante. Sus ojos brillaban con una mezcla de adrenalina y amor mientras miraba a Kain.

—¡Lo hicimos! —exclamó Luca, sus manos aún temblando de la emoción.

Kain se giró y lo besó apasionadamente, un gesto lleno de agradecimiento y promesas silenciosas. En ese momento, bajo las estrellas y rodeados de la multitud eufórica, eran solo ellos dos, compartiendo una victoria que iba más allá de la carrera.